Ciudadano Messi al PSG: la oscura trama detrás de los clubes-Estado
Cuando Leo Messi quiso irse del Barcelona el año pasado, la opción parecía ser el Manchester City; cuando se tuvo que ir este año, la opción fue el PSG. ¿Por qué? ¿Qué tienen en común esos dos clubes con ningún otro? Ser ambos lo que se ha bautizado como clubes-Estado. En el flamante «El circo de los pueblos» (Sudamericana), dedicado la compleja y ya larga relación del fútbol con el poder (de Hitler y Mussolini a Pablo Escobar y Berlusconi), el periodista José Ignacio Lladós dedica un capítulo a este nuevo fenómeno del fútbol mundial, emporios con arcas insondables, fondos de sospechada procedencia, acusados de competencia desleal y -ahora con acusaciones resucitadas, tras el regreso de los talibanes al poder- vinculados a organizaciones terroristas.

Ilustración: Max Rompo.
El verano europeo de 2020 estuvo a punto de marcar un hito en esto de utilizar al fútbol para obtener fines extradeportivos: PSG llegó a la final de la Champions League, en la que perdió con el Bayern Múnich, y el Manchester City por unos días creyó posible arrebatarle al Barcelona a uno de los mitos deportivos del siglo XXI, Lionel Messi. Dos equipos tradicionales, como el Bayern y el Barça, impidieron al menos por un tiempo que un par de clubes con un Estado detrás tomaran el control y provocaran un cambio de mando histórico. Vale la fecha, de todas maneras, como un punto de partida para pensar que un nuevo reparto del poder futbolístico es posible.
¿Qué tienen en común el PSG y el City y por qué generaron resistencia en el mundo del fútbol? Son dos clubes cuyos dueños resultan, directa o indirectamente, países. Cuentan con un Estado que los sostiene y los potencia. Y para la tradición futbolística esto es, como mínimo, una alteración del sistema y una competencia desleal. Mientras los grandes históricos deben sobrevivir con un presupuesto conformado por el dinero que les ingresa por entradas, derechos televisivos, acuerdos comerciales y desempeño deportivo en los torneos en los que participan, PSG y Manchester City suman un apartado: el del subsidio de un gobierno, en estos dos casos casualmente sostenido por los negocios petroleros.
Fútbol y poder
Al PSG lo compró Qatar. Al City, Emiratos Árabes Unidos o, más precisamente, el emirato de Abu Dabi, donde se encuentra la capital emiratí. Hay una diferencia, de todas maneras: Qatar admite que el dinero con el que compró el PSG surgió de un fondo de inversión creado por el gobierno para gestionar los ingresos que recibían por la exportación de gas y petróleo. Emiratos, en cambio, rechaza la versión de que el Estado se encuentre detrás de la adquisición del City y sostiene que es un negocio privado del jeque Mansour bin Zayed Al nahyan, hijo del primer presidente del país y miembro de la familia real de Abu Dabi.

«Talibanes. Es peor de lo que se pensaba». Así tituló la revista satírica francesa Charlie Hebdo su tapa del tercer número de agosto. Una provocativa insinuación sobre el nexo entre el PSG -financiado por la compañía Qatar- y el terrorismo árabe, y una caricatura salvaje que dio la vuelta al mundo.
Ambos clubes mejoraron sensiblemente su rendimiento deportivo desde que fueron comprados por sus nuevos dueños. PSG ganó siete ligas francesas (hasta entonces, tenía solo dos), cinco copas de Francia, seis Copas de la Liga y ocho Supercopas de Francia (hasta febrero de 2021). El dominio en su país fue abrumador. Manchester City, que en 1999 había jugado en la tercera división inglesa y que toda la vida había vivido a la sombra del gigante Manchester United, su rival en la ciudad, obtuvo cuatro Premier Leagues, dos FA Cups, cinco Copas de la Liga y tres Community Shields (hasta febrero de 2021). De pronto se posicionó como uno de los equipos más importantes de Inglaterra.
