El amor (y la guerra) según Anne Michaels: «Lo que más enfurece a un tirano es la esperanza»
Tras las laureadas «Piezas en fuga» y «La cripta del invierno», Anne Michaels regresa a la novela con «El abrazo» (Alfaguara, 2024), una propuesta de conciliación entre lo palpable y lo intangible a partir de un poliedro de vidas cruzadas que atraviesa tiempos y latitudes desde la tensión entre dos fuerzas opuestas: la guerra y el amor. Hablamos con ella sobre esta colisión social y emocional.
Por Carmen Cocina
Retrato de Anne Michaels. Crédito: Lisbeth Salas
«Para un historiador cada guerra es diferente, pero para un filósofo todas las guerras son la misma». Esa es la máxima inapelable que vertebra El abrazo, la nueva obra de la poeta, ensayista, novelista y dramaturga canadiense Anne Michaels, un híbrido entre el ensayo y la ficción que conjuga la reflexión (metafísica y científica) con la narración y en el que el relato se sustenta sobre los axiomas (convicciones) irrenunciables que pone en boca de sus personajes. Desde el horror de la guerra, el dolor de la pérdida y la búsqueda de consuelo, Michaels construye una divagación histórica y personal sobre la (posible) existencia del más allá en un relato sembrado de personajes históricos (como Marie Curie), desposeimiento, lucha, entrega y resolución. Con un veterano de guerra lisiado, un fotoperiodista bélico y una enfermera que opera en zonas de conflicto como pivotes de la narración, Michaels ofrece una disquisición dolorosamente actual para concluir que, en sentido último, la esperanza es la variante más inexpugnable de la resistencia.
LENGUA: La novela abarca más de un siglo, distintas latitudes y cuatro generaciones de una misma familia: empieza en Francia con la Primera Guerra Mundial y termina en Finlandia en un hipotético 2025. ¿Por qué decidió contar la historia entretejiendo diferentes tiempos y espacios?
Anne Michaels: Supe desde el principio que contaría cada historia de forma separada y que todas ellas estarían muy relacionadas, pero me llevó un tiempo descubrir cómo conectarlas. Es muy difícil, si no imposible, resumir una vida. De por sí es algo desbordante, y tanto lo que sucede en ella como el amor que en ella se vive la trascienden y se traspasan en ciclos generacionales. Que el libro empiece en mitad de la Primera Guerra Mundial es una decisión muy consciente, porque fue entonces cuando la ciencia empezó a comprender y manipular el mundo que el ojo humano no ve: los rayos X, los electrones, la física cuántica, los átomos... Y eso alteró la forma con la que la gente se relacionaba con lo invisible, con las cosas que por su propia naturaleza no se podían probar. Experimentaron un gran auge las corrientes espiritistas, en gran parte también porque la Gran Guerra dejó muertos a una escala sin precedentes, y los que se quedaban buscaban el consuelo por la pérdida de sus seres queridos en sus fantasmas. Todo ello tiene un peso sustancial a lo largo de todo el libro.
LENGUA: Esa importancia de lo sobrenatural se plasma expresamente en el primer capítulo, con las figuras fantasmagóricas que solo son visibles en las fotografías que toma John, el protagonista. Eso que siembra un misterio que, para sorpresa del lector, no se resuelve. ¿Por qué decidió dejarlo en el aire?
Anne Michaels: Porque en esta vida muchas cosas son inexplicables y no tenemos respuesta para todo. La novela vuelve una y otra vez sobre las fuerzas que nos llevan al momento presente, que no son solo los eventos históricos, sino las vidas personales: aquello en lo que creemos, nuestros valores, nuestras aspiraciones, nuestros pesares, nuestras añoranzas, nuestras dudas y nuestros deseos. Todo eso también da forma a la historia de la humanidad. Investigué profundamente campos del conocimiento de lo más diversos, de acuerdo con la lógica de la evolución/revolución: la conciencia, la historia, la filosofía, la ciencia, la biología evolutiva… Mi intención era extraer de ahí las fuerzas que nos han llevado hasta hoy. Cada capítulo se refiere a un momento de transición que condensa la esencia de las relaciones entre unos personajes y otros.
LENGUA: La guerra es el principal hilo conductor de la novela: dependiendo del momento histórico y del lugar en los que acontece cada capítulo, los personajes protagonistas se encuentran inmersos en una contienda u otra. Estos días [octubre de 2024] cumple un año la ofensiva militar sin tregua de Israel en Gaza, que ya ha dejado más de 42.000 muertos en Palestina. ¿Fue ese el detonante que la llevó a escribir la novela?
Anne Michaels: Empecé a escribir la novela hace ya muchos años. Y, tal como digo en ella, para un historiador cada batalla es diferente, pero para un filósofo todas son la misma. No estaba en mi mano predecir el genocidio de Gaza, pero la historia nos ha demostrado una y otra vez las consecuencias de la guerra y cómo se transmiten de una vida a las siguientes. Tal como escribo en el libro, los campos se convierten en campos de batalla y luego vuelven a ser campos.
