Tiene sentido no saber quién se esconde detrás del seudónimo Elena Ferrante. En realidad, no hay motivo alguno para querer saberlo más allá del mero chisme. Elena Ferrante, el símbolo, el enigma que va más allá de un nombre propio, no es solo una, sino muchas: Elena Ferrante son las mujeres que habitan en sus novelas, personajes redondos, con el espesor y la sensibilidad, el brillo y la oscuridad de varias de las más grandes figuras de ficción de nuestro tiempo. Por eso, Elena Ferrante no es solo una, sino la suma de todas ellas. De hecho, uno de los ejercicios más difíciles a los que Ferrante se (y nos) somete como narradora —y de los que sale victoriosa— es el de enfrentarnos a protagonistas que no son de una pieza, que no se conocen del todo a sí mismas, que no están hechas y cerradas para siempre. En el siguiente texto, prólogo impecable de «Crónicas del desamor» (Lumen, 2015), un volumen que incluye las novelas «El amor molesto», «Los días del abandono» y «La hija oscura», el poeta argentino Edgardo Dobry recorre todos estos modelos de representación de la figura femenina en la obra de la intangible Ferrante.