Rebecca Solnit por Rebecca Solnit: la revolución es ahora
Cada uno cuenta la fiesta como le va en ella. Y durante siglos, los invitados han sido más bien pocos. En «¿De quién es esta historia?» (Lumen), Rebecca Solnit analiza cómo movimientos como el #MeToo, #BlackLivesMatter o #FilmingCops permiten alzar la voz a colectivos tradicionalmente silenciados y han puesto una pica en Flandes en un canal tan hostil y reaccionario como son las redes sociales y los magnates que las detentan. Un cambio que empezó en las calles y los teléfonos móviles y que impregna progresivamente la literatura, el cine y las más variadas formas de creación cultural. En las siguientes líneas, la propia Rebecca Solnit explica por qué no es fácil avanzar hacia el pluralismo al tiempo que abre un camino a la esperanza: la insurgencia es sólida.
Rebecca Solnit. Crédito: Trent Davis Bailey.
- Pan y rosas
«Las corrientes ideológicas van en ambos sentidos. A figuras heroicas como Greta Thunberg se oponen el fascismo y el racismo, que se mueve en turbas y ha generado una legión de fanáticos. En 2017, la famosa marcha de Charlottesville contra la retirada de las estatuas de los esclavistas confederados señaló perfectamente de qué iba realmente la era Trump. A mí me interesan las formas constructivas y positivas de sociedad civil, que denotan un sentido de pertenencia e identidad. Tal como decía el eslogan de las sufragistas de principios del siglo XX, hay que luchar por el pan, pero también por las rosas. Por lo que necesita el individuo, pero también por lo que necesita el colectivo. Yo aspiro a que se forme un colectivo que valore tanto el pan como las rosas. No solo necesitamos las cosas físicas, prácticas, materiales que a la izquierda se le dan tan bien: buenas condiciones de trabajo, salarios dignos, comida, ropa, vivienda. También necesitamos la belleza, el placer, la alegría, la naturaleza, la cultura, la libertad de expresión, y debemos luchar también por ellas. La proclama Pan y rosas resume que necesitamos la acción colectiva para proteger incluso esos beneficios más introspectivos y subjetivos».
- Cultura de la cancelación
«La cultura de la cancelación es un término falaz muy utilizado por la derecha estadounidense, que no solo cree que ciertas personas no solo tienen derecho a tener éxito y popularidad, sino que nadie puede llevarles la contraria. Hay mucha gente a la que no hemos escuchado históricamente, y también mucha a la que no escuchamos ahora. Resulta tragicómico leer un editorial en The New York Times o ver en la televisión nacional a alguien, por lo general un hombre blanco, contando que lo han silenciado, cuando básicamente lo que está diciendo es que no solo tiene derecho a hablar, sino que tiene derecho a que no le critiquen. Creen que todo el mundo tiene que escucharlos, que todo debe ser como cuando eran niños y que su historia ha de ser la dominante. La expresión "cultura de la cancelación" es estúpida y distorsiona lo que está pasando. Deberíamos abandonarla o dejársela a la derecha. Siempre ha habido muchas fuerzas en juego sobre a quién se escucha, a quién se publica, quién sale en la tele, quién consigue su propio programa de televisión o su columna en el periódico. Los conservadores siguen teniendo un enorme poder en el mundo angloparlante, y deberían dejar de lloriquear».
- Feminismo categórico
«Todo lo que he escrito es no ficción. Algunos textos son más subjetivos y experimentales, mientras que otros son muy periodísticos. La gente tiene una idea fija de mí y prefiere que diga las cosas que encajan con su versión, porque les gusta poder meter cada cosa en su cajita. Yo estoy en la caja del feminismo, y muchos tienen muy claro qué debe haber en ella y qué no. Una de las cosas más divertidas de mi libro Las rosas de Orwell es que algunos críticos me reprendieron porque el protagonista no era el feminista perfecto. Pero si solo escribiera sobre feministas perfectas no habría nadie sobre quien escribir. Siempre me han interesado las barreras y cómo salir de ellas».
