EE. UU. y la democracia hueca de Nigeria: carta abierta de Chimamanda a Biden
«¿Por qué felicita EEUU al ganador de estas desastrosas elecciones?». El pasado 25 de febrero, la población nigeriana perdía la poca confianza que por primera vez desde 1999 había depositado en el sistema electoral del país. La Comisión Nacional Electoral Independiente de Nigeria había prometido una transparencia inaudita en las votaciones, garantizada por unos recursos electrónicos que velarían por la democracia. Sin embargo, no fue así. Las irregularidades, evidentes desde esa misma tarde, se confirmaron el 1 de marzo con la proclamación de Bola Tinabu, del Congreso de Todos los Progresistas, como presidente del país africano; un resultado inesperado según las encuestas, que apostaban por la victoria del aspirante de los laboristas Peter Obi. Ante esta situación tan ilegítima como ilegal, la escritora Chimamanda involucra al presidente estadounidense y afirma, en la carta abierta que compartimos a continuación, que «las felicitaciones por su resultado empañan el autoproclamado compromiso de EE. UU. con la democracia».

Un miembro de la seguridad privada junto al cartel electoral de Bola Tinabu, líder del Congreso de Todos los Progresistas y actual presidente de Nigeria. Crédito: John Wessels / Getty Images.
Estimado presidente Biden:
Algo extraordinario sucedió la mañana del 25 de febrero, el día de las elecciones presidenciales nigerianas. Muchos nigerianos fueron a votar con un nuevo sentimiento de confianza en sus corazones. Una cauta confianza, pero confianza al fin y al cabo. Desde el final del régimen militar en 1999, los nigerianos han confiado muy poco en las elecciones. Votar en unas elecciones presidenciales era tener que prepararte para la inevitable consecuencia: el fraude.
Las elecciones estarían amañadas, porque siempre lo habían estado; la pregunta era hasta qué punto lo estarían. A veces, cuando se anunciaban los «ganadores» predeterminados, votar parecía un gesto intrascendente.
Una ley aprobada el año pasado, la Ley Electoral de 2022, lo cambió todo. Dio respaldo legal a la vía electrónica para la acreditación de los votantes y la comunicación de los resultados, en un proceso determinado por la Comisión Nacional Electoral Independiente de Nigeria (INEC, por sus siglas en inglés). El presidente de la Comisión, el profesor Mahmud Yakubu, aseguró a los nigerianos que el recuento se haría en presencia de los votantes; que se registrarían en un acta de escrutinio; y que acto seguido se subiría una foto del acta firmada a un servidor seguro. Cuando circularon los rumores acerca de que la Comisión no estaba cumpliendo su palabra, Yakubu los rebatió con firmeza. En un discurso pronunciado en la Chatham House de Londres —uno de los lugares favoritos de los políticos nigerianos para pulir su poder de influencia—, reiteró que los ciudadanos podrían ver «los resultados de las votaciones en cuanto hubiesen finalizado, el mismo día de las elecciones».
Los nigerianos le aplaudieron. Si los resultados se publicaban inmediatamente después del cierre de las urnas, entonces el partido gobernante, el Congreso de Todos los Progresistas (APC, por sus siglas en inglés), en el poder desde 2015, no tendría ninguna oportunidad para manipularlos. La tecnología redimiría la democracia nigeriana. En los resultados ya no saldrían más votos que votantes. Los nigerianos ya no tendrían unos dirigentes que otros habían elegido por ellos. Las elecciones recogerían, por fin, la verdadera voz del pueblo. Y así nacieron la confianza y la esperanza.
Para la tarde del 25 de febrero de 2023, esa confianza se había disipado. Los trabajadores electorales habían llegado con horas de retraso, o sin el material básico. Se notificaron actos de violencia, un tiroteo en un centro electoral y que agentes políticos estaban robando o destruyendo urnas. Algunos agentes del orden parecían haber colaborado en la intimidación de los votantes; en Lagos, un policía se quedó de brazos cruzados mientras un portavoz del APC amenazó a los miembros de un grupo étnico concreto que, creía él, iban a votar a la oposición.
Chimamanda y EE. UU.
