Bret Easton Ellis por Rodrigo Fresán: «Modestamente, todo lo mío empieza y termina en mí»
Bret Easton Ellis llegó a España para presentar (en Madrid y Málaga) «Los destrozos» (Random House), su primera novela en trece años y -más allá de toda duda- otra de las suyas. Es decir: otra Gran Novela Americana que no sólo resignifica sino que además potencia aún más a todos sus libros anteriores. A continuación -en un pregunta y respuesta con Rodrigo Fresán-, Ellis se refirió a la génesis de «Los destrozos» pero también a la adolescencia como estado de mente (y estado demente); a sus influencias y a quienes lo influenciaron; a sus idas y vueltas por el mundo del cine y de la televisión; al resto de su obra; a la fina línea que separa en lo suyo a la realidad de la ficción; a la percepción de los demás de su persona y de él mismo de su personaje; y, «last but not least», a lo poco que le interesa y preocupa el mundillo literario y a lo mucho que él disfruta de hacer literatura en su propio mundo, tan lejos de todos y de todo.
Por Rodrigo Fresán

Bret Easton Ellis en París en septiembre de 2010. Crédito: Getty Images.
Bret Easton Ellis recibe a la prensa en el subsuelo del hotel Meliá Fénix de Madrid, en una habitación-búnker bautizada como Sala Vulcano. Este es el mismo hotel en el que se hospedaron los Beatles en 1965 para tocar en la plaza de toros de Las Ventas que (que según puede verse en los noticieros de la época que los define y casi acusa, franca y francamente, de ser «los melenudos ingleses») no llegaron a llenar.
La culpa no fue de ellos, está claro.
Bret Easton Ellis, por lo contrario, no deja colgar el cartel de «no hay localidades» a su paso por España. Llegó hace un par de días. Y ayer -lunes 5 de junio- ofreció colmada conferencia de prensa donde un «Odio a esta mujer... Es una broma» como respuesta y a propósito de una enrevesada pregunta sobre su relación con el asesinato en serie fue erróneamente reportada como titular como un «Odio a las mujeres» fuera de todo contexto para, por supuesto y de inmediato, desencadenar la inevitable tormentita tonta en Twitter como si hubiesen vuelto eso tiempos de «Los Beatles son más grandes y populares que Cristo».
Así, Ellis, de nuevo, tildado -automática y obviamente- de misógino y ultraviolento y, claro, verificable psicópata americano...
Y la leyenda continúa.
Por la tarde, Ellis fue a firmar a la Feria del Libro en El Retiro.
Y ahora es la mañana del día siguiente (al anochecer conversará en público con la escritora y periodista y podcaster Lucía Lijtmaer en la Fundación Telefónica (ya se la puede ver aquí) y el miércoles partirá a otro encuentro con sus lectores en el Museo Picasso de Málaga y luego desde allí volará a Dinamarca). Y Ellis parece sobrellevar todo con excelente disposición y constante media sonrisa. Es el segundo tramo de su tour europeo presentando Los destrozos (ya pasó hace unos meses por Inglaterra y Francia y Alemania y en otoño volverá para Italia o Portugal, cree, no se acuerda muy bien) y se lo ve y nota mucha mucho más tranquilo que en visitas anteriores. Menos Bret y más Ellis.
Rodrigo Fresán: Los Beatles y Vulcano y el Fénix... El señor del submundo infernal y Come Together y un renacer de las cenizas... Buena mezcla, muy apropiado. Casi como una escena y locación de una novela de Bret Easton Ellis, ¿no?
Bret Easton Ellis: Sí... Todo es muy surrealista.
Porque sí hay algo de resurrección de carrera con Los destrozos...
Puede ser... Quién sabe... Yo no lo veo tan así... No soy muy consciente de lo que sucede con el libro más allá del libro, de la escritura del libro. Ahora es como si fuese Los destrozos quien me lleva de viaje y me presenta a mí y no al revés. Mi trabajo está hecho. Todo lo que sucede ahora es otra cosa... No es la novela, no soy yo escribiendo la novela.
Una novela que, además, no estaba en sus planes... De hecho, casi se había despedido del género...