- La mujer en el cine
«La industria del cine siempre ha estado podrida, como cualquier cosa que genere tanto dinero y poder. Pero el año pasado fue muy diferente. Hubo películas de éxito que no se centraban en los hombres y en las que las mujeres no eran ni juguetes, ni adornos, ni premios, ni sirvientas ni ningún otro de los papeles convencionales de las viejas películas de Hollywood. En estas nuevas películas vemos a mujeres con papeles fuertes, que hablan entre ellas y no necesariamente de hombres. Mi favorita fue Todo a la vez en todas partes, donde Michelle Yeoh hacía cosas increíbles para salvar el multiverso. Me sorprendió leer que en el guion original su personaje era un hombre, con lo que la película habría sido un aburrido cliché. Pero esta mujer madura atrapada entre el cuidado de su padre y el de su hija, su matrimonio y su lavandería era mucho más interesante. Ambas se han visto como películas de mujeres, pero creo que ahora se tiene en cuenta que las mujeres, incluidas las mayores, son un público importante. Las películas de Hollywood buscan principalmente hacer negocio. Y sabiendo que las mujeres van al cine, quizá se hagan otro tipo de películas. Todo ello se debe también a que hay muchas más mujeres en la dirección y la producción, y más cine independiente. El mundo ha cambiado a mejor en muchos aspectos, pero aún queda mucho por hacer».
- La creación cultural a la luz de los tiempos
«Cuando ahora volvemos a ver ciertas películas que en su momento nos parecieron maravillosas y divertidísimas, nos sorprende lo sexistas, racistas, homófobas y crueles que eran. En Estados Unidos ha sido fascinante descubrir este contraste. Yo vi Purple Rain, la película protagonizada por Prince, cuando tenía veintiún años. Y Prince me sigue encantando. Pero al volver a verla vi que su personaje trata fatal a la mujer de la que está enamorado; por ejemplo, la deja desnuda en medio del campo. Y la película bromea con ello. Este contraste nos muestra hasta qué punto han cambiado las cosas. Ahora rechazamos cosas que antes aceptábamos. Las películas nunca volverán a verse de la misma manera, y tampoco los libros, que adolecen de los mismos males y encarnaban una visión del mundo que ya no nos parece aceptable».
Ensayos y lucidez
- La autoría frente al folclore: actualizar la literatura
«A medida que los valores cambian y que otras voces o comunidades se hacen importantes, vamos necesitando nuevos libros. Eso no quiere decir que haya que prescindir de los antiguos, y no sé hasta qué punto deberían adaptarse. El caso de Roald Dahl es interesante, porque no recuerdo crueldad alguna en sus novelas. También hay casos como La fierecilla domada, de Shakespeare, una comedia sobre un hombre que somete a golpes a una mujer fuerte e independiente. No sé qué interés puede tener sacar una nueva versión, pero tampoco creo que haya que retirarlo de las bibliotecas; los eruditos tendrán mucho que decir sobre él. En caso de adaptarlo, lo interesante sería hacerlo, por ejemplo, con una inversión de género: intercambiando los papeles del hombre y de la mujer, o con una pareja del mismo sexo, o interracial. Hace tiempo que en el mundo anglosajón se reescriben libros famosos desde una perspectiva nueva. Ahí está, por ejemplo, Ancho mar de los Sargazos, donde Jean Rhys se basa en la historia de Jane Eyre, pero con una protagonista caribeña mestiza a quien consideran un monstruo, y que es encarcelada y asesinada. ¿Qué ocurre cuando se cuenta la historia desde su perspectiva? ¿Qué pasa cuando cuentas la historia de El mago de Oz desde la perspectiva de la bruja? Ahora mismo la gente está reescribiendo muchas de las historias de la mitología griega, como la Guerra de Troya, desde la perspectiva de la mujer. Está muy bien que en lugar de abandonar las viejas historias las reelaboremos. Pero el objetivo no debería ser hacerlas más agradables. En mi caso, me resultó muy divertido actualizar Cenicienta y La bella durmiente. Lo que he reescrito no es el texto de un autor determinado, sino historias de la cultura europea que nos pertenecen a todos desde hace siglos. De hecho, existen versiones chinas de Cenicienta más antiguas que la occidental. Algo tienen los cuentos de hadas para que queramos conservarlos y para que valoremos lo que ya no tiene sentido».
