En la cama de «El Chapo» Guzmán: las mujeres del narco por Anabel Hernández
Emma Coronel tenía 17 años y era una discreta reina de la belleza del estado mexicano de Durango cuando conoció en un baile a quien poco después sería su marido. Él, 32 años mayor que ella y con una fortuna de más de mil millones de dólares, era el mayor narcotraficante de México y el segundo hombre más buscado del mundo después de Osama Bin Laden. Quince años después, «El Chapo» Guzmán cumple una condena a cadena perpetua en Estados Unidos, y Emma, que siempre dijo no saber nada de los negocios del cartel de Sinaloa, solo pasará tres años en prisión. Su caso parece haber roto el «pacto de silencio machista» que rige en el círculo intimo de los capos. Después del colosal «Los señores del narco» (Grijalbo), que le valió en partes iguales un éxito extraordinario y un doloroso exilio, la periodista mexicana Anabel Hernández publica «Emma y las otras señoras del narco» (Grijalbo), una investigación que –según explica en esta entrevista con LENGUA- podría significar el comienzo de la implosión del sistema criminal si otras mujeres narco como Emma –modelos, cantantes, actrices, esposas, hijas, amantes y madres– se deciden a hablar y contar los cárteles todopoderosos por dentro.
Por Edgar Morín
Crédito: Max Rompo.
¿Cuál de todas las mujeres que aparecen en Emma y las otras señoras del narco retrata mejor el «mundo de putrefacción y decadencia que se vive en el país y sus círculos de crimen organizado»? Esta parece ser la pregunta vertebral del nuevo libro de la periodista mexicana Anabel Hernández, una investigación que le tomó más de dos años y que abunda en detalles y escenas ocurridas en el núcleo íntimo de conocidos traficantes de drogas. Hernández realizó decenas de entrevistas a personas que estuvieron allí: más de 500 preguntas, muchas de ellas redundantes para saber si sus entrevistados mentían o eran capaces de sostener sus historias.
Los primeros libros que escribió giraban en torno a la corrupción gubernamental durante el sexenio de Vicente Fox, un trabajo que ya en 2002 le había permitido ganar el Premio Nacional de Periodismo luego de destapar el Toallagate, la revelación de que el gobierno compraba toallas para la residencia oficial con sobreprecios escandalosos. Después de escribir Los cómplices del presidente en 2008, el fenómeno del narcotráfico y las complicidades del entonces secretario federal de seguridad Genaro García Luna se convirtieron en una ola de amenazas y hostigamiento policial que terminaron por obligarla a dejar México. Dos años después, Hernández publicó su libro más popular, Los señores del narco (Grijalbo), donde rastrea la imparable corrupción gubernamental que se imbrica con la delincuencia organizada en un país en llamas.
Para poner en contexto
Edgar Morín: ¿Cree que el repudio social al fenómeno del narcotráfico en México es cada vez menor? ¿Qué papel juega la farándula en esta naturalización o aceptación social?
Anabel Hernández: Es un proceso que forma parte de un sistema criminal y tiene distintas fases de evolución. En más de 15 años investigando el crimen organizado he podido documentar este amasiato de lo legal y lo ilegal que viene de los años 70, con el gobierno de Luis Echeverría, y la información que tengo proviene de fuentes directas: militares y policías que controlaban ese negocio, que ayudaban a cargar y descargar aviones, a custodiar la droga, que hacían los acuerdos con los cárteles. Contrasté esta información con documentos judiciales e históricos, que es lo que me permite tener un pulso muy claro y directo de la información, y el diagnóstico es que desde los años 70 y 80, este mundo criminal ha estado conectado con tres poderes fundamentales en México: el poder político, el poder del gobierno, que incluye a las fuerzas armadas y la policía, y el poder de la Iglesia católica. Si no se entiende que el crimen organizado ha estado legitimado por estas tres fuerzas, no se puede entender que hoy exista tal nivel de aceptación, que nadie se escandalice, que sea visto como si fuera parte del paisaje, y no del problema profundo que hay en México. Es gracias a esos poderes –que incluyen también a empresarios, grandes cadenas de televisión, cantantes, actrices, representantes artísticos– que este amasijo se va repitiendo a lo largo del tiempo.
