«Vaim», de Jon Fosse
A bordo de su barco Eline, Jatgeir llega a Bjørgvin desde Vaim, la pequeña ciudad donde vive. Necesita comprar hilo y aguja para coser un botón, pero en las tiendas le piden un precio exorbitante y es doblemente estafado. Antes de volver a casa con las manos vacías, fondea en una aldea de pescadores para dormir en su barco, pero una voz familiar lo despierta en medio de la noche: es Eline, su gran amor de juventud, que ha dejado a su marido, Frank, y quiere regresar a Vaim con él. A continuación, LENGUA publica un adelanto de «Vaim» (Random House, octubre de 2025), la primera novela escrita por Fosse después de haber recibido el Premio Nobel de Literatura en 2023, y también el primer volumen de un tríptico sobre la ciudad ficticia de Vaim. Es una novela de amor, muerte y triángulos amorosos en continuo movimiento, de barcos pesqueros y de hombres que aceptan las reglas que impone una mujer dueña de una fuerte y rara determinación.
Por Jon Fosse

Ea, dije, ya estamos aquí, dije, y me acaricié la barba, esta barba encanecida, porque joven desde luego ya no era, pero viejo tampoco, entrado en años quizá podría decirse, pues sí, un hombre entrado en años, ni más ni menos, y estas excursiones a Bjørgvin se iban a tener que acabar ya, qué sentido tenía ir hasta allí, atracar en el Muelle de Bjørgvin y no aprovechar el tiempo más que para ir a tabernas y a cafés, preferiblemente a El Pájaro, como llamaban a ese sitio, pero también al Mercado de Abastos y al Último Barco, y a la Cafetería, el caso es que nunca pasaba de echar el rato en lugares como esos o de echar el rato en la cabina del barco, bueno, el primer día, o los primeros días, sí había siempre algo que comprar, siempre, una cosa u otra, esto o aquello que había pensado que podía hacerme falta y que había apuntado en una hoja que tenía sobre la mesa del salón de casa, cosas que no vendían en el Bazar de Vaim, pero que podían venir bien, podía ser cualquier cosa, bueno, con el tiempo había juntado todo lo que necesitaba y más, pero aguja e hilo negro para coser botones sueltos sí tenía que comprar este año, aunque la verdad es que era mucho más complicado de lo que cabría imaginarse comprar una sola aguja de coser y un solo carrete de hilo negro en la ciudad de Bjørgvin, en la segunda ciudad más grande de Noruega, era casi increíble lo difícil que resultaba, casi parecía que los comerciantes y las tenderas no estaban interesados en vender algo tan pequeño como una aguja de coser y un carrete de hilo, porque había ido de tienda de confección en tienda de confección y en ningún sitio vendían esas cosas, no, decían, de eso no vendemos, no, y la respuesta no estaba exenta de cierto desdén, igual que la cara que había detrás, y cuando yo preguntaba dónde podía comprar algo así, la respuesta era siempre la misma, que no sabían, y a veces con el añadido de que allí, en su tienda, no vendían aguja e hilo, sino ropa ya confeccionada ¿y no querría, o podría, yo comprarme ropa nueva? y no faltó alguno y más de uno que me dio a entender que buena falta me haría, pero yo no necesitaba ropa nueva, me apañaba perfectamente con la que tenía, porque no es que yo tuviera pinta de vagabundo, ni mucho menos, aunque seguramente hubiera quien pensara lo contrario, pero en estas tiendas de confección tenían ropa a mansalva, claro, y a eso vendrían las insinuaciones y que no quisieran venderme aguja e hilo, pero por fin hubo uno que, haciendo reverencias y vestido de traje, y fíjate que la corbata era rosa, dijo que si quería comprar una aguja y un carrete de hilo negro tendría que ir a un sastre, y cuando osé preguntar dónde podía encontrar yo un sastre, este dependiente, o quizá fuera el dueño, qué sé yo, se echa a reír a carcajadas y me dice que no tiene la menor la idea, y luego dijo que antiguamente había siempre un sastre en la calle del Zapato, pero