- El diablo sobre redes
«Antes me enorgullecía ser de San Francisco. Ahora me avergüenza lo que hombres blancos multimillonarios como Elon Musk o Mark Zuckerberg han montado con las redes sociales. Silicon Valley ha creado nuevas formas de manipulación y de opresión, y ha disparado ciertas actitudes sin hacer nada por limitar sus efectos. Genocidio en Birmania, manipulación de la opinión pública de cara a las elecciones estadounidenses de 2016 y del Brexit, misoginia, ciberacoso mediante el señalamiento, revelación y viralización de datos personales de terceros, porno de venganza… Mientras tengan beneficios, lo demás les da igual. Todo sería diferente si lo reguláramos, si lo dirigieran otras personas, si se hubieran creado como un bien común y con otras reglas. Otro de los efectos de la era de la tecnología es el aislamiento, el individualismo. La gente ya no pasa tiempo dentro de un grupo, relacionándose, en iglesias o cafeterías, que hasta hace poco formaban parte de la vida cotidiana. Y la democracia depende de que cada persona encuentre puntos en común con las personas que no conoce y con la gente que es diferente a ellos».
Marcha de las Mujeres de San Francisco de 2019. Rebecca Solnit está en la fila de abajo, la segunda empezando por la derecha. Crédito: Getty Images.
- La violencia machista y el #MeToo
«Históricamente, el feminismo se ha movido en olas que se remontan al siglo XVIII, la antesala de los movimientos por el sufragio femenino que dieron a las mujeres el voto en el siglo XX. En 2012 el feminismo estaba en un punto muy estático, y de repente un aluvión de mujeres feministas se sirvieron de las redes sociales para poner ciertos temas sobre la mesa. Por primera vez, problemas que siempre habían estado ahí recibieron la atención que merecían. Hubo algunos detonantes concretos, como la violación, tortura y asesinato de Jyoti Singh en Nueva Delhi y varios casos de violencia machista en Estados Unidos. Pero el #MeToo surgió a raíz de algo concreto: el trabajo de dos periodistas que consiguieron que los editores publicaran historias que no eran nuevas, pero sí relevantes. Hacía mucho tiempo que se sabía que Bill Cosby, Harvey Weinstein, Woody Allen y muchos otros eran culpables, pero no se habló abiertamente de ello hasta entonces. A raíz de ese reportaje, muchas actrices famosas de Hollywood decidieron contar públicamente cómo las habían silenciado. Las más rebeldes vieron cómo los grandes jeques de la industria destruían sus carreras. Otras estaban traumatizadas porque nadie les había hecho caso. Para 2012 habían cambiado unas cuantas cosas, desde editores y productores de televisión hasta los jueces y las personas en el poder. El detonante para que la gente estuviera dispuesta a escucharlas fue el esfuerzo de estas dos periodistas por sacar a la luz estas historias. Hemos visto infinidad de juicios por delitos sexuales en los que el juez simpatizaba con el hombre asumiendo que las mujeres son subjetivas, que manipulan y mienten, y que los hombres dicen la verdad. Que una mujer juez no empatizara con el agresor y sí con la víctima permitió ver cómo sería la justicia sin el viejo patriarcado. La repercusión más importante es que la ciudadanía se ha dado cuenta de que el abuso sexual es extraordinariamente común y que a las mujeres que lo sufren se las ha silenciado durante décadas. Pero ahora, a veces, las escuchan. Los hombres ven que Harvey Weinstein ha ido a la cárcel y que otros culpables de delitos sexuales han sido expulsados de la industria, con lo que se dan cuenta de que ya no pueden irse de rositas así como así. Ya no pueden dar por sentado que nadie creerá a las mujeres que denuncien y que tienen tanto poder que pueden aprovecharse de ellas como de costumbre. Por otro lado, las mujeres y resto de víctimas de abusos sexuales ven que es más probable que se las escuche. Las leyes y las normas de las universidades han cambiado. Pero eso no quiere decir, ni mucho menos, que no quede trabajo por hacer».