De ser dos entidades locales se transformaron en dos íconos mundiales. Cuando Qatar compró el PSG, el conjunto parisino tenía menos historia y títulos que Olympique de Marsella, Lyon, Nantes, Saint-Étienne, Girondins de Bordeaux y Mónaco. Su importancia residía en que era el equipo de la capital francesa, con todo lo que ello implica. Cuando el jeque Mansour llegó a Manchester, el City estaba muy lejos de los gigantes Manchester United, Liverpool y Arsenal en títulos, arrastre, historia y atracción, pero también se encontraba a una distancia considerable del nuevo rico Chelsea, comprado por el millonario ruso Roman Abramovich, y tenía menos ligas que Everton, Aston Villa y Leeds, entre otros. ninguno, ni PSG, ni Manchester City, trascendía fronteras.
Pero esta historia un día cambió. París se convirtió en un equipo infranqueable para sus rivales de la Ligue 1 tanto como, en 2021, no se entiende la competencia por la Premier League sin el poderío del City. De aquel deambular apático por los campeonatos locales se pasó a dos serios contendientes por los títulos continentales.
Todo es diferente más de una década después. Veamos el caso del City: en 2009, pocos meses después de la llegada de Mansour bin Zayed Al Nahyan, los cityzens quisieron comprar a quien era uno de los mejores jugadores de entonces, el brasileño Kaká, por algo así como 100 millones de dólares. Kaká, estrella del Milan, rechazó la oferta. «El principal motivo fue la incertidumbre sobre la construcción del equipo. No estaba convencido de que fuera a funcionar. Me estaban pidiendo saltar de uno de los clubes históricos y más exitosos de Europa a otro que estaba empezando un proyecto en el que yo iba a ser su primera gran figura. Era más seguro quedarme en el Milan», contó Kaká. El City era un equipo que hasta entonces no se tenía en cuenta para la lucha por los títulos importantes. No era convocante ni atractivo para las estrellas del fútbol.
De ahí en adelante, los celestes compraron a Sergio Agüero, David Silva, Kevin De Bruyne, Raheem Sterling, John Stones, Ilkay Gundogan, Carlos Tevez, Yaya Touré, Mario Balotelli y otras figuras. Contrataron también a uno de los entrenadores más influyentes del mundo, Josep Guardiola. Y a punto estuvo de llegar Lionel Messi, que finalmente en agosto de 2020 eligió quedarse en Barcelona.
Otra realidad. Otro nivel de atracción. Como dijo unos años después el CEO del grupo que compró el City, Ferrán Soriano, el club de Manchester empezó a jugar en otra liga: dejó de ser un equipo de barrio para competir en una competencia de alcance mundial. En 2021, Manchester City vende camisetas más allá de su ciudad: desde China y Japón hasta los Estados Unidos y América del Sur.
Desde que fueron comprados por sus nuevos dueños, el PSG ganó siete ligas francesas (tenía solo dos), cinco copas de Francia, seis Copas de la Liga y ocho Supercopas de Francia. Mientras, el Manchester City, que en 1999 había jugado en la tercera división inglesa y que toda la vida había vivido a la sombra del gigante Manchester United, obtuvo cuatro Premier Leagues, dos FA Cups, cinco Copas de la Liga y tres Community Shields (hasta febrero de 2021).
Los dueños del City
Manchester City es propiedad de Abu Dhabi United Group (ADUG), cuyo dueño, como mencioné, es el jeque Mansour bin Zayed Al Nahyan. El padre de Mansour, Zayed bin Sultan Al Nahyan, fue el primer presidente de Emiratos Árabes Unidos. Pude comprobar durante un viaje en 2018 que, aunque Sheikh Zayed fue el líder de una dinastía de Abu Dabi, es considerable el culto que se le rinde en todo Emiratos. Se lo considera el fundador de la nación.
Sirve una explicación: Emiratos Árabes Unidos es un país que nuclea a siete Estados, que a su vez cuentan con una considerable autonomía. Originalmente, fueron nueve los territorios que lo conformaron, pero luego se independizaron dos de ellos: Qatar y Baréin.
