Joël Dicker: del lector voraz al escritor excesivo
Con «El caso Alaska Sanders» (Alfaguara, 2022), Joël Dicker cierra la trilogía iniciada con «La verdad sobre el caso Harry Quebert» y «El libro de los Baltimore», una saga que le ha convertido en uno de los autores de novela negra más leídos del mundo. En esta entrevista con LENGUA, el escritor suizo habla del poder arrollador del éxito prematuro, de lo complejo que puede resultar regresar a personajes que ya tienen vida propia, de la presencia de Hopper en el imaginario de su obra y del (oh, sí) placer de acercarse a Borges.
Crédito: Diego Lafuente.
En la web oficial del estado de Carolina del Sur advierten que los variados encantos de Mount Pleasant «obligan al visitante a volver siempre por más». Ambientada en un sitio homónimo, aunque trasladado al estado de New Hampshire, lo que cuenta Joël Dicker en El caso Alaska Sanders no es tan plácido como promete el nombre de ese pueblo, pero sí genera en el lector esas mismas ansias por volver una y otra vez al libro hasta devorar, casi sin darse cuenta, sus más de quinientas páginas.
El 3 de abril de 1999 encuentran el cadáver de una joven llamada Alaska Sanders al borde del lago de Mount Pleasant. Aparentemente, el último en verla con vida fue el dueño de la estación de servicio en la que ella trabajaba. Aunque con algunos tropiezos e indicios que no cierran del todo, la investigación pronto da con los presuntos culpables del crimen: su ex novio Walter Carrey y su amigo Eric Donovan. Sin embargo, once años después, una serie de revelaciones obligan a reabrir la investigación gracias al olfato de ese excelente detective sin título que es el escritor Marcus Goldman, que en esta novela se termina revelando como el socio perfecto del sargento Perry Gahalowood.
El caso Alaska Sanders viene a concluir la trilogía iniciada con La verdad sobre el caso Harry Quebert y El libro de los Baltimore, aunque cronológicamente sucede entre esas dos historias. Y si bien cada una de las ideas que hilvanan el minucioso tejido de este libro son nuevas, asegura Dicker que lo que inspiró su escritura ya lo tenía en claro desde que inició la trilogía: «siempre he querido hacer esta secuela porque sentía que no había terminado de explorar un doble elemento que me parecía muy importante y, a la vez, me daba mucha curiosidad: la amistad de Marcus Goldman con el propio Harry Quebert pero también con el sargento Gahalowood».
Y no es azaroso que Dicker ubique la amistad como gran motor de esta nueva entrega porque, se sabe, sus personajes tienen la virtud de trascender las páginas escritas para adquirir vida propia, más allá de que algunos sean más reticentes que otros a la hora de mostrar sus emociones. Y eso se percibe, sobre todo, en esta novela, en la que, para dar un solo ejemplo, cuando Marcus Goldman le pregunta qué significa el amor definitivo, el sargento Perry Gahalowood le responde con una de esas típicas frases bien perfumadas que se absorben como veneno: «Significa que, cuando se muere, te das cuenta de que habrías querido morir con ella. Tu mundo se desmorona y, al perderla, pierdes tu propio manual de instrucciones».
Crimen y... ¿castigo?
La carta robada
Lo interesante es que más allá de delinear con tanta precisión a sus personajes, no puede decirse que en El caso Alaska Sanders la intriga policial sea una mera circunstancia; por el contrario, constituye la esencia de este libro en el que su autor, a diferencia de otras novelas policiales, no es que termine por encontrar a un culpable inesperado sino que, por el contrario, hace pasar a casi todos por culpables en algún momento, justamente porque lejos de ser estereotipos, casi todos los personajes tienen sus luces y sombras, como es el caso del padre de la víctima o Lauren Donovan, la hermana policía de uno de los dos detenidos. Y ese mismo enigma lleno de giros inesperados que genera un vértigo parecido al que se siente al dejarse llevar por una montaña rusa, es lo que conduce al lector a un estado de absoluta vulnerabilidad al mismo tiempo que acepta la propuesta de jugar a ser Dios: «Esa es un poco la promesa que hago, no solo en El caso Alaska Sanders sino en todos mis libros, la promesa de que el lector pueda ser el primero en descubrir al culpable y resolver el misterio del libro antes que la policía, la promesa radica en que el culpable debe estar frente a tus ojos y no tratarse de un personaje que aparece en la pagina 500 y que nunca antes habíamos visto porque ahí el lector tendría razón en sentirse traicionado».
