Así empieza «Aunque llueva en primavera», el nuevo libro de Cherry Chic

Cherry Chic vuelve con un nuevo «stand alone»: pueblo pequeño, paisajes de ensueño, padre soltero y un «slow burn romance» que engancha desde la primera página. A continuación puedes leer los dos primeros capítulos de  «Aunque llueva en primavera», el nuevo libro de Cherry Chic. Editado por Montena, estará disponible en librerías y plataformas digitales desde el 4 de abril de 2024.

Así empieza «Aunque llueva en primavera», el nuevo libro de Cherry Chic

Aunque llueva en primavera, el nuevo libro de Cherry Chic, estará disponible el 4 de abril de 2024, pero puedes adquirirlo en preventa pinchando en este enlace.

1

Lili

El bullicio intenta penetrar en mí, pero no lo consigue. Mi cabeza es una esfera de hormigón duro que no deja acceder más pensamientos que los que ya hay dentro y se empeñan en girar y crecer, volviéndose invasivos por segundos. Intento decirme a mí misma que es normal, no se me puede culpar por sentirme así después de saber que voy a pasar los próximos días, semanas y, si la situación se desborda, puede que meses, acompañada de la única persona a la que me siento incapaz de soportar más de diez minutos seguidos. 

—Charles, entiendo lo que quieres decir, pero creo que es un poco intrusivo que… 

—No hay nada más que discutir, Lili. Se ha ofrecido y estamos con el agua al cuello. Es como sumar uno más uno. —Intento decir algo, pero me corta—. Además, querida, no puedes hablar. No tienes el sombrero. 

El alcalde de Havenwish, nuestro querido y pequeño pueblo, sonríe con una amabilidad que no me creo ni por un instante. El sombrero del que habla no es más que un bombín negro decorado con hojas o flores distintas en cada asamblea. Desde que tengo uso de razón, quien quiera tomar la palabra en una reunión vecinal, tiene que usar el bombín porque los vecinos de Havenwish consideran que, con él, es imposible mentir. Imagino que eso sirve para mostrar el nivel de originalidad (o insensatez) de este pueblo. 

La sala en la que estamos es diáfana, cuadrada y no demasiado grande. Está repleta de sillas que ocupan la mayoría de los vecinos y tiene un pequeño escenario, apenas diferenciado del suelo por unos treinta centímetros de tarima de madera, que nuestro querido alcalde usa para leer los puntos de cada reunión una vez al mes. Quejas, sugerencias, peticiones y ruegos se llevan a cabo con éxito, aunque solo sea porque, al finalizar la reunión, el ayuntamiento ofrece té y pastas a los asistentes. 

Bueno, por eso y porque nadie en Havenwish se resiste a un acto que cubre al menos el cincuenta por ciento de emociones que se viven en este pueblo. Las reuniones vecinales son la excusa perfecta para observar con una sonrisa los pocos malos rollos que surgen y desear en silencio que alguien discuta a gritos para volver a casa con algo jugoso que sirva para hablar durante varios días. Sé que suena un poco frívolo, pero no puedo culpar a ninguno de mis vecinos por aferrarse a cualquier posibilidad de dar vida al pueblo, aunque sea a través del cotilleo. 

En un extremo de la sala, Blake Sullivan me observa de ese modo que hace que quiera ponerme a la defensiva de inmediato. Podría decir que tiene una mirada penetrante, esas cosas en las novelas románticas quedan bien, ¿no? Bueno, pues tiene una mirada penetrante y oscura, aunque sus ojos sean verdes a ratos, amarillos algunos días y con motas marrones cuando se enfada o molesta, que es a menudo. También tiene barba de varios días, el pelo castaño y algo ondulado más largo de lo que la mayoría de los vecinos de Havenwish considerarían adecuado y una nariz recta y perfecta que, intuyo, le cayó como regalo al nacer y no es resultado de una operación. De hecho, estoy bastante segura de que en una reunión de cirujanos plásticos la nariz de Blake Sullivan sería motivo de adoración durante horas. ¿Por qué me he fijado tanto en ella? No lo sé. Supongo que es, junto con su dentadura perfecta, lo único bueno que puedo decir de él. Y a mí me encanta decir cosas buenas de la gente a la que conozco. Creo que eso contribuye a crear un mundo mejor, aunque estoy segura de que mucha gente me tomaría por ilusa. 

En definitiva, la nariz y la dentadura de Blake son lo único bueno que tengo que decir de él. 

