El río del olvido

Julio Llamazares

Fragmento

Prologo Dedicatoria

Este libro está dedicado a Mariano Rubio,

Ángel «Modoso» Segura y Juan Ramón Alonso,

que hicieron con el viajero todo o parte del camino.

Y a Bruna, que nació en el Curueño.

Paisaje_y_memoria

Paisaje y memoria

El paisaje es memoria. Más allá de sus límites, el paisaje sostiene las huellas del pasado, reconstruye recuerdos, proyecta en la mirada las sombras de otro tiempo que sólo existe ya como reflejo de sí mismo en la memoria del viajero o del que, simplemente, sigue fiel a ese paisaje.

Para el hombre romántico, el paisaje es, además, la fuente principal de la melancolía. Símbolo de la muerte, de la fugacidad brutal del tiempo y de la vida —el paisaje es eterno y sobrevive casi siempre al que lo mira—, representa también ese escenario último en el que la desposesión y el vértigo destruyen poco a poco la memoria del viajero —el hombre, en suma—, que sabe desde siempre que el camino que recorre no lleva a ningún sitio. Para el hombre romántico no es la mirada la que enferma ante el paisaje; es el paisaje el que termina convirtiéndose en una enfermedad del corazón y del espíritu.

En esa convicción —y en la intuición lejana de que el paisaje y la memoria, en ocasiones, son lo mismo—, me eché un día al camino, en el verano de 1981, a recorrer a pie, desde su muerte hasta su nacimiento, el río en torno al cual pasé todos los veranos de mi infancia y en cuyas aguas vi por vez primera reflejadas las sombras de los nogales y del olvido. Después de muchos años sin apenas regresar junto a su orilla y de recordarlo sólo por las fotografías, el Curueño, el legendario río de mi infancia, el solitario y verde río que atraviesa en vertical el corazón de la montaña leonesa enhebrando en torno a él, en sus apenas cuarenta kilómetros de vida, otras tantas aldeas y posadas y toda una cultura, seguía atravesando los mismos escenarios y paisajes de mi infancia, pero yo ya no era el mismo. La memoria y el tiempo, mientras yo recordaba, se habían destruido mutuamente —como cuando dos ríos se unen—, convirtiendo mis recuerdos en fantasmas y confirmando una vez más aquella vieja queja del viajero de que de nada sirve regresar a los orígenes porque, aunque los paisajes permanezcan inmutables, una mirada jamás se repite.

Durante algunos años, el cuaderno de aquel viaje permaneció guardado hasta que, un día, pasados algunos años, decidí retomarlo para convertirlo en libro. La versión que de aquel viaje se ofrece pues en él no es sólo la memoria del paisaje —los paisajes— del Curueño, sino también la memoria del camino. Memoria de un paisaje que un día volví a ver con la sospecha de haber regresado a un río y a un mundo desconocidos y memoria de un camino que recorrí con la convicción creciente de que los caminos más desconocidos son los que más cerca tenemos del corazón.

EL VIAJERO

La Mata de la Bérbula, verano de 1989

Primera_jornada

Primera jornada

POR LA RIBERA, A CONTRACORRIENTE

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