que eso era antes, porque antes sí que había sastres en Bjørgvin, como también los habría en la comarca de los strileños, dijo, y en ese momento entró una mujer por una puerta que había detrás del mostrador sobre el que se apoyaba el hombre de traje y corbata rosa y preguntó algo arisca si me estaban atendiendo y el de traje y corbata rosa dijo que sí, que sí, y yo murmuré que me gustaría comprar una aguja de coser y un carrete de hilo negro y ella preguntó si los necesitaba para coser botones sueltos y yo contesté que así era, sí, y ella dijo que podía conseguírmelos, y entonces se fue por la puerta por la que acababa de llegar y el de la corbata rosa dijo mira, ya ves, todo lo que no sé y acabo de aprender, y yo pregunté si hacía poco tiempo que trabajaba en la tienda y él dijo que trabajaba allí de toda la vida, desde que era niño, porque resulta que la que se había ido a buscar aguja e hilo era su madre, y desde que su difunto padre murió en la flor de la vida, madre, así lo dijo, en fin, la mujer, era la dueña de la tienda, y él no había llegado a más en la vida que a empleado de su propia madre, dijo, y la madre, podía dar fe de ello, era capaz de vender cualquier cosa, hasta a su propia abuela si hacía falta, vamos, lo que solía decirse de los comerciantes industriosos de Bjørgvin, dijo, así que seguramente su madre había subido a la planta de arriba, a su casa, para coger aguja e hilo de su propio costurero, y no era la primera vez que lo hacía, bueno, eso de coger algo de su casa para venderlo, así se había deshecho de la ropa del padre, la verdad es que le había llevado su tiempo, pero acabó vendiéndolo todo, así que seguramente podría comprar mi aguja y mi hilo, dijo el que resultó ser el hijo, y los dos nos quedamos callados y luego se abrió la puerta de detrás del mostrador y entró ella en persona, y me mostró un carrete de hilo negro y en el hilo había una aguja insertada, por lo que vi, y bueno, aquí tienes tu aguja y tu hilo, dijo la que era viuda, madre y propietaria de una tienda de confección en Bjørgvin, en fin, qué no tendré yo para vender, dijo, quizá algo altanera, y el hijo de traje y corbata rosa se estremeció, y no era precisamente un mozo, más bien tenía pinta de solterona, pero cómo puedo pensar así, porque la verdad es que yo no era menos solterona que él, más bien al contrario, puesto que yo parecía mucho mayor que este hijo de corbata rosa y además yo no era en absoluto una mujer, en absoluto, mientras que él, el hijo, el del traje, el de la corbata rosa, podría ser tanto mujer como hombre, y por eso se me habría venido a la cabeza esa palabra, solterona, y su madre no solo se comportaba como uno, sino que además tenía bastante pinta de hombre con la aguja insertada en el carrete de hilo que sostenía con la mano que tendía hacia mí y entonces la mujer me miró
Son doscientas cincuenta coronas, dijo
y me sobresalté, doscientas cincuenta coronas por un carrete de hilo negro y una aguja de coser, vaya, esta gente de Bjørgvin sabía cobrarse lo suyo, cosa que en realidad sabía todo el mundo, pero esto ya pasaba de castaño oscuro incluso en Bjørgvin, esto era un sablazo, pues sí, esa era la palabra adecuada, un sablazo, eso era, porque por ese precio podría haberme comprado una prenda nueva, por no decir varias, y además me habría ahorrado la molestia de coser el botón, porque una molestia siempre era, solo enhebrar la aguja podía llevarme un buen rato, mi vista no era ya lo que había sido y para ver el ojo de una aguja tampoco me servían de mucho las gafas
Bueno, dijo la que se estaba poniendo chula ahí detrás del mostrador
En qué quedamos, dijo