Edgar Morín: A propósito de las fuentes de información, en el libro dice que entrevistar traficantes es como un juego de ajedrez.
Anabel Hernández: Es muy importante explicar la evolución de mi trabajo, que ofrece detalles tan íntimos como entrar en la recámara de un narcotraficante. Es lo que hago en Emma y otras señoras del narco. ¿Cómo pude saber lo que hacía en su cama, en su casa, cuando comía o cuando estaba con sus amigos o sus hijos? No lo sé porque esté especulando; puedo saber hasta el color de las flores o de las sábanas porque hablé con los testigos directos de los hechos. Es mi evolución de periodista, producto del aprendizaje y de querer entender más, lo que me ha acercado a fuentes cada vez más directas. Conozco el sistema judicial, he visto cientos de expedientes criminales de México y de otros países del mundo. ¿Cuál es la materia prima del juez o del procurador de justicia?: el testigo de los hechos o la víctima. Por desgracia, en México muchas de las víctimas de los narcotraficantes están muertas o desaparecidas y no pueden hablar de su sufrimiento. He dedicado muchísimo tiempo a hablar con víctimas sobrevivientes de delitos de narcotráfico y eso me ayuda a tener otra parte de la historia, pero se necesita entender a los narcotraficantes, qué tienen en la cabeza, cómo son sus redes criminales. Hay que escuchar directamente a estas personas porque, si no, ¿cómo podemos saber lo que ocurre ahí adentro? Yo quiero saberlo porque solo así podemos entender cómo desmantelar este sistema. Eso me ha obligado como periodista a hablar directamente con este tipo de fuentes, y cuanto más me acerco, no solo es más peligroso, sino también muy doloroso. A veces es traumatizante. Claro, lo que digan no basta por sí mismo. Uno tiene que concatenar y contrastar: a eso me refiero cuando digo que es un juego de ajedrez. Delante tienes un rival que literalmente puede matarte o mandar hacerlo. Algunos son criminales, otros no, y eso es parte del secreto de mis investigaciones. Llego a ellos a través de otras personas: familiares, abogados, amigos. La entrevista es un juego de ajedrez porque yo no quiero que se escape en la primera pregunta. Quiero que se quede ahí sentado y me responda, y en este libro eso fue particularmente tenso y de mucho cálculo, incluso para los propios entrevistados, pues las preguntas ya no apuntaban a la corrupción o a lo criminal, sino a algo más íntimo: sus motivaciones, sus impulsos. ¿Qué sentía? ¿Qué significan las mujeres? ¿Qué es la familia? Cosas que no están acostumbrados a que nadie les pregunte.
«Delante tienes un rival que literalmente puede matarte o mandar hacerlo. Y La entrevista es un juego de ajedrez porque yo no quiero que se escape en la primera pregunta. Quiero que se quede ahí sentado y me responda, y en este libro eso fue particularmente tenso y de mucho cálculo, pues las preguntas ya no apuntaban a la corrupción o a lo criminal, sino a algo más íntimo: sus motivaciones, sus impulsos. ¿Qué sentía? ¿Qué significan las mujeres? ¿Qué es la familia? Cosas que no están acostumbrados a que nadie les pregunte».
Edgar Morín: En el caleidoscopio de mujeres que presenta hay muchas cosas en común con otras mujeres que no pertenecen al mundo narco, como la dependencia económica y la violencia. ¿Hay algún rasgo de que las distinga?
Anabel Hernández: Creo que ese es el éxito de Emma y las otras señoras del narco: es un libro para mujeres que habla de problemáticas universales. ¿Qué mujer en México no ha pasado por algún episodio que cuentan estas mujeres? Si más de 66% de mujeres en México ha sufrido violencia psicológica, sexual o física, quiere decir que, en mayor o menor medida, con más o menos crueldad, todas hemos pasado por ahí. Estamos ahí, en ese modelo. Claro que en la vida de esas mujeres se extrapola, se ve blanco y negro, más dramáticamente, pero en realidad es la vida de muchas mujeres. Ahí es donde el libro adquiere su valor universal. No nos habla solo de las mujeres del narco, nos habla de las mujeres de México y de cómo los hombres ejercen poder sobre las mujeres.
