100 años sin Franz Kafka: «No es la muerte, sino el eterno tormento de la agonía»
Franz Kafka nació en 1883 en Praga, en el seno de una familia judía de habla alemana. En 1903 se licenció en Derecho, y a partir de 1908 trabajó en el Instituto de Seguros para Accidentes de Trabajo, un empleo que lo obligó a realizar numerosos viajes por el viejo Imperio austrohúngaro, entonces en proceso de desmoronamiento. Formó parte de los círculos literarios e intelectuales de su ciudad, pero en vida apenas publicó unos pocos escritos, la mayor parte en revistas. En 1922 obtuvo la jubilación anticipada por causa de la tuberculosis, enfermedad que empezó a padecer en 1917 y que le ocasionaría la muerte, ocurrida el 3 de junio de 1924 en el sanatorio de Kierling, en las cercanías de Viena. El grueso de su obra, entre la que se cuentan tres novelas, varias decenas de narraciones, un extenso diario, numerosos borradores y aforismos y una copiosa correspondencia, se publicó póstumamente por iniciativa de su amigo y albacea Max Brod, quien desobedeció su deseo de que se destruyeran todos sus textos. Desde entonces, la importancia de Kafka y su condición de clásico no han hecho más que incrementarse, hasta el punto de que hoy está considerado el escritor que mejor expresó la esencia del siglo XX. Cuando se cumplen cien años de su adiós, en LENGUA recuperamos varias anotaciones de sus diarios en las que se puede apreciar cómo la melancolía y la enfermedad lastraron la vida de uno de los más grandes autores de todos los tiempos.
Por Franz Kafka

Franz Kafka. Crédito: Getty Images.
9.X 1911. Suponiendo que llegue a los cuarenta años, probablemente me casaré con una solterona de incisivos prominentes y labio superior encogido dejando ver la dentadura. La señorita Kaufmann, que ha estado en París y Londres, tiene los incisivos superiores desviados uno contra otro como piernas cruzadas fugazmente a la altura de las rodillas. Pero no creo que llegue a los cuarenta años,¬ como demuestra por ejemplo la tensión que bastante a menudo se me instala en la mitad superior del cráneo, que se siente al tacto como una especie de lepra interna y que, si me dejo de aprensiones y me limito a contemplar, me causa la misma impresión que la visión de los cortes transversales del cráneo que aparecen en los libros escolares, o como una disección casi indolora practicada en vivo, en la que el bisturí, prudente, enfriando un poco, deteniéndose y retrocediendo a menudo, a veces permaneciendo inmóvil, va separando membranas delgadas como hojas, muy cerca de otras partes del cerebro que siguen trabajando.
2.XI 1911. Esta mañana a primera hora, por primera vez en mucho tiempo, de nuevo el placer de imaginarme que alguien retuerce un cuchillo en mi corazón.
18.III 1912. Yo era sabio, si se quiere, porque en todo momento estaba dispuesto a morir, pero no porque hubiese llevado a cabo todo lo que se me había impuesto hacer, sino porque no había hecho nada de eso ni sería capaz de hacerlo nunca.
22 [de octubre de 1913]. Demasiado tarde. La dulzura de las penas y del amor. Que ella me sonriese a mí en la barca. Eso era lo más bello de todo. El deseo constante de morir, y el de seguir resistiendo, solo eso es amor.
4.XII 1913. Visto desde fuera es horrible morir, no digamos matarse siendo adulto ya pero aún joven. Irse en medio de una confusión total que solo adquiría sentido dentro de un desarrollo ulterior, sin esperanza o con la única esperanza de que ese acto de presencia en la vida sea considerado en un cálculo total como algo no ocurrido. En tal situación estaría yo ahora. Morir no significaría otra cosa que entregar una nada a la nada, lo cual resulta inconcebible, pues cómo podría uno, que es una nada, entregarse con consciencia a la nada, y no solo a una nada vacía, sino a una nada efervescente, cuya nulidad solo consiste en su incomprensibilidad.
