Una última madrugada (Una última noche en Almack's 3)

Ruth M. Lerga

Fragmento

una_ultima_madrugada-2

Prólogo

Queridísima Edith:

Valiente escritora soy que, después de empezar hasta cuatro veces esta carta, soy incapaz de encontrar las palabras para expresarte lo orgullosa que estoy de ti. No es que me alegre que hayas acabado tu primera temporada soltera, te prometo que no es eso. Del mismo modo que a mí no me interesa el matrimonio —ni tampoco a nuestro hermano Richard—, sé que tú sí deseas encontrar un esposo.

De ahí radica la satisfacción de saber que, si no has encontrado al caballero que te haga sentir como papá hace sentir a mamá, hayas optado por esperar. No debe haberte sido fácil rechazar hasta a media docena de caballeros cuando tienes una hermana calificada como solterona y a Richard ignorando cualquier acontecimiento social. Y, sin embargo, te has mantenido firme en tus convicciones y has preferido una segunda temporada a precipitarte.

Porque doy por sentado que no has encontrado a nadie de tu agrado, al hombre que haga que tu corazón lata más deprisa cada vez que lo ves y que te haga preguntarte más sobre esas cosas de las que las damas no debemos hablar ni saber. No concibo la idea de que alguien pudiera no elegirte. Y nada tiene que ver en mi concepción el amor que te profeso ni tampoco tu indescriptible belleza. Es tu alegría, tu humor, tu modestia, tu generosidad… las cualidades que te hacen única.

Poco saben las matronas que te han elevado a beldad de la temporada de lo hermosa que eres por dentro, sin embargo, cualquier caballero medianamente inteligente sabrá apreciarlas con solo cinco minutos de conversación contigo. Y, si es inteligente de verdad, reconocerá tu fortaleza de carácter, también, y se enamorará perdidamente de ti. Así que, por favor, ¡no te cases con alguien que no sea muy inteligente!

Quedo a la espera de tu respuesta, deseando que me cuentes con más detalle sobre tus impresiones.

Te quiere,

MAY CRAMWELL

Queridísima «lady» May:

Intuyo que sigues escribiendo con asiduidad al primo Alexander, dado que firmas sin el título que, como dama de nacimiento, te corresponde. Y entiendo, por tanto, que sigues siendo incorregible, lo que también a mí me llena de orgullo. ¡Tengo una famosa escritora por hermana que, además, se niega a casarse! Si la alta sociedad no sabe apreciarte, entonces es que no es inteligente.

Y las dos somos exigentes en cuanto a la capacidad mental de quienes nos rodea, ¿o no es cierto?

Me anima mucho que me tengas en tan alta consideración; estos meses he tenido la sensación de que mis mejores cualidades eran mi cabello rubio platino y mis ojos azules. Sí, desde luego que ansío contraer matrimonio, dirigir mi propia casa y crear una familia, pero puedes estar tranquila: te prometo que lo haré con alguien inteligente o no me casaré. ¿De qué podría hablar mi hermana favorita con un caballero que no supiera dónde está su trasero?

Espero que te hayas reído al leerme, es una de tus frases favoritas, después de todo.

Richard ha sido de poca ayuda este año. No puedo negarle el mérito de que, por primera vez, se haya quedado en la capital para la temporada. Nuestro hermano, que prefiere vivir en Londres durante el otoño y el invierno, huye a la finca de papá y mamá en los meses de acontecimientos sociales y, sin embargo, esta primavera y verano ha estado a mi lado en cada baile. ¡Deberías regresar ya, May!, es muy divertido verlo azorado por el asedio de tantas señoritas. Aunque, como te digo, no ha sido demasiado útil, ahuyentando a cada caballero bajo un pretexto u otro, arguyendo que nadie es lo bastante bueno para mí. Empiezo a entender tus renuencias…

En cuanto a que no haya encontrado el amor… Te confiaré un secreto que nadie sabe, ni siquiera los primos Edward o Richard, y eso que mantengo una relación muy cercana con ellos, al tener casi la misma edad. La cuestión es que creo que me he enamorado. He encontrado a un caballero que, como tú dices, me hace sentir como papá a mamá. Cuando está cerca el estómago se me encoge, y mi corazón se acelera cada vez que escucho su nombre. ¡Por favor, por favor, no le cuentes a nadie sobre esto, sé que mamá se preocuparía y nuestro hermano capaz sería de obligarle a pedirme en matrimonio! Pero me alivia tanto poderlo hablar contigo, aun en la distancia…

Se llama Jared Morrington y es el tercer hijo del conde de Morrington. Su hermano mayor estaba en los salones cuando debutaste. Creo, de hecho, que mostró mucho interés en ti, aunque finalmente se declarase a lady Hortense.

Lord Jared trabaja: posee un periódico semanal para la clase obrera, una publicación científica sobre los estudios que se están realizando en Oxford y Cambridge, una revista de moda femenina, French Fashion, que está causando sensación —te envío un par, a ver qué te parecen—, y publica novelas en folletines semanales. He oído rumores en casa sobre que pudiera adquirir las acciones suficientes del London Gazette para poder dirigirlo.

Creo que te gustaría mucho y convencida estoy de que también a él le gustarías tú. Sin embargo, yo no le parezco interesante.

Lo sé de buena tinta porque le escuché decírselo a un amigo en los jardines de lady Churchill. Dijo que era un ornamento bien envuelto pero hueco; en realidad, sus palabras exactas fueron «una muñeca preciosa pero sin criterio propio». ¿Te lo puedes creer? Ser mujer es un castigo social, May. Si nos comportamos con modestia y discreción, nos toman por tontas, y si mostramos ser mujeres instruidas, nos huyen. ¡Odio la hipocresía de le ton!

Para mi disgusto, y volviendo a lord Jared, he llegado a la conclusión de que debo de amarle mucho cuando sigo suspirando por él y valorando casarme con un hombre que se dedica a los negocios. Eso, claro, si se acercase a mí y pudiera demostrarle que tengo una cabeza que sirve para algo más que para sostener mi larga melena rubia platino.

He pedido a mamá que me deje quedarme en la ciudad para la pequeña temporada. Quizá en un ambiente más íntimo logre llamar su atención y que me pida un baile. ¡Porque ni siquiera una mísera cuadrilla ha tenido a bien solicitarme! ¿Puedes creerlo? Y no, no es un hombre grosero, en los bailes suele sacar a las jóvenes que están sentadas, como de cualquier caballero con honor se esperaría. Así que estuve rechazando bailes con la esperanza de que me sacase a la pista, pero ni así. Imagino que deben de gustarle más las mujeres atractivas que las extremadamente hermosas. ¿Quién te iba a decir a ti que yo renegaría de mi belleza?

La otra opción es que regrese a mí el sentido común, dado que no es inteligente que pretenda atraer a un hombre que me desprecia sin conocerme y que es tan rudo como para ignorarme en los salones.

Tengo que dejarte, esta noche vienen los tíos a cenar. Prometo escribirte pronto con más noticias. Gracias por guardar mis secretos.

Acepto cualquier sugerencia que puedas hacerme al respecto, tú que sabes más que yo de las relacio

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