«Seré tu mejor niñita»: cartas de amor y alta literatura
Emily Dickinson, Virginia Woolf, Oscar Wilde, Gabriela Mistral, James Joyce... Al margen de relatos, novelas y poemas, algunos de los nombres más relevantes de la literatura universal dejaron patente su maestría en la correspondencia que intercambiaron con sus seres amados. «Cartas al amor» (Ediciones B) es un bello homenaje al género epistolar, una antología que reúne correspondencias desconocidas y permite compartir el amor a través del género literario más íntimo y auténtico de la historia. Publicamos a continuación una selección de esas confesiones llenas de amor soñado, pasional, decepcionante, prohibido y tormentoso; una muestra de nueve misivas firmadas por varias de las plumas más celebradas de la literatura clásica y contemporánea.
Desde la izquierda: Oscar Wilde (crédito: D. R.), Simone Weil (Getty Images), James Joyce (Alex Ehrenzweig) y Virginia Woolf (Getty Images).
Emily Dickinson a Master
Acógeme para siempre; nunca me cansaré, nunca haré ruido cuando quieras estar tranquilo. Seré tu mejor niñita; nadie más me verá, excepto tú, pero eso es suficiente: no quiero más.
***
Virginia Woolf a Vita Sackville-West
26 de enero
He estado aburrida; te he echado de menos. Te echo de menos. Te echaré de menos. Y si no lo crees, eres un asno y un búho de largas orejas. Bonitas frases, ¿no?
3 de enero
¿De verdad me quieres? ¿Mucho? ¿De un modo pasional, no racional?
31 de enero
Si, te echo de menos, te echo de menos. No me atrevo a extenderme, porque dirás que no soy rigurosa y no puedo sentir las cosas que siente la gente tonta. Sabes que eso es una podredumbre podrida, mi querida Vita. Después de todo, ¿qué expresión es la buena, al final? Una que se haga cargo de tanta verdad como pueda contener.
***
Gabriela Mistral a Doris Dana
[Veracruz, México, enviada el 28 de abril de 1949]
Mi vida:
Tú eres de una raza que se controla; yo no. Tú estás segura de mí; yo no tengo seguridad alguna de ti.
Pero hay más: yo necesito de tu presencia de una manera violenta, como del aire. Parece que estuviese viviendo una asfixia. Es eso exactamente.
Tal vez fue locura muy grande entrar en esta pasión. Cuando examino los primeros hechos, yo sé que la culpa fue enteramente mía. Yo creí que lo que saltaba de tu mirada era amor y yo he visto después que tú miras así a mucha gente. Loco fui, insensato: como un niño, D[oris], como un niño.
***
Anaïs Nin a Bill Burford
Esta vez, mis sentimientos se han vuelto fuertes y evidentes a través de un sueño que he tenido: siento un amor tan profundo, devoto y total por tu escritura —que es tu esencia—, pero más que eso, siento una suerte de comunión o matrimonio entre nuestra escritura. Y la única incertidumbre que nubla mi entusiasmo ante esto es la que tu silencio crea, o quizá algo así como una no participación tuya en dicho entusiasmo, por lo que no siento una confirmación de mis sentimientos. Bill, es esta una rara forma de amor, y me gustaría que me ayudaras —debido a mis propias incertidumbres— a creer en esta mágica unidad.
Siento que nos proporcionaría, tanto a ti como a mí, toda la fuerza del amor, porque hay momentos en los que quiero gritar desesperada: si nadie me escucha, si nadie responde a esto, no puedo seguir adelante.
***
Oscar Wilde a Alfred Douglas
Lunes por la tarde [29 de abril de 1895]
HM Prison, Holloway
Mi querido muchacho:
Esta carta es para garantizarte mi inmortal, mi eterno amor por ti. Mañana todo habrá terminado. Si la prisión y la deshonra son mi destino, pensar en mi amor por ti y en esta idea, esta creencia aún más divina, el hecho de que tú también me amas, me sostendrá en mi infelicidad y hará que sea capaz, espero, de soportar mi pena con paciencia; puesto que la esperanza, más bien la certeza, de volver a encontrarte en algún mundo es el objetivo y estímulo de mi vida presente. ¡Ah! Debo seguir viviendo en este mundo por ese motivo.
[…] Si un día, en Corfú o en cualquier isla encantada, hubiera una casita donde poder vivir juntos, ¡oh!, la vida sería más dulce que nunca. Tu amor tiene amplias alas y es fuerte, tu amor llega a mí a través de los barrotes de la cárcel y me consuela, tu amor es la luz de todas mis horas. Quienes no saben lo que es el amor escribirán, lo sé, que el destino está contra nosotros, que he sido una mala influencia en tu vida. Si lo hacen, escribirás, dirás a su vez, que eso no es cierto. Nuestro amor siempre fue hermoso y noble, y si he sido el blanco de una terrible tragedia es porque no se ha entendido la naturaleza de ese amor. […] ¡Oh! ¡Espérame! ¡Espérame! Soy ahora, como lo he sido siempre desde el día en que nos conocimos, fervientemente tuyo, con un amor inmortal,
Oscar
Desde la izquierda: Gabriela Mistral (Getty Images), Marcel Proust (Getty Images), Antonio Machado (D. R.), Anaïs Nin (Getty Images) y Emily Dickinson (D. R.).
