Johnny Weissmüller: yo, Tarzán; yo, medallista olímpico
Un día de 1914, los padres de un niño llamado Johnny Weissmüller percibieron que su hijo tenía algún problema físico. El médico confirmó esos temores: a sus nueve años, el chico padecía poliomielitis y una severa anemia. ¿Qué hacer? La natación le iría bien, les recomendó el doctor. Y aquel niño comenzó a nadar. Nadó tanto y tan bien que acabó superando sus dolencias y convirtiéndose en un deportista formidable: participó en dos Juegos Olímpicos -París 1924 y Ámsterdam 1928-, en los que se colocó sobre el cuello cinco medallas de oro y una de bronce; también ganó cincuenta y dos campeonatos nacionales estadounidenses y estableció un total de sesenta y siete récords mundiales. En 1929, sin embargo, tuvo que decidir qué camino quería tomar en adelante: competir en su tercera olimpiada o consolidarse en Hollywood, donde ya ejercía como modelo de ropa interior. Fue el destino quien finalmente decidió por él: al verle emerger de una piscina, un magnate del cine pensó que aquel atleta sería un perfecto Tarzán en la gran pantalla (la primera opción, Herman Brix, otro medallista olímpico, se lesionó poco antes del rodaje... y fue en ese momento cuando entró en juego Weissmüller). El personaje que interpreta Johnny Weissmüller tiene muy poco en común con el Tarzán de las tiras cómicas y las novelas de Edgar Rice Burroughs, pero sus aventuras conquistaron al público de todo el mundo: el éxito de taquilla fue incontestable, lo cual le dio la oportunidad de hacer doce películas como el rey de la selva y de ganar más de dos millones de dólares. Aprovechando la celebración de los Juegos Olímpicos de París 2024, reproducimos un extracto del libro «Olímpicos», de Ramón Márquez C. (Debate, 2012), donde se narra con detalle la historia de uno de los medallistas más célebres de la historia del deporte... y del cine.
Por Ramón Márquez C.
Los Ángeles, 1939. Johnny Weissmüller, el segundo por la derecha, con sus compañeros, los deportistas (desde la izquierda) Marjorie Gestring, Dutch Smith, Georgia Coleman y Mickey Riley. Crédito: Getty Images.
París, 1924
Johnny Weissmüller, el primer gran Tarzán del cine, no era estadounidense: Jonas Weissmüller nació en Freidorf —Rumanía, en la actualidad— el 2 de junio de 1904. En 1908 sus padres, Peter y Erzebert, se mudaron a Chicago. Peter administraba una cervecería, pero nació William, su segundo hijo, y tuvo que buscar un empleo mejor remunerado. Lo encontró en una mina de carbón.
Como Johnny no nació en Estados Unidos y ha rebasado la edad límite para ser seleccionado para competir en natación en los Juegos Olímpicos de París, miente dos veces: dice que nació en Windber —Pensilvania— y da como fecha de nacimiento la de su hermano menor.
El nadador que entre París 1924 y Ámsterdam 1928 conquistó cinco medallas de oro no fue un niño sano: sufría de poliomielitis, de frecuentes resfriados, no comía —en cambio tenía debilidad por el chocolate—, no le gustaba ningún ejercicio físico y su rendimiento escolar era pésimo.
Johnny Weismüller consiguió el papel de Tarzán sólo porque otro medallista olímpico —Hermann Brix— se rompió un hombro filmando una película y no pudo interpretarlo.
Cuando Weismüller tiene siete meses, la familia se embarca hacia Estados Unidos y se establece en el pueblo minero Windber, registra sus nombres en inglés: Peter, Elizabeth y John Weismüller. Poco después nace William.
Los padres perciben que Johnny tiene algún problema físico. El médico confirma esos temores: el niño de nueve años padece poliomielitis y una severa anemia. ¿Qué hacer? Natación, recomienda.
Todas las mañanas el niño enclenque es sumergido en el lago Michigan. Y cuando la familia se muda a Chicago, nada en la Young Men's Christian Association. Peter abre un bar y Elizabeth trabaja como cocinera en jefe de un afamado restaurante. Pero el negocio de Peter quiebra, cae en el alcoholismo y maltrata físicamente a su familia. Elizabeth se cansa de la situación y se divorcia de él.