Abu Dabi es uno de los Estados que conforman Emiratos, y es donde funciona la capital nacional. Allí gobierna una monarquía liderada por la familia Al Nahyan. Sheikh Zayed fue el emir hasta su muerte, cuando lo sucedió su hijo mayor, Khalifa. Si bien no está escrito en la Constitución, en la práctica el emir de Abu Dabi es también el presidente de Emiratos Árabes Unidos. Lo fue Zayed cuando se independizó el país y luego, tras su muerte, lo sucedió su hijo Khalifa. Sheikh Mansour, el dueño del grupo que compró el Manchester City, es medio hermano de Sheikh Khalifa y forma parte del gobierno nacional. Al momento de escribir este libro, conduce el Ministerio de Asuntos Presidenciales y es el viceprimer ministro nacional. El primer ministro, hasta ahora, siempre fue el emir de Dubái, otro de los Estados que conforman la nación.
Los cargos políticos de Sheikh Mansour y su pertenencia a la familia real de Abu Dabi fueron esgrimidos como argumentos por el mundo del fútbol para acusar al gobierno de Emiratos de haber distorsionado el mercado del fútbol con la compra del Manchester City. Pero Abu Dabi rechazó la acusación: respondió que no se trataba de una inversión gubernamental, sino de un negocio privado de Mansour. En la página oficial del City Football Group (CFG), uno de los departamentos creados por el ADUG para unificar el manejo de sus equipos de fútbol, se especifica que es «una inversión privada y un desarrollo que pertenece a su excelencia Sheikh Mansour bin Zayed Al nahyan». Visto así, Mansour podría asimilarse a, por ejemplo, Silvio Berlusconi. Es un empresario exitoso y punto. Que además pertenezca a la familia real es un detalle irrelevante, sostienen.
Los clubes europeos no están de acuerdo: entienden que el City juega con el dinero anabólico de un Estado petrolero. No se sostiene de manera genuina, dicen, sino con aportes surgidos de los petrodólares árabes. El Manchester City, para ellos, dejó de ser un equipo de fútbol para convertirse en un Estado compitiendo contra equipos de fútbol. «Los clubes-Estado son un fenómeno nuevo y un peligro que el fútbol no había visto antes. Operan fuera de las reglas e inflan el mercado con su dopaje financiero», se quejó en varios medios el presidente de la Liga española, Javier Tebas.
«El objetivo del Abu Dhabi United Group de poner a Abu Dabi en el mapa está más que cumplido. El estadio del City se renombró y ahora se llama Etihad (la aerolínea propiedad de Abu Dabi). Etisalat (compañía telefónica del gobierno emiratí) y Aabar (inversora con sede en Abu Dabi) son patrocinadores principales y los hinchas del City ponen pancartas a favor de Sheikh Mansour». Kristian Coates Ulrichsen, autor de The United Arab Emirates: Power, Politics and Policy-Making
El ADUG compró el City en septiembre de 2008. Kristian Coates Ulrichsen lo describió así en The United Arab Emirates: Power, Politics and Policy-Making: «La creación del ADUG es un caso de estudio para entender la transformación de Emiratos Árabes en un actor internacional. Es una de las más ambiciosas y precisas acciones para la construcción de branding de un Estado, que es Emiratos, pero más específicamente Abu Dabi. La inversión en el fútbol y la relación con la municipalidad de Manchester ayudó a construir una imagen pública de un Estado de progreso y dinamismo».
Para la revista Arabian Business, editada en Dubái, se cumplió largamente con el objetivo descripto por Coates Ulrichsen: «El objetivo de ADUG de poner a Abu Dabi en el mapa está más que cumplido. El estadio del City se renombró y ahora se llama Etihad (la aerolínea propiedad de Abu Dabi). Etisalat (compañía telefónica del gobierno emiratí) y Aabar (inversora con sede en Abu Dabi) son patrocinadores principales y los hinchas del City ponen pancartas a favor de Sheikh Mansour».