Sí, es curioso, paradójico: por un lado pensaba que ya no escribiría ficción larga más allá de guiones y cosas así... Y, por otro, esta es la primera novela que yo quise escribir. Yo quería que fuese mi primera novela y durante todos estos años no dejé de pensar en ella y en que alguna vez la escribiría. Algo muy inmediato acerca de cómo yo vivía y sufría mis diecisiete años de entonces... Todos mis problemas. Todas mis... personalidades en conflicto. Sabiéndome gay pero pasando por heterosexual... Pero enseguida supe que, en 1982, yo no estaba preparado para ello aunque tuviese ya por entonces un outline que se ha mantenido bastante intacto... Entonces escribí algo más sencillo, un libro que era pura vida exterior y poca consciencia -un mood, un ambiente, una atmósfera, casi una crónica- y que de algún modo hizo clic con ese espíritu medio zombi y como anestesiado de esos tiempos y se convirtió en algo arquetípico y, casi enseguida, en un lugar común cortesía de todos sus imitadores: Menos que cero. Esa novela que ahora, también, es parte de Los destrozos donde el joven Bret se refiere a ese entumecimiento y embotamiento, a esa insensibilidad y a esa numbness como estado de mente y, finalmente, como estilo literario... Y ya sabes cómo sigue la historia...
Me gusta mucho eso de que Clay -nombre del protagonista de Menos que cero y de su secuela Suites imperiales- signifique arcilla en inglés. Clay como alguien a tan moldeable y, a su vez, alguien quien moldea a todas sus amistades y, de algún modo, las hornea y las quema y las rompe en su novela por venir...
Psé... Simbolismo puro... No se me escapa eso. Pero también seamos sinceros: Clay era el nombre de un chico muy guapo que me fascinaba. Un auténtico hot guy.
«L.A. Psycho»
¿Ya estaba en el proyecto de Los destrozos la idea del asesino en serie y los crímenes rituales?
Sí, claro. Había entonces asesinos en serie. Su edad dorada. Estaban de moda. Eran un nuevo tipo de famoso... Y además yo era entonces un gran lector -no sólo de Joan Didion, tal vez quien más influyó en mi estilo- de Stephen King. Devoraba sus libros. El resplandor fue algo muy importante para mí. Hace un tiempo cometí el gran error de volver a leerla. Sigue siendo un gran narrador, pero ese estilo, ese constante aleccionar moral... su humanismo es absurdo y como de telenovela. Y ahora lo perjudica mucho en aquello en lo que solía ser un titán: dar miedo. Miedo puro y a secas... Supongo que el fin de nuestro romance se produjo a la altura de Christine... O de El talismán... Adiós a todo aquello. Lunar Park, a su manera, es mi homenaje y agradecimiento a él... Sin embargo el primer capítulo de It (de la que hicieron esa película tan... exagerada, ridícula, pero aún así más o menos divertida de ver) sigue estando muy bien. Ese niño con ese impermeable amarillo, ese barquito, esa alcantarilla, ese verbo: flotar...
Es curioso que mencione ese casi hipnótico «aquí abajo todos flotamos...» del payaso Pennywise porque, de venida aquí, en el tren desde Barcelona, volví a leer Suite imperiales...
Ah... Suites imperiales... Qué libro...
Sí, me dio incluso más miedo que la primera vez.
Es un libro que da miedo. De hecho, es prácticamente un journal de lo que era mi vida ahí y entonces. Lo único que en verdad cambié fue a la persona que en verdad era un chico por el personaje de una chica. El resto... Es un libro muy... desesperado... Es un retrato brutal de mis idas y vueltas por los estudios de Hollywood... Y un tanto perturbador e irritante, incluso más de lo que ya habían sido mis libros anteriores. Tal vez por eso rara vez se lo menciona cuando se habla de lo mío... Cuando salió yo nunca me sentí cómodo con él y recién de un tiempo a esta parte empezó a gustarme... Y, claro, la persona que inspiro a la coprotagonista, el chico convertido en chica, en su momento leyó el manuscrito y se indignó y «me has usado» y todo eso... Y yo entonces le pregunté: «¿Qué vamos a hacer al respecto?». Y me respondió: «Nada».
«Me interesa la violencia como recurso narrativo y siempre me intrigaron los asesinos en serie: una y otros son parte del ser nacional norteamericano. De ahí que en mis novelas haya bestiales explosiones de violencia que no tuvieron tiempo y lugar en mi vida pero que estaban allí, latentes, listas sino para el estallido sí para su secreta y silenciosa onda expansiva. Paren las rotativas: vivimos en un mundo violento».
