«Para Truman, mi plegaria atendida»: ¿Quiénes eran los cisnes de Capote?
En su primera novela, «El canto del cisne» (publicada por Lumen en 2021), la escritora Kelleigh Greenberg-Jephcott consiguió diseccionar ese entorno social de alta gama que construyó y destruyó Truman Capote para su vida, un contexto que ahora vuelve a estar en boga gracias al estreno (febrero de 2024) de «Feud: Capote vs. The Swans», miniserie de HBO que recrea la relación que mantuvo el autor de «A sangre fría» con varias mujeres de la alta sociedad de Nueva York, acaudaladas, bellas y elegantes «socialités» a las que apodó «The Swans». Pero antes de que Ryan Murphy colocara el foco mediático sobre esta relación de amor y de odio (como ya hiciera en 2017 con la fascinante enemistad de Joan Crawford y Bette Davis), Greenberg-Jephcott ya había replicado la voz de las seis mujeres en una ópera prima que es a la vez una fascinante biografía de no ficción de uno de los autores más destacados del siglo XX. En esta conversación, repasamos con la autora estadounidense quiénes eran estas seis destacadas mujeres, los cisnes de Capote.
Por Karelia Vázquez
Truman Capote en su apartamento de Brooklyn Heights, Nueva York, 1958. Crédito: Getty Images.
Truman Capote (1924-1984) fue, además de un gran escritor, un acróbata social que supo rodearse de las mujeres más elegantes y ricas de su época. Entre todas ellas escogió a seis, a quienes llamaba cisnes, mujeres de la alta sociedad que lo convirtieron en su confidente. Bien relacionadas y, sobre todo, bien casadas en primeras, segundas y hasta terceras nupcias, todas ellas se dejaron moldear por el escritor, quien sabía -y así se lo hizo saber a alguna de ellas- que el destino de aquellas mujeres sería convertirse en material de alguno de sus libros. Y así fue: después de publicar A sangre fría, Capote decidió escribir una novela equivalente a En busca del tiempo perdido escenificada en Manhattan, obra a la que llamaría Plegarias atendidas. A medida que avanzaba con el manuscrito (en eso quedó finalmente... al menos a día de hoy), Capote decidió adelantar algunos capítulos en la revista Esquire. El segundo de ellos, The Basque Côte, 1965, provocó la ira de sus cisnes, quienes, a excepción de C. Z. Guest, jamás volvieron a dirigirle la palabra. Precisamente, la novela El canto del cisne reconstruye el día después de los cisnes de Truman Capote, cuyo apelativo lo inspiró el larguísimo cuello de una de ellas, Marella Agnelli. «He pasado catorce años de mi vida investigando sobre Truman Capote. Sus libros, sus ensayos, sus parloteos en la televisión, su vida social. Todo. Tenía doce años cuando leí por primera vez Desayuno con diamantes. De alguna manera, la fuente de esta novela es la propia obra de Truman Capote y toda su vida», explica la autora, quien atiende a LENGUA por videollamada desde algún lugar de Londres.
El mundo social de Truman Capote era tan fulgurante que la niña que fue Greenberg, nacida y criada en Houston, puede recordarlo en detalle. Bastaba con leer la prensa y ver la televisión. Su universo, y el propio Truman parecían estar tocados con el don de la ubicuidad.
Porque Truman era el mejor amigo de todas las mujeres que salían en Vogue y en Harper's Bazaar, las más ricas y deseadas. «No tengo dudas de que Capote las escogió por ser, cada una en su versión, mujeres fuertes y hechas a sí mismas; aunque tenían una buena vida garantizada por el capital de sus maridos, todas ellas eran relevantes en sus profesiones o en sus aficiones», afirma Greenberg, quien apunta: «Capote también fue muy amigo de Marilyn Monroe y de Audrey Hepburn, pero nunca las consideró cisnes ni quiso escribir sus historias».
Bellas, elegantes y bien relacionadas
En opinión de la autora, lo que cambió su relación con ese círculo de privilegiadas fue A sangre fría. «A partir del éxito de esa novela, Capote crea un género, la novela de no ficción, y se convierte en un escritor reconocido y rico. Ya estaba al mismo nivel de sus cisnes y las empezó a mirar desde la misma altura. Quizás empezó a descubrir que, de vez en cuando, o casi siempre, lo llamaban porque estaban aburridas». En su opinión, A sangre fría cambió radicalmente la postura de Truman hacia aquel círculo de ricas y famosas. El éxito le permitió cumplir su destino y comportarse como lo que él había decidido ser: el cronista de su época. Por eso, cuando todo voló por los aires, Capote se preguntaba con no poca soberbia: «¿Y qué esperaban? Yo soy un escritor, y un escritor escribe de lo que sabe». Y Truman sabía mucho de aquellas mujeres a las que observaba con curiosidad antropológica, como material de una obra maestra de la literatura.