Edgar Morín: ¿Por qué la degradación de las mujeres que trabajan en el espectáculo condena indirectamente a las demás mujeres?
Anabel Hernández: Las reinas de belleza y las mujeres del espectáculo son para estos narcotraficantes una especie de trofeo, de confirmación: me lo merezco, tengo el dinero para comprar lo que no se puede comprar, que son los seres humanos. Y además son mujeres que, aparentemente, al menos en los casos que estoy narrando, están ahí voluntariamente. ¿Qué pasa en la mente de un ser humano cuando tiene acceso a este tipo de mujeres? Los cárteles en México no solo trafican droga, sino también personas. Hay una explotación sexual de niñas y mujeres que forman parte de los negocios de los cárteles. Este tema de tener acceso a todo, incluso a estas mujeres que están, sonríen y cantan, que se ponen sus mejores vestidos, los alienta e impulsa a asumir que si pueden tener acceso a ellas, que se supone son las mujeres más deseadas, codiciadas e inalcanzables, tienen derecho a todo lo demás. Eso los empuja a querer todavía más. ¿Qué sistema permite que niñas en Guerrero sean vendidas como esposas a corta edad? El sistema machista patriarcal. Cualquiera que esté alimentando ese sistema, está alimentando que se vendan niñas.
Edgar Morín: Narcos y políticos buscan mujeres trofeo: ¿lo atribuye a algo particular de su actividad, o sus estímulos son igual de elementales que para el resto de nosotros?
Anabel Hernández: Es importante no quedarnos solamente con las mujeres del espectáculo porque son ocasionales. Tendríamos que hablar de todo el abanico de mujeres para entender estas situaciones. Las mujeres que estos hombres –políticos y narcotraficantes– anhelan no son mujeres del espectáculo, son de diferente tipo. Lo que diría, si pudiéramos tener un común denominador en esta diversidad de mujeres, es que son muy guapas y atractivas. Estamos hablando de un mundo machista y patriarcal, tanto en la política como en el crimen organizado, donde los hombres generalmente buscan mujeres más jóvenes que ellos y que sean guapas, porque pareciera que eso les da mayores atributos y cualidades, lo cual es un cliché estúpido. Según mi lectura, este tipo de inseguridades es parte de los síntomas del típico macho patriarca: necesitan una mujer guapa como si fueran un adorno porque no se sienten bien. Como quien usa cadenas de oro recargadas o se compra un Lamborghini porque sus atributos humanos no le permiten sentir esa seguridad que sí les puede hacer sentir una mujer guapa y además famosa. Esto no solo es por estar en el mundo del espectáculo. Emma era la más famosa en su pueblo porque fue reina de belleza. Lucero, la diputada, en algún momento fue la más famosa de Cosalá porque era la reina de belleza del pueblo. En el instante en que es reina de belleza, automáticamente es la mujer más codiciada. Eso es lo que están buscando estos hombres. Por sus inseguridades, pienso yo, creo que hay muchas similitudes entre el sistema criminal de los cárteles de la droga y el de la corrupción político gubernamental.
«Emma era la más famosa en su pueblo porque fue reina de belleza. Lucero, la diputada, en algún momento fue la más famosa de Cosalá porque era la reina de belleza del pueblo. En el instante en que una mujer es reina de belleza, automáticamente es la mujer más codiciada. Eso es lo que están buscando estos hombres. Por sus inseguridades, pienso yo, creo que hay muchas similitudes entre el sistema criminal de los cárteles de la droga y el de la corrupción político gubernamental».
Edgar Morín: Durante los encuentros que tuvo con Emma Coronel, ¿hubo algún detalle que llamara su atención? ¿Cree que ella va a romper el «pacto de impunidad machista»?