¿Cuál fue la reacción de las personas inspiradoras de los personajes de Los destrozos?
Ah, parece que les gustó bastante. No hubo grandes quejas. Los quiero tanto como los quise entonces pero, ahora, de un modo más profundo, como se quiere a algo que ya no existe pero aún así permanece. Todo ese mundo desapareció pero ellos están vivos y yo los reviví, desde el ahora, para evocarlos como eran entonces... No me parece casual que haya empezado a escribir Los destrozos en los primeros días del confinamiento por la pandemia. Me autoconfiné para escribirlo... Y luego fue parte de un podcast y allí sigue: sin editar y más largo que la versión de la novela. Todo eso y mucho más a cambio de seis euros... Y la publicación del libro hasta provocó un encuentro con la mujer que por entonces era mi novia. Y nos la pasamos bien recordando aquellos tiempos. Eso sí: no le causó ninguna gracia que la rebautizara como Debbie porque ella siempre odió ese nombre.
Como en esa canción: Still Crazy After All These Years, de Paul Simon...
Still crazy, sí...
Tampoco se menciona mucho a Los informantes que, para mí, no sólo es un gran libro de cuentos (el último de ellos me parece magistral) sino, además, el equivalente clase alta a los yonquis lumpen del Hijo de Jesús de Denis Johnson.
Gracias por el gran elogio. Hijo de Jesús... Wow. Y, es curioso, escribí todos esos cuentos de corrido, entre 1992 y 1996, y nunca más volví al género. De hecho, ni siquiera suelo leer libros de cuentos como solía hacerlo. Tal vez el último que leí haya sido alguno de George Saunders... Pero siento que no es lo mío escribirlos y que, posiblemente, nunca vuelva a hacerlo... De hecho, la idea del libro fue de mi editor entonces, yo no lo tenía claro. Pero ahora, a la distancia, estoy contento de haberlo hecho: tengo un libro de cuentos, ya lo hice. Punto.

Bret Easton Ellis en París en septiembre de 2010. Crédito: Getty Images.
Volviendo a Suites imperiales, Clay, el protagonista de Menos que cero tantos años después, parece vivir flotando. Y allí Clay, a su vez, describe a «el autor» de Menos que cero como alguien que flotaba sobre las vidas de sus amigos y a quien no parecía preocuparle en absoluto cuán planos y superficiales nos retrataba o la manera en que revelaba al mundo sus secretos más íntimos...
Sí, así era yo. Ese era yo. Y de algún modo Los destrozos es, tanto tiempo después, una suerte de valentine para todos ellos. Una carta de amor casi pidiendo perdón, explicándoles cuán fucked up que estaba yo entonces. Y, espero, mostrándolos a todos ellos de un modo más profundo y sensible... Si no es así, lo siento: es lo que hay, lo que tengo. De ahí que en mis entrevistas siempre diga más o menos lo mismo. El mío es un dogma y un credo bastante simple. No puedo ofrecer nada más que esto. Este es mi tema y mi territorio... De algún modo, modestamente, todo empieza y termina en mí.
Pero aún en esa modestia y tan sólo sencilla en apariencia propuesta pienso que hay una gran ambición formal. También, además, se presenta ya desde el principio una voluntad de un universo propio: un Ellisverso en el que vuelven o se anticipan personajes y motivos. Me gustó mucho que en Los destrozos volviese a aparecer esa ominosa van o furgoneta que ya estaba en Lunar Park...
¿Una van? ¿En Lunar Park? ¿Cómo? ¿Cuál? ¿Dónde?
Sí, aquella en la que se sube, en las últimas páginas, el hijo de aquel Bret Easton Ellis de la novela, para luego desaparecer y, a partir de entonces, aguardar su retorno. Es un final muy epifánico, un poco como de John Cheever o del Martin Amis de London Fields...
Gracias de nuevo por esto último. De acuerdo con lo de mis finales epifánicos. Me gustan así... Pero... ¿qué furgoneta?... No recuerdo nada de eso, de ese final de Lunar Park... Tengo que volver a leerlo...
