Monstruos invisibles

Chuck Palahniuk

Fragmento

Índice

Índice

Cubierta

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Biografía

Notas

Créditos

Acerca de Random House Mondadori

Para Geoff, que decía: «Esto va de robar drogas».

Y para Ina, que decía: «Esto es perfilador de labios».

Y para Janet, que decía: «Esto es crep georgette».

Y para Patricia, mi editora, que seguía diciendo:

«Esto no tiene suficiente calidad».

Cap& #237; tulo 1

1

Se supone que estáis en una de esas magníficas bodas de West Hills, en una enorme mansión llena de flores y champiñones rellenos. Esto es lo que se llama la puesta en escena: dónde está todo el mundo, quién está vivo y quién está muerto. Es el momento de la gran recepción de Evie Cottrell, en el día de su boda. Evie está de pie en mitad de las imponentes escaleras del vestíbulo de la mansión, desnuda bajo lo poco que queda de su traje de novia, con la escopeta en la mano.

Yo estoy al pie de la escalera, pero solo físicamente. Mi cabeza está no sé dónde.

De momento nadie ha muerto del todo, pero digamos que el reloj marca los segundos.

No es que ninguno de los personajes de este extraordinario drama sea un ser vivo y real. Para saber qué aspecto tiene Evie Cottrell basta con mirar algún anuncio televisivo de champú orgánico, solo que en este momento el traje de novia de Evie está quemado justo hasta los aros de la falda que orbitan alrededor de sus caderas y hasta los pequeños esqueletos de alambre de las flores de seda que llevaba en el pelo. Y el pelo rubio de Evie, cardado bien alto y como un arco iris en todos los tonos de rubio, bien fijado con laca, pues bien, el pelo de Evie también está quemado.

El único personaje aparte de nosotras es Brandy Alexander, que está tendida al pie de la escalera tras recibir un disparo, desangrándose.

Me llama la atención que el líquido rojo que fluye a borbotones por el orificio de la bala parece no tanto sangre como una herramienta sociopolítica. Eso de estar clonado a partir de los anuncios de champú también vale para Brandy Alexander y para mí. Matar a alguien de un tiro en esta habitación podría ser el equivalente moral de matar un coche, o una aspiradora o una muñeca Barbie. De borrar un disco duro. De quemar un libro. Es probable que esto sea lo mismo que matar a cualquier persona. Todos somos productos semejantes.

A Brandy Alexander, la reina suprema de las chicas de fiesta de la alta sociedad, con su talle esbelto como el bambú, se le salen las tripas por un orificio de bala a través de su increíble traje de chaqueta. El traje es de Bob Mackie, blanco, y Brandy lo compró en Seattle, con una falda recta muy ajustada que le oprime el culo formando un corazón perfecto. No os podéis imaginar lo que cuesta el traje en cuestión. El margen de beneficios es del tropecientos por cien. La falda es muy corta; las solapas y las hombreras son muy grandes. El corte de la fila de botones es simétrico, a excepción del agujero por el que sale la sangre.

Evie empieza a sollozar, en mitad de la escalera. Evie, el virus mortal del momento. Esta es nuestra clave para descubrir a la pobre Evie, a la pobre y triste Evie, despeinada, vestida de cenizas y embutida en el miriñaque de su falda quemada. Poco después suelta la escopeta. Con la cara sucia hundida entre las manos sucias, Evie se sienta y empieza a gemir, como si el llanto lo solucionara todo. La escopeta, cargada, del calibre treinta y algo, cae rebotando escaleras abajo y se desliza hasta el centro del suelo del vestíbulo, girando, apuntándome a mí, apuntando a Brandy, apuntando a Evie, que llora.

No creáis que soy un producto de laboratorio condicionado para no responder a la violencia, pero mi primer impulso es frotar las manchas de sangre con sosa.

He pasado la mayor parte de mi vida adulta posando a cambio de un fajo de billetes por hora, luciendo ropa y zapatos, bien peinada delante de un fotógrafo de moda que me dice lo que debo sentir.

El fotógrafo grita: Dame placer, cariño.

Flash.

Dame maldad.

Flash.

Dame desapego y hastío existencial.

Flash.

Dame intelectualidad rampante, como mecanismo compensatorio.

Flash.

Puede que sea la impresión de ver que mi peor enemiga se carga de un tiro a mi segunda peor enemiga. Bum, y todo el mundo sale ganando. Eso y el hecho de que a fuerza de tratar con Brandy he desarrollado un increíble talento dramático.

Parece que estoy llorando cuando me pongo un pañuelo por debajo del velo para respirar a través de él. Para filtrar el aire porque apenas se puede respirar a causa del humo, porque la enorme mansión de Evie se está quemando.

Yo, arrodillada junto a Brandy, podría llevarme las manos a cualquier parte del vestido y encontrar Darvon y Dolantina y dextropropoxifeno. Esa es la clave para entenderme. Mi vestido es una imitación de saldo de la Sábana Santa de Turín, principalmente marrón y blanca, drapeado y cortado de manera que los brillantes botones rojos oculten los estigmas. Además, llevo metros y metros de velo de organdí blanco en la cabeza

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