La carta olvidada

Lucinda Riley

Fragmento

Nota de la autora

Nota de la autora

Empecé a trabajar en La carta olvidada en 1998, hace exactamente veinte años. Después de publicar varias obras de éxito, había decidido que quería escribir una novela de misterio basada en una familia real británica ficticia. Por entonces, la popularidad de la monarquía inglesa estaba pasando por su peor momento después de la muerte de Diana, la princesa de Gales. Por otra parte, el año 2000 coincidía con el centenario de la Reina Madre, y las celebraciones oficiales a nivel nacional tendrían lugar justo después de la publicación del libro.

Mirando atrás, seguramente tendría que haber prestado más atención a una reseña sobre un avance que sugería que al palacio de Saint James no iba a gustarle el tema. Durante la fase previa a la publicación de la novela se cancelaron, de manera inexplicable, las campañas de promoción en las librerías, los pedidos y los eventos publicitarios, y, más tarde, Seeing Double —como se titulaba entonces el libro— apenas vio la luz.

A continuación, mi editor rescindió el contrato de mi siguiente obra y, pese a llamar a numerosas puertas en busca de otro, las encontré todas cerradas. Fue devastador ver cómo mi carrera se desvanecía como el humo de un día para otro. Por suerte, estaba recién casada y tenía hijos pequeños, de modo que me concentré en criarlos y escribí tres libros por mero placer.

Visto en retrospectiva, ese parón fue en el fondo una bendición, pero cuando el menor de mis hijos comenzó el colegio, supe que tenía que armarme de valor y enviar mi último manuscrito a un agente. Me cambié el apellido para no correr riesgos y, después de esos años baldíos, me sentí eufórica cuando una editorial lo compró.

Varias novelas más tarde, mi editor y yo decidimos que había llegado el momento de darle a Seeing Double una segunda oportunidad. No hay que olvidar que La carta olvidada es, hasta cierto punto, una novela ambientada en otra época. Si la situara en la actualidad, la trama resultaría del todo inverosímil debido a la aparición de las nuevas tecnologías, sobre todo por los aparatos tan avanzados que emplean ahora nuestros cuerpos de seguridad.

Por último, deseo reiterar que La carta olvidada es una obra de ficción que no guarda parecido alguno con nuestra amada reina y la vida de su familia. Espero que disfrutéis de la versión «alternativa», si esta vez consigue llegar a vuestras manos…

LUCINDA RILEY,

febrero de 2018

Gambito de rey

Gambito de rey

Jugada de apertura donde las blancas sacrifican un peón para desviar un peón negro

Prólogo

Prólogo

Londres, 20 de noviembre de 1995

—James, querido, ¿qué haces?

El anciano miró desorientado a su alrededor y se tambaleó hacia delante.

Ella lo agarró antes de que se cayera al suelo.

—Has vuelto a caminar sonámbulo, ¿verdad? Ven, te llevaré a la cama.

La voz dulce de su nieta le aseguró que seguía en este mundo. Sabía que estaba ahí por una razón, que tenía algo urgente que hacer, algo que había ido dejando para el último momento.

Pero se le había ido de la cabeza. Desolado, se dejó guiar hasta la cama, maldiciendo sus piernas frágiles y exangües, que le convertían en un ser tan inútil como un bebé, y su dispersa cabeza, que había vuelto a traicionarle.

—Ya está —susurró ella, acomodándolo en la cama—. ¿Qué tal el dolor? ¿Quieres un poco más de morfina?

—No, por favor…

Era la morfina la que le atontaba el cerebro. Mañana no la tomaría, y entonces recordaría qué era eso que tenía que hacer antes de morir.

—Está bien. Ahora tranquilízate y procura dormir —le ordenó su nieta mientras le acariciaba la frente—. El médico no tardará en llegar.

Sabía que no debía dormirse. Cerró los ojos, buscando desesperadamente, buscando… retazos de recuerdos, rostros…

Y entonces la vio, con la misma nitidez que el día que se conocieron. Tan bella, tan dulce…

«¿Te acuerdas de la carta, cariño?», le susurró ella. «Prometiste devolverla.»

«¡Claro!»

Abrió los ojos e intentó incorporarse. Vio el semblante preocupado de su nieta sobre él. A continuación, notó un fuerte pinchazo en la parte interna del codo.

—El médico te ha dado algo para calmarte, James —le explicó.

«¡No! ¡No!»

Las palabras se negaban a formarse en sus labios, y cuando la aguja se hundió en su brazo, supo que ya era demasiado tarde.

—Lo siento, lo siento mucho —susurró con la voz entrecortada.

Su nieta observó cómo se le cerraban los párpados y la tensión abandonaba su cuerpo. Apretó su suave mejilla contra la de su abuelo y la descubrió húmeda de lágrimas.

Besanzón, Francia, 24 de noviembre de 1995