Y también está ese jeep azul en Suites imperiales... Me parece que hay algo con los autos como forma de amenaza en lo suyo, ¿no?
Nunca lo había pensado. Puede ser. Muy interesante, pero es obvio que si eres de Los Ángeles los autos siempre van a ser algo muy importante para ti. Los autos eran objetos de deseo, nos excitaban. Los autos son algo tan familiar para nosotros. Los autos son parte de la familia.
«El sexo no es literatura. Es sexo. No es intercambio de palabras. Es intercambio de fluidos. Escribir sobre sexo no es más que hacer memoria, tener experiencia: acordarte de cuando te acostaste así o con quién. Es fácil. No hay motivo alguno para describir tu aparato sexual como "una espada color rosa" o algo por el estilo».
Una amiga escritora, Laura Fernández, me apuntaba que existía una suerte de asimetría-simétrica en los personajes de Patrick Bateman en American Psycho y el Bret de Los destrozos en cuanto a que nadie lo imagina asesino al primero y todos piensan que el segundo puede llegar a ser El Arrastrero...
Interesante... Me encantan las cosas que piensan mis lectores, en especial si además escriben. Lo cierto es que ambos son personas que, más allá de toda la violencia, están muy tristes. Y que no se sabe muy bien cuán culpables son en verdad, cuánto pensaron o imaginaron que hicieron o cuánto imaginaron o pensaron que hicieron. Ni siquiera yo lo tuve del todo claro cuando escribía sus acciones o reflexiones...
Y yo mencionaba antes a Suites imperiales porque me parece que, junto a Lunar Park y Los destrozos -con los ensayos de Blanco a modo de notas al pie- configura una suerte de trilogía que lo que en verdad narra es la aceptación de Bret Easton Ellis como persona/personaje quien, hasta entonces y especialmente hasta ahora, había sido más bien personaje/persona. Hasta ese Ellis alternativo de Lunar Park, siempre había una máscara cubriendo su rostro. Ahora, en Los destrozos, ya no...
O tal vez sí: sólo que es una máscara de Bret Easton Ellis sobre el rostro de Bret Easton Ellis, ja. Pero eso es la literatura, ¿no?
En Suites imperiales, también, en un momento alguien le reprocha a Clay (quien ahora es guionista de películas y de series) el que se preocupe tanto por lo que es real o no. Le explica que ya a nadie le importa demasiado eso. Que es algo que sólo inquieta a los escritores porque, justamente, «inventan cosas para ganarse la vida». Mientras que el resto de las personas viven su más o menos real irrealidad o su menos o más irreal realidad sin preocuparse tanto por el asunto.
Así es. Y me temo que la cosa va e irá a peor: las fake news, todo esto de la Inteligencia Artificial. Los límites entre lo que de verdad sucedió y lo que pudo haber sucedido son cada vez más difusos. Las redes sociales frieron los cerebros de toda una generación. La Historia ya no será histórica... Podría exagerar el interés que me despierta la cuestión y decirte algo profundo o ingenioso, pero lo cierto es que no me interesa. Yo siempre estoy y prefiero sentirme out of the picture... De acuerdo, he sido crítico con los millennials pero no tanto y, siempre, desde algo que escribí. No estoy ni vivo en campaña para ser un pensador reflexivo acerca de mis tiempos. Tampoco me preocupan tanto. Me preocupa, sí, que vivamos tiempos en que los escritores ya no son censurados porque antes de eso se censuran a sí mismos. Pero, como ya sabrás, ese nunca fue mi problema... Por otra parte, me parece que los centennials van a volver a poner las cosas en su sitio, porque para ellos las redes sociales ya no serán algo novedoso. Todos los centennials con los que he hablado odian a los millennials y a su hipersensibilidad y su «espacio de seguridad» y todo eso... Aunque, claro, siempre habrá un nuevo gadget para tentarlos y distorsionar la realidad de maneras cada vez más sofisticadas. En cualquier caso, tal vez, los escritores seamos más resistentes a ello, a esa irrealidad real, porque realmente trabajamos con lo irreal. O tal vez no, tal vez resulte todo lo contrario... Mientras tanto y hasta entonces, yo sigo en lo mío, en mis cosas... De nuevo: yo soy mi propio personaje. Por lo que, inevitablemente, me interesa jugar con lo que sucedió, con lo que no sucedió, con lo que pudo haber sucedido... Pero tampoco me preocupan sus límites. Todo el mundo habla sobre eso ahora: ¿qué es real y qué no lo es? Buena suerte a todos ellos. Yo trabajo a partir de mi verdad. Y de acuerdo: me interesa la violencia como recurso narrativo y siempre me intrigaron los asesinos en serie: una y otros son parte del ser nacional norteamericano. De ahí que en mis novelas haya bestiales explosiones de violencia que no tuvieron tiempo y lugar en mi vida pero que estaban allí, latentes, listas sino para el estallido sí para su secreta y silenciosa onda expansiva. Paren las rotativas: vivimos en un mundo violento.

