Cómo afrontar la pérdida de la identidad tras la maternidad
En ocasiones el desajuste que supone la llegada de un bebé a la familia precisa de un tiempo de adecuación a la normalidad donde la figura de la pareja, de la madre y del padre, se debe reorganizar y reajustar a la situación actual. Esto a veces supone una pérdida de identidad más o menos temporal, donde se pasa de ser Mujer a ser la Madre de. Te contamos cómo sobrellevar esta situación.
Cuando nos convertimos en madres, sentimos, en muchas ocasiones, que perdemos nuestra identidad tal y como la habíamos experimentado y conocido hasta ahora. Por supuesto, no se trata de ser la misma persona de antes, porque la llegada de un hijo a la vida nos cambia para siempre, no solo nuestra manera de ser, sino también la de pensar, sentir, ver o vivir. Porque la realidad es que, cuando un hijo llega a nuestras vidas, el foco cambia y se centra en él, dejándonos a nosotras en un segundo plano que muchas veces no vuelve a ser primero en muchos años.
En este tiempo, a veces nos olvidamos de nuestro yo anterior, de nuestros hobbies, de nuestro tiempo en exclusiva, de nuestra rutina previa… Sin duda, en un inicio sucede así para poder cuidar y proteger a nuestro bebé; sin embargo, con tiempo y adaptación debemos ser capaces de seguir teniendo tiempo para nosotras, para desarrollar aficiones, para un café con amigos o para leer sin interrupción.
En ningún caso se trata de comparar una vida con la otra, ya que no sería lógico ni nos aportaría nada, sino de ajustar una realidad a la situación presente, entendiendo que es clave el cambio, pero sin olvidar nuestra identidad, nuestros gustos, nuestros valores, aquello que nos hace vibrar, que nos hace sentir, que nos aporta, que nos pone en realidad para darnos cuenta de que no sólo somos madres sino que también somos mujeres, somos pareja, somos hijas, somos amigas, somos profesionales, somos independientes...
En ocasiones, en todo este camino pueden aparecer sentimientos y emociones que nos hacen removernos, que nos limitan o nos impiden poder colocarnos en el lugar que deseamos, tales como el malestar, la tristeza o la culpa. Emociones que están presentes en muchas mujeres a lo largo de la maternidad, pero que en ningún caso deben afincarse en nosotras y convertirse en rutina, sino que deben servir de impulso y aliento para seguir buscando el lugar donde colocar todo para sentirnos cómodas en nuestro nuevo papel.
Porque sin duda, ahora somos madres, pero no podemos olvidar que primero fuimos nosotras, como ser independiente, que aún anda ahí y necesita seguir floreciendo. Esta culpabilidad es muy común en la maternidad, ya que sentimos que si nos dedicamos tiempo a nosotras mismas, estamos quitándoselo a nuestra familia o a nuestros hijos, de tal modo que parece una decisión o una actitud egoísta, impropia de una buena madre.
Pero si vamos más allá y analizamos lo que esto puede enseñar a nuestros hijos e hijas, seguramente podremos vislumbrar muchos beneficios en todo ello:
• Un niño que observa que su madre se cuida y busca tiempo para sí misma aprenderá a ser un adulto que se cuide y busque sus espacios de soledad sin culpa.
• Un niño que observa que su madre disfruta cuidándose a sí misma entenderá la importancia de empezar por uno mismo, sin dejarse para el final.
• Un niño que observa que su madre desprende energía, positividad y luz integrará que hay que cuidarse para poder cuidar de los demás y seguir brillando.
• Un niño que observa cada día que su madre tiene sus hobbies y disfruta haciéndolos buscará los suyos para aprender a disfrutar tanto como ella.
• Un niño que observa cómo su madre disfruta estando sola integrará que la soledad no es ningún castigo, ni es algo negativo, sino que puede ser un tiempo maravilloso para dedicarse a uno mismo, pudiendo elegir qué hacer con tu momento y disfrutándolo en plenitud.
• Un niño que observa que su madre disfruta consigo misma, de manera independiente, libre y autónoma, aprenderá a valorar estos aspectos y buscará el modo de adquirirlos e imitarlos.
• Un niño o una niña que observa cómo su madre le educa en el feminismo y en la igualdad, integrará que tanto mujeres como hombres tienen los mismos derechos, las mismas obligaciones y las mismas oportunidades.
En este libro ilustrado, una madre aparece como narradora explicándole a su hijo o a su hija cómo era y cómo se sentía ella antes de que él llegara y cómo se siente tras su llegada. En el texto, Bea Taboada comparte sus dudas, sus miedos, sus emociones, sus contradicciones, donde se siente plena pero a la vez siente que ha perdido parte de su identidad aunque no renunciaría a nada de lo que tiene ahora tras su maternidad, pero tampoco quiere renunciar a seguir siendo ella misma, en esencia, en plenitud.
Esa explosión de emociones que nos invade al convertirnos en madres, donde deseamos seguir siendo nosotras y al mismo tiempo no perdernos nada de nuestros pequeños, porque sin ellos ya no somos y a la vez con ellos a veces no podemos seguir siendo.
Este cuento nos servirá para comenzar conversaciones entre madres e hijos, donde hablar de nosotros, de ti y de mí, de lo que nos hemos convertido juntos, de emociones, de necesidades, de carencias y de realidades que merecen ser puestas en relieve, sin olvidar que la maternidad es, sin duda, entrega, empatía, generosidad, amor incondicional y transformación.
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