29.VII 1914. He anotado en otro cuaderno los apuntes sobre el viaje.¬ He comenzado trabajos que salen mal. Pero a pesar del insomnio, de los dolores de cabeza, de la incapacidad general, no me doy por vencido. Son mis últimas fuerzas vitales, que se han acumulado en mí para eso. He hecho la observación de que no rehúyo a los seres humanos para poder vivir tranquilo, sino para poder morir tranquilo. Ahora me defenderé. Tengo un mes de tiempo durante la ausencia de mi jefe.
6 [de agosto de 1914]. Desde el punto de vista de la literatura, mi destino es muy simple. Mi inclinación a describir mi onírica vida interior ha desplazado al reino de lo accesorio todas las demás cosas, las cuales se han atrofiado de un modo horrible y no cesan de atrofiarse. Ninguna otra cosa podrá jamás contentarme. Ahora bien, mi fuerza para esa descripción no es de ningún modo previsible, quizá ya haya desaparecido para siempre, quizá vuelva todavía a mí alguna vez, las circunstancias de mi vida no le son, desde luego, favorables. Así que vacilo, vuelo incesantemente a la cima de la montaña, pero apenas puedo mantenerme un instante en lo alto. También otros vacilan, pero en zonas más bajas, con fuerzas mayores que las mías; y si corren peligro de caerse, son sujetados por el pariente que con ese fin camina a su lado. Yo en cambio vacilo allá arriba; desgraciadamente no es la muerte, sino el eterno tormento de la agonía.
25.II [1915]. Tras días enteros de ininterrumpidos dolores de cabeza, por fin un poco más libre y confiado. Si yo fuera un extranjero dedicado a observarme a mí mismo y a observar el transcurso de mi vida, tendría que decir que todo tiene que acabar en la inutilidad, consumido en dudas incesantes, creativo solo en la mortificación de mí mismo. Pero en cuanto partícipe de ello, mantengo la esperanza.
22 [de marzo de 1922]. Por la tarde, sueño con el absceso en la mejilla. La frontera siempre oscilante entre la vida corriente y el horror, aparentemente más real.
24 [de marzo de 1922]. ¡Cómo está al acecho! En mi camino hacia la casa del médico, por ejemplo, y allí también con frecuencia.
17 [de mayo de 1922]. Triste.
23 [de mayo de 1922]. Incorrecto decir sobre alguien: la vida le ha sido fácil, ha sufrido poco; más correcto: estaba hecho de tal manera que nada podía ocurrirle; correctísimo: ha sufrido todo, pero todo en un solo y único instante; cómo habría podido ocurrirle ya nada, dado que las variaciones del sufrimiento estaban completamente agotadas en la realidad o por su propia decisión (dos inglesas viejas, en Taine).
5.VI [1922]. Malos días (s.). Ya cuatro o cinco días. Mi talento para «hacer remiendos».
26 [de agosto de 1922]. Dos meses sin hacer ninguna anotación. Aunque con interrupciones, una temporada buena, se la debo a Ottla. Desde hace un par de días, otra vez hundimiento. El primer día hice una especie de descubrimiento en el bosque.
14.XI 1922. Al anochecer, siempre 37,6º, 37,7º. Estoy sentado a la mesa de escribir, no me sale nada, apenas salgo a la calle. No obstante, tartufería de quejarme de la enfermedad
12.VI 1923. Los últimos tiempos, innumerables, casi ininterrumpidos. Bergmann, Dobrichowitz, M., P., paseos, noches, días, incapaz de nada, excepto de dolores. Y sin embargo. Nada de «sin embargo», por muy angustiada y tensa que tú, Krizanowskaja, me mires desde la tarjeta postal que tengo delante de mí. Cada vez más angustiado cuando escribo. Es comprensible. Cada palabra, volteada en la mano de los espíritus –ese giro de su mano es el movimiento característico de ellos– se convierte en lanza dirigida contra el que habla. Muy especialmente una observación como esta. Y así hasta el infinito. El único consuelo sería: ocurre, quieras o no. Y lo que tú quieres solo proporciona una ayuda imperceptiblemente pequeña. Más que consuelo es esto: también tú tienes armas.
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