Pensar NO es un castigo: qué no hacer para corregir una conducta
Seguramente recuerdas cuando eras pequeño o pequeña y te castigaban en tu habitación para que «pensaras» en lo que acababas de hacer. Y seguramente también recuerdas que no entendías en qué tenías que pensar.
Solo sabías que estabas aislado/a, en silencio y con un cóctel de emociones que no sabías gestionar.
Hoy Alejandra Melús nos cuenta el origen de «la silla de pensar» y por qué es un recurso que no debería ponerse en práctica en niños.
Aunque parezca un recurso del siglo pasado, la realidad es que la silla de pensar se sigue empleando habitualmente tanto en escuelas o centros educativos como en hogares, siendo el recurso usado como consecuencia o castigo tras una conducta del niño que el adulto considera inadecuada
¿De dónde surge el recurso de la silla de pensar?
Arthur W. Staats (1924-2021), psicólogo estadounidense y profesor emérito de la Universidad de Hawái, experto en psicología conductista, fue el que introdujo el término de tiempo-fuera positivo o de reforzamiento, más conocido como el recurso del rincón de pensar o la silla de pensar.
Este recurso fue inicialmente creado para los adultos, y no para los niños y las niñas, como se tiende a creer, ya que los datos de maltrato infantil en aquella época no paraban de aumentar, y la violencia era un recurso muy habitual y común a la hora de educar a los niños y las niñas.
Por ello creó esta herramienta con el fin de que los padres y las madres fueran los que usaran la silla o el sillón para sentarse a reflexionar antes de emplear la violencia, pudiendo recapacitar y buscar otros recursos desde el razonamiento y la calma, y no desde el impulso y la inmediatez del conflicto.
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¿Cómo es empleada la silla de pensar actualmente?
Nos olvidamos de que seguimos viviendo en una sociedad muy adultista, donde son los adultos quienes crean las normas, escuchan sus propias necesidades y buscan herramientas que las puedan complacer.
De este modo, aunque la realidad es que cada vez disponemos de más información contrastada y científica a cerca del desarrollo neurológico, psicológico y emocional del niño, aún existen determinadas corrientes educativas que defienden que la conducta de los niños debe ser corregida con métodos de este tipo, cuando está demostrado que este recurso fue creado para los adultos y no para los niños.
¿Por qué no es un recurso adecuado para niños?
El recurso de la silla de pensar que inventó Arthur Staats pretendía frenar la conducta impulsiva del adulto ante un «mal comportamiento» del niño para hacerle calmar, procurando así el bienestar del niño tanto físico como emocional y evitando que el adulto reaccionara violentamente contra el niño.
De este modo el adulto se sentaba en un espacio tranquilo para recapacitar sobre lo sucedido y buscar un modo adecuado de atender esa situación, sin emplear la violencia hacia el menor y actuando sin impulsividad ni en modo automático, sino a través del razonamiento y la reflexión.
Esto solamente se puede aplicar así en adultos, ya que todas estas capacidades que Staats atribuía al adulto en la silla de pensar, un niño de 2, 3, 4 o 5 años no las tiene.
Un niño no puede sentarse en un espacio solo, comprender la situación, analizarla, recapacitar, reflexionar, buscar una alternativa adecuada al comportamiento inadecuado que ha tenido e integrar la situación y generalizarla para el resto de oportunidades similares que se le presenten.
Por lo tanto, ¿es útil la silla de pensar?
La silla de pensar no deja de ser un castigo, ya que todo aquello que separa al niño del resto del grupo y le aísla de la actividad que están llevando a cabo los demás, el niño lo entiende e interpreta como un castigo.
Pedirle a un niño de 2 a 5 años que reflexione solo, sin ayuda del adulto, sentado en una silla, en ocasiones apartado el grupo, o mirando hacia donde no están sus compañeros o el resto de sus familiares, es un castigo.
El niño en esta situación no va a pensar en lo sucedido, es algo para lo que no tiene capacidad ni madurez, es como si le pedimos a un niño de 6 meses que ande o hable. Es totalmente absurdo pensar que un niño a esa edad podría andar o hablar, porque su cerebro, su sistema nervioso central, sus músculos, sus conexiones neuronales, no están preparadas ni maduras para llevar todo este proceso a cabo. Pues lo mismo sucede cuando le pedimos a un niño tan pequeño que piense solo sobre lo sucedido.
¿Qué sentirá y pensará el niño en la silla de pensar?
En la silla de pensar puede llegar a sentir un gran malestar por estar apartado del grupo, por sentirse aislado, no escuchado ni validado emocionalmente.
Posiblemente en la silla de pensar sí pueda ponerse a pensar sobre sí mismo, cómo se siente, creyendo que es malo, que lo hace mal, o que no le gusta estar ahí.
La silla de pensar generará una baja autoestima, ya que es señalado por un mal comportamiento y no por aquello en lo que brilla o que es capaz de hacer, y en estas edades donde los niños buscan incesantemente su sentido de pertenencia, si les hacemos creer que son malos, harán lo posible por cumplir esa etiqueta y ese papel que les hemos adjudicado, donde son visibles y atendidos, donde llaman la atención y son nombrados.
Seguramente crea que pensar es un castigo, cuando pensar es una de las grandes virtudes y cualidades del ser humano y para nada debe ser entendida como algo negativo.
Integrará que estar solo es un castigo, cuando aprender a estar solo a lo largo de nuestras vidas es un auténtico regalo. A esa edad los niños necesitan de una figura de apego y seguridad, estableciendo vínculos seguros, donde la figura principal de apego, ya sean los padres o los profesores, no se separen dependiendo del comportamiento del niño.
En la silla de pensar se distraerá con sus manos, jugando con ellas, cantando o entreteniéndose con lo primero que pueda, porque es propio del desarrollo de su edad, y no es un modo de llamar nuestra atención, retar al adulto o desafiarlo, tan sólo se estará comportando como un niño de su edad.
Es decir, los niños y las niñas, y todos los seres humanos en general, necesitan de una figura de apego segura, que no desparece si su comportamiento no es el adecuado o el esperado, sino que acompaña sus emociones y permanece junto a él sea cual sea la situación, de manera incondicional.
Es necesario que los adultos comprendamos que en la silla de pensar los niños no piensan, sino que se sienten mal y no ven acompañadas sus emociones como realmente necesitan.
En lugar de poner el foco en el comportamiento del niño estableciendo un castigo, deberíamos ir más allá, buscando el origen o el por qué de ese comportamiento, para poder atender la raíz y así dar las herramientas necesarias para cambiar dicho comportamiento y mejorar la situación.