Cómo llegué a ser la editora de Harry Potter
Ahora que se han cumplido 25 años de la primera publicación en español de «Harry Potter y la piedra filosofal», es buen momento para cederle la palabra a Sigrid Kraus, directora editorial de Salamandra (hasta 2022), el sello que fichó al mago (del «quidditch»), quien narra en primera persona cómo llegó a ser la editora en habla hispana de la obra de J. K. Rowling, algo equivalente a ganar la lotería del mundo editorial.
Por Sigrid Kraus

Cubierta original de la primera edición en español de Harry Potter y la piedra filosofal. Cortesía: Salamandra.
Si tuviéramos que preparar la poción mágica (ya que estamos hablando de magos) que resultase en un superventas editorial, un éxito sin apenas precedentes que traspasase fronteras y que marcase a varias generaciones de niños y niñas, diría que en la receta habría que detallar lo siguiente: una dosis generosa de suerte, una pizca -o dos- de frescura, otra de valentía y, para rematar la mezcla, un buen puñado de confianza en la intuición.
Empecemos, pues, con la suerte. La suerte es fundamental en el mundo de la edición. En este caso, tuvimos suerte cuando J. K. Rowling escogió a Christopher Little, un agente pequeño (no de tamaño personal, sino de envergadura empresarial), pero muy abierto de mente y muy dispuesto a trabajar con un sello independiente sin apenas experiencia (por no decir ninguna) en literatura juvenil. También fue una suerte que Christopher Little viniese de esa vieja escuela de agentes que siguen pensando que es más valiosa una relación de confianza entre editor, agente y autor que un cheque en blanco. Y, por supuesto, también hubo una gran parte de suerte en el hecho de que este señor no aceptase un no por respuesta (el que le di cuando le dije que tenía un informe de lectura negativo) y decidiese insistir en que fuera yo misma la que leyese las galeradas.
Nuestra relación en aquel momento se basaba en la confianza: poco antes, en Salamandra habíamos publicado una serie de novelas de misterio históricas cuyos derechos manejaba él, así que siempre nos habíamos entendido muy bien. Como también se entendían él y J. K. Rowling, quienes no perdieron la paciencia cuando Harry Potter no arrancó como esperaban en primera instancia; en aquel momento, ambos se mantuvieron confiados y nos animaron a los demás a mantener la calma: estaban seguros de que el proyecto finalmente explotaría.
Seguimos con el segundo ingrediente: la pizca -o dos- de frescura. El hecho de que no éramos una editorial especializada en literatura juvenil nos proporcionó un cierto punto de ingenuidad, una capacidad para leer sin demasiados prejuicios. Los editores acumulamos ideas preconcebidas a lo largo de nuestra carrera, lo cual es un peligro: esto no funciona por tal, esto otro sí por cual… Es parte del oficio, pero esta manera de pensar a veces nos impide percibir si algo es valioso al margen de nuestros criterios profesionales, que son al mismo tiempo personales. Es el caso de Harry Potter. El informe de lectura que le había encargado a un lector especializado en novelas juveniles señalaba que era un libro anticuado. Aseguraba que tenía muchas palabras difíciles, que sin ordenadores o tecnología -la tecnología de 1997- no iba a conseguir atrapar a los jóvenes lectores. Seguramente todo eso fuese cierto, pero también lo es el hecho de que un libro es la suma de varios criterios y que hay que tener libertad para ver todos con la perspectiva necesaria.
La valentía, tercer ingrediente clave, no la tuve yo, sino Pedro del Carril [editor y copropietario, por aquella, de Salamandra], quien decidió pagar más de lo que nos parecía justificado; fue él quien intuyó que estábamos ante algo que podría ser realmente especial. En aquel momento, yo estaba algo indignada porque quienes gestionaban los derechos del título no habían aceptado la primera la oferta (bastante baja, por cierto) que les habíamos hecho. Esto demuestra que la edición es un trabajo en equipo y que el éxito depende de lo bien compenetrado que uno esté con sus compañeros. Los lanzamientos de Harry Potter en español funcionaron tan bien porque en Salamandra había un gran ambiente de trabajo y mucho respeto por el papel de cada uno. Fuimos capaces de lanzar los libros en una misma fecha en todo el mundo de habla hispana gracias a este trabajo coordinado, y lo hicimos en un contexto muy exigente donde cada uno de nosotros sacrificamos un tiempo y una energía que ya casi no teníamos.
La confianza en la intuición, el último ingrediente de esta poción, es mi don como editora. En Salamandra siempre hubo un gran respeto por la intuición. Esto es difícil de medir y de calibrar, porque es una cualidad intangible que a veces funciona y otras no, pero es un elemento clave: guiadas por la intuición se hacen contrataciones que marcan el devenir de una empresa. Muchas veces ni el propio editor se atreve a dejarse llevar por ella… ¡Hay tanto en juego! Por este motivo es muy importante crear y alimentar un clima de confianza y apoyo en torno al trabajo del editor. La negociación por los derechos de Harry Potter en español se basó en la experiencia lectora que tuve cuando por fin decidí dejarme llevar por la intuición: agarré las galeradas, comencé a leer… e inmediatamente me sentí seducida por el texto. Recuerdo haberle dicho a Pedro lo siguiente: «Este es el tipo de libro que me hubiese encantado leer cuando tenía 10 años!». Este argumento fue suficiente para tomar la decisión de lanzarnos a la contratación.
Considerando todos estos factores, y viendo ahora en retrospectiva lo que ha significado Harry Potter en mi vida y en mi carrera, sí que pienso que hubo algo realmente mágico en todo aquel proceso que acabó convirtiéndome en la editora del fenómeno literario más importante de nuestra historia reciente. Porque algo así solo puede explicarse con magia, ¿verdad?