Deseos peligrosos

Lisa Suñé

Fragmento

Feliz cumpleaños, perra

Feliz cumpleaños, perra

Me estaba quitando el pantalón blanco del uniforme cuando Tatiana entró en el vestuario como una estampida de bueyes.

—¡Felicidades, perra! ¡Ya eres de las mías! —gritó mientras me estrechaba entre sus brazos, con el pantalón todavía por las rodillas.

Su felicitación de cumpleaños les recordó a otras compañeras que había llegado mi día, con la consecuencia de que se desencadenaba una oleada de felicitaciones innecesaria e incómoda en el vestuario. Aunque aquel era distinto; dejaba atrás la veintena para formar parte del club de los treinta. Ni tan mal.

—Dime que Marc ha reservado en uno de los restaurantes más románticos de Barcelona para, después, echarte el polvo de tu vida —me susurró mi eufórica compañera mientras abría su taquilla, justo al lado de la mía.

—No... Al final sí que van a tocar esta noche en la Sala Bikini.

—¿Pero no estaban sin guitarrista?

—Y siguen estándolo; resulta que un conocido de Úrsula es un guitarrista muy bueno y lleva tiempo tocando con ellos.

—Lo siento, churri.

—Tranquila, llevamos una temporada que casi ni nos vemos. Él está sumergido de lleno en la banda y yo, pues... ya me ves, haciendo turnos de doce horas día sí y día también. Ahora solo pienso en llegar a casa y meterme en la cama, ha sido una noche muy larga. ¿Vendrás al concierto?

—Pues mira, visto que te entusiasma nada y menos el plan, iré. Además, la última vez que fui a ver a tu chico tocar había mucho macizo melenudo con tatuajes, así que no me lo voy a perder.

Determiné una hora con Tatiana mientras salíamos del hospital. Fui hasta el coche y recé por lo más sagrado para que no me dejara tirada de nuevo. Debía mirarme uno nuevo pronto, mi Clio del año de la castaña me pedía una jubilación inminente. Para mi suerte me dio una tregua, y pude restarle algunos minutos a mi encuentro con la cama y fantasear con un sueño reparador. Porque cuando estás hecho polvo y traspuesto es lo único en lo que puedes pensar.

Lo cumplí tal cual; fue justo lo que hice cuando llegué al piso, actuando como un autómata: me coloqué el pijama, me cepillé los dientes, puse el móvil en silencio y me metí en la cama. Marc estaba durmiendo como un tronco, ocupando gran parte de la cama, pero a base de empujar logré hacerme un hueco.

Me costaba cerrar los ojos, porque la esperanza de recibir algún tipo de estímulo por parte de Marc me impedía dormir.

Pasé gran parte de la guardia imaginando que habría organizado algún tipo de sorpresa: me habría preparado algo de comer, me cantaría el cumpleaños feliz y..., joder, que me echaría un polvo de esos que quitan el hipo.

Me equivoqué, pero tenía tanto sueño que este acabó venciendo a la esperanza.

El despertador de mesa —sí, estaba segura de que era de las pocas personas que no usaban el despertador del móvil— sonó a la una del mediodía. Estaba sola en la cama, con su parte del edredón abierta del todo. Ni siquiera se había preocupado de volver a ponerlo en su sitio para que yo estuviera más cómoda.

Aquello no hacía más que empeorar.

Puse los pies en el suelo y sentí el frescor del mes de marzo en el suelo de terrazo. Caminé descalza hasta el lavabo y me senté en la taza del váter, donde aproveché para mirar las felicitaciones que había recibido por WhatsApp y en las redes sociales. Gente a la que hacía años que no veía me felicitaba por aquella vía, y sentí que aquello era algo carente de sentido. Decidí quitar mi fecha de cumpleaños de todas las redes sociales.

Quien tuviera que felicitarme se acordaría.

Sumergí la cabeza bajo el chorro de la ducha, gracias a lo cual logré despertarme lo suficiente para arreglarme después. Lo que más me motivaba era que esa noche no trabajaba, y llevaba más de un mes sin tener un fin de semana libre. Debía admitir que me costó lo mío que la coordinadora me lo cambiara por un día entre semana, pero se apiadó de mí y me lo concedió. Para ser sincera, no tenía mucha queja de ella, si veía que trabajabas y cumplías, no solía negarte los permisos e incluso te hacía algún favor. Era una bendición tenerla, trabajé en otros hospitales donde imperaba una tiranía inquebrantable. Ni una pizca de humanidad. Así que estaba contenta con Puri, no nos podíamos quejar.

Salí disparada hacia casa de mis padres, adonde llegaba tarde como siempre. Menos mal que comprendían que mi horario era complicado. Mi padre me había sugerido más de una vez dar un cambio, intentar obtener plaza en otro sitio o conseguir un mejor horario, pero a mí me gustaba aquello: tenía días libres entre semana, podía hacer otras cosas y me pagaban muy bien. Sí, era cierto que el trabajo no era estable, cada mes tenían que hacerme un contrato nuevo, pero estaba cómoda.

En ese aspecto vivía bien, no podía quejarme.

Llegué veinte minutos tarde, y ya lo tenían todo dispuesto en la mesa: el guiso de albóndigas de papá, y el tiramisú de mamá en la nevera, sosteniendo las velas del tres y el cero, esperando a ser encendidas para que pidiera un deseo.

Miquel, mi hermano pequeño, aprovechó la ocasión para invitar a su novia: Clara. Llevaban saliendo casi un año y, la verdad, hacían muy buena pareja. Se conocieron en el ciclo formativo de laboratorio, y formaron un buen equipo, pero con el tiempo la amistad se transformó en algo más. Era bonito verlos juntos.

—Pensábamos que vendría Marc contigo —comentó mi madre.

—Para Mark con k, es más importante estar ensayando que celebrando el cumpleaños de su novia —soltó Miquel, entre enfadado e irónico.

—¡Miquel! No es asunto tuyo —respondió mi padre en su defensa, sin saber muy bien por qué seguía haciéndolo.

—Tranquilo, papá, Miquel tiene toda la razón. Últimamente el trabajo nos ha distanciado bastante. Entiendo que debe meterse de lleno en el grupo, ahora que están consiguiendo más actuaciones, pero a mí me ha apartado un poco. Supongo que será temporal, le estoy dando espacio, aunque no sé si aguantaré eternamente.

Y así me confesé; era sincera, no me andaba con tapujos y decía lo que pensaba en todo momento. No era la típica chica introvertida que se lo callaba todo y aparentaba una vida envidiable. Si me comportaba de aquella manera, a la única que estaría engañando sería a mí misma, aunque hay momentos en los que si estoy hecha un lío soy capaz de liarla parda. También tenía mis sombras, como todo el mundo...

Dejamos atrás aquel tema y comimos entre risas y conversaciones banales. Pero cuando llegó el momento de soplar las velas y pedir un deseo, me quedé en blanco.

Cerré los ojos y busqué entre mis objetivos algo que deseara con ansia. No tardé en encontrar la respuesta: «Que el amor me sacuda de nuevo».

Soplé muy fuerte, y fui inmortalizada por los móviles de mi hermano y mis padres. Despué

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