Así empieza «El problema es pensar que tienes tiempo», el nuevo libro de Fran López Castillo

¿Cuánto tiempo es suficiente para vivir toda una vida? Ese es el dilema al que se enfrenta Perséfone cuando le diagnostican una enfermedad terminal Y también el jarro de agua fría que le hace darse cuenta de que vive atrapada en una rutina gris, en lo amoroso, lo laboral y lo personal. Quizá ha llegado el momento de darle un giro a todo y enfrentarse a la realidad. A continuación puedes leer los dos primeros capítulos de  «El problema es pensar que tienes tiempo», el nuevo libro de Fran López Castillo. Editado por Molino, estará disponible en librerías y plataformas digitales desde el 25 de enero de 2024.

25 enero,2024
«El problema es pensar que tienes tiempo», de Fran López Castillo

El problema es pensar que tienes tiempo, el nuevo libro de Fran López Castillo, estará disponible el 25 de enero de 2024, pero puedes adquirirlo en preventa pinchando en este enlace.

1

El tiempo parece no querer transcurrir a través de las manecillas del reloj que preside la sala de espera del hospital. Cada segundo se siente como un minuto y cada minuto como una hora. Decido dejar de mirarlo para desenfocar la mirada en el suelo, mientras reflexiono sobre lo relativo que es el tiempo como unidad de medida. Es increíble lo rápido que transcurren diez minutos cuando estás disfrutando con algo que te hace feliz y lo largos que se hacen esos mismos diez minutos cuando estás esperando a que se termine tu turno de trabajo, haciendo algo que te desagrada o, como yo, esperando a que te confirmen que, muy a tu pesar, te vas a morir.

No quiero aburrirte con los detalles. No me siento cómoda hablando sobre ello, la verdad. Además, no merece la pena y tampoco me gusta darla. Solo te diré que me llamo Perséfone, que tengo treinta años y que, de un día para otro, dejé de preocuparme por lo que los otros puedan pensar de mí, de planes de futuro o del eterno dilema de si quiero o no ser madre, para comenzar a preocuparme por si llegaré a ver las campanadas a final del año.

Sé que contártelo de este modo me puede hacer parecer una persona fría y fuerte, pero te aseguro que no soy ni una cosa ni la otra. Estoy aterrada, sufro constantes escalofríos por todo el cuerpo, tengo las manos heladas y me acompaña un temblor en las piernas que soy incapaz de disimular cada vez que me pongo de pie. Tampoco he pegado ojo en las últimas tres noches. Pero, piénsalo, ¿tú podrías dormir esperando a los resultados de una prueba que determinará lo que te queda de vida?

Hay otra cuestión que no para de torturarme: «Si estuviera bien, ¿haría falta venir hasta aquí para que el doctor me lo dijese en persona? ¿No bastaría con una llamada? Si me hace venir es porque…».

No quiero ni pensarlo, pero una y otra vez me repito esas preguntas, al mismo tiempo que ríos de lágrimas se amontonan tras mis ojos esperando a que se confirme lo peor para desbordarse e inundar mis mejillas. Ojalá pudiera refugiarme en el hombro de mi madre para llorar, como cuando era pequeña. Entonces ella me abrazaba con fuerza mientras yo me dejaba envolver con su dulce voz, que me susurraba una y otra vez que todo saldría bien. No hubo tristeza o enfado que ella fuese incapaz de calmar. Nunca. Pero en esta ocasión, para mi desgracia, no es tan sencillo…

Mi espera llega a su fin cuando la puerta de la consulta del doctor Cubillo se abre y de ella emerge una chica que tendrá más o menos mi edad, sonriente y agradeciéndole algo al doctor. Su hinchada tripa delata un embarazo de bastantes meses. El doctor también le sonríe mientras le dedica unas últimas palabras. Según desaparece la chica embarazada de la escena, la mirada del doctor y la mía se encuentran, provocando que su rostro torne hacia un semblante bastante más serio, triste, incluso. Me estremezco por completo ante ese detalle, pues solo puede significar una cosa… Pese a todo, no sé cómo, logro aguantarme las ganas de llorar. Tras un silencio incómodo, me pide que entre en su consulta.

—Buenos días, Perséfone. Entra, por favor. ¿Qué tal estás hoy? Sus palabras me suenan a formalidad vacía, por lo que no le respondo. Percibo cómo mi corazón se acelera mientras ambos nos sentamos junto a su escritorio, frente a frente. En el ambiente

se respira una tensión angustiosa y que apesta a malas noticias.

—Y ¿bien? —pregunto asustada mientras le miro fijamente a los ojos, sin saludar y esperándome la noticia. Después de todo, su rostro ya me lo ha confirmado hace unos instantes, aunque no quiero creerlo.