Lo más atroz de todo fue que la Comisión Electoral renegó de lo que les había prometido a los nigerianos. Los resultados electorales no se publicaron en tiempo real. Los votantes, comprensiblemente escamados, reaccionaron: en los vídeos de los centros electorales se ve a votantes pidiendo a gritos que se publiquen los resultados de inmediato. Muchos tomaron fotos con el móvil de las actas de escrutinio. Curiosamente, numerosos centros electorales pudieron publicar los resultados de las elecciones a la Cámara de Representantes y al Senado, pero no los de las elecciones a la presidencia. Un familiar que votó en Lagos me dijo: «Nos negamos a irnos del centro electoral hasta que el personal de la INEC publicara los resultados de las elecciones presidenciales. El pobre seguía intentándolo, y no dejaba de salirle el mensaje de "error". No había ningún problema con la red. Yo tenía internet en el teléfono. La aplicación de mi banco funcionaba. Los resultados del Senado y la Cámara se cargaron fácilmente. Entonces, ¿por qué no se podían subir los resultados de las presidenciales al mismo sistema?». En los centros electorales, algunos empleados dijeron que no podían publicar los resultados porque les faltaba una contraseña, una excusa que algunos votantes consideraron un subterfugio. Al acabar la jornada, era evidente que las cosas habían ido terriblemente mal.
Los resultados electorales no se publicaron en tiempo real. Los votantes, comprensiblemente escamados, reaccionaron: en los vídeos de los centros electorales se ve a votantes pidiendo a gritos que se publiquen los resultados de inmediato. Muchos tomaron fotos con el móvil de las actas de escrutinio. Curiosamente, numerosos centros electorales pudieron publicar los resultados de las elecciones a la Cámara de Representantes y al Senado, pero no los de las elecciones a la presidencia.
A nadie le sorprendió cuando, en la mañana del 26, las redes sociales se inundaron de pruebas sobre varias irregularidades. Las actas de escrutinio se estaban cargando ahora lentamente en el portal de la INEC, y podían ser consultadas por la ciudadanía. Los votantes compararon las fotos de sus teléfonos móviles con las publicadas, y vieron modificaciones: números tachados y reescritos; algunos escritos originalmente en tinta negra y reescritos en azul, y otros tapados de mala manera con Tipp-Ex. Las elecciones no solo habían sido amañadas: la manera chapucera y cutre con que se había hecho fue un insulto a la inteligencia de los nigerianos.
La democracia nigeriana había sido durante mucho tiempo una estructura bipartidista —el poder se alternaba entre el APC y el Partido Democrático Popular—, hasta este año, cuando el Partido Laborista, liderado por Peter Obi, se convirtió en la tercera fuerza. Obi era diferente; parecía honrado y accesible, y su postura contra la corrupción y la autosuficiencia dio lugar a un movimiento de simpatizantes autodenominados «obidientes». A sus mítines acudían multitudes atípicamente numerosas y entusiasmadas. El APC lo consideraba un advenedizo que no podía ganar, porque su pequeño partido carecía de estructuras tradicionales. Resulta irónico que, en muchas imágenes de las actas de escrutinio alteradas, se viera la transferencia de una inmensa mayoría de votos desde el Partido Laborista al APC.
Al iniciarse el recuento de votos en la INEC, los representantes de los distintos partidos políticos —excepto el APC— protestaron. Dijeron que los resultados que se estaban contabilizando no se correspondían con lo que ellos habían documentado en los centros electorales. Había demasiadas discrepancias.
«No tiene sentido persistir en el error, señor presidente. Estamos corriendo hacia la nada. Vamos a hacerlo bien antes de proceder con el cotejo», dijo un portavoz del partido a Yakubu. Pero el presidente de la INEC, con un rostro impenetrable y señorial, se negó. El recuento continuó con celeridad hasta que, a las 4.10 de la madrugada del 1 de marzo, fue anunciado el candidato del partido gobernante, Bola Tinubu, como presidente electo.

Una mujer sujeta una pancarta en una protesta por el resultado de las elecciones generales en las que Bola Tinabu resultó presidente electo de Nigeria. Crédito: Kola Sulaimon / Getty Images.
Un silencio subterráneo reinó en todo el país. Pocas personas lo celebraron. Muchos nigerianos estaban conmocionados. «¿Por qué la INEC no ha hecho lo que dijo que haría?», me preguntó mi joven prima.