Lo del cartel a favor del dueño del ADUG ocurrió en 2012, cuando Manchester City ganó la primera de las Premier Leagues obtenidas bajo la gestión emiratí. En el estadio apareció colgada una bandera que decía, en inglés y en árabe: «Gracias, Sheikh Mansour». Aquel partido resultó fundacional para la inversión emiratí y para el City, que llegó a la última fecha de la Premier cabeza a cabeza con su máximo rival, el Manchester United. Ambos sumaban 86 puntos, aunque con un detalle que favorecía al City: tenía mejor diferencia de goles y ese punto definía el campeonato a su favor en caso de igualdad en el primer puesto.
Ambos disputaron su último partido en simultáneo, pero el del United ante Sunderland terminó cinco minutos antes. En el momento en que se confirmó la victoria del Manchester United como visitante por 1 a 0, el City perdía por 2 a 1 en su estadio con el Queens Park Rangers. Iban 45 minutos del segundo tiempo y parecía una utopía que el City pudiera quedarse con la tercera liga de su historia. Otra vez, el United miraría desde arriba al equipo menos laureado de la ciudad.
¿Qué hubiera pasado con el cartel agradeciéndole a Mansour si Manchester City dejaba escapar así el título, jugando el último partido como local y contra un equipo que peleaba por no descender? ¿Y con la inversión emiratí? ¿Hubiera perdido la simpatía del público? Nada de esto ocurrió porque en Manchester sucedió el milagro: en tiempo de descuento, a los 47 minutos, Edin Dzeko empató y, a los 49, Sergio Agüero ingresó en la mitología cityzen al marcar el 3 a 2 definitivo, que postergó al United y le dio la Premier al City.
Sheik Mansour respiró aliviado e impidió así in extremis que su inversión fuera puesta bajo observación por los hinchas del Manchester City. Los patrocinadores emiratíes también sintieron que el apoyo económico al equipo del jeque valía la pena. Para el mundo de la imagen corporativa, nunca es lo mismo ser parte de un equipo ganador que de uno perdedor.
Pero vale detenerse aquí un minuto, porque es justamente en este punto donde reside el problema: Abu Dabi sostiene que la inversión en fútbol es parte de la cartera privada de Sheik Mansour, pero luego Arabian Business menciona a Etihad, Etisalat y Aabar, tres empresas que son propiedad del gobierno de Emiratos, como parte de los patrocinadores del City. Los rivales del conjunto de Manchester sostienen que ese patrocinio no es genuino y que debe considerarse algo así como un subsidio del Estado emiratí. Si el ADUG es un emprendimiento personal de Mansour, el financiamiento del grupo no lo es, entienden.
En Abu Dabi rechazan esta mirada y replican con otro análisis realizado por la publicación, que focaliza sobre la inversión efectuada y la califica como una de las más exitosas de los últimos años. Para Arabian Business, no hay que evaluar el gasto, sino más bien la revalorización del ADUG: «Siete años después de comprar el Manchester City, el valor de grupo inversor ascendía a tres mil millones de dólares», además de haber puesto a Abu Dabi en el mapa. En 2019, la cotización del ADUG había ascendido a 4800 millones de dólares. De acuerdo con la información oficial, el fondo de inversión propiedad de Sheik Mansour compró el City en alrededor de 400 millones de dólares en 2008 y, en 2015, vendió el 13% de su paquete accionario a un consorcio chino en el mismo monto. En 2019, el fondo de inversión Silver Lake compró otro 10%, en 500 millones de dólares. Es la explicación de los emiratíes para intentar que se mire la adquisición del City como un negocio brillante de la cartera privada de Mansour. En el camino, en 2013, el ADUG dio un impulso mayor a su inversión: armó el CFG y puso bajo el ala de este nuevo departamento a todos sus equipos de fútbol, una lista que fue creciendo año tras año. Al cierre de este libro, incluía a Manchester City (Inglaterra), New York City (Estados Unidos), Melbourne City (Australia), Yokohama Marinos (Japón), Girona (España), Mumbai City (India), Torque (Uruguay; en 2020 le cambió el nombre a Montevideo City Torque), Lommel (Bélgica), Troyes (Francia) y Sichuan Jiuniu (China).
