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El último almuerzo de Hitler
A principios de 1945, el Tercer Reich se encontraba en un callejón sin salida y la derrota de la Alemania nazi en la II Guerra Mundial se antojaba inminente. A medida que los Aliados avanzaban en el frente occidental y el Ejército Rojo asediaba Berlín, el dictador permaneció en su refugio subterráneo... hasta el 30 de abril de 1945, cuando se suicidó acompañado de su esposa, Eva Braun, con quien se había casado apenas un día antes. Así, Hitler se quitó la vida con un disparo, mientras que Braun ingirió cianuro. Cuando se cumplen 80 años de este suceso, en LENGUA publicamos un texto en el que se narran las últimas horas del dictador alemán: el extracto que sigue forma parte de «La guerra que cambió el mundo. Efemérides de la Segunda Guerra Mundial» (Ediciones B, febrero de 2025), libro del periodista cultural Miguel Santamarina, quien ofrece aquí una cronología de aquellas últimas horas bajo las bombas en un búnker de Berlín.

Adolf Hitler y Eva Braun circa 1938. Crédito: Getty Images.
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Un plato de espaguetis con tomate. Esa fue la última comida del hombre que estuvo a punto de conquistar el mundo. La mujer que le preparó este almuerzo frugal fue Constanze Manziarly, una joven tirolesa que sirvió al Führer como cocinera, primero en la Guarida del Lobo (Prusia Oriental) y luego en el búnker de Berlín. Su trabajo no fue voluntario. Constanze, con apenas veinticuatro años, fue obligada a velar por el delicado estómago de Hitler. Una responsabilidad que ella siempre consideró excesiva y para la que no se sentía preparada; todo su currículo se resumía en haber hecho unas prácticas de alimentación crudista en una clínica privada cerca de Berchtesgaden. Constanze no se sintió nunca una afortunada, como le insistían los ayudantes del líder nazi, y todo a fue a peor cuando la comitiva se trasladó a la capital de Alemania. La dietista pasó varios meses encerrada en el búnker con los últimos fieles al dictador: su pareja Eva Braun, su secretario privado Martin Bormann, su ministro de Propaganda Joseph Goebbels —que se instaló en la parte de arriba del refugio junto a su mujer Magda y sus seis hijos— y otro grupo de asistentes. La cocinera pasó a formar parte del círculo íntimo de Hitler hasta el final.
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El 30 de abril de 1945 Adolf Hitler se suicidó en el interior del búnker de la Cancillería en el que estaba recluido, ante la inminente llegada de las tropas del Ejército Rojo a Berlín. Desde principios de año, el Führer estaba recluido en este refugio, desde donde dirigía el Tercer Reich. Adolf Hitler se había convertido en canciller de Alemania en 1933 —solo una década antes había intentado dar un golpe de Estado—. Desde ese momento, ostentó el poder hasta su muerte en 1945. Después de vencer en las urnas con su partido nazi, abolió derechos y comenzó a perseguir, encarcelar y matar a todos sus adversarios políticos gracias a las SS y a la Gestapo. Su ideal político de crear un nuevo orden, junto a otros dictadores como Benito Mussolini, le llevó a invadir Polonia en 1939, el factor desencadenante de la Segunda Guerra Mundial. Su persecución a las minorías sociales y religiosas culminó con el Holocausto, que acabó con la vida de seis millones de judíos.
Una semana antes de su suicidio, el mariscal de campo Ferdinand Schorner le pidió a Hitler salir del búnker ante el imparable avance de las fuerzas soviéticas. El Führer respondió con una negativa, convencido de que su lugar estaba en Berlín para ayudar a librar esa última batalla. El día anterior, el líder nazi había sufrido un ataque de pánico al comprobar el inevitable derrumbamiento de su dictadura. Desde ese momento, empezó a creer que la única salida era el suicidio. Consultó a sus médicos cuál era la forma más sencilla de quitarse la vida. Sus galenos le aconsejaron tomar una pastilla de cianuro y luego dispararse una bala en la cabeza. El 29 de abril Adolf Hitler se casó con Eva Braun y, acto seguido, le dictó su testamento a su secretaria. El 30 de abril, después de almorzar, el Führer se tomó el veneno junto a su mujer y después se pegó un tiro. El 1 de mayo se hizo pública la noticia de su muerte en la emisora de radio Reich Sender Hamburg. A partir de ese momento, Karl Dönitz —que aseguró durante la transmisión radiofónica que el líder nazi había muerto «luchando contra el bolchevismo hasta el último suspiro»— se convirtió en sucesor de Adolf Hitler en el Gobierno de Alemania.

Berlín, 1945. En el lugar de la imagen se encontraba la pira funeraria de Hitler y Eva Braun. Se supone que se utilizó gasolina arriba para quemar los cuerpos. El edificio de la izquierda era el refugio antiaéreo personal de Hitler, mientras que el edificio de la derecha iba a ser su nuevo refugio, el cual nunca se terminó. Los hombres del fondo son soldados rusos. Crédito: Getty Images.
En la película El hundimiento (2004), vemos cómo Bruno Ganz —el actor que interpreta a Hitler en la gran pantalla— termina su última comida, el plato de pasta con tomate que le había preparado Constanze Manziarly, le da las gracias y se despide de la mujer que lo acompañó durante sus últimos meses de vida. Unas horas más tarde, aunque el Führer ya estaba muerto, Constanze todavía cocinó una última cena para él, unos huevos fritos con puré de patatas. Esa fue su forma de decirle adiós. Lo que pasó con la cocinera no está claro. Hay testimonios que afirman que consiguió salir del búnker junto a la secretaria Traudl Junge, y que fue atrapada por los soldados soviéticos. Según otras fuentes, la cocinera austriaca pudo tener el mismo final que su patrón: una pastilla de cianuro. Si con la muerte de la cocinera hubo especulaciones, con la de Hitler se creó todo un género literario. Una de las teorías más difundidas apuntaba a la posibilidad de que todo hubiese sido un montaje, y que en realidad Hitler había huido a España y, desde allí, viajado hasta Argentina, donde supuestamente habría pasado el resto de sus días. Este rumor fue tan insistente que hasta el FBI investigó si podía ser verdadero. Durante los siguientes años se generaron más noticias sobre el paradero Hitler, a cada cual más estrambótica: unos decían haberle visto de ermitaño en el norte de Italia; otros, viviendo en un monasterio de Suiza; y hasta de pescador en el Báltico. Pero no estamos hablando solo de leyendas urbanas, pues ni Stalin ni Eisenhower tenían claro que el creador del Tercer Reich estuviera realmente muerto. Quizá la respuesta a todas estas teorías la tuvo siempre el cazanazis Simon Wiesenthal. Él nunca dedicó un esfuerzo a encontrar a Hitler, porque estaba convencido de que había muerto en aquel búnker de Berlín.
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