El doctor me aguanta la mirada con firmeza.

—Pues… —Y mientras pronuncia esas palabras, noto cómo se humedecen sus ojos y su voz se quiebra. Su mirada rehúye la mía y termina por fijarla en el teclado de su ordenador. Se está derrumbando frente a mí.

Comienzo a tragar saliva al mismo tiempo que en mi garganta se forma un nudo y se me pone la piel de gallina. ¿Alguna vez has visto a un doctor llorar? Se supone que quien tiene que derramar las lágrimas ante este tipo de noticias es el paciente, no el doctor.

—Me temo que no hay nada que hacer, Perséfone. La enfermedad…

Tras esas primeras palabras, mi mente se desconecta. Oigo hablar al doctor, pero no le escucho…

¿Alguna vez te has parado a pensar en qué se te pasaría por la cabeza si de repente te desvelaran que te quedan unas pocas semanas de vida? Te aseguro que es imposible saberlo hasta que lo vives en tus propias carnes. Llevo meses mentalizándome para esto y para hacerme a la idea de que podía pasar. Intentando aprovechar mi tiempo, intentando convencerme de que es lo que hay y no sirve de nada lamentarse si no tiene solución. Pero no hay modo de prepararse ante una putada de tal magnitud. Ahora, por desgracia, puedo responderte a esa pregunta. ¿Quieres que te cuente lo que se te pasa por la cabeza cuando te dicen que te vas a morir de forma irremediable? Nada. Simplemente te bloqueas. Te sientes como en un sueño del que vas a despertarte de un momento a otro. O en una terrible pesadilla, más bien. Pero no te despiertas. No te lo puedes creer. ¿Cómo te vas a morir tú, con solo treinta años? ¿Cómo vas a tener tan mala suerte de que seas tú la que sufra algo así, habiendo miles de millones de personas en la Tierra? ¿Cómo te va a tocar a ti, que te cuidas, apenas bebes, dejaste de fumar, comes sano y haces ejercicio regularmente? ¿A ti? Imposible.

Eso solo pasa en las películas, y encima en esas historias acaban encontrando alguna cura o medicamento que salva al protagonista. Pero, al final, tras ese bloqueo inicial, hay un instante en el que comprendes que todo es real; que no vales más que un yogur olvidado en la nevera con la fecha de caducidad marcada en la tapa. Y en ese instante, en ese puto instante de mierda en el que divisas por primera vez el punto que marca el final de tu vida, tu cabeza pasa del bloqueo a la saturación de pensamientos. Se te pasan tantas cosas por la mente, que eres incapaz de procesarlo todo. Te frustras tanto y en tal magnitud que solo quieres llorar, gritar y romper cosas.

De repente, el doctor se levanta y me abraza, lo que me saca de mi ensimismamiento.

—Lo siento mucho, Perséfone, de verdad… —me dice con la voz rota.

Yo termino por rendirme ante mis emociones y rompo a llorar como nunca he llorado.

  • ¡En oferta!
  • -5%
  • Fuera de stock

El problema es pensar que tienes tiempo

Fran López Castillo

Una historia que te hará despertar y que te empujará a pelear por la vida que quieres.

2

Salgo de la consulta del doctor Cubillo intentando aparentar la mayor entereza posible, pues lo último que deseo es que la gente comience a mirarme o a preguntarme qué me pasa. Como ya te dije, odio dar pena a los demás y que la gente se compadezca de mí.

En cuanto encuentro un baño, entro y me encierro en él. Tomo asiento sobre la taza del inodoro, me acurruco abrazando mis piernas y vuelvo a llorar de forma desconsolada.

Me siento inútil e impotente, mientras le doy una y mil vueltas a que no entiendo qué pecado u ofensa habré cometido, en esta u otra vida, como para que ahora se me castigue de un modo tan tajante y terrible. ¿No era más fácil un accidente de tráfico? ¿Un infarto? ¿Que me cayese un rayo? O, simplemente, ¿dormirme por la noche y no volver a despertar? No, tenía que ser una puta enfermedad rara, sin cura conocida y con carácter agresivo-degenerativo. Una que me obligase a desfilar de especialista en especialista durante meses, sometiéndome a multitud de pruebas y, lo que es peor, a las caras de estupefacción que continuamente me ponían los diferentes doctores tras ver mis resultados, los cuales se esforzaban cada vez menos en ocultarlas, mientras me explicaban que no podían decirme qué es realmente lo que me pasa, pero que podía ser muy grave. Y, ahora, tras todo ese periplo, de la noche a la mañana, se confirman los peores pronósticos, lo que significa que, desde hoy, tengo que convivir con una breve cuenta atrás que marca el final de mis días y que se siente como un pesado reloj de arena del que se escurren sus últimos granos.

