Muchos son los prodigios y ninguno hay mayor que el hombre; su fuerza, que cruza el mar blanco impulsada por el borrascoso viento del Sur y se abre paso entre oleajes que amenazan con tragarlo, doblega la Tierra, la más antigua de las divinidades, la incansable e inmortal, removiéndola con la prole de los caballos, mientras los arados van y vienen año tras año.
Caza la alegre especie de las aves y las tribus de las fieras salvajes y atrapa la fauna de las profundidades marinas en las mallas de sus redes, urdidas con su excelente ingenio. Con sus destrezas domina las fieras cuyas guaridas se encuentran en las selvas y que vagan por las montañas; doma los caballos de crines greñudas y les pone un yugo en torno al cuello, así como los infatigables toros de las montañas.
Y ha aprendido a dominar el habla y el pensamiento, raudo como el céfiro, y todos los talantes que modelan una sociedad y a eludir las flechas del hielo, cuando resulta duro vivir a la intemperie y bajo el cielo claro, y las de los aguaceros. Sí, tiene recursos para todo; nunca afronta sin recursos lo por venir; sólo contra la Muerte en vano pedirá ayuda, pero sí que ha concebido remedios contra las desconcertantes enf