Arturo Pérez-Reverte por Pierre Lemaitre: literatura para bien de todos
Con dieciséis años, Arturo Pérez-Reverte leyó un especial de «Paris Match» sobre la Guerra de los Seis Días que le encaminó hacia el periodismo. Tras ejercer como corresponsal en Televisión Española, experiencia de la que surge «Territorio comanche», en 1994 decidió dedicarse íntegramente a la escritura. En el texto que sigue, incluido en «Diccionario apasionado de la novela negra» (Salamandra), Pierre Lemaitre recorre la trayectoria de un autor al que admira («Mi simpatía por Pérez-Reverte se debe a mi predilección por los tocapelotas literarios, pero también al hecho de que compartimos algunas influencias como Hugo, Dumas o Paul Féval»), un autor cuya obra se sitúa «en la intersección de su experiencia de reportero, sus lecturas personales y su pasión por la historia».
Por Pierre Lemaitre

«No imagino causa más noble que llevar esa Encyclopédie, y sobre todo lo que contiene y representa, al corazón de esa España oscura y cerril de la que vivo en exilio». Crédito: Jeosm Photography.
Desde 1991, Arturo Pérez-Reverte hace las delicias de los lectores del magazín español XLSemanal con sus crónicas, un pim pam pum semanal en el que dispara sin piedad a todo lo que se mueve.
¿Los políticos? Hay tres tipos: «Los charlatanes, los cantamañanas y los hijos de la gran puta». ¿Europa? Está «a punto de desaparecer por culpa de los gilipollas de Bruselas, funcionarios sin alma ni cultura que dictan leyes para impedir fumar a la gente en los hoteles, en vez de preocuparse de salvaguardar lo que deberían». ¿Los yihadistas? «Son jóvenes, tienen hambre, un rencor histórico acumulado y absolutamente comprensible, cuentas que ajustar, desesperación, cojones, fuerza demográfica...». ¿Los inmigrantes? Propone «agarrarlos por los hombros sin violencia pero con firmeza democrática, besarlos en la boca de modo contundente y luego indicarles la dirección de los autobuses que los trasladarán a los centros de acogida». ¿Los españoles? «Si España exportara tontos al extranjero —a veces lo hace, pero sin organización ni método—, seríamos la primera potencia mundial. Los tontos españoles son tontos conspicuos, de pata negra».
En sus comentarios sobre cualquier tema, Pérez-Reverte no duda en mostrarse tan progresista como reaccionario, así que pertenece a todos los bandos a la vez. Pérez-Reverte pesca en muchos caladeros.
También añora cosas. Desde el punto de vista histórico, este francófilo, gran admirador de Napoleón, lamenta que «España se quedara sin revolución por falta de guillotinas». En lo tocante a las relaciones sociales, deplora la desaparición del «usted»: «El "usted" y el "hágame el favor" fueron desterrados hace tiempo en beneficio de la grosería más elemental y el compadreo más infame, como si todos hubiésemos guardado, juntos, cerdos en la misma porqueriza. Con todo el respeto que nos merecen los cerdos».
Fue quizá en los teatros de operaciones, que recorrió hasta los años noventa, donde aprendió a disparar así (aunque a menudo lo suyo se parece más a la ráfaga de ametralladora que al disparo selectivo).
«Al descubrir con dieciséis años el número especial que Paris Match dedicó a la Guerra de los Seis Días, decidí que mi camino era el periodismo», explica. Así, se convierte en corresponsal de guerra y viaja a numerosos puntos calientes del globo: Chipre, Líbano, Eritrea, el Sáhara, las Malvinas, el Salvador, Nicaragua, Chad, Libia, Sudán, Mozambique, Angola, incluso la antigua Yugoslavia...
Tras dejar el diario Pueblo, es corresponsal para Televisión Española, experiencia de la que extrae Territorio comanche, novela en la que, fiel a sí mismo, carga contra el sistema sin olvidarse de nadie. «Antes que escritor, fui periodista. Como siempre digo, fui puta antes que monja», declaró a Le Nouvel Observateur.
En 1994 se va de TVE dando un portazo y no duda un instante en publicar su carta de dimisión, que, por supuesto, termina con un «que os den morcilla».
A partir de ese momento se dedica a la literatura, para bien de todos.
«Una obra maestra»
Mi simpatía por Pérez-Reverte se debe a mi predilección por los tocapelotas literarios, pero también al hecho de que compartimos algunas influencias. «De niño, me leí todo Hugo, Dumas, Paul Féval...», explicaba a Le Point. «No se puede ser escritor sin conocer a esos clásicos. Aunque me inspiro en formas más modernas, que van de la novela policiaca al thriller, sigo teniendo como brújula esos grandes relatos de aventuras, con sus pintorescos personajes.» Igual que yo. Y los libros de Pérez-Reverte son un magnífico ejemplo de lo que puede ser hoy en día un novelista criado con la leche de la novela y el folletín del XIX.
En sus comentarios sobre cualquier tema, Pérez-Reverte no duda en mostrarse tan progresista como reaccionario, así que pertenece a todos los bandos a la vez. Pérez-Reverte pesca en muchos caladeros.
Tras El húsar (episodio de la desastrosa campaña de Napoleón en la España de 1808), aparecen sucesivamente tres libros que le darán justa fama, en especial entre el público francés.
