Posy Simmonds o por qué dibujar los clásicos
Hija dilecta de la gloriosa ilustración humorística inglesa, a comienzos de los 2000 Posy Simmonds fue todavía más allá en el diálogo del cómic con la literatura. Primero hizo del clásico de Flaubert una heroína contemporánea atrapada en el adulterio, la hipocresía y el provincianismo en «Gemma Bovery». Con «Tamara Drewe», basado en «Lejos del mundanal ruido» de Thomas Hardy, revalida ese talento para actualizar a las heroínas derrotadas del siglo XIX, ofrecer una crítica feroz a la vida rural burguesa y mostrar toda la potencia que la novela gráfica tiene para darle a los clásicos con un lápiz y una página en blanco.
Por Álvaro Pons

Posy Simmonds en París, año 2019. Crédito: Getty Images.
Por ÁLVARO PONS
Se dice habitualmente que el cómic es un híbrido de literatura y dibujo, en una errónea creencia que subordina la narración de la historieta a la escrita. Sin embargo, el noveno arte hunde sus raíces en la narración visual, en esa forma de contar historias con dibujos que acompaña a la humanidad desde sus inicios, cuando fue consciente de que los relatos orales tenían una trascendencia finita. Dibujos que dieron lugar a las letras, a una literatura que sigue precisando de una descodificación visual de esos dibujos a la que llamamos lectura, pero que ha mantenido un diálogo constante con la imagen, con las ilustraciones que daban forma a los universos que los creadores imaginaban. El cómic se ha desarrollado a lo largo de la historia como un lenguaje que ha tomado forma de medio de comunicación, acompañando en paralelo a la literatura y otras artes.
La carrera y obra de la autora británica Posy Simmonds (Berkshire, 1945) es, curiosamente, un perfecto reflejo de esa evolución de la historieta que se disparará durante el siglo XX, de la permeabilidad de un arte en constante diálogo con todas las formas artísticas. Al igual que el cómic forjó su actual gramática en las páginas de los periódicos, Simmonds se formó en una cabecera tan famosa como The Sun para pasar después al prestigioso The Guardian, con la actualidad como referente de su serie The Silent Three of St Botolph's. Sátira mordaz de una burguesía acomodada y de una sociedad inmersa en las contradicciones de los setenta que miraba con respeto al ilustre pasado del periodismo satírico británico mientras tomaba lecciones de la tradición del cómic en la prensa americana, con autores como Jules Feiffer o Garry Trudeau como referentes, pero que pronto encontraría un discurso tan personal y característico que la serie terminaría conociéndose simplemente como Posy.
Sin embargo, poco a poco la obra de Simmonds fue evolucionando e incluyendo planteamientos más literarios que influían en la propia narrativa de la tira, encontrando pronto una forma propia y particular de hibridar la literatura con el cómic, que iniciará con éxito en Gemma Bovery. A partir de la obra de Flaubert, la dibujante encuentra un punto de partida para una experiencia donde el texto se funde con la historieta más allá del recurso tradicional que supone en el noveno arte: abandona el espacio cerrado del bocadillo para recuperar el de la página en blanco de la novela, mientras que el cómic se mantiene hermanado a la palabra, creando un diálogo de iguales entre dos formas narrativas, la literaria y la gráfica. El juego le permite a Simmonds crear una experiencia metalingüística única, donde la literatura se erige como protagonista y se inmiscuye en los intersticios propiedad de la historieta, pero conviviendo en perfecta simbiosis.
Una experiencia que volvería a practicar en Tamara Drewe, donde de nuevo reescribe un clásico de la literatura decimonónica, el Lejos del mundanal ruido, de Thomas Hardy. Una elección no casual: si el amable retrato de la vida rural se publicó por entregas en The Cornhill Magazine, su paso al cómic también compartirá la publicación seriada en The Guardian, creando un claro anclaje en la tradición literaria victoriana. Pero para la autora británica, el entorno rural alejado del mundanal ruido será no un lugar de paz y reposo, sino el escenario de una mordaz sátira sobre una sociedad globalizada amante del chismorreo. Un mal antiguo del que no escapan ni las élites intelectuales que protagonizan esta obra, famosos escritores de renombre y prestigiosos profesores universitarios que buscan la inspiración en el aire puro de la campiña, pero que pronto se verá enrarecido por los mismos efluvios apestosos de la sociedad industrial, por el hedor a envidia y engaños. La mentira se alzará como el protagonista de una comedia coral donde las pasiones humanas se desatarán en forma de adulterios, celos, traiciones y engaños que se encarnarán en la hermosa Tamara Drewe.
No hay piedad alguna para las miserias humanas, mientras una ironía brutal y corrosiva va construyendo una trama paralela de género negro que ayuda a demoler todo discurso de defensa de la alta cultura, enfangada con entusiasmo en los mismos lodazales de bajos instintos que parecían ajenos a sus insignes ambiciones. Al final todos los seres humanos se igualan por sus peores respuestas ante la realidad.
La triste realidad
Pero Tamara Drewe no solo destaca por la brillantez de su lúcida deconstrucción de la cultura moderna, sino por su sorprendente forma de contarlo. La introducción del texto literario que ya se ha cimentado como firma de su estilo se desata aquí en decenas de posibilidades de interacción entre la narrativa de la historieta y la palabra, que comienzan desde la mismísima tipografía y la composición: cada personaje tendrá una tipografía propia en una página donde los amplios textos son, a su vez, un elemento visual más de la construcción estética de la plancha.
La viñeta pierde su hegemonía para entrar a dialogar con el párrafo de texto, en un atrevido enfrentamiento que resulta ser un trampantojo acertado en el momento en que Simmonds comienza a jugar no solo con la apariencia visual, sino con la propia forma de comunicación escrita. A lo largo de la obra irán apareciendo las diferentes expresiones de la escritura que la tecnología ha ido produciendo en este siglo XXI de redes sociales y comunicación digital. La máquina de escribir dejará paso al procesador de textos y, también, a la escritura veloz y sintética del SMS, a la nueva expresión epistolar del email. El titular de prensa del periódico será sustituido por el navegador en la pantalla del ordenador, mientras que la palabra escrita se multiplica en los cientos de miles de dispositivos móviles. Y todos, con una expresión visual propia, que la autora irá integrando en el flujo de la página para encontrar una narrativa milimétricamente coordinada que produce sus propias reflexiones.
Más allá de la trama principal, la dispersión de la comunicación humana es, sin duda, el gran tema de Tamara Drewe. La explosión de múltiples narrativas que, finalmente, no se traducen en riqueza de contenidos, sino simplemente en más posibilidades para la transmisión de rumores y chismorreos centrados, como siempre, en la crónica sentimental de nuestros vecinos y vecinas. El voyeurismo encuentra en la tecnología un aliado perfecto para una viralización de los males de la humanidad: la triste realidad de la esencia humana es que es incapaz de escapar de sus miserias.
Un mensaje final que encontró perfecto remate en Cassandra Darke, donde la tradición dickensiana se fusiona con la mordacidad de John Kennedy Tool para volver a arramblar contra las élites culturales, en este caso del mundo del arte. Y, de nuevo, Simmonds borda su ácida reflexión desde el juego formal, desde la hibridación de lo literario con lo historietístico que demuestra las posibilidades infinitas de un noveno arte todavía por explorar.
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