y no iba a quedarme más remedio que comprarle la aguja y el hilo a esta maldita mujer, propietaria de una tienda de confección en la ciudad de Bjørgvin y madre de un hijo con corbata rosa, es que no veía otra opción, pensé, sacándome la cartera del bolsillo de la chaqueta, aunque en realidad era inaceptable, mira que pagar tanto por una agujita de coser y un poquito de hilo de un carrete que era obvio que estaba ya bastante gastado, que yo viera no quedaba más que un poco de hilo en el carrete, quizá no hubiera bastante ni para coser un botón, si es que, pero a lo hecho pecho, como suele decirse, y si me retractaba de la compra a esas alturas iba a quedar como muy poca cosa, pues sí, iba a parecer un indigente a ojos de esa señora detrás del mostrador y justamente eso no pensaba permitirlo, no iba a concederle ese gusto, para eso prefería concederle el dudoso placer de estafar a un hombre, de estafar a otro strileño tonto, pensé, allí parado con la cartera en la mano, y saqué dos billetes de cien y un billete de cincuenta y los puse sobre el mostrador, sin decir una sola palabra puse el dinero sobre el mostrador y apenas los hube soltado ya estaban los billetes en manos de la mujer, y allí estaba yo, mirando como un tonto el carrete con la aguja insertada en lo que quedaba del hilo negro, y la que era propietaria de esa tienda de confección de Bjørgvin no dijo nada y yo tampoco, no pensaba concederle el gusto de una respuesta, y el hijo, el del traje negro y la corbata rosa ¿dónde se había metido? eché un vistazo por la tienda y la tienda era grande y elegante, eso había que reconocerlo, y allí, al fondo del local, y delante de un espejo, allí estaba el hijo acicalándose, alisándose el pelo con la palma de la mano, enderezándose la corbata, estirándose en toda su estatura y poniéndose tan esbelto como podía, y yo me metí la bobina y la aguja en el bolsillo y pensé que ahora, ahora tengo que largarme de esta maldita tienda cuanto antes, y enfilé hacia la puerta sin decir palabra y a mi espalda oí a la madre y al hijo decir al unísono vuelva cuando quiera, gracias por su compra ¿no desea o necesita nada más el caballero? vuelva cuando quiera y gracias por su compra, oí, y era como si las palabras siguieran resonándome en los oídos incluso al salir a esa calle de Bjørgvin, y nunca, nunca jamás, volvería a poner un pie en esa tienda de confección, nunca jamás, pensé, porque nunca en toda mi vida me habían estafado tanto, pensé, y ahora tendría que ir pensando en volverme a Vaim, pensé, y por qué seguiría yo haciendo esos viajes a Bjørgvin, no tenían ningún sentido, esos viajes, en cuanto libraba unos días, cogía y me iba a Bjørgvin, aunque tampoco es que fuera tan a menudo, pensé, al menos en los últimos años, pues sí, hacía ya muchos años que solo iba en verano, mientras que antes, en mis tiempos mozos, iba a Bjørgvin cada dos por tres, un día o dos libres y zarpaba hacia allá, y en esa época frecuentaba las tabernas, y eso sería por una esperanza que tenía y no quería reconocer del todo, la esperanza de encontrar a una, en fin, a una con quien compartir la vida, como se dice, pero me quedé con las ganas, como se dice, y con la edad que tengo ya he perdido esa esperanza, estoy solo y seguiré solo, así quedó la cosa y así seguirá, en fin, que ahora hacía estos viajes a Bjørgvin para comprar lo que no podía comprar en el Bazar de Vaim, aunque en realidad eso era y es poco o nada, porque en el Bazar de Vaim vendían casi de todo, y variado, a Bjørgvin solo tenía que ir para cosas como eso de la aguja y el carrete de hilo, aunque, en sentido estricto, un botón más o menos tampoco significara gran cosa cuando ando solo con mis cosas por mi casa, en mi hogar, en la casa de mi infancia, que se dice, allí nací y allí espero morir, igual que murieron allí mis padres, allí viví mientras ellos estuvieron con vida, y cuando murieron, pues seguí viviendo allí solo, como hijo único que era, en fin, que toda mi vida he vivido en la casa en la que me crie, y ahora que vivo allí solo, no hay nadie que vea ni se fije en si me falta un botón, y si se trata de un