Los libros que moldearon a los Beatles

Desde Shakespeare a Dickens, la literatura ha influido notablemente en las letras de algunas de las canciones más famosas de los Beatles. Ahora, cuando se cumplen 60 años del lanzamiento de «Please Please Me», el álbum debut de la banda británica, nos acercamos a los libros y autores que marcaron la vida de Paul McCartney.

23 marzo,2023
Los Beatles en una imagen de 1963, año en que publicaron su primer disco de estudio. Desde la izquierda: George Harrison, Ringo Starr, John Lennon y Paul McCartney. Crédito: Getty Images.

Los Beatles en una imagen de 1963, año en que publicaron su primer disco de estudio. Desde la izquierda: George Harrison, Ringo Starr, John Lennon y Paul McCartney. Crédito: Getty Images.

La beatlemanía, los Fab Four, los «melenudos», Abbey Road. Amor y paz, LSD, el Maharishi, Apple. El Shea Stadium y el Sergeant Pepper. Diecisiete sencillos que llegaron al n.º 1 en el Reino Unido. La banda más importante que jamás haya existido. Se nos vienen muchas imágenes y pensamientos a la cabeza cuando se menciona a los Beatles, pero rara vez se relaciona al grupo con Chaucer, Shakespeare y Dickens. Sin embargo, en el libro The Lyrics. 1956 to the Present (publicado en inglés por Penguin Books), Paul McCartney revela lo mucho que estas figuras lo inspiraron como letrista. A través del análisis de 154 de sus canciones—desde «All My Loving» a «Yesterday»—, vemos que en la obra de McCartney no solo está presente la influencia de los gigantes de la literatura, sino que se extiende a la tradición poética en inglés que a su vez se remonta a siglos atrás.

«Siempre se manejó un par de títulos para este libro. Quizá algo sacado de una canción», cuenta el poeta Paul Muldoon, quien editó el libro tras haber charlado con McCartney sobre sus canciones durante unas 50 horas repartidas en 24 sesiones, «pero yo insistí en que debía llamarse The Lyrics porque es una referencia a la letra de la canción, pero también a la tradición del poema lírico. Estaba deseando que Paul fuese debidamente considerado como figura literaria».

Tal vez la fama de McCartney como el beatle afable, siempre con una sonrisa y alguna ocurrencia pícara, lo distanciaba de su vertiente erudita. Sin embargo, en las páginas de su libro saltan a la vista sus conocimientos sobre literatura, teatro y poesía. Habla de Dylan Thomas, Oscar Wilde y Allen Ginsberg; del escritor simbolista francés Alfred Jarry, Eugene O'Neill y Henrik Ibsen. Sus letras están salpicadas de vínculos y alusiones que se recrean en el juego de palabras y el homenaje.

«La capacidad para el análisis de textos» del músico, como dice Muldoon en la introducción del libro, le viene de una mente inquisitiva por naturaleza. Un joven McCartney iba al teatro Royal Court de Liverpool y escuchaba las conversaciones de otras personas para pescar opiniones, críticas y giros lingüísticos. Pero quien despertó su interés por la literatura fue su profesor de Lengua en el Liverpool Institute High School for Boys, un hombre llamado Alan Durband.

Muldoon dice que, en la década de 1950, la educación en gramática era generalmente «excepcional»; pero dice que es imposible exagerar el efecto que Durband causó sobre el joven McCartney. «El propio Alan Durband recibió muy buena educación. Estudió en Cambridge y eso se extendió a sus clases. Lo que Paul pudo aprender allí era espectacular».

A Durband le había dado clase F. R. Leavis, el académico y crítico literario, cuando estuvo en Cambridge, y contagió su pasión por la literatura a un adolescente McCartney. «Me inspiró mi amor por la lectura, y amplió tanto mis miras que llegué a vivir por un tiempo en un mundo de fantasía sacado de los libros», dice McCartney en The Lyrics. Leyó a Chaucer después de que Durband le explicara lo inteligente e indecente que era El cuento del molinero. Incluso compró un ejemplar de Bajo el bosque lácteo, de Dylan Thomas, «solo para ver qué hacía Thomas con las palabras». (Tanto lo inspiró, que McCartney dice que habría sido maestro si no le hubiese ido bien con los Beatles. Muldoon lo llevó por sorpresa como profesor invitado a su clase de Princeton).

En lo que respecta a sus métodos de enseñanza, Durband era un «profesor de nuevo cuño», con una manera un tanto distinta de enseñar literatura, según Muldoon. Lo suyo era la «lectura detallada», que consistía en un análisis crítico del texto centrado en cada frase donde se incidía en la relevancia de los detalles.