Resultaba muy desconcertante que, en el contexto de unas elecciones muy reñidas y una sociedad con muy bajos niveles de confianza, la Comisión Electoral ignorara tantas señales de alarma evidentes en sus prisas por anunciar un ganador (tenía potestad para detener el recuento de votos e investigar las irregularidades, como haría dos semanas después, en las elecciones a la gobernación).
La rabia está en proceso de ebullición, sobre todo entre los jóvenes. El descontento, la desesperación y la tensión en el ambiente no habían sido tan palpables desde hacía años.
Así que fue muy sorprendente ver que el Departamento de Estado estadounidense felicitaba a Tinubu el 1 de marzo. «Sabemos que muchos nigerianos y algunos de los partidos han expresado su frustración por cómo se ha llevado a cabo el proceso y por las deficiencias de los elementos técnicos utilizados por primera vez en un ciclo electoral presidencial», dijo el portavoz. Y, sin embargo, se refirió al proceso como unas «elecciones competitivas» que «representan un nuevo periodo para la política y la democracia nigerianas».
Por supuesto que los servicios de inteligencia estadounidenses no pueden ser tan ineptos. Con haber hecho un poco sus deberes, habrían sabido lo que era manifiestamente obvio para mí y para muchos otros: el proceso no peligró por las deficiencias técnicas, sino por una manipulación deliberada.
La rabia está en proceso de ebullición, sobre todo entre los jóvenes. El descontento, la desesperación y la tensión en el ambiente no habían sido tan palpables desde hacía años.
Un editorial de The Washington Post seguía la misma línea que el Departamento de Estado, al menos en su intención, si bien no en su afectación. Con un extraño tono infantilizante, como si pretendiera apaciguar a los más cándidos, se nos dice que «los funcionarios han afirmado que el problema fueron los fallos técnicos, no un sabotaje»; que de las elecciones nigerianas salieron «muchas cosas buenas», dignas de celebración, porque, entre otras cosas, «nadie ha cortado las carreteras, como ocurrió en Brasil después de que Jair Bolsonaro perdiera la reelección». También se nos dice que «es alentador, en primer lugar, que los candidatos que han perdido presenten sus quejas a través de los tribunales», aunque cualquier observador de la política nigeriana sabría que los tribunales son el recurso habitual después de cualesquiera comicios.
El editorial adolece de la pobreza imaginativa tan característica de la cobertura internacional de los asuntos africanos: no se interpreta el estado de ánimo del país, no hay matices ni texturas. Pero su pobreza intelectual, atípica de un periódico tan riguroso, resulta asombrosa. ¿Desde cuándo un respetado periódico atribuye inequívocamente a un fallo técnico benigno algo que podría ser perfectamente maligno, solo porque es lo que dicen los funcionarios del Gobierno? Hay una especie de condescendencia cordial en las reacciones del Departamento de Estado y The Washington Post a las elecciones. Que se haya bajado tanto el listón de lo aceptable solo puede interpretarse como desprecio.
Espero, presidente Biden, que usted no comparta personalmente esta condescendencia cordial. Usted ha hablado de la importancia de una «comunidad global para la democracia», y de la necesidad de defender la «justicia y el Estado de derecho». Una comunidad global para la democracia no puede prosperar ante la apatía de su miembro más poderoso. ¿Por qué Estados Unidos, que da prioridad al Estado de derecho, respaldaría a un presidente electo surgido de un proceso ilegal?
«Comprometido» es una palabra omnipresente en el panorama político de Nigeria; se utiliza para decir «sobornado», pero también «corrompido», en términos más generales. «Se han visto comprometidas», dirán los nigerianos para explicar tantas cosas que van mal, desde los fallos en las infraestructuras al impago de las pensiones. Muchos creen que el presidente de la INEC se ha visto «comprometido», pero no hay pruebas de las astronómicas cifras en dólares estadounidenses que se rumorea que ha recibido del presidente electo. Se sabe que el propio Tinubu, sumamente rico, es un entusiasta participante del «comprometimiento»; algunos nigerianos lo llaman «barón de la droga» porque, en 1993, accedió a que las autoridades estadounidenses confiscaran 460.000 dólares de sus ingresos que, según determinó un juzgado de Chicago, procedían del tráfico de heroína. Tinubu ha negado rotundamente todas las acusaciones de corrupción.

Chimamanda Adichie. Crédito: D.R.
