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La Feria del Libro de Madrid: un rito anual para lectores y librerías

En la 82ª edición de la Feria del Libro, hablamos con Lola Larumbe y Patricia Ramírez, de las librerías Alberti y Taiga respectivamente, para conocer el trabajo y el cariño que hacen que durante 17 días el Parque del Retiro se llene de «libros flotantes».

Por  Marta Díaz

22 mayo,2023
Crédito: Getty Images.

Carteles promocionales de la Feria del Libro de Madrid. En la columna izquierda, de arriba abajo: carteles de 1953, 1967 y 2013; en la columna derecha, de arriba abajo: 1936, 2016 y 1951; en el centro, el cartel de la edición actual. Crédito: cortesía de la Feria del Libro de Madrid. 

90 años cumple la Feria del Libro de Madrid, aunque en el momento de su nacimiento ni fue bautizada con ese nombre ni tenía lugar en el ya mítico Parque del Retiro. En aquel inaugural 1933, fue el Paseo de Recoletos el que acogió durante la Semana Cervantina (13-19 de abril) una larga hilera de casetas pintadas dispuestas entre Cibeles y Colón. Aunque tímida aún en comparación al gran acontecimiento en que se ha convertido, aquella edición fue la primera de las 82 que año tras año se siguen sumando a la historia. Los altavoces instalados en las casetas acercaban los escritores al público, que entre paseos y compras escuchaba los discursos de los autores que tomaran el micrófono y, con él, la palabra. 

Tres ediciones más pudieron celebrarse hasta que el estallido de la Guerra Civil interrumpiera la incipiente tradición. Por suerte, La Feria renacería en 1944, sustituyendo, eso sí, la libertad de la República por el control de la dictadura franquista. En cualquier caso, la entonces llamada Feria Nacional del Libro seguía creciendo y ganando adeptos entre la población general y entre los profesionales del sector del libro. Así, en 1967, el considerable aumento de solicitudes de participación por parte de libreros, editores y distribuidores llevó a un cambio de localización crucial: el Parque del Retiro. Desde entonces, el pulmón de Madrid ha estado estrechamente ligado a esta cita anual con el libro y la lectura.

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Lola Larumbe, al frente de la librería Alberti desde hace más de cuarenta años, recuerda el barro en los pies de aquellas primeras ediciones en el parque, cuando acompañaba a su padre a buscar catálogos o libros en francés: «Era una feria muy precaria y muy pequeña, no se parece a la de ahora». Poco cambió en sus primeras ocasiones como «librera que todavía no era librera, pero que se iría haciendo poco a poco». Tablones en el suelo, casetas encharcadas y barro, siempre barro. Pero, sobre todo, mucha confraternidad con otras casetas de editoriales y de libreros: «Siempre cerrábamos a las nueve de la noche y luego la Feria seguía en los bares del barrio».

La experiencia de Patricia Ramírez, de la librería Taiga, es radicalmente diferente. La del 2021 —es decir, la primera postpandemia en una nueva era de supuesta normalidad marcada por las restricciones— fue también su primera Feria como librera. Ella, que recuerda ir con su madre cuando era pequeña, y por su propia cuenta una vez inmersa en el mundo adulto, lo tiene claro: «Se disfruta mucho más como lector que como librero».

Pasearse entre casetas, conocer a los autores y autoras y volver a casa con la calma del Retiro nada tiene que ver con las largas jornadas de trabajo que Lola, Patricia y cientos de libreros más viven durante los 17 días de la Feria y los dos meses previos a su comienzo oficial. «Supone un desdoblamiento, porque durante el tiempo que estamos en la Feria, la librería también está abierta y sigue con sus actividades. Es como si abrieras una librería más con prácticamente los mismos recursos de personal», explica Lola. Desde la librería Taiga coinciden: «Hay que hacer un encaje de bolillos en la agenda para mantener abierto el local y cubrir también la Feria. Además, es muy complicado hacer la selección de los libros y tener el equilibro adecuado entre fondo, novedad y firmas en un espacio tan reducido».

«Supone un desdoblamiento, porque durante el tiempo que estamos en la Feria, la librería también está abierta y sigue con sus actividades. Es como si abrieras una librería más con prácticamente los mismos recursos de personal». Lola Larumbe (Librería Alberti). 

Con todo, la palabra «feria» remite a un ambiente festivo, a calles repletas de gente, a encuentros fortuitos y otros programados… A fiesta. «Es un rito anual muy bonito porque es la oportunidad de encontrarse con otros libreros, con los editores, con los amigos y, sobre todo, con los lectores», reconoce Lola, subrayando el lado positivo del «desfondamiento» que supone esta fecha: «Sabemos que durante un mes prácticamente no vamos a descansar ningún día». Pero Lola, Patricia y probablemente también los demás 111 libreros y libreras que participan en la Feria lo tienen claro: el esfuerzo y el trabajo extra merecen la pena; no solo por su impacto en la facturación anual (que, por otro lado, depende en gran medida de la ubicación de la caseta, el clima y las firmas de autores), sino por tratarse de la cita perfecta para ser visto, dar a conocer la librería y establecer relaciones con agentes culturales y, en general, todas las personas que forman parte de la cadena del libro.

Esa oportunidad de crear vínculo, también con lectores que son clientela habitual de las librerías y aprovechan esos días para saludar a sus libreros de confianza, es una de las mejores cosas que ofrece la Feria a ojos de Patricia Ramírez y Lola Larumbe, aunque esta última cae también rendida ante el escenario mismo de la celebración: «Lo mejor es El Retiro. Creo que el parque en sí mismo es el atractivo fundamental de la Feria del Libro de Madrid. Es un lugar maravilloso y único, y pasarte 17 días dentro es algo mágico y excepcional». El espacio idílico, sumado a la ilusión y la belleza de una fiesta dedicada a la literatura, hacen que cada edición sea especial y memorable.

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Además del paseo inaugural que desde 1982 realiza un miembro de la Familia Real (últimamente la reina Letizia), Patricia Ramírez señala que conocer a los autores que firman en su caseta es siempre un momento inolvidable. Por su parte, las largas y ordenadas colas de los lectores que esperan bajo el sol para dar la mano a su escritor o escritora favorito son la imagen que, edición tras edición, sigue emocionando a Lola. Su larga trayectoria le ha permitido guardar, como los tesoros que son, múltiples anécdotas con algunas de las grandes firmas: «Cuando ya casi no podía andar, José Luis Sampedro llegaba en coche hasta nuestra caseta porque él quería venir a la librería Alberti a firmar; para él era como un rito al que no podía faltar». A su recuerdo se unen también los nombres de Saramago, Carmen Martín Gaite y, más recientemente, los de Almudena Grandes o Javier Marías. Larumbe se sabe afortunada por «haber compartido ese tiempo bajo los magnolios del Parque con estos grandes escritores».

Por eso siempre es difícil decirle adiós a la Feria, porque si bien es «aullido y rechinar de dientes», también «está llena de vida, de alegría», porque entre largos paseos por 385 casetas y casi 1000 sellos editoriales, lectores, autores y libreros escuchan, hablan y comparten aquello que los une desde diferentes esquinas de un mismo triángulo: la pasión por la literatura, el amor por los libros.

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