En 2018, el CEO del CFG, Ferrán Soriano, visitó Buenos Aires y explicó en una disertación que el objetivo del grupo trascendía el fútbol. Dijo que había que analizar al CFG no como parte de la industria del deporte, sino como un líder en la industria del entretenimiento, con la salvedad de que el fútbol, al ser una actividad pasional, generaba otro tipo de compromiso, más fuerte o sólido, con sus seguidores. Según esa visión, el objetivo de Sheikh Mansour, o de Abu Dabi, si se amplifica, sería algo así como competir en el mismo mercado que Disney, Universal, el Cirque du Soleil, los Rolling Stones o Bollywood (la industria cinematográfica de India, líder mundial en el rubro). Eso empezó a crear cuando compró el Manchester City.
En su libro La pelota no entra por azar, Soriano lo desarrolla: «En un sentido amplio, los clubes de fútbol suministran entretenimiento y tienen sus competidores, como el cine, el teatro, la televisión o cualquier otra forma de ocio. Pero los clubes de fútbol tienen una carga emocional muy superior para mucha gente, y su capacidad de representación social es también mucho mayor. Existe todavía una diferencia fundamental entre el fútbol y las otras formas de entretenimiento de masas, y es que sus aficionados quieren ganar primero y divertirse después. A los clubes de fútbol se los dota de valores sociales y, algunas veces, también políticos».

11 de agosto de 2021. El PSG presenta a Messi en el Parque de los Príncipes. Crédito: Getty Images.
Dicho todo esto, ¿Mansour compró primero un club y luego nueve más para construir un imperio del ocio que pudiera competirles a Disney o a Bollywood? Según Arabian Business, el motivo principal fue otro, más ambicioso: Mansour pretende convertir a Emiratos en general, y a Abu Dabi en particular, en actores globales, busca ponerlos en el mapa. Visto así, debe verse como una estrategia de relacionamiento y posicionamiento internacionales. Pero el gobierno emiratí lo redujo: sostuvo que Mansour es un inversor brillante y que el fútbol es una actividad más entre muchos otros negocios, como podrían ser la construcción, las telecomunicaciones o el mercado aeronáutico. Para los rivales del City, discutir esto no tiene sentido. Nada es creíble. Para ellos, el equipo inglés es parte de una inversión desleal sostenida por un Estado.
Uno de los ejemplos que toman los adversarios del City es el de Etihad, la aerolínea de Abu Dabi, que habría pagado una suma altísima por la denominación del estadio del Manchester City (las versiones van de 200 a 400 millones de dólares). Según la industria aerocomercial de Estados Unidos, que analizó las inversiones de Etihad, no hay manera de que la aerolínea destine tal cantidad de millones para publicidad (ni tampoco para desarrollar su negocio y ser tan competitiva en el mercado). Semejante erogación no figura en los balances de la aviación mundial, de modo que, concluyeron, inevitablemente el dinero de las inversiones de Etihad debe surgir de la familia real de Abu Dabi y no de la unidad de negocios particular de la aerolínea. De ese tipo de investigaciones se toman los clubes europeos para explicar que los millones que ayudan a que el Manchester City sea uno de los equipos más competitivos del planeta no son genuinos.
El crecimiento del PSG
Esa misma resistencia que Abu Dabi encontró en el establishment del fútbol es la que debió enfrentar Qatar cuando, mediante un fondo de inversión soberano llamado Qatar Investment Authority (QIA), compró el PSG.
El QIA fue fundado en 2005 por el entonces emir de Catar, Hamad bin Khalifa Al Thani, con el objetivo de gestionar los beneficios generados por el petróleo y el gas natural. Una subsidiaria del QIA, Qatar Sports Investments, compró el 70% del PSG en 2011 y, un año después, se quedó con el 30% restante. Según diversos medios, entre el capital accionario y la absorción de deudas que acarreaba el club, los cataríes desembolsaron algo así como 100 millones de euros. Quien conducía al QIA en aquellas operaciones era uno de los hijos del emir de Qatar, Tamim bin Hamad Al Thani, luego monarca nacional cuando su padre abdicó, en 2013. Por lo tanto, el gobierno de Qatar es el dueño del PSG y quien encabezó la operación de compra fue quien en esos años era el heredero del trono. La diferencia con Abu Dabi y el Manchester City es que, en este último caso, el gobierno nacional adjudica la relación a un negocio privado de un integrante de la familia real. En Qatar, es el gobierno el que maneja el negocio a través de un fondo de inversión soberano.