El maestro de esgrima transcurre en el siglo XIX, en la agitada España del reinado de Isabel II. Un viejo hidalgo cansado y nostálgico, don Jaime de Astarloa, enseña un arte en extinción, el manejo de la espada, a jóvenes a los que desprecia... hasta el día en que la hermosa Adela de Otero le pide que le enseñe su «estocada de doscientos escudos» y lo arrastra a una espiral de asesinatos y complots. La tabla de Flandes, que obtuvo en Francia el Grand Prix de Littérature Policière, parte de un cuadro que representa una partida de ajedrez entre dos caballeros con una mujer vestida de negro en segundo plano. La obra, pintada en 1471 por Pieter Van Huys, lleva una misteriosa inscripción: «¿Quién mató al caballero?» La pregunta despierta la curiosidad de Julia, encargada de restaurarla. Con su amigo César y un jugador de ajedrez apellidado Muñoz, intenta desentrañar el misterio que planea sobre la tabla. Su investigación se despliega en un libro que navega con elegancia entre varios periodos y que, como todas las buenas novelas, ofrece varios planos de lectura.

Arturo Pérez-Reverte. Crédito: Javier López.
Sin embargo, en mi opinión la obra maestra de Pérez-Reverte es El club Dumas, que da fe de la devoción del autor por el novelista francés y de su erudición respecto de su obra. En la novela, Lucas Corso, «cazador de libros por cuenta ajena», tiene dos encargos: Varo Borja, un bibliófilo riquísimo, le ha pedido que encuentre los ejemplares existentes de una obra satánica titulada Las nueve puertas del reino de las sombras, cuyo autor fue quemado por la Inquisición en el siglo XVII, mientras que un amigo librero le ha encargado autentificar un manuscrito titulado El vino de Anjou, que sería en realidad un capítulo de... Los tres mosqueteros. Corso, «el hombre que corre», se lanza a una búsqueda libresca, pero no tarda en verse perseguido por una serie de personajes que parecen salidos de las novelas de Dumas. Enseguida comprenderá que los dos encargos tienen algo terrible en común...
Arturo Pérez-Reverte también es famoso por su serie dedicada al capitán Diego Alatriste, una especie de D'Artagnan ibérico del Siglo de Oro cuyas aventuras inició en 1996. En los siete libros que la conforman, este espadachín de gran corazón, veterano de la Guerra de Flandes, se verá implicado en las conspiraciones político-religiosas que marcaron el reinado de Felipe II, socorrerá a una joven encerrada en un convento, tratará de impedir que el oro de Indias caiga en manos del hampa sevillana e incluso participará en una conspiración para asesinar al dux de Venecia.
Mi simpatía por Pérez-Reverte se debe a mi predilección por los tocapelotas literarios, pero también al hecho de que compartimos algunas influencias. «De niño, me leí todo Hugo, Dumas, Paul Féval...», explicaba a Le Point. «No se puede ser escritor sin conocer a esos clásicos».
La obra de Pérez-Reverte se sitúa en la intersección de su experiencia de reportero, sus lecturas personales y su pasión por la historia. «Mis novelas son falsamente históricas, desde el momento que iluminan problemas contemporáneos», declaró a Le Point. «En mi biblioteca debo de tener unos treinta mil libros, y dos tercios son de historia, tanto antigua como moderna. Siempre que veía hombres masacrados, mujeres violadas o niños degollados en Sarajevo o Angola, interpretaba esas escenas a partir de los libros que tenía en la cabeza, de Tucídides a Dumas. La primera vez que vi una ciudad saqueada fue en el norte de Eritrea, en 1977. Estaba con los guerrilleros, y pensé en Troya, el caballo, Homero...»
La condena de la guerra y del oscurantismo son las constantes de las novelas de Pérez-Reverte.
La obra de Pérez-Reverte se sitúa en la intersección de su experiencia de reportero, sus lecturas personales y su pasión por la historia. «Mis novelas son falsamente históricas, desde el momento que iluminan problemas contemporáneos», declaró a Le Point. «En mi biblioteca debo de tener unos treinta mil libros, y dos tercios son de historia, tanto antigua como moderna».
Hombres buenos nos presenta a dos académicos de la lengua del siglo XVIII, el bibliotecario don Hermógenes Molina y el almirante Pedro Zárate, que reciben el encargo de adquirir los veintiocho tomos de la primera versión de la Enciclopedia francesa y, con ese fin, emprenden un peligroso viaje, complicado por las maquinaciones de otros colegas que no ven con buenos ojos la introducción en España de esa obra ilustrada. Durante un periplo lleno de dificultades por la Francia de las Luces, conocerán a D'Alembert y a Benjamin Franklin y conversarán con el rocambolesco abate Bringas, un destacado agente revolucionario que sueña con derribar las monarquías y es el portavoz del autor: «No imagino causa más noble que llevar esa Encyclopédie, y sobre todo lo que contiene y representa, al corazón de esa España oscura y cerril de la que vivo en exilio».
En 2003 Arturo Pérez-Reverte fue elegido académico de la Lengua y pronunció un discurso de ingreso sobre el habla popular del siglo XVII entreverado con versos de los mayores poetas de esa época. «La Academia española no podía caer en el error de la francesa, que no incorporó nunca a Alejandro Dumas, con quien tan vinculado se siente nuestro novelista», le respondió el académico Gregorio Salvador en su discurso de bienvenida.
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