Bueno, miento. Lo mejor que se puede decir de él es que tiene una pequeña y adorable hija que, salvo por algunos detalles, no se parece en nada a su padre.

Desvío la mirada, sabiendo que él no lo hará. Es algo que también aprendí hace meses, cuando Blake llegó al pueblo con su hija en brazos y se dedicó a mirar fijamente cada cosa que le llamaba la atención, para bien o para mal. No es muy hablador, pero sí un gran observador. A mí me taladra con los ojos cada vez que me ve por el simple hecho de ser la maestra de su hija. Y no lo hace de una buena forma. Es más bien una mirada de «más te vale cuidar bien a mi precioso angelito». Y aunque lo entiendo, porque todos los padres son sobreprotectores, hay algo en su forma de evaluarme que me hace pensar que sería perfectamente capaz de entrar como un ogro en la escuela si un día Maddie llegase a casa con una tirita en la rodilla. 

Por suerte para mí, Madison no es de esas niñas con tendencia a caerse de un modo casi constante. Es un rasgo que sí tienen otros alumnos míos, así que agradezco que la niña sea tranquila y cautelosa, no tanto por ella, sino porque eso me evita tener que enfrentarme a su padre. 

Pido el sombrero a toda prisa, que llega hasta mí en cuestión de segundos, me lo pongo y hablo. 

—Charles, en serio, yo creo que, si me das un poco más de tiempo, puedo lograr que alguien profesional nos haga un presupuesto que se ajuste a nuestras necesidades. Podemos preguntar en los pueblos de alrededor y… 

—No vamos a preguntar en ninguna parte, Lilibeth. 

Que Charles, el alcalde, use mi nombre completo en vez del diminutivo, es suficiente para cerrar la boca. Después de todo, este señor me ha visto corretear por el pueblo en pañales. Y eso, en un pueblo de poco más de setecientos habitantes, da una idea aproximada de lo mucho que me conoce. Y yo a él. 

Además, no depende solo de su decisión. El pueblo entero ha votado por esta opción, aunque para mí sea la peor, así que no hay mucho que hacer. 

Y aun así… 

—Si solo me dejaras… 

—Sí que tienes empeño en gastar dinero. —Otra voz se une a la conversación—. Cualquiera diría que te preocupa más tu bienestar personal que el de los niños de la escuela.

 —No puedes hablar sin el sombrero —le digo en un tono lo bastante tajante como para que se calle. 

Maldito Blake Sullivan. Lo atravieso con la mirada, porque no tiene ni idea de lo que acaba de decir. No lo sabe porque no me conoce, aunque hable como si lo hiciera. Apenas lleva unos meses aquí, llegó de repente destrozando la tranquilidad de mi adorado pueblo y todavía se cree que tiene derecho a reprocharme algo cuando lo cierto es que, si me conociera de verdad, sabría que yo antepongo la escuela y los niños que asisten a ella a prácticamente todo, incluida yo misma. Si me conociera lo más mínimo sabría que el único motivo por el que me parece tan mal que él sea el encargado de ayudarnos a mis socios y a mí con el proyecto de la creación del huerto de la escuela infantil es que es un gruñón y temo que espante a los niños con su mera presencia. 

Si me conociera un poco, aunque solo fuera un poco, sabría que la idea de tenerlo merodeando a mi alrededor todos los días me hace sentir náuseas, porque hay algo en él que me pone nerviosa. 

Tan nerviosa como me siento cuando el cielo empieza a cerrarse y sé que se avecina una tempestad. 

En realidad, si lo pienso un poco, supongo que en eso se resume todo: Blake Sullivan tiene algo tan oscuro como las tormentas que me aterrorizan. 

Y eso no es bueno. 

Nada nada bueno.

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2

Blake 

Me levanto y coloco mi silla en una de las pilas donde se amontonan. Esta sala, en realidad, es parte de una casa antigua perteneciente al ayuntamiento y que han restaurado poco a poco. Se nota que aún falta mucho por hacer, pero al menos han conseguido que el salón sea acogedor y diáfano. Según tengo entendido, sirve tanto para las reuniones vecinales como para actividades varias del pueblo, así que todos debemos recoger al acabar las asambleas. Si algo aprendí con mi llegada aquí, hace aproximadamente dos meses, es que los vecinos de Havenwish saben cómo aprovechar todos los recursos de los que disponen, aunque no sean muchos. 