¿Qué hizo que el emir de Qatar quisiera comprar un equipo de fútbol en Francia? Para el académico Simon Chadwick, experto en management deportivo y en la industria del deporte en Eurasia, hubo mucho de política internacional en la decisión. Chadwick consideró que Qatar resolvió entrar en el mundo del fútbol cuando empezó a tener problemas con Arabia Saudita y otros países de la región, que lo acusaron de proteger terroristas. Frente a la necesidad de anular la imagen negativa que sus vecinos le generaban con esas denuncias, Qatar contraatacó con una especie de blanqueo de imagen a través del deporte.
El académico Simon Chadwick, experto en management deportivo y en la industria del deporte en Eurasia, considera que Qatar resolvió entrar en el mundo del fútbol cuando empezó a tener problemas con Arabia Saudita y otros países de la región, que lo acusaron de proteger terroristas. Para anular la imagen negativa, Qatar contraatacó con una especie de blanqueo de imagen a través del deporte.
El primer movimiento fuerte que el gobierno catarí realizó en la industria del deporte fue la pelea y obtención de la sede del Mundial 2022. Esto ocurrió en 2010, cuando compitió contra los Estados Unidos, Japón, Corea del Sur y Australia. En la última votación, Qatar superó a los Estados Unidos por 14 a 8, cuando nadie lo esperaba. Fue la última elección reservada para el Comité Ejecutivo de la FIFA, integrada por el presidente de la institución, 7 vicepresidentes y 16 miembros elegidos por las confederaciones continentales. Y resultó tan controvertida que, a partir de entonces, la organización de las Copas se decide en el Congreso de la entidad madre, donde todas las asociaciones nacionales cuentan con un voto. Pasó de resolverse entre 24 a definirse entre más de 200.
Esta lucha por el Mundial coincidió en el tiempo con las primeras tensiones fuertes entre Qatar y Arabia Saudita, que se tensaron más entre fines de 2010 y comienzos de 2011, durante la llamada Primavera Árabe, nombre que se dio a unas manifestaciones populares ocurridas en varios países del norte de África y de Oriente Medio, en reclamo de mejoras sociales y una mayor apertura democrática. Considerado en algunos casos como revoluciones, aquellos movimientos opositores terminaron con los gobiernos de Egipto, Libia, Yemen y Túnez, provocaron fuertes enfrentamientos en Siria y obligaron a realizar cambios políticos en otros países. El motivo del enfrentamiento fue que Qatar alentó la nueva ola política, mientras que Arabia Saudita prefirió una respuesta más conservadora.
De todas maneras, el punto más alto del conflicto se dio en 2017, cuando el gobierno saudita acusó a Qatar de apoyar movimientos terroristas, algunos de los cuales generaban cierta desestabilización dentro de Arabia. El gobierno de Riad rompió relaciones con su par de Doha y encontró rápidamente el alineamiento de Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Yemen, Libia, Egipto y las islas Maldivas. Todos juntos ejercieron un boicot diplomático contra Qatar, prohibieron la circulación por su espacio aéreo de aviones de procedencia y destino catarí, cerraron sus fronteras para los ciudadanos de ese país, le exigieron a Doha que rompiera con Irán (enfrentado con los sauditas) y reclamaron la desarticulación de la cadena de TV Al-Jazeera, de propiedad catarí.
De acuerdo con la versión saudita, Al-Jazeera era una fuente de incitación para los movimientos terroristas. Por eso exigió a Qatar que, para levantar las sanciones impuestas, cerrara la cadena de TV. En verdad, la acusación no tenía que ver con que Al-Jazeera promoviera revoluciones ni atentados explícitamente, sino que estaban más vinculadas con una línea editorial dura, con la difusión de una versión que juzgaban exagerada del Corán. Las prédicas que se transmitían en Al-Jazeera provocaban reacciones enfervorizadas en los movimientos terroristas, razonaron los sauditas. Por las dudas, Arabia Saudita, Egipto, Baréin y Emiratos Árabes Unidos bloquearon el sitio de la cadena catarí.