Es tiempo de ayudar a su madre: Johnny encuentra un empleo como ascensorista y después como mozo de cuadras del Illinois Athletic Club, cuyo entrenador de natación es el célebre William Bachroch. El ejercicio cotidiano le permite superar sus padecimientos, aunque a los doce años pesa sólo cuarenta y cuatro kilos. Cierto día se zambulle en la piscina del club. Lo ve Bachroch, quien descubre la joya, la pule y la lleva a las competiciones. Johnny gana todas las de la categoría júnior, y un lugar en el equipo de natación de la YMCA.
Johnny abandona los estudios y se emplea como botones en el hotel Plaza. Al mismo tiempo entrena arduamente porque anhela competir en los Juegos Olímpicos de París 1924. A los dieciséis años —6 de agosto, 1921— hace su debut y gana su primera carrera: 50 yardas estilo libre.
Los padres perciben que Johnny tiene algún problema físico. El médico confirma esos temores: el niño de nueve años padece poliomielitis y una severa anemia. ¿Qué hacer? Natación, recomienda.
Un mes después de cumplir los dieciocho impacta en el mundo de la natación: no sólo rompe la marca mundial del hawaiano Duke Kahanamoku, sino que se convierte en el primero en nadar 100 metros en menos de un minuto: 58,6 segundos. Y aún más: el 17 de febrero de 1924 baja esa marca a 57,4.
Su convocatoria en el equipo olímpico es obligada. Y aquel niño poliomelítico del ayer es, hoy, un hombre formidable de 1,90 metros, 95 kilos y una de las grandes figuras en París. Durante los entrenamientos cautiva a los espectadores por su elegante estilo y por cómicos saltos de trampolín con Stubby Kruger. Se vuelven tan populares que el público exige esos saltos y Johnny y Stubby los complacen en los momentos previos a muchas pruebas.
De las risas y el esparcimiento pasa a la competición. El 20 de julio se mete en la piscina en su primera final: los cien metros. Compite entre los hermanos Duke y Sam Kahanamoku; el primero, gran veterano de treinta y cuatro años, es doble campeón olímpico; Sam es una promesa de diecinueve años. Estados Unidos hace el 1-2-3. Johnny, quien ejecuta una veloz salida, gana la medalla de oro e impone un récord olímpico: 59 segundos. Duke es segundo y Sam tercero.
No hay tiempo para festejos porque ya está todo listo para los 400 metros libres. Favorito es el sueco Arne Borg, plusmarquista mundial. El duelo es excitante. Borg y Weissmüller parecen ir unidos, brazada con brazada. En los cien metros la ventaja de Borg es de quince centímetros; en los doscientos, Weissmüller va adelante por veinticinco centímetros; Borg contraataca y en los trescientos es primero; pero Weissmüller acomete con tal fuerza que en la última vuelta termina con una ventaja de veinte metros: 5:01.6, marca olímpica.
Dos horas después vuelve a la piscina como parte del equipo sin rival en 4 × 200 estilo libre. Gana la prueba estableciendo un récord mundial: 9:53.4. Y Weissmüller ha ganado ya tres medallas de oro.
Cierra el día con una de bronce: es delantero en la escuadra de waterpolo que conquista el tercer lugar.
El actor y atleta olímpico Johnny Weissmüller posa como un lanzador de disco para una imagen promocional de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1932. Crédito: Getty Images.
Ámsterdam, 11 de agosto de 1928
Weissmüller defiende su corona de los cien metros libres. La marca mundial es suya y nadie lo ha vencido. Parece que el húngaro István Barany dará la sorpresa porque, al dar una fuerte brazada, Weissmüller no gira el cuello a tiempo y una gran bocanada de agua casi le hace perder el sentido. En la desesperada recuperación pierde casi dos metros ¡en una prueba de cien! Por fin recobra el ritmo y acelera para vencer a Barany con una marca de 58.6 segundos, que bate su propio récord olímpico.