Simone Weil a una alumna
Querida pequeña:
Hace tiempo que quiero escribirte, pero el trabajo de oficina no incita demasiado a mantener correspondencia.
No hablemos de mí, sino de ti. […]
En lo concerniente al amor, no tengo consejos que darte, pero al menos sí algunas advertencias. El amor es una cosa seria con la que uno se arriesga a comprometer por siempre su vida y la de otro ser humano. Siempre se arriesga, a menos que uno de los dos convierta al otro en su juguete; pero en este último caso, por lo demás muy frecuente, el amor muta en algo odioso. Verás, lo esencial del amor consiste básicamente en que un ser humano siente la necesidad vital de otro ser —una necesidad que puede ser recíproca o no, duradera o no, según el caso—. Por tanto, el problema radica en conciliar dicha necesidad con la libertad, y los seres humanos se enfrentan a este problema desde tiempos inmemoriales. Por eso, la idea de buscar el amor para ver en qué consiste, para darle un poco de animación a una vida más bien monótona, etcétera, me parece peligrosa, y, sobre todo, pueril. Puedo decirte que cuando yo tenía tu edad, y también más tarde, tuve la tentación de tratar de conocer el amor, pero la descarté, diciéndome que era mejor para mí no arriesgarme a comprometer toda mi vida en algo imposible de prever, sin antes haber alcanzado un grado de madurez suficiente para saber con certeza lo que le pedía en general a la vida, qué esperaba de ella. No pretendo ponerte mi caso como ejemplo, cada vida se desarrolla según sus propias leyes, pero puede servirte como materia de reflexión.
Debo añadir que, en mi opinión, el amor entraña un riesgo aún más terrible que el de comprometer ciegamente la propia existencia: el riesgo de transformarse en el árbitro de otra existencia humana, en el caso de que alguien nos ame profundamente. Mi conclusión —que comparto contigo solo a título indicativo— no es que haya que huir del amor, sino que no hay que buscarlo. Sobre todo, cuando uno es muy joven. Si ese es el caso, creo que es mucho mejor no encontrarlo.
***
Marcel Proust a Reynaldo Hahn
[Poco después del 24 de octubre de 1914]
Le agradezco de todo corazón su carta, imperecedero monumento de bondad y de amistad […]. Mi querido pequeño, es usted muy amable por haber pensado que Cabourg había de resultarme desagradable por causa de Agostinelli. Debo confesar, para mi vergüenza, que hasta no hace mucho tiempo creía que aquel viaje había marcado más bien una primera etapa del desplazamiento de mi aflicción, etapa tras la cual, afortunadamente, retrocedí, una vez hube regresado, a mis trastornos iniciales. […] Yo apreciaba verdaderamente a Alfred. No basta con decir que lo quería, lo adoraba. Y no sé por qué estoy escribiendo esto en pasado, pues sigo queriéndolo. […].
P. D.: Espero que mi carta no le haya hecho pensar que me he olvidado de Alfred, a pesar de la distancia que desgraciadamente siento por momentos, no dudaría un instante en correr a cortarme un brazo o una pierna si eso pudiera resucitarlo.
***
James Joyce a Nora Barnacle
[25 de octubre de 1909]
Calle Fontenoy, 44, Dublín
Eres mi único amor. Me tienes completamente en tu poder. Sé y siento que si en el futuro he de escribir algo noble o bonito deberé hacerlo solo mediante la escucha de las puertas de tu corazón.
Qué charlas tan agradables hemos tenido esta vez, ¿no te parece, Nora? Bueno, ya tendremos más, querida. Coraggio! Por favor, cariño, escríbeme una bonita carta y cuéntame que eres feliz.
[…] No le enseñes mis cartas a nadie, querida. Las escribo para ti.
***
Antonio Machado a Guiomar
[…] Dices en tu carta, diosa mía, que si no me cansare yo de un cariño con tantas limitaciones. Considero esto muy absurdo y no pienso siquiera que lo escribas en serio…
No, tu cariño es para mí tan esencial que es la razón sine qua non de mi vida. Esta ya por encima de toda eventualidad y a cubierto de todos los ataques. Cuando en amor se renuncia -aunque sea por necesidad fatal - a lo humano, demasiado humano, o no queda nada - es el caso más frecuente entre hombres y mujeres -, o queda lo indestructible, lo eterno. ¡Ay! Yo no dudo de mí. Pero tú, reina mía, ¿no serás tú la que algún día te canses de este pobre poeta?
Quiero escribirte esta noche una carta de amor
La correspondencia pasional de quince grandes e...