Todo lo que ganamos con Rosario Castellanos
El 7 de agosto de 1974, la periodista y diplomática mexicana Rosario Castellanos falleció a causa de una descarga eléctrica provocada por una lámpara cuando acudía a contestar el teléfono al salir de la ducha. No había cumplido 50 años y ya era una de las voces más importantes de la literatura mexicana. Sin embargo, quedaba un tesoro por descubrir. A continuación, Eduardo Mejía, editor e investigador de su obra, cuenta cómo una serie de casualidades que unen a José Saramago, al Subcomandante Marcos y a la embajada mexicana en Israel, lo llevaron hasta él. Un viaje al corazón oculto de la obra de la escritora de Chiapas: fotos, documentos, manuscritos y «Rito de iniciación», el original de una novela que se creía destruida por el agua desde que la propia Castellanos había dicho haberse dado con ella un baño.
Por Eduardo Mejía
Detalle de la cubierta de Ciudad Real, de Rosario Castellanos (Debolsillo).
En 1994, Arturo Trejo me invitó a tomar una copa en el bar El Tío Luis (para ver si encontrábamos al maestro Alí Chumacero), y allí me ofreció que continuara la recopilación de la obra de Rosario Castellanos; me puse a compilar tanto lo recopilado en libros como algunos escritos no recogidos, poemas, ensayos y críticas, más entrevistas y conferencias.
El día que lo presenté en las nuevas oficinas de aquel Fondo de Cultura Económica, el escritor Rafael Vargas entregaba un tomo de las Obras de Jaime García Terrés; platicamos un buen rato, pero no prolongamos la charla porque él tenía una cita con don Jaime y con Daniel Leyva, director de Literatura del INBA; en esa reunión se acordó que la Biblioteca de México y el INBA rendirían un homenaje a Rosario Castellanos; Rafael dio mi nombre como posible curador de la exposición; fui aceptado sin objeciones y yo acepté gustoso y honrado por la distinción.
En una reunión con Gabriel Guerra Castellanos, hijo de la autora, vimos lo que había de la escritora en su casa; era muy poco, aunque suficiente para la exposición; quiso el destino que por esos días se venciera el contrato de una bodega, donde Raúl Ortiz y Ortiz, albacea de Castellanos, depositó lo que la embajada de México en Israel entregó tras el fallecimiento de la escritora. Gabriel, con generosidad, puso en mis manos ese material, que consistía en documentos personales u oficiales, fotografías, vestidos, muchos de sus libros favoritos y un par de manuscritos inéditos, uno de ensayos (Declaración de fe) y una novela (Rito de iniciación), que todos habíamos dado por perdida desde que en 1969, en una entrevista para la Revista de Bellas Artes, declaró que con ella se había dado un baño (cuando el agua para las duchas se calentaba en bóilers).
Esa novela, de la que había hecho cinco copias, la retiró de Siglo XXI Editores, igual que las que había prestado a amistades, y las destruyó; una crítica injusta de uno de sus amigos de la UNAM la desanimó; pero guardó una copia en la que hizo muchas correcciones a mano, en diferentes fechas. Aunque esa copia la exhibimos en la exposición «Materia memorable», nadie se dio cuenta del tesoro encontrado.
Terminada la exposición se vivió otra casualidad; José Saramago había entrevistado al subcomandante Marcos, quien le confesó que una de sus fuentes originarias para la rebelión indígena contra el gobierno mexicano era Rosario Castellanos, en especial Ciudad Real (había más: en dos de sus obras de teatro se relata el encuentro de una joven inocente con la irrupción de un rebelde que la hace consciente de la desigualdad entre las dos clases socioeconómicas que ellos encarnaban); Saramago le pidió a Marisol Schulsz que le consiguiera Ciudad Real, que en esos momentos no existía en el mercado, y ella me pidió prestado un ejemplar; le obsequié uno, y se interesaron en reeditarla; al entrevistarse con Gabriel Guerra Castellanos, él le platicó de mi hallazgo. Desde luego, fue un encuentro feliz. La historia posterior es muy conocida: la novela fue recibida con beneplácito por los lectores de Castellanos y con gran acogida en el extranjero.
En recuerdo de Rosario
Rito de iniciación, que narra el nacimiento de una vocación, me dio, en lo personal, una nueva perspectiva para leer la obra entera de Castellanos, una sola dividida en todos los géneros posibles, y me amplió el panorama para leer toda la literatura; y en otro campo, muchas lectoras en Canadá, Estados Unidos, Sudamérica, España, leyeron a otra Rosario Castellanos, y me buscaron para ampliar sus estudios, para entrevistarme sobre varios aspectos de su obra y para dejarme leer sus estudios.
Y otro aspecto. Gracias a Rito de iniciación comprobé lo que dijo el gran José Emilio Pacheco, que las dos personas más agradables que había conocido tenían fama de escritores trágicos: Castellanos y José Revueltas. Y es cierto, Rito de iniciación se lee con sonrisas y a ratos con carcajadas.
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