Además de cuanto ocurría con Al-Jazeera, la coalición que se enfrentó con Qatar también argumentó que Doha daba soporte a grupos como Al-Qaeda y los Hermanos Musulmanes, o a otros movimientos opositores en Yemen y Siria.
Así las cosas, Qatar respondió con una estrategia que puede resumirse con el término soft power. Es un concepto que surgió en 1990 en Harvard, cuando el especialista en relaciones internacionales Joseph Nye definió así al poder de la «influencia internacional» por métodos blandos como la diplomacia, las relaciones o el marketing. Es una oposición al término hard power, que sería obtener resultados por vía dura, como la violencia.
El objetivo de Qatar fue limpiar su imagen, generar atracción por la vía del deporte y, por qué no, superar a sus adversarios. Qatar no estaba en condiciones de resolver sus conflictos políticos mediante una disputa bélica. Con su irrupción en el deporte, según Chadwick, obtuvo otro tipo de triunfo. «Lo último que quiere Arabia es que se hable de Qatar y sus inversiones en todo el mundo», explicó el académico.
«El gobierno catarí utilizó al PSG como un medio a través del cual creó conciencia sobre las marcas de Qatar, mientras proyectó soft power en nombre del país», consideró Chadwick en Policy Forum. La primera señal que dieron los cataríes fue la compra del equipo parisino, en 2011, pero no se quedaron ahí. Rápidamente, desarrollaron la teoría de Chadwick y compraron a figuras mundiales como el sueco Zlatan Ibrahimovic, el inglés David Beckham, el brasileño Thiago Silva, el uruguayo Edinson Cavani y el italiano Marco Verratti.
En poco tiempo, la irrupción de QSI en el PSG logró reposicionar al club y darle un volumen mundial. Los éxitos llegaron inmediatamente y así la afición parisina dejó de sentirse una hermana menor de Lyon, Marsella, Bordeaux o hasta Mónaco.
Con el Olympique de Marsella, máximo rival histórico, pudo competir de igual a igual, primero, y desde la dominación, después. PSG dio vuelta el historial contra los marselleses, contra quienes sostiene un clásico que opone la opulencia de París contra los más humildes del sur, representados por el Olympique. Hasta que los cataríes tomaron el control del club, el choque entre ambos era más clásico por la rivalidad económica y social que existe entre el norte y el sur de Francia que por la disputa deportiva entre PSG y Olympique. Hasta entonces, para el Olympique de Marsella, que era uno de los más ganadores de la Ligue 1, con nueve títulos (el Saint-Étienne tiene 10, pero el último lo ganó en 1981), el rival más fuerte en términos deportivos era el Olympique Lyonnais, el Lyon, que sumaba siete. PSG tenía solo dos, el primero logrado en 1986 y el segundo, en 1994.
A partir del desembarco de Qatar en el PSG, todo el ecosistema del fútbol francés cambió: los liderazgos, el alcance mundial, las rivalidades y hasta la adquisición de figuras de primerísima línea, antes reservada para las ligas de Inglaterra, España, Italia y, eventualmente, Alemania. La inversión catarí dio otro vuelo a la Ligue 1.
En ese sentido, la compra del delantero brasileño Neymar, en 2017, por 220 millones de euros, y casi al mismo tiempo la del juvenil francés Kylian Mbappé, procedente del Mónaco, en 180 millones de euros, no deben tomarse solo como partes de una estrategia deportiva. Especialmente la de Neymar, casi extirpado al Barcelona mediante la ejecución de una cláusula de rescisión que figuraba en el contrato del brasileño, y a pesar de los intentos por impedirlo que realizaron los dirigentes culés. Aquella fue una noticia de impacto mundial y se dio muy poco tiempo después de que Arabia Saudita y sus aliados rompieran relaciones diplomáticas y cerraran fronteras con Qatar. La ruptura con los sauditas ocurrió en junio. La compra de Neymar se confirmó el 3 de agosto.
