Gabriela Wiener por Camila Sosa Villada: tengan a mano el lubricante
«Sexografías», un título que se mueve entre la literatura contemporánea y las memorias sexuales, vio la luz por vez primera en 2008. Desde entonces y hasta ahora, Gabriela Wiener, la mujer detrás de este recorrido por el lado más salvaje del periodismo narrativo, ha seguido sumando experiencias, de ahí la publicación de una nueva edición ampliada de estas crónicas de alcoba. La reciente revisión de la mano de Random House la presenta Camila Sosa Villada, ferviente lectora de Wiener (a quien define como «la mujer que no fue domesticada del todo»), en un prólogo que reproducimos a continuación.
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Gracias a Belcebú por la mano atrevida de Gabriela Wiener y por su libro, que desorienta a cualquiera que cree sabérselas todas sobre sexo.
Leí un 70 por ciento de Sexografías con la boca abierta y el culo aullando, sin poder acreditar lo que pasaba frente a mis ojos. Estas crónicas chorrean en cada página una sustancia mejor que el mejor afrodisíaco y cada texto queda pegado a los dedos como un amante transpirado en un verano de fin de mundo. Así de cursi quedé.
Sería muy pretencioso suponer que tengo algo interesante para decir sobre el libro. Algo que pudiera a ustedes, lector, lectora, abrirles un panorama, orientar su lectura, generarles curiosidad. Como no quiero mentirles, todo lo que diga a partir de ahora serán elogios: el libro habla por sí mismo. Es finalmente una criatura con sus propios caprichos, que conoce bien el camino al éxtasis, que entristece y desboca como cualquiera de nosotros. Una Wiener que se queda sobre nuestro pecho derramando preguntas mortales como un veneno. La incógnita sobre el sexo, sobre su estrategia para sobrevivir, renovarse y asegurar su perpetuidad. Cuán lejos podemos llegar para sentir algo, qué tan abajo, qué tan arriba y dónde se refugia nuestro placer.
A pesar de haber sido escrito durante las últimas dos décadas, Sexografías me hizo pensar en lo necesario que es el sexo para nuestra cultura. Lo tengamos o no, lo deseemos o no. En medio del ansia lingüístico-sexual occidental, Gabriela, la mujer que no fue domesticada del todo, hace teoría, hace poesía, abre puertas y coloca en el centro de nuestro pecho un estado de ánimo. Un desasosiego. Porque si algo alimenta el libro, es la idea de que no todo goce es agradable y pacífico. A mí, que encuentro dulzura en el pesimismo, también me dejó una esperanza incómoda. Desde la primera crónica hasta la última, el mundo del sexo sigue siendo el mismo que hace dos décadas, cuando era una veinteañera inmoral que cazaba amantes con su mordida chueca. Me hizo sentir actualizada. Felizmente el sexo es una de las pocas cosas en el mundo que no cambió.
Wiener desencadenada
¿Que si me calenté al leer Sexografías? Sí. ¿Leyendo crónicas periodísticas? Sí. ¿Que si eso tiene algo que ver con el ejercicio del prólogo? No lo sé. Pero en honor a Gabriela, queen del periodismo gonzo, término con el cual acabo de familiarizarme, siento como una deuda no estar yo también un poco en calzones. Delante de usted, lector, lectora, que tuvo la acertada idea de llevarse este libro consigo. Delante de la Wiener, porque quiero mucho a las mujeres que escriben bien. Con oraciones fuertes, precisas, honestamente, amablemente, so tenderly. Tuve presentes en la lectura a Leila Guerriero, a Joan Didion y a Truman Capote. Como si junto a Gabriela formaran un club secreto de cronistas superioras.
Sexografías no pide piedad pero exige que no mezquinemos cuerpo como lectores. Si la escritora vende así su alma al diablo por la palabra, por qué nosotros no responder con la misma entrega.
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Curiosamente, la crónica que más incomodidad me generó fue «Trans». El juego con las palabras me exigió una atención especial. Un trabajo de lectura, que es el mismo trabajo de lectura, entiendo, que exige el lenguaje de las travestis. A veces parecía escrita por una de nosotras, a veces por una periodista indolente que no conoce de pronombres, a veces solo por Gabriela confundida con tantos géneros y tanta hermosura. Mientras tanto, una de las imágenes más poderosas de estas dieciocho crónicas asoma: la de una prostituta en un bosque de París, que parece un mascarón de proa. Y luego la oración: «Dios mío, hazme invisible a la policía»; los ancianos en el club swinger disputando erotismo a la concurrencia en celo, la dominatriz que no somete a mujeres; el suspenso a lo largo de cada texto, el sentido del humor que involucra cualquier encuentro sexual, la belleza en los tatuajes de un recluso y la experiencia de una periodista como Pancho por su casa en una cárcel de Perú.
Gabriela en su propio sacrificio, organizando el momento en que la ofrecen a todos los diablos que sustentan su escritura ponzoñosa.
Otra imagen para el delirio: la literatura importa menos que la vida; otra: el sexo sin alegría es una maldición; otras: el eslabón entre la sexualidad y la reproducción, las drogas y la sexualidad, las inmigrantes en Europa y el pito de Nacho Vidal.
No molesto más. Tengan a mano el lubricante.