LENGUA: La guerra se cuenta a través de tres voces: la de un soldado lisiado, la de un fotoperiodista y la de una enfermera que cada día arriesga su vida en un país muy lejano al suyo. ¿Por qué eligió estas tres perspectivas?
Anne Michaels: Era importante disponer de puntos de vista diversos. Cuando Mara, la enfermera, está operando a un bebé en mitad de la guerra, dice que debe concentrarse no ya en rescatar, sino en reparar. Debe centrarse en el cuerpo de ese bebé, porque lo que sucede más allá de la mesa de operaciones es absolutamente incontrolable. A veces los médicos se pasan horas para salvar la vida a un paciente y acto seguido cae una bomba y se lleva esa vida y todo el esfuerzo que se ha invertido en ella. Y entonces ese esfuerzo no vale menos; vale más. Eso es lo que quería transmitir: debemos hacer lo que está en nuestra mano. En todos mis libros hay personajes que se topan con la injusticia y con todo tipo de tragedias, como el duelo o el desposeimiento. Leí muchos testimonios sobre la guerra y hay gente que se pregunta cómo puede haber quien arriesga su vida por personas a las que ni siquiera conoce. Y la respuesta siempre es la misma: «¿Qué otra cosa puedo hacer?». Cuando una persona necesitada pide ayuda se la damos, es más frecuente de lo que imaginamos. Lo que quizá deberíamos hacer es aprender a dar sin que nos lo pidan.
«Lo que da forma a la historia de la humanidad no son solo los grandes acontecimientos, sino las vidas personales: nuestras creencias, nuestros valores, nuestras aspiraciones, nuestros pesares, nuestras añoranzas, nuestras dudas y nuestros deseos».
LENGUA: Alan, fotoperiodista y pareja de Mara, no soporta la injusticia ni el horror de la guerra y siente que es su deber mostrar lo que nadie quiere ver para que la gente pueda tomar medidas y nadie pueda decir que no sabía lo que estaba ocurriendo. Esa actitud cobra más sentido que nunca en la coyuntura actual, en la que gracias a personas como él por primera vez en la historia tenemos a mano en nuestras pantallas, en directo cada minuto del día, las imágenes de un genocidio. ¿Cree que ese acceso sempiterno y ubicuo al horror, entre alfombras rojas y anuncios de perfumes, anestesia la conciencia, devalúa el impacto y merma la importancia de nuestras nociones del bien y el mal?
Anne Michaels: Hoy en día tenemos que entender que lo que sabemos nos hace responsables. Es algo muy contradictorio, porque todo el mundo tiene su pantallita, pero lo que mira una persona puede ser muy distinto a lo que mira otra y, sin embargo, cada cual cree que lo que mira es el mundo en sí, no solo el que él o ella ve. Con la inmediatez y la intensidad de los vídeos e imágenes bélicas que ahora tenemos a nuestro alcance debemos averiguar cómo reaccionar ante esos hechos de los que somos cómplices desde el momento en que los vemos. La pregunta es compleja y quizá no pueda dar una respuesta que le haga justicia, pero creo que la esperanza es una forma de resistencia. No es algo pasivo, y no debemos perderla. Tal como digo en el libro, lo que más enfurece a un tirano es la esperanza. Hay un pasaje relevante para esta pregunta, cuando Mara y Alan hablan en la cama y ella le pregunta si es posible que el bien pueda durar lo suficiente como para que el mal se consuma. Alan, que está curado de espanto, dice que no, pero luego la mira a ella, piensa en lo mucho que la quiere, y la pregunta cambia, porque no solo está en juego su propia desesperación, sino también la de ella. Así que se corrige y le dice que quizá. Es ese giro del «no» a «quizá» lo que debe guiarnos. Ir del «no» al «sí» puede ser demasiado difícil, pero podemos intentar el «quizá».
LENGUA: El detonante de las relaciones entre los protagonistas cobra la forma de flechazo nada menos que tres veces. En el primero de ellos, el de John y Helena, escribe usted que en el instante en que se cruzan ambos tienen la sensación de conocerse desde hace años y de que pasarán el resto de su vida juntos. ¿Cree usted en el amor a primera vista?
Anne Michaels: La novela habla de experiencias que percibimos con todos los sentidos: ver, oír, tocar... Cuando vivimos un encuentro como los que narro en ella lo hacemos así, con los sentidos a flor de piel; nos invade una certeza inexplicable. Lo que intento transmitir es que lo inexplicable tiene mucho valor y que el hecho de que no podamos explicar algo no quiere decir que no sea real.
LENGUA: El destino también desempeña un papel importante: los tres encuentros son completamente fortuitos y altamente improbables. De hecho, Helena conoce a John cuando se equivoca de estación al bajarse del tren. Ese peso del azar, ¿es cosa de la novela o también de la vida?