Bret Easton Ellis circa enero de 1989. Crédito: Getty Images.
Y también, y más que nunca en Los destrozos, está la idea de la nostalgia como carga de profundidad y, sí, otra forma de onda expansiva. Digo más que nunca porque hasta ahora, en todas sus novelas (en Menos que cero, Las leyes de la atracción, American Psycho, Glamourama y Suites imperiales) el protagonista tenía la edad que tenía usted en el momento de escribirla. Y cada una de ellas compartía con su vida desplazamientos geográficos (de un colegio a otro, mudanza a Nueva York, regreso a Los Ángeles) así como percepciones personales como el universo de los yuppies o los efectos y resacas de la exposición a la fama y a la frivolidad absoluta. Mientras que en Los destrozos, por primera vez, se arriesga a volver al origen y a rejuvenecerse en una suerte de back to the future...
Sí, en una palabra, bien dicho: NOSTALGIA. Totalmente. Todos somos ciudadanos de ese país. Y de acuerdo en lo que dices... Pero atención: Los destrozos está narrada por alguien de 57 años, mi edad cuando empecé a escribirla, recordando a su yo adolescente. No pude avanzar en su escritura hasta que me di cuenta que así debía ser: el narrador debía ser un yo de 57 años canalizando a su yo joven y no simplemente un yo joven allí y entonces. Necesitaba que existiese esa distancia. La perspectiva no de alguien que vive sino de alguien que recuerda... Así, además, podía ser mucho más honesto. Alguien me dijo que esa suerte de introducción y epílogo en presente en la novela sobraban. No estoy de acuerdo: son imprescindibles para justificar la capacidad reflexiva y de observación y de perspectiva que tiene en la novela el joven Bret y que nunca podría tener nadie de su edad. Ese Bret que estudiaba a Hemingway línea a línea...
Ah, claro, Fiesta (The Sun Also Rises) vendría a ser algo así como la abuela de Menos que cero...
Exacto. Bien visto...
Y, sí, es verdad: en Los destrozos me parece, además, que está muy logrado el retrato del tempo adolescente. Su ritmo de absoluta sensorialidad y de reflexión obsesiva y constante acerca de lo más mínimo o lo más importante. Esa constante y obsesiva repetición como en loop de los acontecimientos, ese constante acontecer a la vez que esa suerte de animación suspendida tan pero tan animada. Es como un Día de la Marmota que abarca varios años...
Así es, la adolescencia es una edad extraña. Y es que ese es el verdadero Tema de la novela. La exploración de esa frontera que se cruza como en cámara lenta. De ahí que muchos lectores se hayan sentido un tanto desilusionados por ese final, por la idea de que Los destrozos no cierre como un thriller puro y duro. Y por el que su narrador sea uno de esos narradores poco confiables que no suelen ser los de las novelas criminales. Pero es que no lo es. Es una novela, sí, como todas las mías, satírica y social. Y de época: trata acerca de esa adolescencia que se experimenta como un puro límite que se siente como ilimitado. Entonces, la niñez quedó atrás y el resto de la vida está por delante. Lo mejor de ambos mundos. Y es una época muy creativa: nunca mentí tanto en mi vida como en entonces... Y, claro, visto desde ahora, probablemente debí haber consumido un poquito menos de cocaína... De nuevo: NOSTALGIA.
«No soy como otros escritores de mi generación o de la generación posterior: no tengo un masterplan. Soy, apenas, alguien que la pasa muy bien escribiendo. Y lo cierto es que jamás me lo pasé mejor que escribiendo Los destrozos. Es paradójico: todos mis libros desbordan dolor, pero a la vez fueron creados con mucha alegría».