«Hago una promesa en todos mis libros: que el lector pueda ser el primero en descubrir al culpable y resolver el misterio del libro antes que la policía. Y esto radica en que el culpable debe estar frente a tus ojos y no tratarse de un personaje que aparece en la pagina 500».
Aun cuando ese personaje de último momento aparece, en efecto, en este libro, el lector de El caso Alaska Sanders no se va a sentir para nada traicionado, y hasta va a experimentar un poco lo que se siente al leer por primera vez La carta robada de Edgar Allan Poe. Pero antes deberá atravesar ese mar de giros y vueltas de tuerca que Dicker jura que le fueron saliendo sobre la marcha sin ningún tipo de plan previo: «Si lo tuviera habría puesto mucho antes un freno porque son demasiados y creo que parte del placer que siento al escribir es justamente el de excederme, es como cuando cocinas, no es bueno desperdiciar comida, pero hay veces que quieres hacer mucho y al escribir yo siento un poco ese mismo placer».
¿Cuál fue el personaje que más te costó crear de este libro?
Joël Dicker: No podría decirte cuál, pero sí que escribiendo El caso Alaska Sanders terminé de darme cuenta de que es tan difícil retomar un personaje que ya existe como inventar uno desde cero. Porque para regresar a Perry Gahalowood, Harry Quebert y Marcus Goldman tuve que adaptarme a las limitaciones de su existencia previa, pero a la vez crear un personaje de cero requiere encontrar siempre una buena historia de fondo con la que el lector pueda establecer un vínculo.
Crédito: Diego Lafuente.
El primer lector
Joël Dicker es de esos escritores que suelen pensar mucho en sus lectores, justamente porque él mismo se considera ante todo un lector y, de hecho, asegura que comenzó a escribir novelas porque le gustaba leer. Ahora, sin ir más lejos, acaba de crear su propio sello editorial Rosie&Wolfe no solo para publicar sus propios libros sino también para despuntar, del otro lado del mostrador, el vicio de la lectura.
Además, esa condición de lector tal vez sea lo que más lo hermana a un escritor que si bien menciona con frecuencia y leyó muy bien, él mismo reconoce que no influyó en sus libros: por supuesto, una de las frases más conocidas de Jorge Luis Borges es la de que se enorgullecía más por los libros que había leído que por los que había escrito. Como si se tratara de opuestos complementarios, da la casualidad de que Borges está enterrado en la ciudad en la que Dicker nació: «Estamos muy orgullosos de que Borges haya decidido compartir su sueño más grande con nosotros y tenía razón porque Suiza es muy tranquila, pero además de tener en común ese vínculo con Ginebra estoy muy feliz de haber descubierto parte de su universo en mi viaje a Buenos Aires», explica Joël Dicker en referencia a su gira latinoamericana de 2018 para presentar La desaparición de Stephanie Mailer.
«Parte del placer que siento al escribir es justamente el de excederme; es como cuando cocinas, no es bueno desperdiciar comida, pero hay veces que quieres hacer mucho y al escribir yo siento un poco ese mismo placer».
El propio Dicker explica que también tuvo en cuenta al lector a la hora de pulir un estilo que, a falta de un término mejor, podemos definir como sumamente legible: «Me viene así de forma natural, pero también trabajo mucho para ser muy claro y lograr que el estilo parezca fácil y, de hecho, es difícil ser fácil, realmente es todo un arte. En la literatura, la simpleza requiere mucho trabajo y el éxito de la simpleza aparece cuando el lector cree que él también podría hacerlo, cuando veo por ejemplo a enormes deportistas como Michael Jordan o Roger Federer tengo la impresión de que lo que hacen es sencillo y luego tomo la raqueta y se me van todas las pelotas a la red. Al menos para mí es realmente un arte y un gran trabajo hacer que la escritura sea muy legible para el lector».
Un cóctel de Ginebra, Madrid y Hopper
Si bien la que ya es su trilogía de Marcus Goldman transcurre en Estados Unidos, Joël Dicker dedicó todo un libro a su ciudad natal: El enigma de la habitación 622, a la que él define como la más personal de sus novelas, ya que la escribió para mostrar Ginebra a lectores de todo el mundo, y reconoce que se trató de un verdadero desafío porque, en su opinión, suele ser más sencillo crear ficciones que sucedan lejos que en el lugar donde se vive, como si la distancia geográfica ofreciera también una perspectiva más cómoda.