Anne Michaels: Lo que sucede en una vida se divide en dos grandes categorías: lo que podemos elegir y lo que no. A lo largo de una vida tomamos muchas decisiones, pero también hay muchas cosas que escapan a nuestro control. Y hay que aceptar tanto las unas como las otras.
Rafael Dumett. Foto de Agnieszka Dumett.
LENGUA: Volviendo al más allá y a lo paranormal, lo más destacado de las reflexiones sobre la vida después de la muerte y las alusiones de la novela a las distintas vías por las que los muertos podrían mostrarse a los vivos es el intento por aunar la ciencia con lo sobrenatural. Este nexo se hace especialmente evidente en el pasaje de la sesión de espiritismo a la que acude Marie Curie. ¿Esa sesión tuvo lugar en la vida real? Por otro lado, ¿es esa conexión entre el mundo de los vivos y el de los muertos una exigencia de la novela o cree usted que hay algo lógico o cierto en ello?
Anne Michaels: Marie Curie y su marido, Pierre, iban a sesiones de espiritismo porque se lo pedían, al igual que a muchos otros científicos de la época, para investigar si determinados fenómenos eran reales o no. Por aquel entonces la ciencia estaba descubriendo cosas que antes no se podían ver, y la idea de que quizá se podría probar científicamente la existencia de vida después de la muerte era muy popular. La conversación me la inventé, pero los hechos son reales; la médium que lleva la sesión existió de verdad. La gente buscaba en el más allá el consuelo por la pérdida de su familiares tras la Primera Guerra Mundial: padres, tíos, sobrinos, hijos... Deseaban que fuera verdad. Yo siempre me he hecho preguntas que quizá no tengan respuesta. Y siempre digo que aquello sobre lo que me interesa escribir es lo que una persona puede hacerle a otra, por un lado, y todo lo que una persona haría por otra, por otro: aquello de lo que el amor nos hace capaces y de lo que no. Los indicios que nos hacen pasar de una cosa a otra y la noción del límite, que en sí misma nos dice que hay algo más allá de él. Con este libro quería poner en el punto de mira lo que estamos comprendiendo sobre nuestra propia mortalidad, que es quizá el conocimiento más profundo que como especie podemos tener. Y la pregunta de este libro es: «¿Podemos hallar consuelo para nuestra propia mortalidad?» La ciencia versa sobre lo material, por lo que hay cosas que es inadmisible preguntarle, pero son cosas valiosas. Todo lo que nos interpela, todo lo que grita dentro de nosotros tiene valor, y ahí entran el más allá y el consuelo. No podemos dar respuesta a esa pregunta, así que seguiremos haciéndonosla.
«Muchos se preguntan cómo puede haber gente que arriesga su vida para socorrer a personas a las que ni siquiera conoce. Y la respuesta siempre es la misma: "¿Qué otra cosa puedo hacer?"»
LENGUA: Me ha llamado la atención que en todas esas disquisiciones sobre la vida después de la muerte no hay ninguna alusión a la religión; ni como concepto ni a sus distintas variantes. ¿A qué se debe?
Anne Michaels: Creo que cualquier libro no solo debe hablar, sino también escuchar, y este más que ninguno. Quería darle mucho espacio al lector. A todas las personas, sea cual sea su religión, le atañen las cuestiones que abordo en el libro, porque todos somos mortales, así que para mí no tenía sentido encajonar la reflexión en una religión concreta. Cada persona debe encarar la mortalidad a su modo.
LENGUA: Cuando escribe sobre Marie Curie detalla cómo la despreciaron y ningunearon en su época, etiquetándola como una mujer que había robado un marido («un santo») y que quería adjudicarse un descubrimiento científico que solo había sido obra de él. ¿Hasta qué punto sigue siendo relevante su historia hoy en día? Como escritora, ¿ha sentido alguna vez que se movía en un mundo hecho para los hombres?
Anne Michaels: Tiene gracia porque justo ayer estaba hablando con unas amigas sobre la situación de las mujeres hoy en día. La historia de Marie Curie sigue estando muy vigente. Para mí era muy importante que la viéramos tal como la veía su mejor amiga, Hertha Ayrton, sufragista y firme defensora de los derechos de las mujeres, una matemática brillante que ayudó a muchas, empezando por su hermana inválida. Marie Curie era una científica en un mundo de hombres, y así se la ve; nunca nos paramos a pensar en ella como mujer, madre o amiga. Y yo quería mostrarla con más luz, de forma que el lector pudiera ver al menos un pedacito de su inteligencia, de su pensamiento, de su personalidad. En el libro digo que ellas se sentaban a escribir como siempre lo han hecho las mujeres: con la luz titilando mientras los niños duermen. Y creo que eso todavía sucede ahora. La maternidad es un trabajo a tiempo completo, y el trabajo pagado también, así que las madres que además de sus quehaceres domésticos trabajan también en otra cosa hacen dos jornadas completas cada día. Equilibrar todas esas facetas es muy difícil, y creo que eso no ha cambiado.
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