En 1975, Esquire publicó dos adelantos de lo que sería Plegarias atendidas. El primero pasó sin penas ni glorias, pero el segundo... ¡ay! The Basque Côte, 1965 abrió la caja de los truenos. Truman contaba todo lo que le habían confiado sus amigas con las que solía almorzar con frecuencia en el restaurante The Basque Côte. Capote decidió que, de haber existido un acuerdo de lealtad entre ellos, habría caducado en una década, por lo tanto estaba en su derecho de publicar los secretos de sus cisnes. Plegarias atendidas aludía a la frase mítica de Teresa de Ávila: «Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas».
El destino del manuscrito de Plegarias atendidas sigue siendo uno de los grandes misterios de la literatura. Existen testimonios de personas que vieron el manuscrito o que dicen que Capote les leyó algún capítulo. Se cree que puede estar en alguna caja fuerte de Manhattan. También se especula con que nunca ha existido tal manuscrito, solo los adelantos de una novela que nunca se terminó. Kelleigh Greenberg opina que el manuscrito verá la luz. «Me gusta pensar que aparecerá en algún momento y en algún lugar», dice. Si Capote nunca lo entregó a la editorial fue porque empezó a dudar de que se tratara de una obra maestra, un libro a la altura de lo que se esperaba de él. «Creo que esos retrasos en las entregas y esos capítulos que él destruía para volver a reescribir rebelan la presión que él se había impuesto. Creía que debía escribir la gran novela del siglo XX, y no consideraba que aquellos capítulos fueran una obra maestra. Eso le paralizaba».
C. Z. Guest baila con Truman Capote en una fiesta celebrada en Studio 54 (Nueva York) el 12 de septiembre de 1978. Crédito: Getty Images.
Capote admitía tener un don especial para ganarse la confianza de las poderosas. Y aquellas amigas no solo lo llamaban para divertirse, sino que -de paso- le contaban los grandes dramas de sus acaudaladas existencias, los cuales eran, a su vez, los secretos mejor guardados de Nueva York.
El escritor había advertido a Marella Agnelli, uno de sus cisnes preferidos, que Plegarias atendidas iba a hacer con América lo mismo que hizo Proust con Francia. No podía dejar de hablar de su proyecto, a roman à clef (una novela en clave) basada en mujeres que, en teoría, él nunca había conocido. «Todo el mundo sabe de qué va el libro. Si alguien se enfada será porque no aparece en la trama», dijo en una entrevista en televisión.
A la revista People aseguró: «Estoy construyendo una novela como quien fabrica un arma. Con un mango, un gatillo, un cañón, y finalmente una bala. Y cuando ese proyectil salga disparado tendrá una velocidad y una potencia nunca vista. ¡Boom!». Tardaba tanto en entregar el libro a sus editores que el retraso se convirtió en un tema de conversación recurrente. En una programa de televisión le preguntaron si después de dos años ya había entregado la novela, y su respuesta fue: «No. Ahora la llamo mi novela póstuma, porque la mato yo a ella o ella me va a matar a mí».
Aunque en Plegarias atendidas Capote usaba pseudónimos para no desvelar los verdaderos nombres de las implicadas, las anécdotas eran tan vívidas y reconocibles que hasta ellas mismas acabaron aceptando que aquellos personajes eran mucho más que una inspiración del escritor y acordaron sacarlo de sus vidas. Fue el suicidio social de Truman Capote. En opinión de Greenberg-Jephcott, lo de Capote fue un error de cálculo. «Yo diría que él pensó que se iban a enfadar mucho un tiempo y que después volverían y lo perdonarían. El rechazo frontal no se lo esperaba, le sorprendió que no lo dejaran entrar al funeral de su cisne más querido, Barbara Babe Paley, una de las más vilipendiadas en el artículo de Esquire».
Truman Capote y Lee Radziwill en Nueva York, en una imagen tomada el 6 de junio de 1969. Crédito: Getty Images.
Y es precisamente con ella, con Babe Paley, con quien arrancamos este recorrido por los cisnes de Truman Capote:
Barbara Babe Paley (1915 -1978)
Babe Paley y sus dos hermanas mayores eran conocidas como «las fabulosas hermanas Cushing». Su talento era tener un olfato virtuoso para casarse bien. Cada matrimonio superaba al anterior en patrimonio y poderío. El segundo marido de Paley era el millonario y fundador de la CBS William S. Paley. De ella se afirma que jamás salió mal en una foto. Tenía un estilo impecable y compraba colecciones enteras de alta costura de Valentino y Givenchy. A ella se le atribuye una de las tendencias que cambiaron la moda del siglo XX: mezclar ropa cara con ropa barata.