Es su cuarta medalla de oro en Juegos Olímpicos. La quinta llega dos horas después: Weissmüller es el cuarto relevo en el equipo 4 × 200 estilo libre que gana el oro e impone un nuevo récord mundial: 8:58.4.
No puede saberlo —espera regresar en Los Ángeles 1932—, pero no volverá a competir en la máxima justa deportiva. Es una historia que comienza a escribirse en 1929:
El físico impresionante y su tipo de hombre tan varonil llevan a Weissmüller a otra actividad muy ajena a la natación: es modelo y representante de BVD, marca de ropa interior que le paga quinientos dólares semanales. Viaja por todo el país, distribuye folletos, ofrece espectáculos de natación, firma autógrafos. Y así, sin querer, ya está en Hollywood. Interviene en el corto Campeones de cristal y después en la película Glorificando a la chica americana, ambientada en la jungla. Interpreta a un Adonis vestido sólo con una hoja de parra.
En 1929, Weissmüller es modelo y representante de BVD, marca de ropa interior que le paga quinientos dólares semanales. Viaja por todo el país, distribuye folletos, ofrece espectáculos de natación, firma autógrafos. Y así, sin querer, ya está en Hollywood.
Finales de 1931: Weissmüller se casa con la cantante Bobby Arnst. Mientras tanto, el escritor Ciryl Hume trabaja en la adaptación al cine de Tarzán de los monos —una aristocrática familia inglesa es abandonada en África y al morir deja huérfano a su pequeño bebé. Lo adopta una manada de gorilas y el pequeño se convierte en el rey de la selva— escritas por Edgar Rice Burroughs. Luis B. Mayer, productor de la MGM, quiere hacer la primera película sonora de Tarzán. Pero tiene un grave problema: ¿quién será Tarzán? Pensó en Herman Brix, otro medallista olímpico, pero este quedó descartado al sufrir una lesión mientras filmaba Touchdown.
Entonces ¿quién?
Lo decide el azar: en una de sus giras, Weismüller nada en la piscina del hotel en el que se hospeda; se acercan los Juegos Olímpicos y quiere estar en forma. Don Destino lo une a Hume, quien se aloja en el mismo hotel. Hume lo ve nadar, lo ve emerger de la piscina y queda impresionado: ¡aquí está Tarzán! Se lo comenta a Mayer, quien acude al hotel, se entrevista con Weissmüller y lo contrata de inmediato como «el único hombre que es natural y puede actuar sin ropas».
El personaje que interpreta Weissmüller tiene muy poco en común con el Tarzán de las tiras cómicas y las novelas de Burroughs. El que diseña la MGM es primitivo e iletrado, pero sus aventuras conquistan al público de todo el mundo; el éxito de taquilla es considerable.
La fórmula es sencilla: el bebé inglés huérfano en el corazón de África es adoptado por una manada de gorilas. El líder Kerchak está celoso del humano a quien su pareja Kala —recientemente perdió a su crío— bautiza como Tarzán —Piel Blanca— y lo amamanta. Tarzán crece como el enemigo natural de Kerchak, hasta que lo rescata del malvado leopardo que lo ataca por la espalda… Un grupo de perversos exploradores va en busca del sagrado cementerio de los elefantes para apoderarse del marfil; Tarzán lucha contra él y rescata a Jane —Maureen O'Sullivan—, hija de un antropólogo. En la cinta aparece Cheeta —quien no existe en las tiras cómicas—, divertido chimpancé.
El público es cautivado por este actor alto y fornido, de suave mirada en un rostro duro, más varonil que apuesto, y que sólo viste un taparrabo en el que descansa un enorme cuchillo con el que afronta todos los peligros; lo hunde en las entrañas de leones, cocodrilos o feroces caníbales. Muerto el enemigo, Tarzán se golpea el pecho mientras lanza un aullido, largo y con aires tiroleses que se convierte, desde ya, en el sello que identifica al rey de la selva.
Y la gente pide más, más Tarzán.