- Amnesia histórica: recordar el pasado para moldear el futuro
«En Estados Unidos las relaciones intergeneracionales son muy pobres. Si una persona de 20 años se juntara con otra de 80, esta última recordaría lo mucho que ha cambiado el mundo. Haber vivido determinados hitos históricos ayuda, pero muchas personas de cierta edad apenas recuerdan lo diferente que era el mundo en su día. Yo tengo un año más que el libro Primavera silenciosa, pionero en tratar el tema del medio ambiente y de los pesticidas. Hace poco escribí un ensayo para The Guardian en el que yo era una tortuga lenta y vieja en una fiesta de mariposas, que eran gente de fiesta con lapsos de atención muy cortos. Gran parte de la desesperación proviene de la amnesia, no de la incertidumbre ante el futuro. Tal como escribí en mi libro Esperanza en la oscuridad, lo único que tenemos es el pasado. De él podemos aprender cuántas sorpresas nos ha dado la historia: el ocaso de los regímenes soviéticos o la liberación de Nelson Mandela, que se convierte en presidente de Sudáfrica. El mundo cambia enormemente a partir de cosas que al principio eran insignificantes. Contar el pasado, celebrar las efemérides, forma parte de ese cambio. Llevo veinte años meditando sobre la falta de esperanza en el futuro, y creo que en parte proviene de ciertas asunciones sobre la naturaleza del poder y del cambio que resultan totalmente amnésicas, que carecen de perspectiva histórica. Impera la sensación de que el momento actual durará para siempre. En Estados Unidos la gente olvida con una facilidad asombrosa. A veces oigo que las cosas no cambian nunca y pienso: "Pero ¿qué dices? ¿No te das cuenta de lo diferentes que eran nuestra sociedad, nuestras leyes, nuestra vida cotidiana hace veinte años, o hace cincuenta?". He intentado imaginar cómo será el año 2073, y he sido incapaz. Pero en 1973, o en 1923, lo inimaginable era 2023. De lo inimaginable se puede aprender. No sabemos cómo serán las cosas dentro de cincuenta años, y por eso merece la pena hacer cuanto esté en nuestras manos para conseguir el mejor futuro posible. En el caso del clima, la acción debe ser urgente».
- Solidaridad universal: derribar las barreras
«La solidaridad implica luchar por sí mismo, por quienes son como nosotros y por quienes son distintos. Mi madre era irlandesa-estadounidense y luchó por la igualdad racial cuando yo era pequeña. Iba con ella en su coche cuando ayudaba a las familias negras a acceder a la vivienda. Así que aprendí pronto qué era eso de la solidaridad, preocuparse por la gente. A menudo dividimos a la gente en categorías y empatizamos con quienes son de nuestro mismo sexo, raza, orientación sexual, religión o clase social. La solidaridad trasciende las diferencias: reconoce la humanidad en todo el mundo, sean o no como uno mismo. El periodismo, la literatura y el cine nos permiten entrar en la vida de personas que no son como nosotros y empatizar, convirtiéndonos en ellos durante un rato. Muchas veces, el racismo y el sexismo provienen de un adoctrinamiento consciente y eficaz para limitar la empatía, para no ver la humanidad de otras personas. Por ejemplo, las imágenes antiguas de los linchamientos en el sur de Estados Unidos, donde hombres blancos torturaban y asesinaban a hombres negros y luego hacían un picnic y sacaban fotos como si fuera una fiesta. Tal como yo lo veo, celebraban que habían matado su propia empatía, que se habían disociado completamente de seres humanos de una categoría distinta. Aún lo vemos con el antisemitismo o la transfobia, que tratan de impedirnos empatizar con otras personas, comprenderlas. Y con estos temas cada persona cuenta la historia desde su propio punto de vista. La labor de los escritores y los periodistas, que lo hacemos profesionalmente, consiste en derribar las barreras y contribuir a que nuestros lectores reconozcan la humanidad de quienes no son como ellos, sobre todo ahora que vivimos en sociedades cada vez más diversas en cuanto a raza, religión, género y clase social. Gran parte de mi trabajo ha tratado sobre la violencia, física o no, contra la autonomía, la opinión, la autodeterminación, los derechos, la ciudadanía y hasta la humanidad de la persona agredida. Así que defiendo todas esas cosas y la democracia como igualdad entre los individuos y como la forma ideal de gobierno».
Rebecca Solnit. Crédito: Jude Mooney.