Truman Capote confesó a su biógrafo Gerald Clarke que Babe era la única persona en toda su vida que realmente le había gustado. «Yo era su único amigo, la única relación que ella había tenido». Sin embargo, fue la que salió peor parada de la gran traición de Capote, quien publicó uno de sus grandes secretos: los sórdidos detalles del romance de su marido con la esposa del gobernador. Cuando se publicó el artículo, ella estaba enferma de cáncer. Moriría tres años después. Nunca volvieron a hablar.
Kelleig no duda que Babe -Babyling la llamaba Capote- era el cisne favorito, el más querido, y al que más tiempo dedicaba el escritor. Con ella Capote se sentía «menos amenazado» y a ella prometió que nunca le haría daño. «Si fue la que peor parada salió en el capítulo de Esquire quizás fuera porque él pensó que sería la primera en perdonar. No sucedió. Babe dejó por escrito que a Truman Capote no le permitieran entrar a su funeral. Y así fue».
«Su relación iba más allá de la amistad, era una especie de enamoramiento. Dos personas saben que están enamoradas de verdad cuando no tienen necesidad de terminar las frases del otro», valora la autora, que añade: «Babe admiraba la capacidad de Truman para tener con cada una de ellas una relación distinta, su habilidad para reforzar cada ego y para llenar los huecos de aquellas vidas. El amor era mutuo y su relación era muy parecida a la de una pareja. Ella era como una esposa para Truman».
Lee Radziwill (1933-2019)
Era hermana de Jackie Kennedy. Apoyó a Capote en sus cuitas literarias y le abrió muchas puertas del Nueva York más elitista. Después que se publicase el artículo de Esquire, siguió un tiempo apoyando al novelista porque, decía, tenía cierto derecho a hacerlo dado que la alta sociedad neoyorquina lo había utilizado para divertirse. Pero al poco tiempo ella también entró en la espiral autodestructiva del escritor que parecía empeñado en reventar todo el patrimonio social que tanto le había costado levantar. En 1978, Capote fue a un programa de televisión de la cadena local de Nueva York WCBS para contar las confesiones de Lee que se habían quedado fuera del artículo: «Jackie y yo éramos amigos, pero Lee hizo un buen trabajo al poner a Jackie en mi contra. Quería que fuera solo para ella». Luego el escritor sacó artillería más pesada: «No he traicionado a nadie. Un escritor solo tiene material. Tienes que escribir sobre lo que sabes. Es lo que hay. Eso no es una traición. Una traición es Lee Radziwill. Que ella me diera la espalda en mi peor momento, cuando estoy realmente enfermo. (…) Estaba tan enfermo que mucha gente pensó que iba a morir, que no iba a salir. Así que Lee pensó: "No tengo que preocuparme por él. Tengo que preocuparme por Gore (Vidal, el gran enemigo de Capote). Desafortunadamente para la princesa Radziwill, este maricón está vivo y en la ciudad de Nueva York».
«Lee exigía una relación de exclusividad con el escritor», dice Kelleigh. «Lo llamaba por teléfono y le contaba con pelos y señales, y también con algo de fantasía, los chismes de las fiestas de la Casa Blanca. Ella era su fuente principal para alimentar su odio contra Gore Vidal. Lee le hacía grandes regalos a Truman; entre ellos, un tarjetero de carey que podía haber pertenecido a Oscar Wilde, según un coleccionista. Ella le mandó a grabar una inscripción: "Para Truman, mi plegaria atendida". Truman, por su parte, admiraba su talento para la actuación y la escritura y le decía: "Querida, podemos conseguir que seas más importante que Jackie… Te convertiremos en actriz, en la estrella más grande que haya visto el mundo". Truman le consiguió varios papeles en el teatro y el cine. "Lee es mi siguiente obra maestra", solía decir él».
Bárbara Babe Cushing Mortimer Paley, socialité estadounidense e icono de la moda del siglo XX. Crédito: Getty Images.
Slim Keith (1917-1990)
Una de las mujeres más elegantes de Nueva York. Se le atribuye el descubrimiento de Lauren Bacall en una portada de Harper's Bazaar. Entonces estaba casada con Howard Hawks, y se dice que el personaje de Lauren Bacall en Tener o no tener era una copia calcada de Slim. Tuvo varios matrimonios y fue amante de Ernest Hemingway, a quien persiguió hasta La Habana, donde conoció a su segundo marido, el productor de cine y teatro Leland Hayward. Su ultimo marido fue el banquero británico Kenneth Keith.