Anabel Hernández: Cuando conocí a Emma, ella era una mujer que estaba obedeciendo las órdenes de su marido de hablar conmigo, lo cual es muy particular, porque después de mi libro Los señores del narco yo había sabido que el Chapo Guzmán, el Mayo Zambada y muchos de ellos estaban ofendidos por cómo los había presentado con el mito de los superhombres: el complejo de inferioridad de estas personas los hace crear esos mitos, viven de ellos. «Yo soy el súper poderoso», «Yo puedo hacer que llegue droga al otro rincón del mundo», pues sí, pero el Chapo apenas sabía leer y escribir y literalmente no podía hacer nada por sí mismo. Lo planteé durante años y la gente pensaba que yo era irónica, pero en este video que le graba con un teléfono a Kate del Castillo se ve cómo se expresa, cómo está sentado, su lenguaje corporal. Ahí uno puede entender quién es el Chapo y que los problemas en México son mucho más que él. Ellos son lo que son gracias a la corrupción del gobierno y del ejército, pues si tienes al gobierno traficándote la droga y cuidándote, claro, vas a ser exitoso. Tendrías que ser muy imbécil o mediocre para no tener un poco de éxito con todo el gobierno a tu favor. A lo largo del tiempo chateé y hablé por teléfono con Emma y me encontré con una mujer que, en un principio, estaba obedeciendo órdenes y que poco a poco va cambiando y abriéndose más. Es ahí donde descubro a una mujer que quería hacer cosas diferentes de su vida, que en realidad no estaba tan preocupada por el marido, que quería hacer una vida propia. Sobre la ruptura de este pacto, creo que el simple hecho de que Emma se haya declarado culpable en la corte del distrito de Columbia ya rompe una parte de ese circuito. Estará pocos meses en prisión: son tres años, menos los nueves meses que ya ha estado. Es ahí donde podremos ver si rompe definitivamente el pacto. Después de haberse declarado culpable y con las acusaciones que está haciendo el gobierno de Estados Unidos contra los hijos del Chapo, Emma lo tiene muy complicado para dar un paso atrás y regresar al sistema criminal porque si es ella la que proporcionó toda esta información detallada con la que el departamento de Justicia está haciendo las nuevas acusaciones contra los hijos de Guzmán, está frita. Y si no lo hizo, nadie le va a creer porque primero se declaró culpable y luego le dan una condena baja. El caso de Emma puede romper un paradigma, y es probable que eso sea parte de la estrategia judicial del gobierno de Estados Unidos.
Nueva York. 12 de febrero de 2019. Emma Coronel Aispuro, esposa de Joaquín «El Chapo» Guzmán, rodeada de personal de seguridad y periodistas a la salida del Tribunal de Distrito de EE UU de Brooklyn. En el interior, Guzmán fue declarado culpable de todos los cargos por tráfico de drogas y condenado a cadena perpetua. Crédito: Getty Images.
Edgar Morín: Hay otra mujer en el libro que derrumba el mito de la sagacidad atribuida a los señores de las drogas al descubrir las múltiples infidelidades de Guzmán y calificarlo de idiota.
Anabel Hernández: Es un mensaje que ella manda a otra señora que también trabaja en el cártel y es el gobierno de Estados Unidos el que interviene estos mensajes. Seguramente el Chapo no sabía que su amante le sonreía en la cara y le decía que era el mejor, y a sus espaldas decía que era un idiota. Parte de la provocación de este libro es querer ayudar a las mujeres a romper el silencio, incluso dentro de ese pozo sin fondo que es pertenecer a esas familias criminales o de haber pasado por ahí, como las cantantes y actrices. Me parece que la provocación para que mujeres que forman parte de estos núcleos familiares rompan el silencio ya está sucediendo, y eso realmente significaría un cisma dentro del propio sistema, porque una cosa es que hable tu socia o la sicaria o la pobre señora a la que le metes la droga para que la trafique, y otra que lo haga tu esposa, tu hija, tus amantes, tu madre. Que comiencen a decirle al mundo cómo eres realmente y como estos cárteles que se supone son súper poderosos al final solo están hechos de seres humanos. De gente muy primitiva, muy básica, como generalmente son los corruptos. Que estas mujeres rompan el silencio puede ser una implosión. Varias han hecho contacto conmigo. Voy a hablar con ellas y les voy a dar voz.
