Sandel por Sandel: el futuro que queremos
Catedrático en Ciencias Políticas y Premio Princesa de Asturias en Ciencias Sociales, Michael J. Sandel (Minneapolis, 1953) ha reflexionado sobre las falacias de la meritocracia, la desigualdad estructural del liberalismo y los agujeros de las democracias en ensayos como «La tiranía del mérito», «El descontento democrático» o «Lo que el dinero no puede comprar». Aprovechando su reciente paso por la segunda edición del ciclo Atrévete a Pensar, unas jornadas organizadas por los sellos Debate y Taurus con la colaboración de Fundación Telefónica y el patrocinio de LENGUA, recogemos algunas de sus declaraciones al respecto y su análisis sobre la usurpación del patriotismo por parte de la derecha y el menosprecio de las élites hacia la clase trabajadora: «El discurso político debe centrarse en promover el trabajo digno y en mejorar el nivel de vida de todos aquellos que contribuyen a la economía y al bien común, tengan o no un título universitario».
Michael J. Sandel sobre las ciencias sociales, en especial la economía, alejadas en estos tiempos de su conexión con valores políticos y sociales.
LAS CIENCIAS SOCIALES Y EL DEBATE SOBRE LOS VALORES
«Las humanidades y las ciencias sociales deberían incitar a debatir sobre los valores, en contraposición a las interpretaciones habituales sobre el significado de los textos literarios y de las formas tradicionales de expresión artística. En los últimos tiempos las ciencias cociales han tratado de ponerse al mismo nivel que las ciencias naturales, como si una ciencia social pudiera ser éticamente neutral. Y eso es un peligro. Es un error. Las ciencias sociales, en su mejor versión, reconocen que las experiencias económicas, políticas y sociales son indisociables de los valores, y que algunos de ellos son discutibles. No deberíamos permitir que estas disciplinas se aborden desde una perspectiva puramente tecnocrática y, en teoría, moralmente neutral. Ese es el enfoque que se le ha querido dar a la economía, que tiene grandes repercusiones en las ciencias sociales. Es necesario reinventar la economía de tal forma que recupere sus conexiones con la filosofía moral y política».
LA FALACIA DE LA MERITOCRACIA
«El mérito se haya convertido en una forma de tiranía. A lo largo de las cuatro últimas décadas, la distancia entre ganadores y perdedores se ha hecho cada vez mayor, intoxicando la política y dividiéndonos. En parte, esto tiene que ver con la creciente desigualdad económica, pero también con que ha cambiado la actitud hacia el éxito. Aquellos que han llegado a la cúspide creen que son los únicos responsables de ello y que se merecen todas las ventajas que les dé el mercado. A su vez, piensan que aquellos que se han quedado atrás, aquellos que cada día se esfuerzan por salir adelante, se merecen estar así. Esta filosofía del éxito parte de un principio engañosamente atractivo: la meritocracia, que promulga que, siempre y cuando todos tengan las mismas oportunidades, quienes tienen éxito se lo han ganado. Pero es evidente que en el mundo actual no todos tenemos las mismas oportunidades. Los niños cuyos padres perciben bajos ingresos suelen ser igual de pobres cuando se hacen adultos. E incluso si las oportunidades fueran las mismas para todo el mundo, habría otro problema, pues la meritocracia tiene un lado oscuro que corroe el bien común. Los triunfadores olvidan que en su camino hacia el éxito también ha influido la suerte, y que están en deuda con aquellos que han hecho posibles sus logros».
LOS TÍTULOS ACADÉMICOS COMO MEDIDA DEL ESTATUS
«La desconsideración de los exitosos con quienes no lo son es aún más palpable cuando los segundos carecen de estudios universitarios. Antes o después, la clase obrera percibe ese desprecio y se da cuenta de que sus opiniones no cuentan, de que su aportación a la sociedad se desprecia. Vivimos en una sociedad que otorga mucho prestigio a los títulos, los profesionales financieros y las élites con diplomas, y de ahí parte la insurgencia contra ellas que estamos viendo en muchos países democráticos. No vale decirles a los trabajadores que tienen congelados sus sueldos desde hace cuarenta años que se saquen un título universitario».
Lucidez y compromiso
EL GRAN RETO DE LA POLÍTICA: EL TRABAJO DIGNO
«Debemos cambiar los términos del discurso político y dejar de centrarnos en preparar a la gente para la competencia meritocrática, que es el discurso de los partidos políticos tradicionales. Estos se presentan como unas fuerzas que ayudarán a los ciudadanos a competir y llegar a lo más alto. Pero en un contexto en el que la separación entre un peldaño y otro es cada vez más amplio, eso ya no funciona. Es necesario dar un giro hacia un proyecto político que se centre en el trabajo digno y en mejorar el nivel de vida de todos aquellos que contribuyen a la economía y al bien común a través de su trabajo, sus hijos y las comunidades en las que operan, aunque no tengan un título universitario».
EL RECONOCIMIENTO DE LA CLASE TRABAJADORA
«La clase trabajadora quiere que se la respete, que se la valore. Durante la pandemia, quienes tuvimos el lujo de trabajar desde casa nos dimos cuenta perfectamente de lo mucho que dependemos de ellos: reponedores, repartidores, cajeros, enfermeros, cuidadores… Empleos que distan mucho de ser los mejor pagados y los más respetados. En ese momento los aplaudíamos desde el balcón, y algunos reconsideraron cómo funciona la economía y, quizá, mejorar los salarios de estas personas y reivindicar su valía. Por desgracia, ese reconocimiento no duró mucho, pero es un ejemplo de cómo la dignidad y el aprecio que uno recibe de la sociedad es tan importante como sus ingresos».
