«Presentes»: Paco Cerdà, José Antonio y el juego de espejos de una España rota
El 20 de noviembre de 1936, José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange, fue fusilado a los 33 años en Alicante. A pesar de ser el líder de un partido minoritario, su figura se convirtió en un símbolo para el bando insurrecto que luchaba en la guerra civil. Tres años después, en un país destrozado por la barbarie, sus restos fueron trasladados desde Alicante hasta El Escorial por un cortejo fúnebre victorioso, un macabro desfile que reflejaba la necesidad de reconstrucción simbólica de la nueva España mientras los derrotados –exiliados, fusilados y presos– contaban su propia historia de sufrimiento y resistencia. En «Presentes» (Alfaguara), Paco Cerdà revive esta historia y aporta una nueva mirada a los eventos trágicos del pasado de nuestro país dando nueva vida tanto a los héroes anónimos como a figuras históricas como Miguel Hernández y Elena Fortún. Hablamos con él sobre estos hechos.
Por Daniel Arjona
Paco Cerdà. Crédito: Jeosm.
«En cuanto a mi próxima muerte, la espero sin jactancia, porque nunca es alegre morir a mi edad, pero sin protesta». El 20 de noviembre de 1936, un pelotón republicano fusilaba en el patio de la cárcel de Alicante a un joven de 33 años, líder de un partido minúsculo que, sin embargo, estaba a punto de convertirse en un mito, una leyenda, un santo laico para el bando de militares insurrectos que se había alzado contra la legalidad democrática apenas unos meses antes abismando a España en la guerra civil. En el estremecedor testamento que el magnético José Antonio Primo de Rivera, jefe de Falange, escribió antes de morir, se mostraba tal vez no arrepentido, pero sí conciliador, y llamaba a detener una carnicería que no había hecho más que empezar.
Otro 20 de noviembre, tres años después, una extraña y onírica comitiva se puso en marcha entre las ruinas de un país desbaratado. La guerra había terminado con la victoria de los ejércitos de Franco y urgía una reconstrucción no solo material sino también simbólica. De tal forma, un cortejo fúnebre de los vencedores transportó a pie desde Alicante a El Escorial, durante 467 kilómetros, entre antorchas y camisas azules, los restos de aquel joven que no está muy claro que se hubiera llevado muy bien con sus exaltadores. Y, mientras tanto, durante aquellos once días y diez noches, depurados, exiliados, presos y fusilados se hallaban también presentes para contar otra historia, una historia de derrota pero también de resistencia.
Presentes (Alfaguara) es el título del libro fantasmático, desgarrador y deslumbrante con el que el valenciano Paco Cerdà (1985) confirma su posición en primera línea de la nueva generación de escritores internacionales que, como ha hecho Antonio Scurati con Mussolini, han insuflado vida nueva en la manera tradicional de narrar los hechos más terribles del oscuro pasado reciente de Europa. Y sin miedo de buscar la voz de sus villanos. Siguiendo la traza de libros anteriores como El peón (2020) o 14 de abril (2022), Cerdá vuelve a demostrar su capacidad para atender a lo muy grande y lo muy pequeño con una gran literatura, casi elegiaca, sin perder pie en los fanatismos y pendencias que tantas veces hacen naufragar estas singladuras. Y qué botín de historias. Las de Miguel Hernández, Miguel de Molina, Elena Fortún, la Guiomar de Machado y otros personajes célebres y anónimos que pueblan estas páginas.
LENGUA: Leemos al comenzar el libro: «Para que el pueblo idealice al candidato al que casi nadie votó medio año antes de ser fusilado». A diferencia de Alemania e Italia, el fascismo en España antes de la guerra era residual, ¿verdad?
Paco Cerdà: Esa es una de las claves. En Italia, Mussolini estuvo veintiún años dirigiendo el partido fascista y gobernó. Hitler estuvo veinticuatro años y gobernó. José Antonio sólo fue tres años jefe nacional de la Falange Española y no es que no gobernara, es que logró el 0,4% de los votos, 46.000 papeletas, en las elecciones de 1936. La irrelevancia en términos representativos del fascismo español contrasta, y ese es uno de los asuntos más interesantes de este libro, con el mito que fue capaz de construir el franquismo al elevar a mártir a alguien que no fue capaz de convencer más que a 46.000 personas en un país de 26 millones.
