ÍNDICE
Portadilla
Dedicatoria
Índice
Citas
Nota del autor
Él nunca lo haría
La mirada de un perro
Sobre cachorros y niños
Un chucho mejicano
Cuento de Navidad
Dos profesionales
Verano de perros y abuelos
Sobre perros e hijos de perra
Los perros del Pepé
El asesino que salvó una vida
Sobre mendigos y perros
Un brindis por ellos dos
Los perros de la Brigada Ligera
La perra color canela
Bandoleros de cuatro patas
El perro de Rocroi
No compres ese perro
Colmillos en la memoria
En la orilla oscura
Era sólo una perra
Una superviviente
El chucho antisistema
Sobre el autor
Créditos
«Ha habido perros tan agradecidos que se han arrojado con los cuerpos difuntos de sus amos en la misma sepultura. Otros han estado sobre las sepulturas donde estaban enterrados sus señores, sin apartarse de ellas, sin comer, hasta que se les acababa la vida.»
MIGUEL DE CERVANTES, El coloquio de los perros
«Era leal y fiel, cualidades que nacen junto al fuego y bajo techo; pero conservaba también su inteligencia y su fiereza.»
JACK LONDON, La llamada de lo salvaje
Durante la mitad de mi vida conviví con perros, y de ellos he aprendido mucho de cuanto sé, o creo saber, sobre las palabras amor, desinterés y lealtad. Éstas no son frecuentes entre los humanos, al menos las dos últimas; y desde luego, tampoco la primera, amor, en el sentido en que podemos aplicarla a esos nobles animales. Podría resumirlo afirmando que nunca conocí entre los seres humanos, como en los cinco perros que hasta hoy pasaron por mi vida, un amor tan desinteresado y tan leal. Tan conmovedoramente fiel.
Este libro recoge, ordenados más o menos cronológicamente, algunos de los artículos que, según puedo recordar, escribí sobre perros entre 1993 y 2014. No son demasiados, aunque reflejan bien lo que significan para mí. Varios de los textos están dedicados a episodios perrunos concretos, donde ellos son protagonistas. En otros, orientados a diversos asuntos, figuran sólo como personajes secundarios. Sin embargo, todos estos artículos se encuentran unidos por un sólido vínculo común: la mirada que los perros que amo y amé dejaron en mí, referida a su mundo y el mío. Anécdotas de fidelidad, de coraje, de soledad, de tragedia, de alegría. Historias que quien conoce a los perros sabrá sin duda apreciar en lo que valen, y cuanto significan.
Agradezco a mi editora Pilar Reyes esta recopilación, y a mi amigo el pintor de batallas Augusto Ferrer-Dalmau, siempre entusiasta y generoso, las magníficas ilustraciones que acompañan el texto y el retrato del teckel Sherlock que figura en la portada.
A. P.-R.
ÉL NUNCA LO HARÍA
Un perro ovejero pequeño, feo y valiente, nos tuvo detenidos una vez a varios automóviles durante un rato, porque una oveja de su rebaño estaba rezagada, mordisqueando hierba en la cuneta. Y el chucho seguía quieto en medio de la carretera como un impasible don Tancredo, con un ojo en los automóviles y otro en la mala pécora, sin moverse hasta que la tipa cruzó por fin. Entonces le tiró una rutinaria dentellada a los cuartos traseros y se fue detrás, con un trotecillo chulito y la satisfacción del deber cumplido. Fueron dos o tres minutos en que no se oyó ni un solo bocinazo. Impresionados a pesar nuestro, arrancados por un momento a la prisa y la impaciencia, ninguno de los diez o doce conductores detenidos pudo evitar rendir ese pequeño homenaje al valor concienzudo del animal. Aquel chucho era un profesional.
Hay muchas historias propias y ajenas con perros como protagonistas. En un hospital de Lugo, por ejemplo, uno cuyo dueño murió hace siete meses sigue viviendo en la puerta, después de recorrer varios kilómetros persiguiendo la ambulancia en la que su amo agonizaba. Llegó exhausto, con las patas heridas por la carrera, y allí continúa, esperando verlo salir. Las enfermeras y los vigilantes del hospital, que ahora le dan comida y lo cuidan, ignoran su nombre y lo llaman Calcetines. Ésa es una historia con final feliz, o casi, pero otras no lo son tanto. En Borovo Naselje, en la antigua Yugoslavia, una mujer que fue violada por los serbios ante la pasividad de sus vecinos me contaba que el único defensor que tuvo al escuchar sus gritos fue su perro, un pastor alemán que estuvo peleando en la puerta de su casa y en el vestíbulo y en la escalera hasta que los agresores lo mataron de un tiro.
El mío es un labrador negro, macho, y se llama Sombra. Durante mucho tiempo, cuando el arriba firmante volvía de noche más flaco y sin afeitar, con una mochila al hombro, de uno de esos territorios comanches donde se ganaba el pan, Sombra salía al jardín enloquecido de entusiasmo, moviendo el rabo y gimiendo complacido, a frotarse contra mis piernas y a tumbarse en el suelo, patas arriba, para que lo acariciase. Nunca tuvo un ladrido a destiempo, un gruñido ni un mal gesto. Y ahí sigue. Se queda quieto y silencioso, mirándome con sus ojos oscuros y fieles, pendiente de una voz o una caricia. Incluso cuando alguna perra en celo o su instinto de libertad lo llaman lejos y se escapa, y vuelve al cabo de varias horas sucio, sediento y fatigado, con el rabo entre las piernas porque sabe que le espera una buena bronca o una zurra por golfo y por putero, lo hace humildemente, dispuesto a llevarse lo suyo, mirándome con esos ojos leales que te desarman. Ya es viejo —tiene doce años— y morirá pronto, supongo. Es un buen perro y lo echaré de menos. Y estoy seguro de que a mí, que no tengo precisamente una lágrima fácil, ese chucho puñetero me hará llorar.
En fin. Humedades sensibles aparte, todo esto viene a cuento porque hoy es el primer domingo de las primeras vacaciones de cualquier verano. Y porque a estas horas, estoy seguro, por las carreteras de este país vagan cientos de perros desconcertados, exhaustos, siguiendo la línea de asfalto por la que se fueron los dueños que los abandonaron. Pues el perro supone un incordio para las vacaciones. Una cosa es el cachorro gracioso para los niños, que se mete en cualquier parte, y otra el grandullón al que hay que vacunar, alimentar, albergar, y que te fast