Dragones de papel

Rafa Melero Rojo

Fragmento

g-1

Prólogo

En la oscuridad, solo rota por la luz que emitía una pantalla de ordenador, un hombre acariciaba la hoja del cuchillo de cocina que sostenía en la mano. Un hombre que comprendía quién era y que por fin sabía qué tenía que hacer.

La imagen que ofrecía la pantalla era la de una mujer masturbándose. Movía los dedos con suavidad en una especie de danza hasta llegar al orgasmo. Tras alcanzarlo, se despidió de sus seguidores con una amplia sonrisa y apagó la cámara conectada al portátil. De inmediato, su semblante se transformó. La mujer se sumió en la más profunda tristeza, esa que te invade cuando ya no buscas salida. Encendió un cigarro aún desnuda y aspiró el humo amargo hasta que le llenó por completo los pulmones. Se puso unas bragas y un sostén y se sentó en la cama. Miró la cámara y se aseguró de que la conexión hubiera finalizado. Luz roja. Eso, en aquel mundo, representaba la intimidad. Permaneció en la cama, sintiéndose libre de los miles de ojos que ya no podían observarla. Pero se equivocaba. De nuevo, sin ella darse cuenta, la lucecita del ordenador se puso verde.

Un hombre acababa de hackear la conexión y se quedó contemplando la pantalla del ordenador. Ella seguía medio desnuda y fumaba en la cama. Él no perdía detalle.

Cada mueca.

Cada gesto.

Cada dato lo almacenaba en su mente.

Hizo zoom y extendió la mano hasta simular tocar la cara de la joven. Era toda suya. Su mente le transportó a aquella habitación, donde la vio tendida en la cama y preparada para él. Reparó en sus ojos mirándolo fijamente, inundados de pánico. Se tocó la entrepierna, tenía una erección. Se desabrochó la bragueta y empezó a masturbarse. La imaginó moviéndose de manera rítmica mientras la penetraba, pero no era suficiente. No le bastaba. Entonces le vino la imagen de la sangre. En el costado, en los pechos, en su cara inmaculada. Sangre salpicando las paredes desde los cortes que él mismo le estaba asestando. Y llegaron los gritos, desesperados, demandando un auxilio que jamás tendría. Y siguió imaginándolo hasta que por fin logró eyacular. Fue el orgasmo más intenso que había experimentado nunca.

Sin embargo, algo le llamó la atención a la mujer. En lo alto del aparato, justo al lado de la cámara, había regresado la tenue lucecita verde. La cámara estaba conectada. Se acercó al portátil y cerró de un manotazo la pantalla.

Mientras, en la oscuridad, el hombre se limitó a sonreír.

Era suya.

g-2

1

 

Hace seis meses

El sonido del neumático sobre el asfalto resultaba casi hipnótico. Y más teniendo en cuenta que la radio no sería capaz de sintonizar emisoras hasta llegar a la gran urbe. De hecho, era lo único que conseguía romper el silencio entre los dos hombres que viajaban en aquel vehículo.

Quizá por ese motivo, la vuelta de la jornada de formación estaba siendo tan pesada. Esta había tenido lugar en el Complejo Central Egara, la sede central de los Mossos d’Es­quadra en Sabadell, y se había dirigido a los mandos intermedios, es decir, sargentos y subinspectores del cuerpo. O, dicho de otra manera, a aquellos que se encargan de ejecutar las órdenes de quienes ya no pisan tanto la calle. En eso, todos los cuerpos policiales son calcados.

No obstante, y pese a que las ponencias sobre redes criminales internacionales habían resultado interesantes para ambos, Sergio Brou y Xavier Masip, sargentos del grupo de homicidios, llevaban todo el trayecto de regreso a su unidad en completo silencio. El que siempre los acompañaba cuando se veían obligados a pasar un rato juntos. Por suerte para ambos, eso no ocurría a menudo. No se soportaban.

Al acercarse a Barcelona por la C-58, Masip encendió la radio y comenzaron a escuchar las notas musicales de una emisora de éxitos de los ochenta. Al principio con alguna interferencia, y después, tras un par de kilómetros, con mayor nitidez. El sargento Brou, que conducía el coche, se puso a dar golpecitos en el volante con los dedos, pero aquel tintineo no seguía el ritmo de la música, lo cual irritaba aún más a Masip. Ni en eso eran capaces de ponerse de acuerdo.

—Mira que hacernos ir a esa mierda de conferencia —acabó soltando Brou.

Xavi lo miró un instante, sin embargo, como no estaba seguro de si Brou había hablado para sí mismo, volvió a observar a través de la ventana el paisaje medio urbano en el que asomaban ya los primeros edificios.

—Que pérdida de tiempo —insistió Brou.

—Supongo que te refieres a que nos hayan obligado a ir juntos, pero hasta nosotros deberíamos comprender que es bastante idiota ir en dos coches al mismo lugar partiendo del mismo edificio, ¿no crees?

—Es culpa del Chincheta. ¿Qué pretende? ¿Que nos hagamos amigos?

—Eso no va a pasar, Sergio, pero le entiendo. El inspector debe procurar que haya buen rollo en su área. Es inútil, claro, pero al menos lo intenta.

—Sería mejor que se centrara en el grupo de atracos. Ese lío que llevan Chus y Sisco le va a explotar en la cara cuando se entere el intendente.

Xavi, que estaba acostumbrado a mantenerse al margen de los cotilleos dentro del cuerpo, no entendió la referencia.

—El intendente Amalio. El marido de Chus, joder. Dicen que es de los vengativos. Sisco acabará destinado en Amposta por no saber tener la polla dentro de la bragueta, ya lo verás.

—Me da igual, Sergio.

—Claro, a ti todo te da igual.

El sargento Masip suspiró por no decirle algo que encendiera aún más la conversación. Conversación que para ambos ya era demasiado tensa.

Cuando estaban cerca de entrar en la ciudad Brou abrió la guantera y encendió la emisora de la radio policial, que al momento empezó a emitir comunicados del operador de la sala de mando con las patrullas de Barcelona. Dejaron de hablar y volvió el silencio incómodo. Entraban por la Ronda de Dalt y no les quedaba demasiado trayecto, así que los dos se resignaron. Sin embargo, el mutismo se vio interrumpido cuando escucharon al operador decir:

«Algún indicativo en siete, cuatro, para un requerimiento en la calle Ganduxer».

Nadie contestó al mosso. Brou alargó el brazo hasta el mando, tiró de él hasta tenerlo cerca de la boca y apretó el botón para hablar.

—Indicativo Fóram a cinco minutos del lugar —respondió tomando la salida siete en dirección a esa calle.

—¿Qué haces, Sergio?

—Qué, ¿se te ha olvidado lo que es la calle? Respondo a un aviso de la sala.

—No es nuestro trabajo, Brou, ya enviarán a una patrulla de la zona.

—¿Masip rehusando un servicio? Eso es nuevo. Vamos, hombre, ¿no lo echas en falta?

—Está bien, vamos.

«Indicativo Fóram —les dijo el operador de la sala—, el requirente es un vecino que ha escuchado gritos en un piso. Dice que no es la primera vez».

Xav

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