¿Lo tendrá? Weismüller ha ganado cinco medallas olímpicas de oro y una de bronce, es sesenta y siete veces plusmarquista mundial, y quiere disputar su tercera olimpiada.
Póster de la película Tarzan y su compañera (1934), protagonizada por Johnny Weissmüller y Maureen O'Sullivan. Crédito: Getty Images.
Tarzan, el hombre mono se estrena el 2 de abril de 1932, a menos de tres meses de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, y envuelve a Weissmüller en un tremendo dilema: ¿seguirá coleccionando laureles como deportista amateur o será Tarzán, el personaje que le ofrece un futuro sin angustias económicas?
No hay mucho que pensar. Weissmüller antepone su prometedor futuro a su presente olímpico, firma un contrato de diez años con la MGM para una serie de películas de Tarzán, y a los juegos de Los Ángeles acude como simple espectador.
Son las damas quienes exigen, pero ya, una nueva película de Tarzán. Quieren ver a Weissmüller con su minúsculo taparrabos. La MGM cree que la popularidad de Johnny entre las féminas puede disminuir si estas saben que está casado, así que pide al actor que se divorcie. En 1933 disuelve su matrimonio con Arnst, quien acepta diez mil dólares de la MGM para resarcirse de su dolor.
¿Tiene caso el ardid? No. A finales de ese año Weissmüller se casa con la actriz mexicana de moda en Hollywood: Lupe Vélez. Al año siguiente se estrena Tarzán y su compañera, considerada por los expertos como la mejor de la serie. La película es muy atrevida para la época: Jane viste con escasa ropa, desborda sensualidad y en una escena acuática aparece desnuda. La estúpida censura impedirá que se repitan escenas similares en futuras películas de Jane y Tarzán.
Weissmüller y O'Sullivan protagonizarán otras cuatro películas de Tarzán, a las que se integran Boy —hijo de la selvática pareja—, el formidable Tantor —líder de la manada de elefantes— y Jad bal ja, el león dorado. En 1942 vence el contrato con la MGM. Weissmüller firma con RKO y filma otras seis cintas de Tarzán.
Weissmüller antepone su prometedor futuro a su presente olímpico, firma un contrato de diez años con la MGM para una serie de películas de Tarzán, y a los juegos de Los Ángeles acude como simple espectador.
En total, doce películas como el rey de la selva —Weissmüller ganó más de dos millones de dólares— hasta que, en 1948, cuando la flacidez invade su cuerpo, se convierte en Jim de la Selva; de hecho, es un Tarzán con ropa de cazador. En 1955 finaliza Johnny su carrera fílmica, lleva a Jim de la Selva a una prolongada serie de televisión y se dedica a negocios particulares en Fort Lauderdale. Pero el mundo no olvida a Tarzán.
En 1959, Weissmüler juega en La Habana un torneo de golf de celebridades, cuando las tropas de Fidel Castro libran furiosas batallas contra las fuerzas del dictador Fulgencio Batista. Weissmüller se dirige al club con varios amigos y un par de guardaespaldas, pero una cuadrilla de soldados rebeldes intercepta el paso del vehículo. Los guerrilleros desarman a los guardaespaldas y apuntan sus rifles a los «decadentes yanquis imperialistas».
Tarzán salva la situación: lentamente se levanta hasta que descubre su gigantesca figura, con los puños golpea su pecho y lanza el clásico grito del rey de la selva. Después de unos segundos de atónito silencio, los combatientes sonríen y le gritan: «¡Tarzán, Tarzán, bienvenido a Cuba!». Tiran al suelo las armas, rodean al gigante, le estrechan las manos, le piden autógrafos. Y los eventuales secuestradores se convierten en animada escolta hasta las puertas del club.
Tan famoso es ese grito peculiar que el actor expresa, en sus últimas voluntades, que en su funeral se escuche una grabación. Ese funeral sucede el 20 de enero de 1984 en Acapulco —en 1948 filmó allí su última película como el rey de la selva: Tarzán y las Sirenas—, donde muere de un edema pulmonar.
Pasión olímpica. La llama sigue encendida
Rumbo a Tokio. Las mejores anécdotas de más de ...