LENGUA: Y, sin embargo, quienes conocieron a Primo de Rivera le recuerdan como una figura dotada de un gran magnetismo personal. Ferlosio, al que José Antonio tuvo en brazos cuando era niño, decía además que era guapísimo.
Paco Cerdà: Fue un seductor, una persona inteligente con un importante don para la retórica y también un intelectual al que le encantaba rodearse de una corte literaria. Por todo ello, contrasta mucho con Franco, un militar iletrado que odiaba la inteligencia. Pero también es verdad que el discurso de la Falange resultaba demasiado naif y literario para la España de entonces. Más que discurso parecía un relato. Hoy el ideario de José Antonio nos incomoda porque defendía algunas cosas que podríamos compartir. Decía que por España era lícito matar, pero también decía que el capitalismo era una estafa para los trabajadores y había que nacionalizar la banca y atender a la justicia social.
«¿Qué estaría pasando en España al mismo tiempo que aquel cortejo, durante aquellos once días? ¿Cómo lo vivirían otras vidas minúsculas? Porque en aquellos once días se cimentaron las bases simbólicas de la dictadura y también se asentaron las bases de la represión y de la resistencia».
LENGUA: ¿Tú también te has rendido a su hechizo?
Paco Cerdà: No por una frontera básica: la violencia. No podemos nunca perder de vista que José Antonio abogaba por el uso de la violencia, es cierto que en unos años en los que la violencia era moneda común en muchos ámbitos ideológicos distintos. Pero sí que es cierto que he apreciado el valor de esa corte intelectual que quería levantar el listón del debate en este país. Y digo esto sin pretender banalizar la capacidad de seducción del mal. Y el mal es la violencia. Como hizo Scurati con Mussolini, hay que entender cómo funcionan ciertos mecanismos que han sido parte de nuestra historia, si bien en muchas ocasiones de forma nefasta. Y la mejor manera es acercarnos a su ambiente, como he buscado yo en este libro. Una inmersión literal y literaria de cómo germinó y se engrandeció aquella figura política menor en sus inicios que fue José Antonio. Como él decía: «Vale más una ilusión que una realidad».
Arriba: Berlín, abril de 1937. Integrantes de las Juventudes Hitlerianas enseñan sus armas a varios miembros de una de las organizaciones juveniles de la Falange Española. Abajo: Cortejo fúnebre de José Antonio Primo de Rivera. Crédito: Getty Images.
LENGUA: Todo empezó con un vídeo, cuentas al final del libro. Aquel vídeo del traslado de los restos de José Antonio entre Alicante y El Escorial, entre hogueras, en una España destruida y hambrienta que erigió un santo secular para la dictadura, ¿era demasiado bueno y poco conocido como para no contarlo?
Paco Cerdà: Así fue. Al igual que me había ocurrido con mi libro anterior, El peón, cuya mecha prendió mientras veía un Informe Robinson sobre Arturito Pomar, también por cierto instrumentalizado por el franquismo. Entonces inventé un dispositivo de setenta y siete fragmentos literarios como setenta y siete movimientos tuvo la partida de Pomar contra Bobby Fischer para contar la historia de otros muchos peones sacrificados en el altar de una causa colectiva: antifranquistas, exiliados, falangistas, curas… Ahora he vuelto a hacer algo parecido. Encontré hace unos años por azar en YouTube un vídeo rodado en 1939 y titulado Presente en el entierro de José Antonio Primo de Rivera. Y vi una España tan fascista que me costaba reconocerla. ¿Cómo era posible? Estamos acostumbrados a la brutalidad y el feísmo del franquismo, pero esto ocurrió en los primeros meses de la dictadura y exhibía una plástica fascista asombrosa: hachones de fuego, hogueras, antorchas, caminatas interminables, día y noche, bajo el frío invernal, la soledad de los campos de Castilla. Y todo para trasladar a un muerto. La cultura de la muerte guiando a todo un país. Aquellas imágenes me impactaron mucho y me pregunté cómo habría sido en realidad aquel cortejo. Soy periodista y me gusta contar una buena historia, pero lo que en seguida se activó en mí fue la pulsión de pensar un juego de espejos: ¿qué estaría pasando en España al mismo tiempo que aquel cortejo, durante aquellos once días? ¿Cómo lo vivirían otras vidas minúsculas? Porque en aquellos once días se cimentaron las bases simbólicas de la dictadura y también se asentaron las bases de la represión y de la resistencia.