A mí, de una manera muy extraña y epigonal y lateral Los destrozos me recordó -no en trama ni en forma, pero si en intensidad de lo juvenil- aquello que sentí en lo primeros años de mi adolescencia leyendo a Herman Hesse...
¡Nunca he vuelto a leerlo desde entonces! ¡Qué raro lo que me dices! Pero también es cierto que en ocasiones las influencias más evidentes para los lectores muchas veces se les escapan al autor. O, tal vez, sea una especie de mecanismo de defensa. No querer saber lo que se sabe para así saber hacerlo mejor... Pero, de nuevo, en mi caso yo tengo perfectamente claro quienes son y fueron mis grandes influencias. Ya lo dije: Didion, Hemingway, luego Roth y DeLillo... Y, sí, de nuevo: King por un tiempo, puede enseñarte mucho, pero sólo a los trece años. Entonces a mí me asustó mucho El resplandor (y el capítulo de Los destrozos en el que Bret va a ver la adaptación de Kubrick es un poco el detonante del horror por venir y es, otra vez, mi forma de agradecimiento y de reconocimiento). Ahora ya no me da miedo. Me da miedo, tal vez, que me haya dado tanto miedo entonces, ja. Pero, claro, más allá de los fantasmas, El resplandor trata sobre la destrucción de una familia y un padre alcohólico enloqueciendo, temas que por entonces eran algo muy cercano a mi realidad.
Y es que Los destrozos produce un efecto curioso y acaso contradictorio: todo lo que sucede es terrible pero, al mismo tiempo, sobrevuela una sensación de «OK, de acuerdo, sucedieron cosas espantosas; pero también fueron tiempos mejores».
Y creo que lo fueron. Todo era más abierto. Y físico y próximo. Menos pantallas y cancelaciones y todo eso. Más libertad en un mundo adulto en el que vivían también los jóvenes porque los jóvenes no tenían un mundo propio. Padres ausentes y amigos omnipresentes. Pero, en verdad, yo siento mucha más nostalgia por los 90. Por lo que sucede luego de Los destrozos. El 94 y el 95 y el 96: para mí esos fueron los mejores años. ¿Fueron los más excitantes, los más vivaces? No. Pero me parecieron, en perspectiva, formidables. Los 90 fueron la mejor década de todas. En resumen: fueron los años en los que tuve más y mejores relaciones sexuales.
Y entonces todas esas marcas y películas y libros de otros y canciones como formas de apuntalar una época. Algo que no era nuevo como recurso pero usted lo convirtió en marca registrada de su casa...
En mis libros las marcas y películas y libros de otros y canciones son personajes.

Bret Easton Ellis en Ámsterdan en marzo de 1999. Crédito: Getty Images.
Me preguntaba si cuando sale un nuevo disco de Elvis Costello -alguien quien sonó y sigue sonando en sus libros y hasta en los títulos de sus libros- se preocupa por escucharlo de inmediato.
En absoluto. No lo escucho. No escucho mucha música nueva. O tal vez sí. Estoy al día, creo. Pero sólo me gusta un 10% o un 15% de lo que escucho... Y, claro, sigo escuchando canciones de entonces. Son mi soundtrack y, ahora, estoy pensando en cuáles incluirá la serie de Los destrozos que escribiré para HBO.
Lo que me recuerda que la primera frase, gran frase, de Suites imperiales es: «Habían hecho una película sobre nosotros». Ahora van a hacer una serie sobre Bret. ¿Cómo va eso? ¿No sería ideal que Lana Del Rey escribiera y cantara el tema para los títulos?
No. Van a ser canciones de esa época. Y probablemente no vaya a aparecer el Bret casi sexagenario.
Es una pena: no estaría mal verlo como a una especie de Rod Serling al principio y al final de cada episodio de The Twilight Zone...
Ah, la idea es que Bret no sea el protagonista sino parte de un ensamble...
¿Y qué va a pasar con todas las escenas sexuales (que, por otra parte, me parece que están admirablemente escritas, siendo estas tan difíciles de escribir?) ¿Van a estar alivianadas?