—Querido, ven, toma un poco de té y prueba las pastas. Las he hecho yo misma. 

Miro a Eleanor, que tira de mi mano con una fuerza sorprendente para tratarse de una anciana. Es la esposa de Charles, el alcalde, y aunque los dos son mayores, nadie por estas tierras duda de su capacidad de mando. En conjunto, porque puede que el cargo lo tenga él, pero es evidente que ella es imprescindible en la pequeña comunidad que conforma este pueblo.

Quizá no debería sorprenderme tanto que una pareja más cerca de los ochenta que de los setenta sea la voz principal de una comunidad, pero en Phoenix, de donde vengo, eso es impensable. 

No me apetece tomar té y pastas caseras, pero me recuerdo a mí mismo que esta es una de las razones por las que vine. Me alejé del bullicio y la gran ciudad por muchos motivos, pero uno de los más importantes era criar a mi hija en un ambiente en el que pudiera sentirse protegida por su entorno. Y para eso, aunque no lo parezca, debo tomar pastas y té con los vecinos. 

Me dejo llevar por ella hasta una de las mesas laterales, donde varios vecinos ya disfrutan del manjar, sabiéndose a resguardo del frío y la lluvia que reinan en el exterior. 

—¿Dónde has dejado a la pequeña Maddie? —pregunta Eleanor después de servirme una taza y esperar que dé un bocado a una de sus pastas. 

—Esto está increíble. —No miento, de verdad son unas galletas buenísimas—. Maddie está con Harper Anderson, tal y como me recomendaste. 

—Oh, es una chica increíble y muy dulce. Le vendrá bien el dinero para sus pequeños gastos y los Anderson son gente de bien. 

Como si no supiera quiénes son, me señala al matrimonio de mediana edad que charla con otro par de vecinos. Harper es su hija adolescente y, aunque a mi llegada me mostré reacio a dejar que alguien más cuidara a Maddie, pronto se hizo evidente que necesitaba una niñera. Fue Eleanor quien me aconsejó a la chica y, de momento, no puedo decir nada negativo. Pensé que me costaría más entenderme con ella, por eso de que es adolescente y yo soy… Bueno, digamos que no soy el hombre más simpático y cercano del mundo, pero para mi sorpresa Harper me lo puso fácil desde el principio. Es madura, sensata y no hay que repetirle las cosas dos veces. Es una gran influencia para mi pequeña. 

Ojalá pudiera decir lo mismo de su maestra… 

Miro de reojo a Lilibeth Turner. Está discutiendo con Charles, otra vez. Intento no sonreír con malicia, pero es que estoy bastante seguro de que la conversación gira en torno a mí y lo poco que le gusta saber que va a tener que soportarme en la escuela durante una temporada. 

Como he dicho, solo llevo dos meses aquí, pero no he necesitado más para darme cuenta de que se piensa que tiene el poder sobre la escuela. Y, vale, puede que eso sea porque es la dueña, junto con dos socios más, pero no es la única que manda, aunque le pese. 

Todo empezó cuando solicité una primera entrevista con ella al llegar al pueblo para que me explicase sus métodos de enseñanza y, aunque lo hizo de buen grado, me percaté de que se puso a la defensiva en cuanto ahondé en preguntas que, para mí, son importantes: 

—¿Cuántas profesoras hay para vigilar a los niños en el patio? —pregunté. 

—Somos dos personas en total, es una escuela infantil pequeña. 

—Es demasiado poco. ¿Qué pasa si mi hija se hace daño y una tiene que atenderla? ¿El resto de la escuela se queda solo con una profesora? ¿Y si vomita y necesita que la cambien de ropa? ¿Y si un día tiene fiebre y estás tan ocupada con el resto que no te das cuenta? 

—Como digo, son pocos niños —respondió en un tono tirante que no me gustó nada.

—¿De qué manera puedo estar al corriente del trabajo que realiza mi hija? —añadí—. Maddie es una niña que se expresa bastante bien, pero no deja de tener tres años y, obviamente, no puede hacerme informes diarios de la escuela. Esa labor es vuestra. 

—Con todo el respeto, Blake, ya hacemos evaluaciones acerca del trabajo de cada niño cuando corresponde. Hacerlo a diario es inviable. 

—¿Por qué? Tú misma has dicho que son pocos niños. 

