Secretos de una noche de verano (Las Wallflowers 1)

Lisa Kleypas

Fragmento

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Primera edición: septiembre 2010

Título original: Secrets of a Summer Night

Traducción: Ana Isabel Domínguez Palomo, Concepción Rodríguez González y M.ª del Mar Rodríguez Barrena

© 2004 by Lisa Kleypas

© Ediciones B, S.A., 2010

© Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

© www.edicionesb.com

ISBN: 978-84-666-4589-8

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.

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Para Julie Murphy, por cuidar de Griffin y Lindsay con tanto amor, una paciencia infinita y tanta sabiduría... por prestarme tus muchos talentos para el lado comercial de mi carrera... por ser un miembro tan querido de nuestra familia... y, sobre todo, por ser tú.

Te querrá siempre,

L.K.

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Contenido

Portada

Portadilla

Créditos

Cita

Prólogo

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Epílogo

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Prólogo

Londres, 1841

A pesar de que a Annabelle Peyton le habían advertido durante toda su vida que jamás aceptara dinero de los desconocidos, hizo una excepción cierto día... y descubrió muy pronto por qué debería haber seguido el consejo de su madre.

Sucedió durante una de esas raras ocasiones en las que su hermano Jeremy disfrutaba de un día libre en el colegio y, tal y como era su costumbre, Annabelle y él habían ido a ver el último espectáculo panorámico en Leicester Square. Le había costado dos semanas de recorte de gastos ahorrar el dinero necesario para pagar las entradas. Dado que eran los únicos vástagos supervivientes de la familia Peyton, Annabelle y su hermano pequeño siempre se habían sentido extrañamente unidos, a pesar de los diez años de diferencia que los separaban. Las enfermedades infantiles se habían llevado a los dos niños que habían nacido después de Annabelle, antes de que ninguno de ellos hubiera llegado a cumplir su primer año de vida.

—Annabelle —dijo Jeremy al regresar del puesto de entradas para el panorama—, ¿tienes algo más de dinero?

Ella negó con la cabeza y lo miró de forma inquisitiva.

—Me temo que no. ¿Por qué?

Con un breve suspiro, Jeremy se apartó un mechón de cabello de color miel que le había caído sobre la frente.

—Han doblado el precio de las entradas para este espectáculo... Al parecer, es mucho más caro que sus escenografías habituales.

—El anuncio del periódico no decía nada acerca de un aumento de precios —dijo Annabelle con indignación. Bajó la voz y susurró: «¡Por las campanas del infierno!» mientras rebuscaba en su monedero con la esperanza de encontrar alguna moneda que antes hubiera pasado por alto.

Jeremy, que tenía doce años, echó una ceñuda mirada al enorme cartel que había colgado entre las columnas de la entrada del teatro panorámico: «LA CAÍDA DEL IMPERIO ROMANO: UN ESPECTÁCULO DE ILUSIONISMO DEL MÁS ALTO NIVEL CON IMÁGENES DIORÁMICAS.» Desde su apertura hacía quince días, el espectáculo había recibido una avalancha de visitantes que se mostraban impacientes por contemplar las maravillas del Imperio romano y su trágica caída... «Es como volver atrás en el tiempo», elogiaban los espectadores al salir. El tipo habitual de panorama consistía en un lienzo con una intrincada escena pictórica que colgaba en una habitación circular y que rodeaba a los espectadores. En algunas ocasiones, se utilizaba la música y una iluminación especial para hacer el espectáculo aún más entretenido mientras un conferenciante se desplazaba alrededor del círculo para describir lugares lejanos o famosas batallas.

Sin embargo, según The Times, esta nueva producción era un espectáculo «diorámico», lo que significaba que el lienzo pintado estaba fabricado con calicó transparente aceitado que se iluminaba algunas veces desde el frente y otras desde atrás con luces de filtros especiales. Trescientos cincuenta espectadores permanecían en el centro, sobre un carrusel que manejaban dos hombres para que la audiencia girara lentamente durante el espectáculo. El juego de luces, cristales plateados, filtros y actores contratados para representar a los asediados romanos producían un efecto que había sido etiquetado como «exhibición animada». Por lo que Annabelle había leído, los culminantes momentos finales de erupciones volcánicas simultáneas eran tan realistas que algunas de las mujeres del público se habían desmayado entre gritos.

Jeremy le arrebató el monedero de las manos a Annabelle, tiró del cordón que lo cerraba y se lo devolvió a su hermana.

—Tenemos dinero suficiente para una entrada —dijo de forma práctica—. Entra tú. De todas formas, a mí no me apetec

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