LA GLOBALIZACIÓN Y EL NINGUNEO A LA IDENTIDAD NACIONAL
«Los signos de alerta sobre el auge del fascismo ya estaban presentes en los años 90, cuando partidos de uno y otro signo se adhirieron sin fisuras a una visión neoliberal y globalizada del mercado. Asumieron que las identidades nacionales y sus diferencias debían superarse para favorecer el capitalismo global y maximizaron el libre flujo de personas, bienes y capital entre los distintos países. Lo que este proyecto venía a decir era que debíamos considerarnos ciudadanos del mundo, y que el patriotismo, la identidad nacional y regional y las demandas de comunidades específicas eran antiguallas que había que superar. Lo que esta apuesta no tuvo en cuenta fue que la identidad, la solidaridad y la pertenencia son aspectos clave en la política, y que la adhesión a lugares, tradiciones y culturas concretas ni puede borrarse ni debe ser borrada».
Michael J. Sandel. Crédito: Irene Medina.
LA USURPACIÓN DEL PATROTISMO POR PARTE DE LA DERECHA
«Los populistas de derechas han usurpado el sentir patriota. Ya en los años 90 quise dejar claro que el menosprecio de la política hacia la identidad nacional y las raíces sería utilizado antes o después por facciones políticas estrechas e intolerantes, como el ultranacionalismo o el fundamentalismo. Ahora la ofensiva populista la reafirma la identidad y la pertenencia desde la venganza: America first, ultranacionalismo, rechazo a los inmigrantes, xenofobia. Hay un sector de centroizquierda que no se siente cómodo con el lenguaje del patriotismo, así que se lo ceden a la derecha, frecuentemente autoritaria. Lo que debería hacer la izquierda es articular un argumentario más flexible y generoso de ese concepto: sobre lo que tenemos en común, sobre el bien común, el patriotismo, la comunidad y la identidad. De lo contrario, estas motivaciones seguirán secuestradas por agentes reaccionarios y serán el caldo de cultivo de las políticas que hoy en día ensombrecen el futuro de la democracia».
EL PLURALISMO Y LA TOLERANCIA
«El gran reto para garantizar el futuro de la democracia es ofrecer una alternativa creativa, constructiva y responsable al descontento del que se aprovechan los populistas de derechas. Para ello debemos repensar qué significa ser un ciudadano, qué nos debemos los unos a los otros y qué tenemos en común para reconsiderar nuestras tradiciones de tal forma que la población valore el pluralismo en lugar de temerlo. Y no es lo mismo el pluralismo que la tolerancia. Cuando toleramos a quienes son distintos a nosotros en realidad queremos decir que los aguantaremos aunque no nos gusten. El pluralismo es más reivindicativo: desde él las diferencias no son algo que tengamos que soportar, sino algo de lo podemos aprender. Implica estar abierto al diálogo y a valorar a quienes tienen opiniones, raíces, religiones, creencias, nacionalidades u orígenes étnicos distintos a los nuestros. En eso consiste el ideal pluralista: en hacernos más grandes apreciando nuestras diferencias. Ese es el punto de partida para hacer frente a los peligros que asolan nuestras democracias».
Michael J. Sandel. Crédito: Irene Medina.
LA REDES SOCIALES COMO REFUERZO DE LAS DIFERENCIAS
«La tecnología moderna y las redes sociales prometían acercarnos los unos a los otros mediante una mejor comunicación y compartiendo información con todo el mundo, desde nuestros vecinos hasta los habitantes de la otra punta del mundo. En su lugar, las redes sociales nos han aislado en burbujas de gente con filosofías afines y han mermado nuestra habilidad de razonar con quienes no estamos de acuerdo. No solo no nos ha llevado a escuchar a personas de entornos distintos a los nuestros, sino que ha reforzado nuestras diferencias».
LA ECONOMÍA DE LA ATENCIÓN DE LAS REDES SOCIALES
«He prohibido a mis alumnos que usen móviles y pantallas durante mis clases, en parte porque las redes sociales acaparan nuestra atención. Han creado una economía de la atención, convirtiéndola en un producto. Quieren tenernos pegados a la pantalla para recoger nuestra información personal, que venden a anunciantes que a su vez la utilizan para vendernos bienes y servicios».
EL SENSACIONALISMO COMO MOTOR DE LA ATENCIÓN Y EL CARA A CARA COMO INCENTIVO DEL DEBATE
«Otro de los perjuicios de las redes para la sociedad civil es que para captar la atención del usuario a menudo recurren a noticias sensacionalistas y escandalosas, apelando a nuestros instintos, nuestros temores, nuestra rabia y nuestras frustraciones. Por ejemplo, las teorías de la conspiración. Para oxigenar la democracia y promover el debate democrático y la verdadera participación de la ciudadanía debemos encontrar plataformas alternativas, ya sea en Internet o, idealmente, en persona, con foros y escenarios que nos permitan razonar y escuchar al otro más allá de nuestras diferencias y desacuerdos, de forma civilizada y con respeto mutuo».
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