pantalón siempre puedo sujetármelo a la cintura con un cinturón, y cinturones tengo de sobra, o incluso con un trozo de cuerda, que no se diga, pero, por otro lado, la verdad es que viene bien tener aguja e hilo, eso está claro, solo que seguramente ya tengo, aunque no recuerde dónde, bueno, sí, me temo que estarán en el cajón de la cómoda donde guardo las demás cosas de costura, las que heredé de mi madre, la mayor parte de lo que dejó mi madre conseguí tirarlo, aunque me llevó su tiempo, pero lo que podía servirme, bueno, cosas como las agujas y los carretes de hilo, seguramente las guardé, idiota tampoco soy, pero entonces, pero entonces por qué me había empeñado en ir a Bjørgvin a comprar aguja e hilo si, probablemente, tenía de sobra en casa, pues sí, pensándolo bien, lo más probable era que ya tuviera, así que sería que necesitaba una excusa para navegar hasta Bjørgvin ahora que era verano y estaba de vacaciones y no tenía que ir al trabajo, a pesar de que quizá estuviera, bueno, si no harto de aquellos viajes, pues por lo menos habría sido más agradable no tener que hacerlos siempre solo, una sola vez lo había hecho en compañía, como quizá se diga, y fue cuando se vino conmigo Elias, pero de eso hacía ya muchos años y también me llevó años convencerlo para que me acompañara a Bjørgvin, le pregunté varias veces si quería acompañarme, pero él me daba largas, decía que no estaba acostumbrado a navegar, que siempre se había sentido inseguro en el mar, pero por fin, un bonito día de verano que vino de visita y le propuse un viaje a Bjørgvin, mira tú por dónde dijo que sí, y al día siguiente se presentó en mi casa con una vieja mochila gris a la espalda y nos subimos al barco y partimos hacia Bjørgvin, pero un gran navegante no era, mi buen Elias, se puso lívido en cuanto se levantó algo de marejadilla y apenas me dio conversación, simplemente se quedó allí sentado, pálido y algo apabullado, y tampoco al atracar en el Muelle de Bjørgvin me dio mucha conversación, y cuando le propuse que nos pasáramos por la Bodega de los Strileños se horrorizó y dijo no no, y eso es lo único que recuerdo que dijera en todo el viaje, y como es obvio Elias nunca volvió a venirse conmigo en el barco, pero sí que nos visitamos con frecuencia el uno al otro, pues sí, una vez por semana o así Elias se pasa por mi casa a verme, o me paso yo por la suya, por esa casita que tiene, estamos unidos a pesar de lo distintos que somos, pues sí, bien podría decir que es el único amigo, o compañero, que tengo en Vaim, Elias, sí, aunque no recuerde bien cuándo llegó a Vaim y se instaló en esa casa, sí que hacía ya muchos años, y tampoco recuerdo cuándo nos conocimos y empezamos a visitarnos el uno al otro, pero también hacía ya muchos años, lo que está claro es que después de aquel viaje más bien fracasado a Bjørgvin nunca volví a preguntarle si quería venirse conmigo en el barco, nunca volvimos a mencionar con una sola palabra aquel viaje a Bjørgvin, la verdad, seguramente ni a él ni a mí nos hacía mucha gracia pensar en eso, pero de todos modos me alegro de tener a Elias, porque no me trato con nadie más allí en Vaim, y de aquel viaje a Bjørgvin lo que quizá recuerde mejor es la cara que se le puso a Elias cuando le propuse que nos pasáramos por la Bodega de los Strileños, en aquella época me pasaba a veces por allí cuando estaba en Bjørgvin para comprarme una o dos botellas de aguardiente, pero en la cara que se le puso a Elias cuando se lo propuse, bueno, quizá en esa cara había algo que Elias quería olvidar, aunque nunca hablemos de eso, así que aquella vez no fui a la Bodega de los Strileños y ahora hacía ya muchos años que no iba, y supongo que la llamaban Bodega de los Strileños porque estaba en la calle del Mar, y los strileños siempre habían ido a Bjørgvin por mar y habían atracado en el Muelle
(…)
Vaim, de Jon Fosse, sigue aquí.