En Plegarias atendidas, Slim era uno de los personajes más reconocibles, una tal Lady Coolbirth. Después del artículo de Esquire no volvió a dirigirle la palabra a Truman Capote. «Llamaba al escritor Trueheart y él la llamaba Big Mama. Eran almas gemelas, cómplices. Para Truman, ella era su versión femenina, su doble. Tenían un sentido del humor muy parecido, les entretenían y les hacían reír las mismas cosas y se lo pasaban muy bien juntos», cuenta Kelleigh Greenberg-Jephcott. «Slim era una fuerza inspiradora para Truman, tenía todo el glamur de Hollywood y era sexy y femenina de una manera más moderna, lo cual incluía la práctica de deportes 0 beber tragos de tequila como lo haría un hombre».
Gloria Guinness (1912-1980)
De origen mexicano, fue una de las mujeres más elegantes de su época. Escribía en Harper's Bazaar y mentía constantemente sobre su origen, algo que la hacía parecer divertida y cercana, y la convertía, como al propio Capote, en la más deseada de todas las fiestas. ¿Quién no iba a querer tenerlos cerca? Se casó cuatro veces, una de ellas con el banquero Loel Guinness, y tuvo incontables amantes. Le aterrorizaba ganar peso y se dice que murió de inanición, lo cual no es cierto (murió de un ataque al corazón): «Gloria y Truman compartían un sarcástico sentido del humor que les hacía estallar en carcajadas cuando estaban juntos y cometer cualquier temeridad para pasárselo bien. Compartían la inseguridad que les daba un origen poco claro y unas existencias construidas con esfuerzo, ego e imaginación. Ambos contaban las historias de sus vidas unas y otra vez, como reconstruyéndose, y cada vez le añadían nuevos detalles o nuevos giros de guion para hacerlas más brillantes y perfectas». Gloria tenía una relación muy maternal con Truman, quien tenía una habitación en la mansión de Gloria en Palm Beach. Allí se codeaba con los Kennedy, Bob y John. Más tarde, Capote contaría detalles de la talla de sus respectivos penes.
Truman Capote. Crédito: Getty Images.
Marella Agnelli (1927-2019)
El cisne del cuello más esbelto nació en una familia de nobles florentinos, la casa de Caracciolo. Se casó con Gianni Agnelli, nieto del industrial fundador de Fiat, con quien permaneció hasta la muerte de él (en 2003). Era un miembro prominente del círculo de Capote. Lo tenía todo para estar ahí: rica, estilosa y bien casada. Para Capote era «el cisne europeo número uno». «Una madona, una belleza clásica casada con un Don Giovanni», explica la autora. «Marella no se engañaba pensando que su marido le era fiel, pero sí lo consideraba un hombre leal», escribe la autora en el capítulo dedicado a ella.
En la biografía de Katharine Graham, editora de The Washington Post, gran amiga de Capote y persona ajena al círculo de los cisnes, se cuenta lo que Capote le dijo una vez: «Si Paley (Babe) y Marella estuvieran en un escaparate de Tiffany, Marella sería más cara». En las famosas cintas que dieron lugar al documental The Capote Tapes, Marella dijo lo siguiente: «Le dije muchas cosas. En lugar de ir al psiquiatra, yo iba con Truman».
C. Z. Guest (1920-2003)
Su nombre era Lucy Douglas Cochrane. C. Z. era una mala pronunciación de Sissi, como la llamaba su hermano. De ser una niña de buena familia se convirtió en un icono de la sociedad neoyorquina de los años 40 y 50. Fue actriz, dramaturga, columnista, escritora y una gran musa para los diseñadores y fotógrafos de la época. Los retratos que hizo de ella Cecil Beaton marcaron la historia de la fotografía. Capote decía que era «una damisela serena». En 1950 entró en la lista de las mujeres mejor vestidas del mundo del Instituto de la Moda de Nueva York. Permaneció en el ranking durante varios años hasta ser elegida para entrar al Salón de la Fama de la Moda.
En 1947 se casó con Winston Frederick Churchill Guest, campeón de polo y heredero de una fortuna proveniente del negocio del acero de su abuelo materno, Henry Phipps, sobrino de Winston Churchill. El padrino de la boda fue Ernest Hemingway y la ceremonia se celebró en Finca La Vigía, su casa en La Habana.
«Era como su hermana mayor. Solía aconsejarlo y él la escuchaba. Tenía el temple de una mujer de negocios y quizás por eso encajó mejor el golpe. Fue la única que no le contó intimidades y la única que no lo abandonó después del escándalo», indica Kelleigh. De hecho, se les vio juntos varias veces en Studio 54, el exilio de Capote de la alta sociedad.
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