En absoluto... Van a ser escenas de sexo. Por otra parte, nunca entendí esa supuesta dificultad a la hora de escribir lo sexual. No hay nada más fácil. Basta con ser descriptivo. El problema es cuando se lo quiere adornar, volverlo literario. El sexo no es literatura. Es sexo. No es intercambio de palabras. Es intercambio de fluidos. Escribir sobre sexo no es más que hacer memoria, tener experiencia: acordarte de cuando te acostaste así o con quién. Es fácil. No hay motivo alguno para describir tu aparato sexual como «una espada color rosa» o algo por el estilo.
«El prestigio no existe. El prestigio es un animal en extinción. Me gustaría que leyeses algunas de las reseñas que hacen a lo mío en Estados Unidos. Mi prestigio pasa por ser alguien controvertido ya desde Menos que cero... Y luego, ya sabes: American Psycho. Siempre seré visto así... Nada me importa menos».
¿En qué punto del proceso se encuentra la serie?
Estoy o estaba terminando de escribir el piloto. Pero, entonces, la huelga de escritores... Ah, es todo tan complicado. Todo se hace y se deshace. Por si no lo sabías, tan sólo el 2% -¡El 2%!- de los proyectos para televisión llegan a producirse. Y no todos llegan a emitirse o pasar de los primeros episodios. Y yo pasé muchos años de mi vida ofreciendo ideas y sinopsis y treatments para películas y series de TV. Y eran buenas ideas. Ideas que me gustaban. Y ahora están muertas en un cajón. Y de algunas ya ni me acuerdo. Pero yo llegué a pensar que ese era el futuro, que ahí estaba lo mío. Y todavía quiero dirigir una película con un guion que escribí yo... Pero no es algo sencillo jugar en ese casino. Porque se pierde mucho y muchas veces. Mucho y muchas más de lo y de las que se gana. Así que es como si casi todo sucediese para que nada acabe sucediendo. Así que, cansado, volví a la novela. Y de pronto parece que Los destrozos va a ser una serie... Pero quién sabe... En cualquier caso la idea es que vayan a ser tres temporadas de diez episodios cada una y los voy a escribir todos yo. Y habrá muchas más cosas y subtramas de las que hay en la novela. Y Luca Guadagnino ya está fichado para dirigir los dos primeros episodios. Pero, de nuevo, ahora está lo de la huelga de guionistas y vaya uno a saber cuánto tiempo durará... En cualquier caso, tengo que escribir esos guiones con mucho cuidado. Es tanto más fácil adaptar un libro malo y convertirlo en un gran guion. De ahí, en su momento, que yo tuviese tantas ganas de adaptar al cine Cincuenta sombras de Grey. Pero me parece que no quisieron arriesgarse a que el psycho de Bret pusiese sus garras sobre semejante obra maestra...

Bret Easton Ellis en París en septiembre de 2019. Crédito: Getty Images.
Pero supongo que el prestigio de su figura ayuda a acelerar ciertos procesos...
¡Ja! El prestigio no existe. El prestigio es un animal en extinción. Me gustaría que leyeses algunas de las reseñas que hacen a lo mío en Estados Unidos. Mi prestigio pasa por ser alguien controvertido ya desde Menos que cero... Y luego, ya sabes: American Psycho. Siempre seré visto así... Nada me importa menos. Nada me preocupa menos que cuál es el sitio que ocupo dentro de la escena literaria de mi país. No conozco a casi nadie de todas esas estrellas de Instagram y de la social media quienes, además, escriben. No voy a festivales. Estoy fuera del circuito: soy un auténtico outsider, siempre lo fui, incluso en mis tan publicitados y promocionados inicios.
Pero aún así es una clara influencia en autores más jóvenes. Pienso en Mi año de descanso y relajación de Ottessa Moshfegh o en Las chicas y la recién aparecida The Guest de Emma Cline. O en películas y series como Under the Silver Lake o Yellowjackets...
No lo sé, no tengo idea. No pienso en esas cosas. Dales mis saludos a todos si te cruzas con ellos. No soy como otros escritores de mi generación o de la generación posterior: no tengo un masterplan. Soy, apenas, alguien que la pasa muy bien escribiendo. Y lo cierto es que jamás me lo pasé mejor que escribiendo Los destrozos. Es paradójico: todos mis libros desbordan dolor, pero a la vez fueron creados con mucha alegría.

