«Pájaros de Irak»: Patti Smith en un poema
«El 20 de marzo / se despierta la primavera / Los pájaros no cantan / Ocurre una vez más». Aprovechando el inicio de la primavera en España (el 20 de marzo, precisamente) y la celebración del Día Mundial de la Poesía (el 21), en LENGUA publicamos un poema que concentra en apenas 1.000 palabras toda la esencia y la grandeza de Patti Smith como escritora, letrista y poeta. «Pájaros de Irak», así se titula el poema, forma parte del libro «Augurios de inocencia» (Lumen, 2024), una colección en la que la autora descubre su universo más íntimo: el vínculo con la naturaleza y el paisaje, su mapa interior, las contradicciones del individuo, su meditación sobre la muerte y la fe.
Por Patti Smith

Patti Smith en Ámsterdam, Países Bajos, en octubre de 1976. Crédito: Getty Images.
PÁJAROS DE IRAK
El 20 de marzo
se despierta la primavera.
Los pájaros no cantan.
Ocurre una vez más.
Me levanto pero no puedo levantarme.
Me acerco a la cama
me enrollo la sábana
alrededor de la cabeza.
Se aproxima
una tormenta nerviosa
que accionará
la actual
fuente de sufrimiento
piedras que salpican
el primaveral manantial humano.
Y yo soy yo.
Y yo soy otra.
Y ahora mi madre
se estira y vomita
en un cubo
el ventilador da vueltas sobre su cabeza
sus hijos en fila
observando desde la puerta
con asombro científico
ya lo han visto antes.
Ni cena ni cuento.
Aporreando la pared
retales mojados y ungüento
mechones con henna
empapados en sudor
se suelta el vestido sin mangas
que apenas oculta la carne magullada
gritando Jesús
María y José
mi cabeza mi cabeza.
Yo la mayor
controlo
en aplicado silencio
condenada
igual que ahora
me controlo a mí misma
agarrando la toalla
la tormenta en el ambiente
también es mi frente.
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Ayer
el 19
su cumpleaños
el día de San José.
Ella no
volverá como las golondrinas
a posarse en una piedra
de Capistrano
con la informal
simetría
de un escenario
un antro de perdición
cabezas de pájaro
caen en picado
el cesto de la ropa
que tendré que planchar.
Imágenes que palpitan
melodías que se repiten
los alaridos de una madre
nuestros juegos infantiles.
Dadme un poco de paz.
Dadme un poco de paz.
Dadme un poco de hielo.
¿Qué hacen
ratoncillos salvajes
bombardeando
el primer día
de primavera?
Bagdad
la ciudad de la paz
el califa y el ladrón.
Recuerdo noches
barridas junto al mar.
Leí las Olas
pero nunca me aventuré en
la epidemia de polio.
Los indios no nadan.
Veneran las mareas
y se adentran.
Virginia rezando por la noche
que se niega a ser negra
porque hay luna llena
que se cuela por el tragaluz
salpican voces
¿o son pájaros?
¿Por qué han cesado de piar?
¿Cuándo cesarán mis arcadas?
¿Y cómo aprendió
a nadar mi cabeza?

Patti Smith en una fotografía de 1975. Crédito: Getty Images.
Pasó el equinoccio.
Ella se marchó
al río.
Una carta para L.
Una carta para V.
Piedra a piedra
el mirlo capiblanco
y los grajos estrellados
los hierbajos que flotan
el espejo agujereado
un atisbo de lo ausente
una mano tranquila
que retuerce una sábana
entre los dientes
suplica amnistía
susurrantes
colibríes nerviosos
que sueñan con un asilo
Saint-Rémy
paz imposible
inventario de martillazos
bordados despiadados
bandejas pintadas
una ambulancia salpicada
con la sangre de Julian.
Una espátula más frenética.
Abandona las pertenencias.
Corta el pelo corta el pelo.
Plantas anuales con rosas
pelo espinoso
que no dejaría
de perforarle el cráneo
jardines de muros gruesos
Vanessa en el cielo
el gran armario
acristalado de Thackeray.
Era un sueño.
Era su cabeza
martilleada cabeza.
Y se pregunta
¿cómo pude pensar
algo tan violento?
¿Cómo pude pensar
algo tan violento?
Y Buda
desconocía a Isaías.
E Isaías desconocía
a Heráclito.
Y sin embargo todos existieron
en el mismo momento.
¿Y quién existe mientras existimos?
Los dedos centímetro a centímetro
extienden el campo de su lecho
por la ventana
el cristal del armario hecho añicos
farsas bañadas de lágrimas
baba y sudor
ojos desesperados
aferrados a parras
contando habichuelas
el murmullo de hojas
una historia del mundo
escrita en las jorobas
de bestias destrozadas.
Los pájaros no cantan
antes de terminar
antes de que rompa el capullo.
El despertar de la primavera en Irak.
Las bombas caen como frutas.
Los melocotoneros
que bordean el paseo
detrás de la mezquita
en llamas
la abubilla
la tórtola
arrojan
restos
manchan sábanas
niños que juegan con armas
mujeres soldado.
Y yo no soy ellas
envueltas en muselina
baratijas por los aires
sin relación
sin culminación
un poco de acción
sin fin sin fin.

Real Jardín Botánico Alfonso XIII de Madrid, 20 de junio de 2022. Patti Smith en un momento de su actuación en el festival de música Noches del Botánico. Crédito: Getty Images.
Sobre el Tigris
el Éufrates
los helicópteros
lanzan panfletos
para que coma la gente.
Empapelan la luna
la mente martilleada.
¿En qué siglo estamos?
En el último sin duda
mientras los camellos corren
liberados de los chalecos
bordados y las sillas de cuero
sacos de especias
y cantimploras de agua.
Corren y el sol
explota.
El cordero de dios bala.
Las cabras se separan de las ovejas
con sus barbas se tejen
bufandas
que adornan a curas y excéntricos.
Camellos en el polvo
perplejos ante sus heridas
su mente desbocada
Ata Alá: un nombre beduino
sus orejillas forradas de pelo
filtran el polvo y la arena
la doble capa de pestañas rizadas
protege sus enormes y delicados ojos
de la arena del desierto
el pelo que mudan en primavera
va muy buscado
para los pinceles de artistas
los de Vanessa
los de Duncan.
La tira se tensó
alrededor de mi cabeza
resbaló, me rodeó la muñeca.
No podía escribir
no podía captar
ni una sola cosa
ni una palabra
ni un mundo
solo el tiempo
ensartaba cuentas
en una larga
y frágil
cuerda.
Cuando retuerces
un cuello
algo se detiene
entrega
un joyero
bajo una tapa martilleada.
Nos encontramos en la fresquera del manantial
representamos nuestra obra
dormimos en una tienda de sábanas
y soñamos con el desierto.
Oímos la llamada a la oración
y el cielo era mágico.
Unos hombres guiaban camellos.
Nos arrodillamos en la maleza espinosa
y cuando me desperté
tenía arañazos
en las rodillas.
Y nunca jamás
será la visión tan aguda
que los sueños pudieran
producir sangre
un camino de espinas
salpicado de plumas.
Si nos las pegáramos
a los hombros
sin duda podríamos volar.
Seríamos libres
como la abubilla
como el zarapito
que canta en primavera.
¿Vas a venir,
hermana mía?
¿Vas a venir?
Madre está mejor.
Volamos
por nuestra cuenta
aleteamos
arriba y abajo
arriba y abajo
nos quitamos
el jersey
desnudamos
los brazos.
Ay,
ser
tan pequeños.
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