«Emma lo tiene muy complicado para dar un paso atrás y regresar al sistema criminal porque si es ella la que proporcionó toda esta información detallada con la que el departamento de Justicia está haciendo las nuevas acusaciones contra los hijos de Guzmán, está frita. Y si no lo hizo, nadie le va a creer porque primero se declaró culpable y luego le dan una condena baja. El caso de Emma puede romper un paradigma, y es probable que eso sea parte de la estrategia judicial del gobierno de Estados Unidos».
Edgar Morín: En el libro encontramos que otro puente entre la política y el crimen organizado es el servicio sexual, en este caso, por la secretaría de finanzas del PRI. ¿Qué tan importante es esta conexión en el país?
Anabel Hernández: Esta información fue corroborada por gente involucrada en la campaña de Enrique Peña Nieto. Es la primera vez que encuentro que agencias de modelos dan servicios de prostitución tanto a cárteles como a políticos. Por eso es importante entender no solo a la visión de la corrupción y el pago de sobornos, sino de la convivencia más íntima donde la amalgama se hace todavía mucho más potente, porque una cosa es que se pague un soborno y otra que compartan a la mujer con la que se meten a la cama. Eso habla de una simbiosis personal. De ese nivel de contaminación estamos hablando.
Ciudad de México. 8 de enero de 2016. Tras ser capturado por marines americanos, Joaquín Guzmán Loera es transportado a la prisión de máxima seguridad de El Altiplano. Líder del cártel de Sinaloa, en ese momento era considerado el narcotraficante mexicano más buscado del mundo. Crédito: Getty Images.
Edgar Morín: ¿Qué piensa de la política contra el crimen organizado del actual gobierno? ¿Es incongruente?
Anabel Hernández: Al principio preguntaste por qué la sociedad se escandaliza cada vez menos con los cárteles de la droga y los asume como algo normal. Si he dicho que esto es la evolución de un problema, ahora estamos en un punto álgido de esta evolución porque ya no solo son las actrices ni los cantantes: hoy estamos hablando de un presidente que legítima socialmente a los cárteles de la droga con toda la carga moral que tiene ser el presidente de la república y con los índices de alta popularidad que dice que tiene. Si uno de los sujetos más populares dice que no puede detener a los narcotraficantes porque no son prioridad de su gobierno, o que hayan aprehendido a un narcotraficante como Ovidio Guzmán, lo dejen ir y diga que fue su decisión, estamos hablando de una etapa de mayor legitimización de los cárteles de la droga, y esto traerá gravísimas consecuencias. ¿Está disminuyendo la violencia, hay menos muertos? Claro que no, es una orgía de violencia, de desaparecidos, de balazos por todas partes porque los narcotraficantes asumen esto como que ya están en el poder. Ya ni siquiera tienen que esconderse. Esto que ocurre en México hoy no podría suceder en ningún país civilizado. El problema es que esta conducta permisiva se está convirtiendo en la normalidad. Si tú me dices que es incongruente, yo te diría que es al contrario. Por eso es más riesgoso y peligroso, todo es muy congruente: los abrazamos, tomamos a sus alfiles y los metemos al partido, gobernamos con ellos y con su permiso en diferentes estados de la república. Realmente estamos llegando a un nivel muy grave de cinismo y putrefacción.
«Una cosa es que hable tu socia o la sicaria o la pobre señora a la que le metes la droga para que la trafique, y otra que lo haga tu esposa, tu hija, tus amantes, tu madre. Que comiencen a decirle al mundo cómo eres realmente y como estos cárteles que se supone son súper poderosos al final solo están hechos de seres humanos. De gente muy primitiva, muy básica, como generalmente son los corruptos».