«A medida que la disputa política (con el gobierno saudita) creció, QSI usó la firma de Neymar para mostrar su fuerza económica y política», analizó Chadwick. Fue algo así como una declaración política. Qatar mostró a sus vecinos un poder blando inmenso. «En momentos en que Arabia Saudita quiere que el mundo hable de Catar en términos negativos, Doha se ha convertido en el foco de la historia más importante del año», comentó Chadwick en 2017. Se hablaba por aquellos días más del pase de Neymar que de las denuncias contra Qatar por supuesto apoyo al terrorismo.
La compra de Neymar, en 2017, por 220 millones de euros no debe tomarse solo como partes de una estrategia deportiva. Aquella fue una noticia de impacto mundial y se dio muy poco tiempo después de que Arabia Saudita y sus aliados rompieran relaciones diplomáticas y cerraran fronteras con Catar. La ruptura con los sauditas ocurrió en junio. La compra de Neymar se confirmó el 3 de agosto.
El pase del brasileño puede analizarse también desde las motivaciones deportivas del PSG o, incluso, desde las necesidades de crecimiento de marca del club parisino. Ambos argumentos tendrán validez, pero, visto globalmente, fue algo más. Fue una declaración de un país.
Frédéric Longuépée, director adjunto del PSG en aquellos años, explicó en 2014 el objetivo sobre el que debía trabajar el club, que bien podría acomodarse a la compra de Neymar tres años más tarde: «El PSG necesita desarrollar una marca reconocida internacionalmente, tiene que convertirse en una franquicia deportiva. no busca solo un proyecto deportivo. El deporte es una prioridad, pero queremos crear una marca reconocida como Ferrari, Roland Garros o Manchester United».
Claramente, la adquisición de una figura como Neymar reforzó las aspiraciones deportivas del equipo, del mismo modo en que seguramente Neymar encontró beneficios personales en el traspaso de Barcelona a París, desde económicos hasta futbolísticos o de estilo de vida. Esto es: tanto el PSG como el jugador tienen motivos para suponer que la compra, analizada desde un prisma estrictamente deportivo, tuvo su sentido y sus ventajas. Pero el análisis de Chadwick va más allá e indica que hubo un interés que excedió al deporte. Desde este punto de vista, Neymar solo fue una pieza utilizada por el poder económico de Qatar.
La estrategia catarí supuso la necesidad de maximizar su poder blando para diluir las acusaciones de terrorismo formuladas por sus vecinos árabes. Exigió a su aparato propagandístico hasta el límite del juego limpio financiero y es probable que se haya sentido conforme con el resultado obtenido, pero al mismo tiempo debió comprender que un triunfo ocasional no le alcanzaría para desacreditar una campaña internacional que podía sostenerse en el tiempo.
Tal vez por eso, Qatar decidió seguir invirtiendo en el PSG. Sostuvo a Neymar y Mbappé, a pesar de los embates de clubes con más historia y tradición, que pretendían llevárselos, y armó planteles llenos de figuras: además de las primeras inversiones en Ibrahimovic, Cavani y Beckham, con los años compró también al italiano Gianluigi Buffon, a los argentinos Ángel Di María y Mauro Icardi, a los brasileños Marquinhos y Dani Alves. Armó un seleccionado mundial que este año ha reforzado con, entre otros, Sergio Ramos y Gianluigi Donnarumma. Y con Leo Messi, claro.
Cerca estuvo de lograr su objetivo en la rara Champions League de 2020, cuya etapa final se disputó en Lisboa mediante un sistema de eliminación a partido único, debido a la pandemia provocada por el coronavirus. Allí, con una gran actuación de Neymar, el PSG llegó a la final, en la que debió enfrentarse con el Bayern Múnich. Tuvo oportunidades para ganar, pero finalmente el equipo alemán se impuso por 1 a 0. Para Qatar hubiera sido un golpe de efecto inmenso ganar esa Champions. Pero, independientemente del resultado, el establishment del fútbol tomó nota y sintió el golpe: el último invento del fútbol, este de que los clubes sean herramientas para exteriorizar el poder blando de países ricos, ya comparte el control del juego.
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