«Escribo porque la literatura me permite salir de mi propia vida y experimentar muchas vidas en esta, y eso para mí es muy fuerte e importante. En ese sentido, la literatura nos hace un poco invencibles».
Es bastante clara la influencia en tu obra de la literatura estadounidense, pero ¿hay también autores suizos que te hayan marcado?
Dicker: Sí, sobre todo te diría tres autores. Uno es Albert Cohen que ha escrito sobre los jóvenes de Ginebra y también sobre la ciudad. Otro autor suizo es Friedrich Dürrenmatt, de quien me ha marcado mucho su libro La promesa. Y, por último, otro escritor suizo que escribía en alemán y aunque nació en ese país se nacionalizó suizo es Herman Hesse, un autor que me gusta muchísimo.
Hablando de influencias, una de las cartas de presentación de tus libros son los cuadros de Hopper, un pintor del que suele decirse que ha creado obras de estilo cinematográfico, a lo cual podríamos sumar el hecho de inspirar también obras literarias con gran potencial cinematográfico, ¿recuerdas cuándo y dónde fue la primera vez que viste alguna obra suya?
Dicker: Ufff, no estoy seguro de cuándo fue exactamente. Es un pintor del que ya había oído hablar de niño, cuando íbamos a la Costa Oeste de Estados Unidos, en Nueva Inglaterra, que era su región. Obviamente, conocía su cuadro Noctámbulos, como se conoce el Guernica de Picasso y, como suele ocurrir casi siempre, luego nos damos cuenta de que las pinturas más famosas nunca son las que más nos gustan. Empecé a conocer más su trabajo alrededor de mis veinte años pero me crucé de casualidad con una retrospectiva sobre él en Madrid en 2012, justo antes de la publicación de La verdad sobre el caso Harry Quebert. Por ese entonces había recibido varias propuestas de portada de mi editor, pero ninguna me convencía y durante ese fin de semana que pasé en Madrid junto a unos amigos caímos en esa exposición y realmente quedé fascinado, y me di cuenta de que su obra era genial para ilustrar la portada de mi libro. Lo que ves en sus pinturas no suele ser lo que aparece: no es la casa, no es el bosque ni el hombre con sombrero, lo importante es todo lo que no vemos. Eso me pareció muy interesante.
Crédito: Diego Lafuente.
Un poco invisible y un poco invencible
Esa misma idea que tanto interesó a Dicker de la obra de Hopper se puede aplicar al modo casi espectral en que Harry Quebert aparece en El caso Alaska Sanders, recordando un poco al personaje de Tyler Durden en Fight Club. «Es que hablan de él pero él no está, y cuando aparece es sobre todo a partir de sus mensajes, eso me permitió abordar la presencia fantasmagórica de Harry Quebert en la vida de Marcus Goldman y, al mismo tiempo, que los lectores puedan compartir esa naturaleza fantasmática de Harry en la mente de Marcus», confirma Dicker. Ya con la tranquilidad de haber concluido la trilogía anunciada, no promete ni descarta seguir buscando futuras conexiones con ese libro que logró imponerse en el ring literario hasta alcanzar quince millones de lectores, más de cuarenta traducciones y, quizás lo más difícil de todo, haber tenido una adaptación a serie de televisión que conformó al propio Dicker.
¿Habrías seguido escribiendo si La verdad sobre el caso Harry Quebert no hubiera tenido tanto éxito?
Dicker: Yo creo que sí, es difícil pensarlo, pero hubiera seguido escribiendo porque es parte de mi vida, algo que realmente necesito hacer. Seguramente, habría escrito menos porque hubiera tenido que ocuparme de algún otro trabajo, y por eso tengo mucha suerte en poder concentrarme en escribir y es una gran oportunidad, pero escribir fue algo que siempre estuvo en mi vida, mucho antes de Harry Quebert y del éxito.
Por último, te voy a hacer la pregunta que le hace Harry Quebert a Marcus Goldman casi al final de El caso Alaska Sanders: ¿por qué escribís?
Dicker: Escribo porque la literatura me permite salir de mi propia vida y experimentar muchas vidas en esta, y eso para mí es muy fuerte e importante. En ese sentido, la literatura nos hace un poco invencibles.
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