La nueva profesora (Aula de pasiones 1)

Winter Cherry

Fragmento

la_nueva_profesora-1

Prólogo

Hace diez años...

—Ya iba siendo hora de que aparecieras. Siempre llegas tardes.

—No es tan sencillo arreglarse para un evento como este.

Amanda le dio dos besos rápidos al joven que la estaba esperando y entró en el hotel a toda velocidad. Se había puesto un vestido entallado y le costaba seguirle el ritmo a su compañero de clase. Rafa se dio la vuelta junto al ascensor y la miró con cara de pocos amigos. Apretó el botón y esperó a que las puertas se abrieran. Una vez dentro, contempló el reloj de pulsera y resopló.

—Creo que ya han empezado. Por cierto, ¿y tu novio?

—Me ha dicho que llegaría a tiempo. Aunque, no sé... El puente aéreo no es como el AVE.

Rafael bajó la cabeza y la fue subiendo poco a poco, mientras con sus ojos recorría la espléndida anatomía de Amanda. Se detuvo al llegar a su escote.

—Pues si él te falla, me quedo yo con el premio gordo. ¿Te he dicho alguna vez que estás muy buena?

—Unas cuantas, pero ninguna con esta cara de salido.

Amanda era rubia, no muy alta, de ojos azules y pecho pequeño, que sabía vestir con la sencillez de quien se sabe admirada por el sexo opuesto, aunque no quiere crear falsas expectativas. Se miró en el espejo del ascensor y confirmó la peor de sus sospechas. Con la carrera, su vestido se había movido unos centímetros y había permitido que se viera más de lo que a ella le hubiera gustado. Tiró con fuerza de la tela hacia arriba y Rafael protestó al ver su gesto.

—Si te quieres recrear la vista, échate novia.

—Yo estoy dispuesto, pero ninguna mujer quiere disfrutar de este cuerpo serrano. ¿Ya le has hablado a Rebeca de mí?

Amanda pensó en su mejor amiga y, al ver el aspecto de Rafa, se reafirmó en sus pensamientos. Eran tan distintos que no podía imaginarlos juntos. Mientras Rebeca era la mujer soñada para muchos, deportista y fibrosa, pero con sus buenas curvas, él no era más que un chico que intentaba ir a la moda imitando a sus cantantes favoritos. No dejaba de ser un Alejandro Sanz de pacotilla, mezclado con el guaperas de turno y con el daltonismo típico de quien no sabía mezclar colores.

—Ya hemos llegado.

Los chicos salieron del ascensor, atravesaron un vestíbulo vacío y entraron en una de las salas de conferencias del hotel donde se estaban entregando los títulos de la última promoción de una de las mejores escuelas privadas de Arquitectura del país. Se sentaron en dos asientos libres de la última fila y Amanda pasó buena parte del tiempo que tardaron en llamarla buscando a su novio y contemplando el móvil, pero no había ni rastro de Carlos.

—¿Estás bien? —preguntó Rafa al ver que ella no dejaba de mirar hacia la puerta en lugar de centrarse en lo que estaba ocurriendo sobre el estrado.

—Me dijo que le daba tiempo de sobra, pero tiene el teléfono apagado.

—Seguro que aparece.

Cuando, media hora después, salió del hotel con su título debajo del brazo y la única compañía de Rafael, no logró que el fin de aquella velada eclipsara al hecho de que su novio le había dado plantón. Se había sentido sola y abandonada. Su madre no había podido acompañarla, ya que cuidaba del padre de Amanda, enfermo desde hacía varios meses, y, por si ello fuera poco, su novio ni tan siquiera se había dignado a aparecer. Detuvo el primer taxi que vio aproximarse con la luz verde en el techo.

—¿A dónde vas? No podemos perdernos la fiesta de graduación.

—No estoy para fiestas. Me voy a casa.

Rafa vio la preocupación reflejada en el rostro de Amanda y no dudó en subirse al taxi para acompañarla allá donde fuera.

—No creo que en casa estés mejor —comentó en cuanto el vehículo hubo arrancado.

—Estoy preocupada. El teléfono de Carlos sigue apagado. A lo mejor ha llamado a casa y ha dejado un mensaje en el contestador.

—Puede ser.

Amanda se volvió hacia Rafa y lo miró con cara de preocupación.

—Tengo una sensación rara en el estómago —explicó ya sentada en el interior del vehículo—. ¿Tú no crees en las sensaciones?

—¿Como cuando te veo con este vestido y media teta fuera?

Intentó darle un codazo, pero estaba demasiado lejos para lograrlo.

—No sea tonto. Ahora no estoy para bromas. Me refiero a malas vibraciones.

—Supongo que sí. Hay gente que habla del intercambio de energía y de lo de la mierda esa de la empatía, que no me queda muy claro lo que es, porque yo le caigo mal a todo el mundo en cuanto me ven. No sé. ¿Van por ahí los tiros?

Bufó al escuchar el razonamiento de Rafa y decidió guardar silencio. Tardaron poco más de diez minutos en llegar al barrio donde vivía la recién licenciada y, una vez allí, Amanda se despidió de Rafael con un beso en la mejilla, que él agradeció con una sonrisa.

—¿Quieres que me quede por aquí un rato?

—No hace falta. Gracias por acompañarme.

—Gracias a ti, aunque me hayas dejado sin fiesta.

Amanda sonrió al escucharlo y le dio una palmada en el hombro.

—¿Y por qué no vas tú solo? Tienes el desparpajo suficiente como para convertirte en el alma de la fiesta.

Rafael meditó un instante y asintió.

—Puede ser que vaya. Ya te contaré.

—Pásalo bien por ti y por mí.

—¿Seguro que no quieres venir? —insistió Rafael a punto de subirse de nuevo en el taxi.

Amanda negó con la cabeza, se despidió lanzándole un beso y entró en el portal con la preocupación de quien presiente que algo malo ha ocurrido, aunque esa sensación había dejado paso a un ligero enfado que se había ido acentuando tal y como pasaba el tiempo y no recibía noticias de Carlos. Ella le había llamado varias veces desde el taxi, pero el teléfono de su novio estaba apagado.

Le dolían una barbaridad los pies, por lo que se quitó los zapatos de tacón y subió los dos tramos de escalera que la separaban de la casa que había empezado a compartir con él unos pocos meses antes. Una vez en el primer piso, sacó las llaves del bolso, abrió la puerta y entró con el corazón latiendo a mil por hora. Había dejado atrás la preocupación inicial y se sentía enojada con su novio porque tenía claro que la había ignorado en una ocasión como aquella. Había conocido a Carlos en el primer año en la universidad y habían compartido campus. Mientras ella aprendía a dibujar, a calcular estructuras y a decorar, él se licenciaba en Física con todos los honores y comenzaba a trabajar en una empresa que fabricaba y exportaba botellas de oxígeno, con un buen sueldo que le había permitido emanciparse nada más terminar la carrera.

En el vestíbulo, dejó las llaves encima del aparador y caminó hacia el salón, donde se quedó mirando al contestador con la esperanza de ver una luz roja parpadeante, pero no fue así. No había mensajes de Carlos. Fue en ese preciso instante cuando escuchó los gemidos que provenían del dormitorio. Atravesó la estancia, recorrió el pasillo hasta el final y miró por la rendija de la puerta entreabierta del dormitorio. Se le paró el corazón. Su novio estaba tumbado en su cama y una chica de pelo negro cabalgaba sobre él como si le fuera la vida en ello. Las manos de Carlos no se separaban de los glúteos de ella mientras los pechos subía

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos