Taurus. Salvar la Tierra (Premio Jaén de Narrativa Juvenil 2021)

Santiago Díaz

Fragmento

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Todo lo que sucede en el universo tiene consecuencias.

La repentina explosión del lejano asteroide 1974PM47 por el excesivo calentamiento de su núcleo provocó que enormes fragmentos de roca y de hierro fundido se desperdigaran por el espacio a miles de kilómetros por hora. El más grande de todos ellos, con una superficie similar a Australia, se dirigió directamente hacia la Tierra destrozando todo cuanto encontró a su paso.

El impacto fue tan grande que partió el planeta por la mitad, sembrando de escombros todo a su alrededor. Monumentos como la Torre Eiffel, la Estatua de la Libertad, la Gran Pirámide de Keops, el Taj Mahal, el Coliseo romano o la fuente de La Cibeles flotaban —junto a automóviles, vagones de tren, trozos de aviones, árboles enteros y fachadas de edificios— alrededor de los dos grandes fragmentos de lo que en su día fue el hogar de los humanos, convirtiendo el lugar en un macabro museo de los horrores, en una muestra de la civilización que antes habitaba el conocido como planeta azul. Pero lo que no había era rastro alguno de personas; una semana antes del impacto habían empezado a desalojar el planeta y, tan solo unas horas antes de la destrucción, la última de ellas había abandonado su casa.

Pero ¿adónde habían ido?

Los pobladores de la Tierra, supervivientes por naturaleza, habían encontrado otro planeta al que mudarse, situado a cientos de años luz de distancia. Una vez solucionado el problema del transporte, se encontraron con otro aún más grande: TAURUS ya tenía sus propios habitantes y no les hizo ninguna gracia la llegada de los humanos...

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TAURUS.

Año 99 de la nueva era (Año terrícola 2122)

El planeta Taurus, con unas dimensiones parecidas a las de la Tierra, está situado en el otro extremo de la Vía Láctea, por lo que solo fue posible llegar a él a través de un agujero de gusano descubierto por una joven astrónoma francesa en el año terrícola 2022. Dos soles mantienen una constante y agradable temperatura, haciendo que los días duren veintidós horas y catorce minutos, tan parecidos a los de la Tierra que los humanos tardaron muy poco tiempo en acostumbrarse a ellos.

Los frondosos bosques de Taurus también recuerdan a los que había en la Tierra, con ríos, enormes montañas de cumbres nevadas y todo tipo de vegetación. Pero cuando uno se acerca, descubre que muchos de aquellos imponentes árboles no se limitan a dar frutas y sombra; en cuanto un despistado animal pasa por su lado, de su tronco salen unas fauces que lo devoran en un abrir y cerrar de ojos. Los únicos que logran acercarse a ellos y vivir en sus ramas son los simios camaleón, una evolucionada especie de primates similares a los gorilas terrícolas que logran mimetizarse con el ambiente hasta hacerse completamente invisibles para así poder atacar, como si fueran fantasmas, a las incautas presas que se acercan a ellos.

El resto de la fauna que uno se puede encontrar por los alrededores tampoco tranquiliza demasiado; feroces lobos planeadores, descomunales mastodontes martillo, veloces unicornios de Taurus, peligrosas águilas de garras de sable, mortíferas serpientes peregrino, agresivas hormigas jabalina o hambrientos chacales escarlata campan a sus anchas por el bosque. Las montañas son el territorio gobernado por los temibles osos dragón, en los cuatro grandes mares mandan los sanguinarios tiburones dentados y, en los desiertos, los incansables camellos tigre...

Pero los verdaderos amos de Taurus son los leones de fuego, y en especial el rey de todos ellos: Akar.

Con una longitud de cinco metros —sin contar la cola— y una altura hasta la cruz de tres, Akar es una bestia temida y respetada por todos los seres vivos. Su musculoso cuerpo está cubierto por una piel dura y escamosa, parecida a la de los cocodrilos, que le aísla del frío y le permite protegerse de las heridas producidas en las continuas luchas por el poder que surgen en la manada. Su frondosa melena da paso a una robusta cabeza, que por su forma recuerda a la de un león terrícola. Aunque sus garras afiladas y su poderosa mandíbula ponen los pelos de punta, no son nada comparadas con su verdadera arma: los leones de fuego son capaces de escupir una llamarada que puede derretir como si fuera mantequilla cualquier cosa, incluidas las rocas de Taurus. Akar es un rey duro, aunque justo, que odia a los invasores llegados desde el espacio por lo que llevan años haciéndole a su querido planeta.

Pero, aunque parezca mentira, no son los animales lo más peligroso para los humanos que llegaron a Taurus hace ahora casi un siglo, sino el aire: es tan tóxico que una sola bocanada bastaría para petrificarlos durante toda la eternidad. Por eso, lo primero que tuvieron que hacer al poner un pie allí fue construir las más de doscientas cincuenta cúpulas de oxígeno que están diseminadas por todo el planeta. Cada una de ellas alberga en su interior enormes ciudades con parques, edificios y calles por las que circulan todo tipo de medios de transporte.

Los habitantes de esas ciudades —que en el interior de las cúpulas no necesitan utilizar las máscaras de oxígeno que evitan que se petrifiquen— pasean a sus mascotas robotizadas y caminan junto a robots que les sirven de asistentes. Son ciudades normales, como las que había en la Tierra, pero muy modernas y aisladas del exterior por un grueso cristal que, aparte de protegerles del aire contaminado, también lo hace de la fauna local, que sigue furiosa por tener que convivir con esa especie invasora.

Para trasladarse de una cúpula a otra, los humanos utilizan grandes transbordadores que salen al exterior por túneles de vacío, también necesarios para ir a uno de los lugares más importantes de Taurus, el lugar donde logran el oxígeno que les permite vivir allí: las Minas de la Muerte.

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Las Minas de la Muerte son la zona más protegida de todo Taurus. Un altísimo muro plagado de carteles prohibiendo el paso rodea el lugar, y sobre él patrullan robots policía y naves de reconocimiento dispuestos a acabar con los intrusos. En la puerta de acceso hay una docena de militares humanos fuertemente armados, vestidos con avanzados trajes espaciales y una máscara de oxígeno transparente que les cubre por completo la cabeza. Varias estatuas diseminadas por el lugar con la máscara rota muestran lo que ocurriría si alguien respirase el aire directamente.

Las galerías serpenteantes excavadas en la roca van a parar a un pozo en el que hay un líquido azul muy brillante: la taurisina, que alimenta las pilas que proveen de oxígeno las cúpulas d

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