LENGUA: Del ausente al presente. La muerte de José Antonio se ocultó en el bando nacional hasta muy tarde. De no haber sido ejecutado, ¿podría haber impedido la Unificación e incluso haber sido un competidor para Franco?
Paco Cerdà: Te confieso que he dedicado muy poco tiempo a imaginar esos escenarios. No me interesa mucho la historia-ficción. Sí diría que a Franco no le interesaba un José Antonio vivo, pero muerto sí le resultó muy útil. Ellos dos solo coincidieron una vez. No se soportaban. El franquismo convirtió a José Antonio en un santo laico despojado de su tiempo, ahistórico, una virtud vaciada. De haber resucitado, por decirlo de forma burda, el jefe de Falange habría alucinado con el régimen.
«Hoy el ideario de José Antonio nos incomoda porque defendía algunas cosas que podríamos compartir. Decía que por España era lícito matar, pero también decía que el capitalismo era una estafa para los trabajadores y había que nacionalizar la banca y atender a la justicia social».
LENGUA: Cuenta la leyenda que, en sus últimos momentos, José Antonio se mostraba sinceramente arrepentido de haber contribuido a la carnicería de la guerra civil, casi parece que es un moderado. ¿Es creíble o solo una comprensible y desesperada operación para salvarse?
Paco Cerdà: Es una duda interesante pero muy difícil de dilucidar. José Antonio fue fusilado en el patio de una cárcel a los 33 años. Se nos olvida lo joven que era. Es imposible regodearse en algo tan trágico. Y su familia sufrió mucho, un hermano y un tío suyo fueron también fusilados… ¡No se puede comparar con Franco! Franco dio el golpe, hizo la guerra y firmó un montón de sentencias de muerte. José Antonio fue fusilado cuando la guerra apenas llevaba cuatro meses. ¿Qué males podemos atribuirle entonces? No sé si mostrarse reconciliador en sus momentos finales fue o no un ardid. Pero sí sé que su testamento final está lleno de sentimiento. Es un documento histórico interesantísimo para comprender el estado de un hombre que contribuyó a incendiar el clima político de este país, un admirador de Benito Mussolini, no precisamente el padre Ángel, y que en ese momento clama que la guerra es un error, pide que pare y se ofrece para contribuir a conformar un gobierno de unidad nacional. Debemos contrastar el José Antonio final con el José Antonio camorrista inicial. Me gusta creer que me acerco a la historia de una forma compleja y sin maniqueísmos.
LENGUA: Si Falange Española fue más una generación literaria que un movimiento político, no podemos decir que legara versos precisamente inolvidables, ¿verdad?
Paco Cerdà: Es que media entre nosotros y aquella literatura un obstáculo insalvable: no es literatura inocente. Las plumas de la corte literaria falangista resultan muy desiguales, pero, en cualquier caso, sí eran muy eficaces para el propósito que pretendían. Agustín de Foxá, Rafael Sánchez Mazas, Dionisio Ridruejo, el en todos los sentidos descomunal Giménez Caballero. Leyéndoles aprendemos cómo se construyó todo un relato romántico y apasionado que no deja indiferente. En Presentes quise que, de alguna manera, vibrara todo aquello en los pasajes del cortejo de José Antonio para ponernos en situación.
Paco Cerdà. Crédito: Jeosm.
LENGUA: Quiero preguntarte por tu fascinación por Pilar Primo de Rivera, la hermanísima que ya salía en El peón, a la que describes como un monstruo de ambición, «una mujer que predicaba sin el ejemplo».
