Mujeres bonitas

César Bianchi
César Bianchi

Fragmento

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Índice

Agradecimientos

Madre puta/puta madre

Introducción

Algunos datos

La doble vida de Súperman

Enfermera del amor

Rebelde way

Poseída por la Pompayira

Amor por las papeleras

Escort VIP para público A

La vida al máximo, con lo mínimo

Lo hice por mi hija

La compañera Marina

No se olviden de Zoia

Matrimonios y algo más

Chin chu muchacho

¡Ay, Alain Delon!

Créditos

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Agradecimientos

A mis viejos, Enrique y Nury, a Maru y a mi hermana Chabi.

A Antonio Álvarez por su invalorable y paciente labor de editor de confianza.

A mis amigas y colegas Lucía Massa y Marcela Moretti, las que leyeron más capítulos en borrador. A todos los periodistas y amigos de El País que también aportaron sus puntos de vista.

A los técnicos de Sistemas del diario que me salvaron de unas cuántas. A Marianella Alfaro, por la buena disposición. Y a Nico Pereyra por las fotos.

A Fernán Cisnero, mi editor de Qué Pasa, por la tolerancia. Y a Juan Miguel Petit, por sus consejos.

A Tomás Linn y Leonardo Haberkorn, de quienes aprendí tanto.

A Viviana Echeverría por haber creído en este proyecto.

A los periodistas del interior, que colaboraron tirando datos, moviendo contactos y proporcionando teléfonos y direcciones: Alexis Trucido (Florida), Freddy Fernández y Gerardo Hernández (Rivera), Daniel López Moroy (Tacuarembó), Daniel Rojas (Fray Bentos), Luis Vega y Sandra Kanovich (Paysandú).

A Luis Parodi, por facilitarme el encuentro con Dahiana.

A “Polo” Álvarez de Tacuarembó y al almacenero Nery Brum, de pueblo Los Feos de ese departamento.

A la familia y amigos de Zoia.

A todas las mujeres que me prestaron sus historias de vida.

Muchas gracias.

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Madre puta/puta madre

Los filólogos no se ponen de acuerdo acerca del origen de la palabra “puta”, aunque muchas de sus acepciones más antiguas se hayan colado bajo diversos disfraces en los diccionarios del español moderno.

En la Grecia del siglo XI a.C. la admiración y la sexualidad eran cosa de hombres.

En contadas ciudades griegas como Mileto, las putas ganaron prestigio y poder, en gran parte gracias a Aspasia, la erotómana que puso de rodillas a Pericles.

En la cultura grecorromana los servicios sexuales estaban enmascarados casi siempre bajo ritos religiosos.

Las putas eran verdaderas diosas terrenales, y muchas veces detrás de sus seudónimos se escondían mujeres de clase alta.

Puede parecer raro, pero la primera acepción de puta se remite a “budza”, un vocablo griego que significaba “sabiduría”. Las esposas ignoradas por sus maridos designaban así a aquellas congéneres conocedoras de los placeres de la carne.

La palabra fue adoptando un significado sarcástico conforme iba pasando el tiempo y los engaños.

El habla popular sustituyó la suavidad de la “B” por la más vigorosa “P”, transformándose en “pudza”, casi un escupitajo de desprecio.

Durante el Imperio Romano, “puta” intentó retomar su senda de dignidad sin demasiada suerte.

El verbo “putare” invocaba al acto de pensar. Puta fue además una diosa menor que celebraba el culto pagano de la agricultura. Aquellas bacanales celebratorias de la naturaleza marcadas por el sexo y el vino han hecho que puta y poda tengan un parentesco nada botánico.

Puta era además el nombre que se le daba a las muchachas que se ofrecían sexualmente al margen de las reglas de juego del meretricio.

En el vocablo romano, puta (y en putus, su acepción masculina) había algo de posesión sexual, de pertenencia, de esclavitud. Es allí en donde la palabra se asocia a significados más modernos vinculados a lo púber o a lo pueril. Puto nos recuerda también a lo putrefacto, a lo que se corrompió, una sensación lingüística que explica prácticas fóbicas actuales.

Pero “puta” ya remitía entonces a formas de explotación, a relaciones sociales asimétricas.

Puteo era el pozo en donde empujaban a los esclavos rebeldes para que la clase dominante tomara de ellos lo que quisiera, inclusive sus partes pudendas.

A lo mejor esta trayectoria de la palabra “puta” y sus variantes marcó en buena medida la impronta turbulenta de estas mujeres que ofrecen su cuerpo al escenario público.