Es tan cruel que ese dios, karma o aquello en lo que quieras creer, me haya obligado a sufrir durante todos estos largos meses, agarrada a una pequeña llama de esperanza, luchando día a día sola contra mis demonios, sacando fuerzas (no sé ni de dónde) para no venirme abajo, para que nadie me lo notase y para tener fe y no dejarme pensar en otra cosa que no fuese un final feliz, un puto final feliz… Y todo para que este ejercicio de supervivencia mental acabe en vano, viéndome premiada con el peor de los desenlaces posibles.

«¿Y ahora qué hago?».

Entre tanta espesura mental, frustración e incredulidad, esa pregunta se fortalece en mi subconsciente.

«¿Se lo digo a alguien? Debería…, ¿no?».

En principio, sería lo suyo, pero siento que es como pegarle un tiro a mis seres queridos.

«Mamá, no sé ni por dónde empezar, pero, resumiéndolo mucho, me voy a… PUM».

«Luca, ya no vamos a discutir más por tonterías, ni tampoco te voy a quitar las sábanas por las noches mientras dormimos, porque… PUM».

«Papá, no sabes cuánto me arrepiento de no haber intentado

tener una relación más fluida contigo, porque… PUM».

Ahora mismo mis seres queridos son felices. Tienen sus vidas, sus esperanzas, sus cosas que les ilusionan y también las que les preocupan. Y según los llame, uno a uno, los voy a matar en vida. ¿Cómo van a poder seguir con su existencia, con sus planes e ilusiones, sabiendo que se acaba la mía? Mi cuenta atrás va a ser su cuenta atrás. Y mi dolor, cuando me vaya, se va a traspasar hacia ellos.

Una voz en mi conciencia me susurra que se lo cuente:

«Deberías llamarlos. Ellos querrían que les contases todo…». Mientras valoro el consejo, evalúo si esa voz lo hace por sentido común, al aconsejarme hacer lo que debo, o si lo hace por cobardía, al intentar convencerme de que deje de soportar este dolor yo sola.

«Quizá esa voz tiene razón. Sí, puede ser. Pero una vez que se lo cuente, sus vidas van a quedar destrozadas, así que… cinco minutos más. Voy a darles cinco minutos más de existencia tranquila y feliz. Solo voy a darles cinco minutos más de paz…».

Creo que permanezco durante más de media hora sentada en el mismo sitio y en la misma posición, sin parar de llorar y escudándome una y otra vez en esos «cinco minutos más y los llamo», como si estuviera en la cama, muerta de sueño y le robara minutos al despertador, mientras le doy vueltas a las mismas preguntas y pensamientos que, en forma de bucle autodestructivo, solo me aportan más y más ganas de llorar.

Al final, decido que lo mejor es que se lo cuente en persona. Supongo que estas cosas es mejor decirlas cara a cara y no por teléfono. Es más, creo que, si se lo cuento a todos a la vez, va a ser como quitar la tirita de golpe. No me hace ninguna gracia contarle esto a nadie, pero definitivamente creo que es lo mejor. Juntaré en el salón de casa a esas pocas personas que de verdad importan y que se pueden contar de sobra con los dedos de ambas manos, confesaré la verdad… y que sea lo que tenga que ser.

¿A ti qué te parece la idea? No sé si estarás pensando que soy una cobarde y que solo lo pospongo, pero ni te imaginas lo que es esto. De todos modos, a estas alturas es una tontería preocuparme por lo que puedas pensar de mí. Lo bueno de saber que te mueres es que por fin te das cuenta de que lo único importante es centrarte en ti y en aprovechar el tiempo que te queda.

Otros artículos

Recomendaciones

Lecturas
Los mejores manuales de escritura… ¡escritos por escritores!
Los mejores manuales de escritura… ¡escritos por escritores!
Adéntrate en el fascinante mundo de la escritura de la mano de grandes autores como Stephen King, Jorge Luis Borges o Brandon...
Lecturas
Así empieza «La grieta del silencio», la nueva novela de Javier Castillo
Así empieza «La grieta del silencio», la nueva novela de Javier Castillo
«Un niño de siete años desaparecido. Un misterio silenciado durante treinta años. ¿Qué sucedió con Daniel Miller?». Bajo estas...
Lecturas
¡Qué arte! Libros sobre arte y creatividad ab-so-lu-ta-men-te imprescindibles
¡Qué arte! Libros sobre arte y creatividad ab-so-lu-ta-men-te imprescindibles
Desde biografías fascinantes hasta obras sobre cómo convertirte en artista, acompáñanos en este apasionante viaje a través de...
Añadido a tu lista de deseos