Bret Easton Ellis en Milán en octubre de 1999. Crédito: Getty Images.
Puesto a ubicarlo históricamente, es innegable que usted y David Foster Wallace son los grandes escritores de su generación en el cambio de milenio. ¿Ha cambiado en algo su más bien poco amable opinión de él y de lo suyo?
No. Y sí. Es decir: sigo pensando lo mismo, pero con menos vehemencia. En su momento me molestó la canonización de alguien que no se lo merecía. Wallace me parece un muy buen ensayista pero un pésimo novelista. Pero, claro, la mezcla de desorden psíquico con suicidio es algo irresistible para todos aquellos en busca de alguien a quien adorar. En cualquier caso, Wallace se salvó de ser cancelado; porque luego de su muerte supimos que era un tipo bastante difícil, que no trataba particularmente bien a las mujeres... En cualquier caso, yo intenté leer La broma infinita tres veces y a la tercera dije: «Hasta aquí llegué».
«No tengo premios, no tengo becas, no tengo tenure, no tengo revista... Tal vez esta indiferencia hacia mí no sea otra cosa que una respuesta a mi indiferencia hacia todo ese mundo».
Pero Wallace tenía su estilo, como usted (y, además, sentía una cierta admiración por American Psycho y lo suyo en general)...
Es posible que Wallace haya tenido un estilo, sí; pero no es un estilo que me parezca particularmente logrado en sus novelas y relatos. Y, como se pudo ver en El rey pálido, era un callejón sin salida. Probablemente el mío tampoco resulte muy atractivo para muchas personas. Basta con ver los comments de lectores a Los destrozos en Amazon: cinco estrellas... una estrella... cinco estrellas... una estrella... Ese soy yo: un escritor cinco/una estrella. No tengo premios, no tengo becas, no tengo tenure, no tengo revista... O tal vez esta indiferencia hacia mí no sea otra cosa que una respuesta a mi indiferencia hacia todo ese mundo. Pero como dije: nada me importa menos que el ver claramente cómo me ven.
Sin embargo a mí me parece (junto a James Ellroy, otro escritor que no saben muy bien dónde poner en USA y a quien no le han concedido ningún premio importante) que usted es uno de los contados estilistas de verdad trabajando hoy en los Estados Unidos.
Muchas gracias. Y, sí, James Ellroy es un gran escritor. Y en Estados Unidos, como corresponde, no se lo reconocen.

Bret Easton Ellis circa junio de 1985. Crédito: Getty Images.
Días atrás leí un comentario en, sí, Amazon de un lector acerca de Los destrozos que me apreció interesante y del cuál me gustaría conocer su opinión. Era un comentario cinco estrellas y es este: «Bret Easton Ellis es la clase de tipo que escribe sobre cosas que son más profundas y más inteligentes de lo que, racionalmente, él mismo es consciente. Es por esto que continúa siendo relevante». ¿Está de acuerdo?
No... ¿Relevante? ¿En serio? ¿Qué significa ser relevante? De verdad: nada me importa menos que lo que alguien tenga para decir sobre mío o sobre lo que hago. No le debo nada a nadie. Nadie debe esperar algo de mí... Yo hago lo que me gusta lo mejor que puedo. No hay más que eso... Y, pienso, no debería haberlo nunca para nadie. Para mí todo se reduce a intentar hacer bien algo que te hace bien hacer... Eso es la vida y eso es la felicidad. De nuevo, es todo muy surrealista. Ayer mismo estaba tomando un café y se me acercó alguien y me dijo que American Psycho y Los destrozos eran obras maestras y que leerlas le había cambiado la vida... ¿Qué decir? ¿Qué decirle?... ¿De qué manera pueden llegar a cambiarte la vida libros como estos? Tal vez mejor no pensarlo. Pero supongo que este es el tipo de cosa que nunca me pasó ni me pasará en Los Ángeles ni en Nueva York, así que no me quejo... y muchas gracias.
Tal vez tenga que venir a vivir a Europa donde lo comprenden mejor y ser uno de esos escritores norteamericanos expat y exiliados...
¡Pero si yo ya soy un exiliado! ¡Yo vivo en el exilio! Sépanlo, tomen nota, pasen y vean y véanme: ¡BRET EASTON ELLIS ESTÁ EXILIADO EN WEST HOLLYWOOD!
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