La amplia educación cultural de McCartney continuó en Londres cuando empezó a salir con la actriz Jane Asher. Se mudó a la espaciosa casa de Asher, en el n.º 57 de la calle Wimpole, en 1963, y se quedó allí tres años. La familia —erudita y hospitalaria— lo acogió bajo su ala. La madre de Asher, Margaret, que era profesora de música, empezó a ser para Paul como una madre adoptiva (la suya, Mary, había muerto cuando él tenía catorce años). Iban juntos a ver obras de teatro y a las galerías de arte. Ella «le descubrió muchas cosas —dice McCartney en el libro—. La familia lo sabía todo sobre arte, cultura y sociedad».

Muldoon dice que los Asher «más o menos adoptaron» a McCartney: «Tenían una base social bastante amplia, y coincidió con una época en la que Londres era el medio donde pintores, poetas, compositores y cineastas interactuaban. Creo que los Asher le dieron estabilidad. Era una base estable desde la cual podía dar el salto».

Y el salto lo dio, desde luego, llevándose consigo todo lo que había aprendido. El amor de Durband por los detalles se puede detectar en la letra de McCartney para Eleanor Rigby. Es una canción que se recrea en las minucias, desde la protagonista que guarda su máscara «en un frasco junto a la puerta» al padre McKenzie, que zurce sus calcetines a solas, por la noche. El músico especifica en el libro que la anónima crema contenida en el frasco de Eleanor Rigby es Nivea. Esa concreción importa, dice Muldoon, aunque no se mencione la marca en la canción. Sitúa la letra en un contexto, y de ese modo enraíza en la realidad. Esos detalles son omnipresentes en la obra de McCartney.

Y también Shakespeare. «Lend me your ears», de With a Little Help from my Friends, proviene de Julio César, mientras que The Fool on the Hill es una referencia a Rey Lear (el gurú Maharishi Mahesh Yogi, con quien estuvieron los Beatles en Rishikesh en 1968). El famoso pareado con que acaba The End —«And in the end the love you take / Is equal to the love you make» [Y, al final, el amor que recibes es igual al amor que haces]— provenía de la fascinación de McCartney por cómo utilizaba Shakespeare los pareados para acabar las escenas. Después está Dickens. Jenny Wren, una canción de McCartney de 2005, es un personaje de Nuestro amigo común.

Sin embargo, a lo largo de su carrera McCartney ha hecho mucho más que tomar prestadas frases, formas o estructuras. «Ha incorporado los componentes modernos a la tradición», dice Muldoon. Sus canciones son casi microteatro, donde pinta escenas y evoca imágenes. Esto se vincula con las otras influencias culturales de McCartney: la radio, los dramas televisivos, las películas y los musicales. Su influencia es de carácter general y también concreto. En el descarnado realismo de She's Leaving Home se aprecia la influencia de The Wednesday Plays, las obras de teatro emitidas por la BBC1. La «patafísica» de la que escribe en Maxwell’s Silver Hammer es una referencia a la obra Ubu Cocu, de Alfred Jarry, para la británica Radio 3, que lo cautivó a mediados de la década de 1960. Y las frases de vodevil y las canciones del Sgt. Pepper's se remontan al trabajo de su padre como técnico de luces en el hipódromo de Liverpool. Él escuchaba las melodías de los musicales y después las tocaba en el piano de casa.

McCartney también admira el absurdo de Lewis Carroll y Edward Lear. Tenemos el ejemplo de Yellow Submarine, sin ir más lejos. «Tiene un interés bastante profundo en la tradición del absurdo, que es muy importante en la literatura inglesa», dice Muldoon. 

McCartney tomó todas estas influencias y las mezcló en algo único y democrático. No existían los conceptos de cultura «alta», «baja» o «popular»: eran simplemente canciones. Su importancia nunca obedeció a jerarquías: el cantante reggae Desmond Dekker, al que McCartney admiraba, fue una influencia igual de clave que Thomas Dekker, el dramaturgo isabelino que escribió originalmente el poema Golden Slumbers. «Todas esas cosas están en la mezcla, y no se puede decir que Thomas Dekker sea más o menos importante que Desmond Dekker», dice Muldoon. 

El poeta es consciente de que puede parecer exagerado calificar a McCartney de importante figura literaria. «He visto que hay gente que dice: "Paul Muldoon, ¿por qué tiene que decir que Paul McCartney es una figura literaria? ¿De verdad tiene que hacer eso?". Yo siento que tengo que hacerlo», dice. Muldoon señala que los músicos lo pasan mal cuando se los ensalza de ese modo. La gente se puso en fila para «denigrar» a Bob Dylan y «lamentar» que le dieran el Premio Nobel de Literatura en 2016, por ejemplo. Los organizadores del galardón dijeron que Dylan lo ganó por «haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición musical estadounidense». Al repasar las obras de McCartney, solo los críticos más gruñones y llorones pueden sostener que no ha hecho algo parecido en la tradición musical británica. «La literatura es una iglesia muy, muy amplia —dice Muldoon—. Y el padre McKenzie está en esa iglesia como lo está John Milton».



Texto de James Hall publicado originalmente en Penguin.co.uk.

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