Espero que no le sorprenda, presidente Biden, si afirmo que la respuesta estadounidense a las elecciones nigerianas también está levemente manchada por esa palabra, «comprometimiento», porque se aleja demasiado de la situación real en Nigeria para ser considerada sincera. ¿Ha decidido Estados Unidos, una vez más, que lo que importa en África no es la democracia, sino la estabilidad? (quizá podría decirle al primer ministro británico, Rishi Sunak, que felicitó enseguida a Tinubu, que un gobierno ilegítimo en un país lleno de jóvenes frustrados no augura ninguna estabilidad). ¿O tiene que ver con China, esa némesis siempre resplandeciente, como ahora parece ocurrir invariablemente con gran parte de la política exterior estadounidense? La batalla por la influencia en África no se ganará apoyando los mismos procesos antidemocráticos por los que se critica a China.
Se suponía que estas elecciones nigerianas iban a ser distintas, y la respuesta de Estados Unidos no puede —no debe— ser la de siempre. Los jóvenes nigerianos, durante mucho tiempo en un letargo político, han despertado. Alrededor del 70 por ciento de los nigerianos son menores de treinta años, y muchos votaron por primera vez en estas elecciones. Los políticos nigerianos muestran una capacidad pasmosa para mentir descaradamente, por lo que participar en la vida política requiere, desde hace tiempo, una suspensión de la conciencia. Pero los jóvenes se han hartado. Quieren transparencia y verdad; quieren cubrir sus necesidades básicas, una corrupción mínima, dirigentes políticos competentes y un entorno que pueda fomentar el potencial de su generación.
Estas elecciones también tienen que ver con el continente. Nigeria es un crisol simbólico del futuro de África, y unas elecciones transparentes despertarán a millones de otros jóvenes africanos que están observando, y que también anhelan la democracia en su fondo, no en su forma hueca. Si los ciudadanos confían en el proceso democrático, se engendra esperanza, y nada es más esencial para el espíritu humano que la esperanza.
Los políticos nigerianos muestran una capacidad pasmosa para mentir descaradamente, por lo que participar en la vida política requiere, desde hace tiempo, una suspensión de la conciencia. Pero los jóvenes se han hartado. Quieren transparencia y verdad; quieren cubrir sus necesidades básicas, una corrupción mínima, dirigentes políticos competentes y un entorno que pueda fomentar el potencial de su generación.
A fecha de hoy, todavía se siguen subiendo resultados electorales al servidor de la INEC. Extrañamente, muchos contradicen los anunciados por la INEC. Los partidos de la oposición están impugnando las elecciones en los tribunales. Pero hay motivos de preocupación respecto a que puedan conseguir un fallo imparcial. La INEC no ha acatado íntegramente las órdenes judiciales de entregar los materiales electorales. La credibilidad del Tribunal Supremo nigeriano ha quedado en entredicho por sus recientes sentencias sobre casos políticos, las llamadas «coronaciones judiciales», como la que declaró ganador de las elecciones a la gobernación del estado de Imo a un candidato que había quedado en cuarto lugar.
La falta de legalidad tiene sus consecuencias. Todos los días, los nigerianos salen a la calle a protestar por las elecciones. El APC, inquieto por su mancillada «victoria», habla con un tono estridente y desesperado, como si siguiera en campaña. Ha acusado de traición al partido de la oposición, una calumnia poco inteligente y fácil de refutar, pero aun así inquietante, porque a menudo se utilizan acusaciones falsas para justificar acciones estatales malintencionadas.
Yo apoyé a Peter Obi, el candidato del Partido Laborista, y esperaba que ganara, como predecían las encuestas, pero estaba preparada para aceptar cualquier resultado, porque nos habían asegurado que la tecnología velaría por la inviolabilidad de los votos. La encendida desilusión que sienten muchos nigerianos no se debe tanto a que no ganara su candidato como que las elecciones en las que se habían atrevido a confiar fuesen, al final, tan inaceptable e imperdonablemente defectuosas.
Las felicitaciones por su resultado, presidente Biden, empaña el autoproclamado compromiso de Estados Unidos con la democracia. Por favor, no den una pátina de legitimidad a un proceso ilegítimo. Estados Unidos debe ser lo que dice ser.
Atentamente,
Chimamanda Adichie.