Puta conserva su carácter de palabra fuerte, intensa, como muchas de las historias que leerán en las próximas páginas.

Si algo sorprende es que la parábola de Heráclito sigue tan vigente como la prostitución.

Cambian las formas de gobierno y la tecnología, se suman al mundo enfermedades axiológicas como el sida, y sin embargo poco ha cambiado para las putas después de 30 siglos.

Aun portando el sino de la no pertenencia y la marginalidad, nadie debería sentirse tan a salvo de la profesión, porque la leyenda de lo putativo (aquello que parece y no es) interpela a todo el universo de lo femenino y trasciende la esfera de lo transaccional.

En un mundo donde todo se compra y todo se vende, hay tantas putas como seres humanos dispuestos a pasar el umbral.

Con pulso firme y descarnado, César Bianchi recorre en los siguientes relatos toda la gama de estados de ánimo en la vida de catorce putas uruguayas.

Serán putas muy distintas entre sí, en todo caso atravesadas por el cordón umbilical de la pobreza y la explotación.

Muchas veces situado al borde de la cama como un hijo, otras veces parado en el lugar de simple voyeur, el periodista va recorriendo las historias haciendo el esfuerzo —muy propio de lo masculino— para no enamorarse de nada.

El resultado podría calificarse —sin perdón de la expresión— como de puta madre.

A fin de cuentas, detrás de una puta hay una mujer, y detrás de una mujer siempre habrá una potencial madre.

El lenguaje nos transmite esos valores instalados en el inconsciente colectivo y los coloca en la punta de la lengua para ser emitidos en los peores momentos.

Por eso, los varones extienden el certificado de puta a la mujer que los traiciona. Y cuando un hombre es un hijo de puta, todos olvidamos el vientre que le dio sentido.

Si es verdad que madre, esposa, hija y hermana nunca serán institucionalmente putas, ninguna mujer debería asumir la condición de tal.

Sin embargo, en ese vértice donde se da y se tiene placer, y en donde nace la vida, se hace más imprecisa la frontera entre el sexo y el amor, entre el placer y los negocios, entre el compromiso y el olvido.

Este primer libro de Bianchi no olvida lo que ocurre entre las sábanas del prostíbulo —el lugar donde terminan las palabras— pero se concentra sobre todo en el momento posterior a que el cliente se fue y empiezan otros sometimientos marcados por la clandestinidad de la tarea.

Con esa impronta de reportaje duro, Mujere$ Bonita$ pone al descubierto los sueños y las intimidades de mujeres que han decidido ponerle el cuerpo desnudo a las soledades de otros.

Ser un mito viviente entraña casi siempre una maldición, sobre todo en un siglo XXI en el cual casi ninguna mujer quiere ser puta, y ya ni siquiera todas las putas son mujeres.


Antonio Álvarez

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Introducción

La idea de este libro tiene, por lo menos, tres años. Conservé durante un tiempo las tres primeras entrevistas grabadas, pero todo quedó en nada. La mayoría de las prostitutas que consulté quería que les pagara por la charla, antes de que yo me enterara si sus historias merecerían un capítulo o no. Antes de saber cuál era su verdadero nombre. Magdalena Carrere, la entonces presidenta de la Asociación de Meretrices Profesionales del Uruguay (AMEPU), me sacó las escasas ilusiones que conservaba. Me dijo que no me iba a ir bien, que todas iban a querer plata a cambio.

Sin el aval de una editorial y con unos cuantos rechazos de meretrices al diálogo gratuito, aborté el proyecto. Mi novia, otra de las que votó en contra, encantada.

Con el interés de Editorial Sudamericana (Random House Mondadori) en publicar mi trabajo, el destino de estas historias de trabajadoras sexuales uruguayas comenzó a cambiar para bien. De pronto, las prostitutas que elegí para retratar accedieron a las conversaciones, a mostrar sus intimidades. El asunto de las historias de putas empezó a tomar forma.

Lo de “putas” no es peyorativo. Es cuestión de no ser hipócritas y ahuyentar eufemismos, que lejos están (o deberían estar) del periodismo.

Éste es el lugar para aclarar un par de cosas: éste no es el libro de un escritor. Es apenas un puñado de perfiles auténticos de prostitutas uruguayas contados por un periodista. En todo caso, un cronista, alguien que va al lugar escogido, pregunta, escucha, huele y ve todo lo que puede o le permiten. Y después lo narra.

No es un libro pretencioso. El afán no es más que mostrar catorce historias de vid

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