- Transfobia
«En el feminismo estadounidense apenas hay transfobia. Resulta chocante ver que en Gran Bretaña y parte de Europa sí lo hay. Y es un problema enorme. Las personas trans han existido siempre. En Fiyi, India, la América indígena y muchas otras culturas había personas cuya identidad de género era fluida o compleja, culturas que reconocían algo más que el binarismo de género. Las mentiras que se dicen sobre ellas son alarmantes. Hasta se niega que existan. Y casi todos los tránsfobos ignoran a los hombres trans para centrarse en las mujeres para decir que son hombres que se disfrazan para acceder a supuestas prerrogativas de las mujeres. Lo alucinante es que la inmensa mayoría de la violencia machista la cometen hombres que no ocultan que lo son. Y ese enorme problema, que afecta a millones de mujeres cada día, se deja de lado para elucubrar sobre problemas imaginarios. Si un judío o un negro o un gay comete un delito y se criminalizara a todo su colectivo, reconoceríamos que es una discriminación. Y eso es justo lo que se dice de las personas trans. Por eso es razonable elegir a escritores y periodistas en sintonía con nuestros propios valores».
- Iglesia y Estado
«La religión es complicada. Puede manipular, humanizar y deshumanizar, liberar y oprimir. Conozco a rabinas maravillosas y estamos viendo un judaísmo feminista. El arzobispo de San Francisco es muy conservador: está en contra del aborto y hace cosas tan horrendas que deberían ser motivo para que la iglesia perdiera sus exenciones fiscales. Pero también hay jesuitas muy progresistas. Muchas religiones son profundamente patriarcales, y muchas pueden cambiar. El cristianismo está sufriendo una gran regresión, y también el islam: ambos se usan para oprimir a las mujeres. En Estados Unidos algunos líderes espirituales judíos han presentado demandas alegando que la regulación del aborto por parte de algunos estados conservadores pretende someter a la población al ideario cristiano, lo que es ilegal porque somos un estado aconfesional. La separación entre la Iglesia y el Estado es crucial. Una vez que una determinada religión se hace con el poder del Estado, el régimen pasa a ser autoritario. Así lo estamos viendo en Afganistán y en Irán. Yo tengo la doble nacionalidad estadounidense e irlandesa, y me fascina ver cómo Irlanda ha conseguido legalizar el matrimonio homosexual y el aborto y plantar cara al horrible pasado católico del país. En Argentina también han legalizado el aborto. Muchos países latinoamericanos están dominados por el catolicismo, pero la religión también puede ser liberadora y promover los derechos humanos. Yo soy algo budista, y conozco a muchos que hacen un gran trabajo en ese sentido: ponen en práctica la compasión y la conexión interpersonal».
- Misoginia a la izquierda y a la derecha
«Todavía existe una gran misoginia en la política estadounidense, tanto a la izquierda como a la derecha. Entre quienes profesaban culto a Bernie Sanders había muchos hombres jóvenes que eran muy desagradables con Elizabeth Warren, la otra candidata demócrata, como si no tuviera derecho a presentarse y Bernie fuera el verdadero izquierdista. Y yo creo que Sanders es un izquierdista a la antigua usanza. Es muy bueno en la defensa de la justicia económica y la sanidad, pero no tanto en lo que respecta a la raza y el género. Afortunadamente tenemos a gente como Alexandria Ocasio-Cortez, que es un genio y ha sido determinante en todas esas cosas, además de en el Nuevo Pacto Verde. Cada vez tenemos más políticos así. El gobernador de California es muy blanco y muy masculino, pero casi todos los demás altos cargos los ostentan mujeres y personas de color, y cada vez hay más en el Senado y en la Cámara de Representantes. La composición del Partido Demócrata es similar a la de Estados Unidos: un 60% de blancos y un 40% de latinos, negros, asiáticos, estadounidenses o indígenas. La secretaria de Interior es indígena, algo inimaginable hace unas décadas. Nuestra vicepresidenta es Kamala Harris, y tenemos muchas otras líderes extraordinarias, en política y en otros ámbitos. Aún nos queda un largo camino para alcanzar la representación igualitaria que ya tienen otros países, y no sé si llegaré a ver a una mujer como presidenta. Lo que sí sé es que todas las mujeres que han sido candidatas a este cargo han tenido que soportar un sexismo increíble».
