Prólogo
Tengo un idilio con las palabras. Es una historia de amor larga, fiable, bonita y sana. Las palabras son, probablemente, lo más preciado que poseo, después del amor de mi gente. Nací con muchas carencias: no tengo paciencia, no sé andar despacio, tiendo al exceso, me gusta la soledad, doy portazos…
Sin embargo, las palabras siempre me han salvado de morir ahogada en la piscina de lo que me falta. Porque escribiendo mastico lo que me pasa, porque escribiendo imagino realidades lejanas, porque escribiendo me analizo y me entiendo. Me mido, me abrazo, me calmo. Las palabras son, para mí, un salvavidas, un modo de vivir, un puñado de abrazos lentos.
Las palabras, además, siempre han sido para mí un billete que invita a viajar a cualquier realidad imaginable. Lo más bonito de esta profesión es el ejercicio de empatía que supone, el disfraz, la posibilidad de ser quien quieras ser cuando quieras serlo. Las palabras no tienen dueño y, por eso, pueden ser utilizadas en vano, siempre y cuando no se lancen contra el pecho de nadie.
Las redes sociales han supuesto, en estos años duros, una ventana hacia el mundo. Negar que han marcado un antes y un después en nuestra forma de comunicarnos es dar la espalda a una realidad que avanza a pasos agigantados. No podemos negarles su espacio si no queremos que, como en La historia interminable, la Nada nos devore. La Nada, en este caso, sería el equivalente a quedarnos obsoletos, de cara a la pared, negando que fuera de nuestra casa existe un mundo enorme.
Además de ese hipervínculo, las redes sociales son, para los soñadores, un espacio donde esbozar, un cuaderno donde anotar ideas peregrinas, dibujar historias breves y jugar.
Cuaderno de bitácora vital, conexión interpersonal, ejercicio de imaginación; un texto de Instagram puede contener verdad, manos tendidas y ficción. Aunque, seamos sinceros, será también, independientemente de la intención o motivación de su creador, lo que el lector quiera que sea. Pero ese es otro tema.
Desde 2017 vengo compartiendo textos, prosa poética, pedazos de historias que servirán en el futuro como puntos de partida, esbozos que no llevarán a ningún sitio, reflexiones y vida. No vida privada, solo vida. En la era de la inmediatez, en el momento histórico en el que más conectados estamos pero más solos nos sentimos, es la palabra una vez más, lanzada al vacío de la red, lo que nos une de una manera que es difícil de explicar. Quizá pase lo mismo que con las canciones…, que a veces alguien escribe por nosotros lo que nos es complicado expresar.
A mí también me pasa. Sigo algunas cuentas en Instagram en las que encuentro respuestas para preguntas que aún no me he hecho. Y es en el alivio que siento al leer lo que otros comparten donde encuentro la pasión para seguir escribiendo. Lejos de lo dañino que, no seamos comeflores, existe también en estos lares.
Las palabras nos reconfortan. Las palabras nos unen. Las palabras son abrazos. Y aquí van los míos: un recopilatorio de lo sentido, imaginado, vivido y trabajado en los últimos años.
La posibilidad de que alguien sienta que tener este libro en la estantería es guardar muy cerca un punto de encuentro me ha animado a publicarlo. Pensar que todos estos textos puedan suponer un refugio donde buscar algo que reconforte también.
Esta idea me la distéis vosotras, como casi todo lo bueno que tengo, así que… aquí están, con humildad, con honestidad, con toda mi imaginación, con toda mi sinceridad, un buen puñado de abrazos, pero de los buenos.
Los abrazos lentos.
ELÍSABET BENAVENT