Nos crecen los enanos

César Pérez Gellida

Fragmento

Carpa

CARPA:
ESTRUCTURA NARRATIVA QUE COBIJA UN ESPECTÁCULO CIRCENSE DE PALABRAS

Consulta de la doctora Velasco (Madrid)

Dentro de veinticuatro días

Fruncirá el ceño. Lo hará de forma fugaz, en un movimiento casi imperceptible, sí, pero lo hará, y esos cuarenta y tres músculos faciales implicados en el proceso determinarán su suerte.

Su muerte, casi con toda probabilidad.

En realidad, su problema —y no es uno menor— tendrá más que ver con el instante preciso en el que el músculo prócer tirará de la piel hacia abajo arrastrando consigo las cejas y haciendo que se junten entre sí, pero mucho más relevante aún será delante de quién lo hará: la persona más buscada del momento tanto por la policía como por la Guardia Civil.

A favor de la doctora Velasco habría que aclarar que ese 13 de abril de 2022 no conoce tal pormenor.

El caso es, por ir al meollo de la cuestión, que al hombre que acudirá esa tarde a su consulta le llamará la atención el gesto de la doctora, visaje con el que se suele transmitir desagrado, reprobación o extrañeza. Le chocará porque no es una mueca habitual en su terapeuta, pero principalmente porque él no dirá o hará nada que pueda provocar las dos primeras reacciones. El descarte le llevará por tanto a deducir que a la doctora Velasco no le ha encajado algo de lo que ha dicho. De hecho, mientras estén intercambiando las habituales frases vacías de contenido previas a comenzar la sesión, él estará reproduciendo en su cabeza la conversación para averiguar qué ha provocado esa respuesta facial en la doctora Velasco.

—Que no le siente mal, pero se le nota agotado —comentará ella.

—La maldita gira de promoción no ha hecho más que empezar y ya se me ha atragantado. Cada vez me cuesta más acudir a los medios y, sobre todo, exponerme en los actos públicos —justificará él.

—¿Y por dónde ha andado estos días?

Él tardará en contestar.

—Valencia y Murcia. Me tocaba seguir la ruta por Andalucía, pero al final lo he mandado todo y a todos a la mierda. De momento.

Y ahí, precisamente ahí, será cuando la doctora Velasco fruncirá el ceño. Segundos después, ella le invitará a tumbarse en el diván y mantendrán una sesión distinta —por distante— a todas las anteriores.

Una última sesión.

Cuando su paciente por fin se haya marchado, Paz Velasco notará la espalda agarrotada por la tensión, y lo primero que hará será ir al aseo a mojarse la cara. Al principio se negará a dar crédito a sus sospechas, pero ella, que es especialista en tratar trastornos de la personalidad y lleva atendiendo más de cuatro años a ese paciente, se sentirá en la obligación de comprobarlo. Además, como la mayoría de los españoles, sigue muy de cerca la investigación del asesino en serie itinerante que los medios han bautizado —de un modo poco afortunado— como el «Torturador Risueño», porque su firma consiste en practicar dos cortes a la víctima desde la comisura de los labios hasta las orejas. Según ha leído en los periódicos, la denominan «sonrisa de Glasgow» y se debió de poner de moda entre las bandas de delincuentes de principios de siglo XX en el Reino Unido. Su modus operandi se ajusta como un guante al modelo de erotofonofilia: una derivación de parafilia extrema que consiste en buscar la gratificación sexual mediante la muerte de otra persona. Casualmente la misma que «padece» Suso, el personaje principal de las novelas que él escribe y que ella tanto le ha ayudado a construir desde el punto de vista psicológico. Pero resulta que además la psicóloga y criminalista es conocedora de un hecho relevante: las últimas víctimas del Torturador Risueño han sido encontradas en Valencia y Cartagena, lugares por los que acaba de pasar la gira de promoción de su paciente.

La extraña coincidencia será la razón que la hará fruncir el ceño.

Al salir del baño, Paz Velasco pensará que toda esa paranoia podría no ser más que una suma de cábalas suyas sin fundamento, pero a la postre se dejará guiar por su estómago y llamará a Carlos, su marido, para decirle que esa noche no la espere despierto. Porque necesitará tiempo para revisar sus notas y escuchar las grabaciones de las sesiones mantenidas con Álvaro Rodríguez López.

Y Carlos, como ella espera, no le pondrá ni un pero.

Pero nada de eso importa hoy.

Lo que de verdad tiene relevancia este día 20 del mes de marzo del año 2022, es que, en algún lugar de la provincia de Valladolid, una perra que responde —a veces— al nombre de Roma está empeñada en rastrear a fondo el pinar donde la han soltado.

A Roma tampoco le importa una mierda humana que en un estudio reciente firmado por expertos en el campo de la neurociencia y la psicología comparativa se asegure que los miembros de su especie tienen ciertas habilidades cognitivas. En otros ladridos: que le suda la trufa que los perros sean o no capaces de desarrollar determinadas estrategias que requieren el uso de una conciencia individual.

Roma es más de dejarse llevar por su instinto.

Y en esa mañana de domingo este la empuja a averiguar qué es eso que ha percibido a través de su órgano vomeronasal y que tanto ha excitado el lóbulo olfativo de su cerebro. Y en esa materia —herencia genética de la parte que tiene de braco—, Roma es del todo infalible. Su olfato es su superpoder, y tan pronto como ha detectado esas partículas, su cerebro ha enviado una orden directa al córtex motriz que no ha podido incumplir: escarba. Y en ese otro tema, Roma no es del todo infalible, pero sí muy perseverante —herencia genética de la parte que tiene de dálmata—.

Escarba.

Escarba.

Escarba.

Hay que tener en cuenta, además, que al ser una perra de asfalto, a Roma no se le suelen presentar tantas oportunidades de interactuar con la madre tierra como le gustaría. Por ello y porque su naturaleza perruna manda, Roma no está dispuesta a perder la ocasión de descubrir qué hay bajo esa capa de pinaza. Así, en cuanto el humano gigante de ladrido feroz la ha dejado salir de la jaula metálica qué se movía muy rápido, ella se ha lanzado a la carrera con el fin de recorrer ese nuevo espacio plagado de árboles al que la han llevado. Tras unos primeros minutos de exploración, a Roma le ha dado la sensación de que a su amo —un humano sin pelo con el que comparte guarida junto con otra humana de pelaje color fuego— no le importaba demasiado que se alejara, por lo cual se ha animado a ampliar su rango de búsqueda de pequeños animales a los que perseguir. Ha corrido de un lado a otro, olisqueando aquí y allá, olfateando el aire y la tierra, e incluso se ha atrevido a descargar su intestino con total libertad. Ha sido cuando estaba terminando de vaciarlo que ha percibido un olor muy particular. Un olor distinto a cualquiera con el que su afilado hocico se haya topado antes. Un olor muy intenso que enseguida ha identificado como algo orgánico, ergo comestible.

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