- Autoritarismo: en casa como en la calle
«Acabo de escribir un artículo para The Guardian en el que expongo que el autoritarismo doméstico y el autoritarismo político tienen mucho en común. Como todos los regímenes autoritarios, el intento de golpe de Estado con el asalto al Congreso estadounidense del 6 de enero de 2021 no solo pretendía controlar la economía y el ejército, sino también la historia, la ciencia, los hechos, la verdad, lo que se puede decir y quién puede decirlo. En los hogares autoritarios y patriarcales pasa lo mismo. Putin, por su parte, siempre ha aspirado al capitalismo. En su novela 1984, George Orwell señaló con gran perspicacia cómo plantar cara a un régimen autoritario: defendiendo internamente nuestra propia memoria, desarrollando nuestra habilidad para juzgar, decidir y observar, confiando en lo que nos dicen nuestros sentidos y manteniendo vivos los recuerdos que no se ajustan a la narrativa imperante. Probablemente en Rusia estén en ello. De hecho, ha habido una resistencia a veces muy pública, como las protestas contra la invasión de Ucrania. Es probable que esa disidencia se plasme en la creación artística, como ocurría en la antigua Unión Soviética, y también mediante conversaciones que ponen en circulación ideas y valores distintos a los del régimen. No sabemos cuál será el destino de Rusia, pero sí que Putin no es inmortal. Espero que su transformación sea más rápida que la de España, que vivió cuatro décadas de franquismo. Pero el siglo XXI también está habiendo movimientos en el otro sentido. En Argentina, la horizontalidad sobre la que ha escrito Marina Sitrin es emocionante. Y en Chile, tras el colapso económico de 2001, se ha abierto una nueva era con una constitución cuya mera propuesta fue un logro, aunque no llegara a ratificarse. En cuanto a México, los zapatistas han sido una gran influencia en mi pensamiento político, y el subcomandante Marcos, en mi escritura. La resistencia puede producirse de innumerables maneras y escalas, y todas ellas importan».
- La edad de la esperanza
«Mi esperanza se debe a los cambios que he vivido en mi propia piel. Tengo mucha más voz y muchos más derechos que mi madre y que mis abuelas. Y también he visto grandes mejoras en otros colectivos y luchas. En mi ciudad hay muchas personas queer y trans que han ido ganando derechos gracias a nuevas leyes, y que han visto cómo su estatus evolucionaba gracias a la reciente comprensión del género y de la sexualidad. La lucha contra el cambio climático ha alcanzado logros importantísimos en los últimos diez años. La justicia racial y el feminismo han llegado se han reavivado. Y ha resurgido el pensar y el sentir de pueblos indígenas de todo el mundo, con su visión de la naturaleza. Ahora podemos vivir otro tipo de relaciones y contar cosas que antes no se podían contar».
- El hombre asustado
«Eso de que los hombres tienen miedo de las mujeres es una mandanga similar a la de la cultura de la cancelación. Resulta que ahora los hombres temen acercarse a las mujeres. Y las mujeres, ¿qué? Las mujeres van por la calle con miedo a que un hombre las agreda. Es ridículo que un hombre diga que le da miedo hablar con las chicas por si los denuncian. Si eso les asusta, quizá deberían pensar cómo era ser mujer, sin derechos ni voz, durante miles de años. A menudo quienes dicen cosas así ya han agredido a alguna, como el que le tocó el culo a Taylor Swift y luego la demandó cuando le despidieron, diciendo que le había arruinado la vida y que ya no se atrevía a hablar con las chicas. Quien sepa distinguir entre hablar con alguien y tocarle el culo no tiene por qué tener miedo. Pero si no sabes diferenciar entre hablar y acosar sexualmente, quizá sí deberías tener miedo, porque ahora las mujeres puedan hacer algo al respecto. La cuestión es con quién empatizas. Y no oigo a muchos hombre decir que quieren vivir en un mundo donde las mujeres se sientan seguras y respetadas. La violencia machista es la más común de todo el planeta. Cada 40 segundos un hombre asesina a una mujer. Y la reacción de muchos de ellos es: «¿Y yo qué? ¿No importa que yo me sienta incómodo?». Es un fracaso de la empatía. Si no eres capaz de empatizar con nadie distinto a ti y a quienes son como tú, si no ves que el problemón de la violencia machista no es el tuyo, tienes que mejorar mucho. Históricamente, el feminismo ha considerado que las mujeres debían cambiar el mundo sin la participación de los hombres. Pero los hombres también tienen que poner de su parte, y algunos hombres lo están haciendo maravillosamente. No los oirás decir que tienen miedo de las mujeres».
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