A partir de ese momento la cosa se puso cada vez más tensa. Ella acabó diciéndome que soy sobreprotector en exceso, cosa que, por supuesto, no me gustó. Ni que lo pensara ni que me lo dijera. ¿No se suponía que tenía que mantener un trato cordial con los padres? 

—No creo que estés siendo muy cordial como maestra —le dije para dar voz a mis pensamientos. 

—Bueno, yo no creo que tú estés siendo muy cordial como padre. —Abrí la boca para protestar, pero me interrumpió—. En realidad, no siento que estés siendo un ser humano cordial en términos generales. 

—¿Cómo te atreves? 

—Y ya que estoy, deberías saber que te veo cuando te asomas a la valla del patio para vigilarnos. Deja de hacerlo, es raro e incómodo. 

—Tú no puedes decirme lo que puedo o no puedo hacer. 

—Puedo pedirte que evites tratarnos como si estuviéramos maltratando a tu hija. Deja de ser paranoico o sácala de la escuela, si tan poco te fías, pero estas actitudes tienen que acabarse. 

—Asegurarme de que está bien no es ser paranoico. Es ser un padre preocupado e implicado. 

Ella no estuvo de acuerdo, así que podríamos decir que nuestra primera reunión fue tensa y la siguiente, justo siete días después, no fue mejor. Al parecer, Lilibeth no es una mujer que lleve bien tener reuniones semanales con los padres y se siente un tanto atacada e insultada por mi falta de confianza. Eso no lo sé por ella, sino por Eleanor, que no tardó en ponerme al día. 

—Deberías dejar que haga su trabajo, querido. Es una gran maestra. Los pequeños de Havenwish no podrían estar en mejores manos —me dijo hace unas semanas. 

Yo guardé silencio porque sabía que, en el fondo, Eleanor no estaba dándome un consejo, sino una orden encubierta. Me había llevado poco tiempo descubrir que en Havenwish hay ciertas personas a las que merece la pena hacer caso. Lilibeth, desde luego, no es una de ellas, pero Eleanor sí. Porque llevarse mal con Eleanor es llevarse mal con todo el pueblo y, seamos sinceros, no estoy en posición de estar cambiando de vivienda cada poco. Vine aquí buscando paz y un rincón en el mundo en el que criar a mi hija con una buena calidad de vida, así que tengo que esforzarme por llevarme bien con la gente. Al menos con la gente que, a mi parecer, supone un pilar fundamental para esta comunidad. 

—Por cierto, querido, espero que estés contento con el resultado de la votación —me dice Eleanor, trayéndome de vuelta al presente—. Ahora podrás ir a la escuela a diario gracias al proyecto aprobado. 

—Estoy agradecido de que la mayoría de los vecinos hayan votado a mi favor. 

—Oh, no te equivoques. —Su risa suena cantarina, casi musical, pero no soy tonto: sé que no es tan inocente como pretende hacer ver—. El pueblo ha votado a favor de la escuela. Tú has ofrecido un presupuesto con el que apenas tendrás ganancias y no vamos a encontrar a nadie que trabaje por menos. 

—Obtendré otras ventajas —le digo sonriendo—. Quiero que mi hija esté en un lugar en el que pueda disfrutar al máximo y tener al alcance todos los beneficios posibles, y disponer de un huerto me parece algo estupendo. 

—Ha sido idea de Lili. Esa chica es un amor. —Guardo silencio, porque aprendí hace mucho que, si no tengo nada bueno que decir, es mejor que me quede callado—. Espero que no le hagas la vida difícil, Blake. 

—No es mi intención. 

—¿Seguro? 

—Seguro. Solo quiero mejorar la escuela y asegurarme de que mi hija es feliz. 

—Entonces deberías entender que ella quiere exactamente lo mismo: mejorar la escuela y que todos sus niños sean felices. Y, para eso, también es necesario que los padres colaboren, no solo de un modo activo, sino amistoso. La confianza es uno de los pilares de Havenwish. Sin la confianza que los vecinos tenemos entre nosotros, esta comunidad no podría salir adelante. 

—No te preocupes, Eleanor. Estoy más que comprometido con la causa. Seré un angelito con miss Lilibeth, por el bien de la escuela, los niños y la comunidad de Havenwish. 

Ella me mira un tanto desconfiada, pero sonríe, aunque no con una sonrisa sincera. No se fía de mí al cien por cien y, para ser franco, ni siquiera puedo culparla por ello, porque algo me dice que esto no va a ser tan fácil como quiero hacerle ver.

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