Edgar Morín: Las condiciones en que vives y llevas a cabo tu trabajo no son fáciles, ¿cómo interactúas con tus lectores?
Anabel Hernández: Físicamente, la interacción es poca, por desgracia. Voy muy seguido a México para hacer mis investigaciones y cuando voy debo estar sujeta al mecanismo de protección a periodistas, que es el único esquema que tiene el gobierno para cuidar la integridad de quienes estamos bajo amenaza de muerte, como es mi caso. Por eso, cuando voy debo tener una discreción total, voy prácticamente a hacer indagaciones y tengo nula vida social en México. Pero la relación con mis lectores es en realidad mucho más profunda, que no va solo de un saludo o poder hablar con ellos. Va de estar pensando en ellos en cada una de mis investigaciones, que no las hago no por gusto sino porque siento que es mi responsabilidad en este trabajo que es, por desgracia, muy solitario y muy triste. Algunas personas y equipos de investigaciones me buscan para tener acceso a mis bancos de datos, documentos, pero no me invitan a formar parte de sus equipos porque soy una papa caliente, soy una granada que va a explotarle en la cara algún día a alguna persona inocente. Entonces trato de marginarme mucho justamente para no causarles daño a los demás. En esta soledad profunda, cuando entrevisto a estas personas, cuando voy al infierno a recoger historias para sacarlas a la luz y que la gente entienda lo que está pasando, aunque estoy muy sola físicamente, siempre pienso en estas miles de víctimas porque mi padre fue una de ellas y murió sin justicia, solo, torturado, abandonado y tirado en una carretera. Esa imagen me acompaña y mi trabajo de investigación es una muestra de solidaridad con esas víctimas.
«En esta soledad profunda, cuando entrevisto a estas personas, cuando voy al infierno a recoger historias para sacarlas a la luz y que la gente entienda lo que está pasando, aunque estoy muy sola físicamente, siempre pienso en estas miles de víctimas porque mi padre fue una de ellas y murió sin justicia, solo, torturado, abandonado y tirado en una carretera».
Edgar Morín: Muchos de tus lectores también son jóvenes, ¿qué le podrías decir: vale la pena hacer periodismo de investigación?
Anabel Hernández: Una persona, por muy buen periodista que sea, no puede cambiar por sí solo nada. Pero puede informar a la gente para empoderarla y que cambie las cosas. Pienso que el periodismo de investigación es una herramienta muy poderosa para contribuir a la sociedad. Si yo no fuera periodista de investigación encontraría otra manera de servir a los demás y ayudar a disminuir este dolor. Porque cuando hablamos de violencia y corrupción estamos hablando de un dolor profundo que padecen millones de habitantes en México: niños, niñas, adolescentes, mujeres, hombres, ancianos. Pero trato de ser muy responsable, porque tampoco se trata de llamar al suicidio a nadie. Yo hago esto y no quiero morir. La idea no es hacer un periodismo kamikaze, yo no creo en ese periodismo porque no ayuda a nadie. Lo que se requiere es un periodismo muy responsable de la propia seguridad y de la seguridad de los otros, de la redacción, de las fuentes de información, de la familia, de los vecinos. Y saber que no hay nada instantáneo. Llevo 30 años siendo periodista. Mis primeras notas eran sobre baches, fugas de agua, lámparas que no funcionaban en calles, e iba así, puerta por puerta, registrando datos, aprendiendo cómo se habla con las personas, cómo te ganas la confianza de un vecino para que te cuente que no solo es la lámpara que no funciona, que también hay un policía que está pidiendo mordidas. Así empiezas, con humildad, como cualquier cosa que valga la pena hacer en el mundo, y con paciencia. La experiencia es lo que te va desarrollando el olfato de dónde está el peligro, o si a esa cita no debes ir, o si una fuente de información es segura o te está poniendo una trampa. Solo el tiempo desarrolla eso, pero hay que hacerlo, porque dejar a México sin periodistas, que es lo que quisieran los corruptos y los narcotraficantes, es dejar a las personas en la indefensión, la ceguera y la oscuridad.
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