Paco Cerdà: Pilar Primo de Rivera muestra cómo el cinismo a veces puede conseguir sus ambiciones. Pedía a las mujeres que se casaran y ella no se casó. Que tuvieran hijos y ella no los tuvo. Que se quedaran en el hogar y ella era un monstruo de la arena pública con unas tremendas dotes de liderazgo. Dirigió el movimiento femenino más grande la historia de España, la Sección Femenina, que tanta influencia tuvo en las conciencias de las mujeres de este país. Su figura es una especie de eslabón perdido entre las nuevas mujeres de la II República como las Sinsombrero, que consigue el voto femenino, y la posterior mujer española de la dictadura presa del hogar. Su hermano, además, le fascinaba y no dudó en enfrentarse por él a Franco ni en aplastar a todas sus competidoras. No era fácil ser una mujer así en 1939.
«Franco y Primo de Rivera solo coincidieron una vez. No se soportaban. El franquismo convirtió a José Antonio en un santo laico despojado de su tiempo, ahistórico, una virtud vaciada. De haber resucitado, por decirlo de forma burda, el jefe de la Falange habría alucinado con el régimen».
LENGUA: Presentes, aunque también escondidos y muertos de miedo, están aquí los derrotados que van pespunteando tu relato. ¿Es ese coro trágico el verdadero protagonista de esta historia?
Paco Cerdà: ¡Sí! Por eso están en el título: Presentes. En aquellos once días coinciden tres grandes estrategias, la exaltación, la apropiación y la ocultación. Esta ocultación era lo que más me apetecía reconstruir y también lo más difícil. Conectar distintos tipos de resistencias y represiones que confluyeran durante aquellos once días. El atrezo del cortejo fúnebre es el pueblo que sale a la calle porque no le quedan más cojones de mostrar compunción y levantar el brazo. Pero el protagonista real es eso que tú has llamado coro trágico. Y había tragedia, sí, pero también épica, la épica de la resistencia que late en los campos de trabajos forzados, en las cárceles, en el exilio o en los documentos íntimos. Cuando yo leo las cartas de aquellas gentes, siento que me acerco más que nunca a la verdad de la historia. Mucho más que en la prensa y en los archivos. Las cartas de Marcelino a su esposa Benigna, por ejemplo, desde el campo de Francia, con todas sus obsesiones, del Quijote a los bichos, mientras le asegura que, pese a todo, cree haber hecho lo correcto. O Miguel Hernández escribiendo que aquella gente era muy bruta, pero que a él no le iban a joder. O Miguel de Molina subiéndose otra vez al Pavón después de que le den una paliza. Estos presentes pequeños nos dan una lección para escapar del miedo y no renunciar a la libertad ni siquiera en las situaciones más extremas.
LENGUA: También hay aquí víctimas nacionales como Perico Corneta, alcalde de Villena, o el cura Gabriel Iniesta, de Las Pedroñeras ¿Qué opinas de ese leitmotiv tan actual que asegura que en la guerra civil no hubo buenos ni malos?
Paco Cerdà: Digamos que intento respetar la inteligencia del lector. No sería justo en un retrato de la España del 39 quedarnos sólo con los represaliados de un sentir ideológico. Soy una persona completamente refractaria a sectarismos y fanatismos. En mi novela 14 de abril, por ejemplo, no eludí el dolor de aquella reina sola en el Palacio real con su hijo hemofílico. No puedo ni quiero evitar mis empatías. ¿Huir del maniqueísmo es lo mismo que la equidistancia? En absoluto. Respeto la inteligencia del lector. Todos sabemos lo que pasó, cómo una república democrática sufrió un golpe de estado que acabó imponiendo una dictadura después de mucha represión y una durísima posguerra. Dicho todo esto, si al pobre Andrés le vuelan la mandíbula y se convierte en un caballero mutilado que pide por carta a la autoridad que le eviten hacer cola para conseguir alimentos líquidos, a mí me da igual que sea uno de los vencedores. Es un hombre jodido por la historia que tiene para mí el mismo atractivo literario que la vida de Miguel Hernández. Y yo tengo que contarlo.
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